Muchas veces, en nuestras conversaciones al amor de la luz del
flexo, ya que no de la chimenea porque no tenemos, pero que debiera haber en
todas las casas porque ayudan mucho a pensar (cuando yo sea jefe de estado la
chimenea será obligatoria en todas las casas),
hablamos de los problemas que tenemos hoy en España. Ya saben, crisis y
demás. Pues bien, nuestro análisis sigue
como siempre. Baja la prima de riesgo, suben los impuestos, sigue aumentando el
paro, pero exportamos más que nunca, vienen muchos turistas, sigue habiendo
mucho ladrón y gente sin escrúpulos en todas las capas sociales, hay banqueros
que estafan, políticos que mienten, gente que roba a manos llenas, valores
sociales necesarios desaparecidos en este río revuelto de intereses de
partidos, gente que se aprovecha del poder para enriquecerse y luego tienen la
desfachatez de decir que si ricos y pobres. República no, Monarquía tampoco.
Desorden y desconcierto sí. Y demagogia a manos llenas… mucho. Palabras. Como decía
la antigua canción italiana cantada por Mina: parole, parole parole…
A pesar de las razones económicas la crisis es una cuestión
profunda porque afecta a un pilar esencial de la sociedad: la educación. Como
los viejos edificios padecen de aluminosis y se rajan por todas partes, nuestra
sociedad sufre de "educacionosis". Y se
resquebraja por todas sus costuras. Y es que sin educación, sin una buena
educación, no hay sociedad, sino panda
de borregos. Repetimos siempre ella y yo la palabra mágica: E S E N C I A L. La
educación es esencial. Entendiendo por educación todo. Todo es educar. El
sentido de la justicia es educar. El sentido de la propiedad privada es educar.
La honradez es educar. No robar es educar.
No despilfarrar es educar. No esperar que te lo den todo es educar. El
esfuerzo, el placer del trabajo bien hecho es educar. Entender que en la vida
hay que esforzarse para todo es educar. Que no hay que gastar más de lo que se
tiene es educar. Atender en clase, escuchar al profesor, obedecer los hijos a
los padres y no al revés es educar. En fin, tantas y tantas cosas que podíamos
añadir a esta lista que sería larguísima y que llevamos años, lustros,
decenios, borrando todo de ella. Hay muchas generaciones torcidas. Luego
removemos cielos y tierra buscando culpables, haciendo equilibrios malabares
con los ajustes económicos, enjuiciando y denunciando a estafadores de todo
tipo… Pero el problema sigue ahí, latente. La sociedad, Nora, está enferma
porque está mal educada. Educacionosis. Se le quitaron, gozosamente además, los viejos valores con el pretexto de que eran
viejos, osea, caducos, o mejor aún franquistas, y no se han sustituido por
ninguno. Nos levantaron las faldas, nos quitaron la ropa interior con la
promesa de un mundo diferente y lo que sucede es que no nos han devuelto ni
siquiera la ropa y estamos en pelotillas desde hace mucho tiempo. No hay
fundamentos, es decir, cimientos para construir una sociedad con los valores
suficientes e indispensables para formar un mundo racional, lógico, ordenado en
lo ordenable, animoso, innovador, coherente, emprendedor…
― ¿Y en el colegio qué hacen los profes? Inquiere Nora.
La pobre busca racionalmente culpables, y puesto que le
hablo de educación ella acude al inicio de la cosa, la escuela.
―Uy, Nora. Primero te diré que la primera escuela, y la que
sirve para toda la vida es la casa. Los padres son los educadores máximos, y es
allí donde se abonan los principios fundamentales de honradez contigo mismo y
con los demás. Pero claro, los padres no son ajenos a la desgracia general, y
andan también desnortados y descentrados. Y en cuanto a los profes en la
escuela… te diré que han cambiado mucho. Y mal, claro. Los profes ya no son
dueños de su tiempo, ni de su forma de trabajar. Antes cada “maestrillo tenía
su librillo,” pero ahora menos que nunca los profes son libres para ejercer con
sentido profesional, artístico y vocacional su labor. Las vocaciones son ahora
contraproducentes. Es mejor la obediencia. Se busca al profe obediente. Los
profes, ya lo sabes tú de otras ocasiones, están sometidos a un marcaje
estrecho, un sistema rígido del que no pueden salir y ni siquiera moverse. Le
llaman calidad. Sí, ya sé que es una “parajoda”, que diría Marujita Díaz. Pero
todo concuerda. Imagínate que alguien quisiera que la sociedad funcionara como
lo hace, es decir, con gente sin valores que relativiza todo, incluyendo la propia
vida. Pues hace falta que eso se vaya haciendo desde pequeñitos. Y para eso hace
falta que los maestros no puedan salirse del sistema, no fuera que alguno,
rebelde, consiga formar gente capaz, pensante, decidida, responsable, trabajadora,
honrada, noble y eficaz. Sería el empezose del acabose, Mafalda dixit.
― ¿Y cómo hacen eso?
―Pues ya te digo, metiendo al maestro en una cadena de montaje
que se llama calidad de la gestión escolar. Incluso le ponen normas. 9001.
Jaja. Industrial a tope. Ya no hay padres y alumnos, hay “clientes”. ¿Podrán
hacer los coles la semana fantástica? Jaja.
― ¡No xodas!
―Así es. Como si fuesen una inspección de ITV, un taller de
repuestos, un supermercado… Qué sé yo. Ya sabes mi opinión: de artista maestro
a obrero industrial. Antes cantábamos con cachondeo aquel pasodoble torero
emulando la banda de música en la plaza: de torero me meto albañil… chinta,
chinta chinta chin. Pues bien, ahora es: de maestro me meto a industrial,
chinta, chinta, chinta, juaaaa.
Nora se parte de risa ante mi sorna, aunque pronto cambia
por una expresión tristona porque sabe el tono amargo con que lo digo.
―Y los profes, Nora, para estar bien controlados en esta
misión suicida, pasan cada año ¡¡dos auditorías!!
― ¡No xodas!
―Así es. Dios nos podrá juzgar una vez, pero los auditores
juzgan dos veces cada año a los profes. Más que Dios. Imagina a un señor/a que
te hace traer tres mil folios llenos de datos, registros de todo tipo,
programaciones, actividades, calificaciones y mil etc. más. Algunos llevan carritos
de la compra para poder llevar todos los papeles. Y entonces viene ese vigilante
de la pureza del sistema corruptor y te dice:
----- Entonces… ¿cómo ha desarrollado este objetivo, qué
actividades ha desplegado en la clase y con qué tipo de preguntas ha evaluado
usted su consecución? Y los profes se quedan a cuadros. Pero luego les piden
los registros de faltas, las reuniones de padres, y las otras, los acuerdos,
como controla la información de los padres que no acudieron, etc. etc. etc.
Vamos, ni la Gestapo pregunta tanto y tan finamente cuestiones tan importantes.
Esto sumerge a los profes en un mar de papeleos del que no levantan cabeza. No
hay tiempo ni de enseñar. Jaja.
Y entre tanto papeleo, Nora, los niños ni saben más ni
mejor. Es decir menos y peor. Y ahí están las pruebas de exámenes que se
recogen en los informes internacionales. Pero sobre todo, Nora, ahí está la
sociedad. Es un efecto lógico.
Imagina por un momento Nora, que la inspectora jefa de las
hormigas, visita un hormiguero, y ve a una esforzada hormiguita que trae
afanosamente una pajita, con la sana intención de ayudar en la despensa invernal.
Y de pronto la jefa inspectora le dice: Sí, ya veo que trae usted una pajita con
esfuerzo al hormiguero, pero supongo que usted me podrá decir, por dónde ha
venido, qué camino ha recorrido, qué charcos ha rodeado, qué piedras ha subido,
qué peligros ha evitado, de cuántas pisadas humanas ha huido, cuántos pájaros
ha evitado, cuantas veces se detuvo a charlar por el camino, cuantas otras briznas
de pajas dejó caer, qué parte se comió usted, cuánto tiempo perdió en recorrer
la distancia… Imagino que usted lo tendrá todo registrado en un… diario de a
bordo.
Piensa por un momento, Nora, la cara de esa hormiguita, que
con tanto esfuerzo y evitando tantos peligros ha logrado llegar al hormiguero
aportando una pajita.
―Que se le quitan las ganas de volver a por más.
―Efectivamente, Nora. Menos mal que no tiene semejantes
auditores y en el colegio de las hormigas las profes no pierden el tiempo, las
ganas y la ilusión, y así instruyen bien
a las hormiguitas a orientarse por el sol, por la olor de sus compañeras de
hormiguero, por el rastro en el suelo,
les enseñan a ser valientes, a distinguir entre pajitas buenas y malas,
a buscar los lugares mejores donde pueden encontrar comida, a resolver el
problema del agua de la lluvia que intenta meterse en el hormiguero, a tenerlo
siempre limpio, ventilado, útil. Les educan para ser eficaces en su sociedad.
Todas son una familia y viven de unos valores sociales sólidos.
―Entiendo.
―Pues ya ves, Nora, hasta una hormiga sabría hacer las
cosas bien. Y nosotros, ¿por qué no?
―Me parece que me lo pones en la boca. Ellas tienen la
generosidad de servir a su sociedad, la sana alegría de sentirse útiles, la
grandeza de aprender cuanto les enseñan sus profes… la falta absoluta de
demagogia…
―Así es. Los enseñantes son por naturaleza gente generosa. El
arte de enseñar es un acto de generosidad constante por parte de todos. La
pasión de aprender y la pasión de enseñar se honran mutuamente. No se puede
enseñar sin esa cualidad que se transmite por la propia sociedad, porque es un
valor esencial en ella, que está en el aire y que todo el mundo respira. Igual
que en el hormiguero se premia la laboriosidad. Por eso los alumnos (la sociedad,
a fin de cuentas) lo adquieren como modelo y en las sociedades avanzadas no se
da tanto la vagancia, la mangancia, la delincuencia, la desidia, la demagogia,
la…
Saber vivir es un arte, Nora. Y para saber vivir el arte de la vida con la
pasión, generosidad y vergüenza necesarias hay que estar bien enseñados, bien
educados. No perder el tiempo en burrocracias inútiles que malgastan tiempo,
esfuerzo y dinero. Y estafan a la sociedad que dicen servir.
― ¡Como en la escuela de las hormigas!
― Efectiviwonder, Nora.