Llegó el auditor, con túnica negra y gorguera blanca, con
toda la seria gravedad de sabiduría de normas
bajo el brazo en forma de libro. Un libro grueso, de tapas oscuras de piel
repujada, donde estaban escritas en letras negras como la noche oscura del alma
todos los controles celestiales, procedimientos obligatorios para la perfecta
creación, estrategias de la organización celestial, listado de procesos para
implementar la eficacia de la gestión y satisfacción del cliente humano. Toda
la sabiduría ancestral de las normas pasadas, presentes y futuras, con la
terrorífica numeración 9001, para enjuiciar la odisea del universo creado por aquel, llamado, Dios. La suma de los dígitos del citado número,
evidencian el 10, el número perfecto por
excelencia, con el que los grandes auditores del universo querían expresar la
sabiduría máxima que el libro encerraba para el presente juicio de Dios. Es un
libro diez.
Se sentó frente a la mesa, sobre una tarima alta, en un
sillón de noble madera oscura, de respaldo alto y tallado de rosetones y
volutas, con ruido de capas y balandranes. Detrás del sillón un atlas del firmamento
con un punto de luz brillantísima procedente del lejano, oscuro y profundo
universo y sobresaliendo de esta luz una leyenda: SEMPER FIDELIS AD PRAECEPTA. Siempre fieles a las normas. Sobre la
mesa un mantel rojo, y a ambos lados candelabros de oro de siete brazos. Puso
el gran libro de las normas sobre un atril de bronce pulido, en el centro,
justo delante de él. Luego del silencio entró Dios, sonriente, simpático,
artista creador, canturreando bajo la lluvia de su propia alegría de vivir. Se
sentó frente a la mesa del auditor, a un nivel inferior y sobre una silla de
Ikea.
―Veamos, Don Dios. Hemos tenido quejas de los clientes de la
tierra, dado que los supuestos planes del creador les parece un fiasco. Hemos
recogido millones de firmas, que son las que nos avalan y nos transmiten la
voluntad de auditarle a usted para comprobar que sus planes no correspondían a
un estudio detallado, pormenorizado, con estrategias bien definidas, con enfoques basados en procesos mediante el
cumplimiento de requisitos y sí al libre imaginario e improvisado artificio de
un cómico de la legua. Queremos averiguar si su estrategia organizativa estaba
basada en procesos cuando la desarrollaba; necesitamos saber qué enfoques
tenían los momentos de creación y, de qué forma, si la gestión fue adecuada; así como igualmente, qué hay que hacer para
que se implemente y mejore la eficacia del sistema de gestión de la creación
universal y aumentar la satisfacción de
nuestros clientes.
El Gran Auditor dejó caer la gravedad del peso de sus
palabras sobre la sala. Tras el enjuiciado, permaneciendo a oscuras pero
atentos al desarrollo de la sesión, altos representantes del género humano de
todos los continentes, altísimos representantes del colegio oficial de los
auditores en cuyas pupilas se reflejaban las letras doradas del lema oficial del
colegio.
Y siguió el Gran Auditor:
―En primer lugar, hagamos un breve repaso a la situación que
nos ha traído hasta aquí. Habrá usted comprobado que el mundo anda muy revuelto.
No hay siglo que no tenga guerras, la paz se desconoce, la muerte por violencia
es algo tan normal que los humanos ya no se estremecen al conocerla; el hambre
y las enfermedades devoran a los humanos en todos los continentes; el odio, el rencor, la venganza, la envidia,
la falta de honradez contra ellos mismos y los demás, la violencia de palabra y
de acción es norma diaria. La contaminación de aires, aguas, tierras; la
esquilmación de recursos de la tierra y el mar; la deforestación interesada por
negocios egoístas; el tráfico de personas, la esclavitud, el vicio, el egoísmo ejemplificado de miles de formas
diferentes, la estafa, el robo, la mentira, la soberbia, la fábrica de
armamentos, la especulación del suelo… Las enfermedades rentables para las
industrias, la falta de control en las actuaciones políticas… ¿Quiere usted que
siga más?...
Dios dejó de sonreír. Pareció por un momento recobrar el
sentido de la verdad sobre su situación y dijo:
―Me gustó mucho la creación. Fue divertido e interesante.
Pero no quise crear monigotes sin vida, marionetas con hilos ni grafiti en las
paredes. Quise crear vida, y como tal, la vida tiene que ser forzosamente libre,
autónoma.
―¿Libre y autónoma hasta el punto de provocar millones de
muertos con graves sufrimientos por infinidad de causas? ―Gritó interrogante el
Auditor― ¿Libres para estafar, engañar, mentir, hacer sufrir? ¿Libres para
especular y ensuciar la vida? ¿Libres para vivir horrorizados desde la cuna
hasta la sepultura? ¿No ha sido más bien un acto irresponsable de su manía
creadora? ¿Un acto de soberbia egoísta?
―Nunca me planteé que la cosa pudiera tomar esos derroteros,
pero la condición indispensable de libertad, llevaba consigo estos graves
peligros ―contestó serenamente Dios.
―¿Graves peligros? La humanidad no le trae a usted aquí por
“graves peligros”, sino por evidentes signos de hambre, enfermedad, miseria,
dolor, destrucción y muerte. Pero no
perdamos más tiempo. ¿Cómo se declara usted ante este fracaso en la gestión de
su creativa y artística iniciativa, culpable o inocente?
―Inocente, señoría.
―Bien, puesto que así se declara, y siguiendo el
procedimiento que dictan las pautas 9001 del Libro de Normas, comienza este
juicio contra Dios por desidia y abandono de sus criaturas y el mundo creado.
Tiene la palabra el Venerable Fiscal General Auditor.
El Auditor Fiscal, valga la redundancia, se levantó de su
asiento, paseó brevemente por la sala, mostrándose ante el abatido Dios y
comenzó hablando fuerte para el público.
―El primer día dijo usted: hágase la luz, y la luz… fue
hecha. Pero yo pregunto: ¿acaso el señor Dios, aquí presente, fue consciente de
cuanto eso iba a provocar? ¿Midió Dios el alcance de su acto improvisado, de un
fenómeno visual que iba a provocar la muerte y desesperación de millones de
individuos de todas las especies? Al iniciar usted, de forma caprichosa, y sin
el debido control, la aparición de luz, puso en marcha el reloj del universo, y
desde entonces la vida tiene principio… y fin, y eso produce una angustia
terrible en la totalidad de individuos que la sufren. Por no decir, que la
aparición de luz produce en los cuerpos laceraciones, úlceras, tumores, trastornos
de todo tipo que, en unos casos provoca enfermedades graves y en otras la misma
muerte. Al crear usted la luz, amigo mío, creó usted la muerte.
Y dirigiéndose al público gritó la pregunta retórica señalando
a Dios:
―¿¿No sabía él lo que estaba haciendo…??
Dejó que el eco de la última vocal se perdiera en la sala
mientras el dedo acusador volvía a su ser. Y luego del silencio continuó:
―La más elemental norma 9001, nos dice que toda decisión
corresponde a una estrategia. ¿Cuál ha sido su estrategia, bondadoso señor?
¿Crear para luego contemplar su autodestrucción, su lenta agonía?
Naturalmente esto último lo dijo con irónico tono de burla.
Entonces Dios habló:
―No tenía estrategia alguna. Solo hice caso de mi impulso
creador. Tan solo quería crear vida y dejar que esa vida evolucionara por sí
misma. Quién sabe si, en su libertad, alguna de esas vidas pudiera alcanzar la
plenitud del creador y encontrarme con alguien que realmente me comprendiera y
con quien pudiera compartir mi soledad. Me pudiera hablar de tú a tú.
―Luego sí había estrategia.
―No la había. Tan solo el deseo que por sí misma, aquellas
vidas evolucionaran a seres superiores… o no. Esa era y es la condición de
seres libres.
―Pues ya ve usted, Don Dios, que de seres superiores nada.
Hambre, miseria y crujir de dientes es lo que manifestó la criatura. ¿Y todo esto
motivado por qué? Una vez más lo diré
bien claro y fuerte. ¡Porque no hubo estrategia alguna en la creación! ¡Fue
una obra improvisada!
El silencio del público se encargó de acallar el sonido de la voz. Y de nuevo el Fiscal
Auditor dijo:
―El segundo día usted creó el Cielo y el Mar. Cielo que ha
traído al mundo miserias en forma de falsas esperanzas, cuando no directamente
en la composición química de los elementos que lo forman. La dependencia del
oxígeno, que ata al hombre a la tierra y allá donde fuere, exterior a ella,
deba llevar su mochila de aire a cuestas cual cruz en el calvario. ¿Es eso
libertad? Y el mar, antaño repleto de vida y ahora vertedero de naciones,
cementerio de millones de hombres, sepultura de civilizaciones enteras, pasto
de viles robos de la vida animal para sacrificar la vida de las generaciones
venideras… Es imposible que usted no previera esto… Pero claro, ¿cómo va a
prever nada, si todo funcionó, chuscamente, con la alegría del festero? ¡Viva
la improvisación! Aquí se ve claramente que no hubo requisitos previos, se entiende
que no hubiera comprensión para el cumplimiento de los requisitos. ¡Ale, así,
sin más, a lo bestia, a lo salvaje: creced y multiplicaos! ¡Y así pasó lo que
pasó y pasa lo que pasa!
Y dijo Dios:
―El cielo y la tierra son solo imágenes de un paisaje. Hice
al hombre libre, para que los estudiara, aprendiera de ellos y, conociéndolos,
los amara y sirvieran para su progreso
Nadie es culpable de que la inclinación al
mal haya desviado la balanza del equilibrio natural.
―Naturalmente que hay un culpable. Usted, Dios, es culpable.
La inagotable sabiduría del Libro de las Normas 9001 establece la necesidad de considerar los procesos en
términos que aporten valor. Usted debía haber previsto que el proceso del
conocimiento de tierra y cielo pasaría mucho antes por el dominio y destrucción
de esos elementos, y por tanto de la destrucción de toda vida dependiente de
ellos. Que es toda.
―Una vez más el Venerable Auditor Fiscal tergiversa mis
intenciones y las interpreta a su manera. Repito que en la base de la creación
está el perfeccionamiento personal como base para el progreso social. Y que una
cosa lleva a la otra solo con la presencia de un valor fundamental: la
libertad. Hay una tierra, y hay un
cielo, y en medio hay una escalera, que es la perfección personal. Quien no
sepa transformarse no encontrará el camino.
―¿Qué camino, si son millones los que, ignorantes de su
suerte, campan a sus aires como el pueblo de Moisés, que cansado de esperarle
renunció a su Dios y se inventó ídolos a quien adorar? La libertad, amigo Dios,
no debe estar exenta de responsabilidad, información, desempeños y eficacias en
los procesos. ¡Solo la libertad no basta! ¡Solo la libertad no justifica!
Se secó la boca que arrojaba saliva como perdigones,
encendido el verbo más por la cólera que por la oratoria.
Y siguió:
―Los siguientes días prosiguió usted, embriagado por la
fiesta creadora, procurando a la especie humana todo un escenario para su
venida posterior. A saber: plantas, sol
y luna, peces y aves, demás animales y… los seres humanos. Está claro,
señorías, que el “buen Dios” dejó para el final lo que debiera haber creado al
principio, y contando con él, haber dispuesto luego en orden lógico todo lo
demás. Crea nuestro admirable constructor de deformidades, antes el escenario
que el teatro, antes la tramoya que los personajes, antes la forma que el
fondo. Una vez más tengo que citar nuestro bien amado Libro de las Normas 9001 que nos enseña clarísimamente que
hay una mejora de los procesos si se basa en mediciones objetivas. Es decir,
que había que pensar antes. Antes que lanzarse a una orgía de creatividad
irresponsable de la que jamás podrá salir ya el género humano. Hay que establecer
con carácter de urgencia, Ilustrísimo Auditor
General, una descripción de los procedimientos documentados establecidos para
el sistema de gestión de la calidad de la creación o referencia a los mismos, y
una descripción de la interacción entre los procesos del sistema de gestión de
la calidad. ¡Y esto es urgente! ―gritó―. Además, hay que plantear acciones de seguimiento de
revisiones por la dirección del Ilustre Colegio Editor, pensar en los cambios
que podrían afectar al sistema de gestión de la calidad del universo creado, y
recomendaciones para la mejora, finalizando con una revisión total de todo el
proceso. Mucha faena nos ha dejado aquí, Don Dios, el “creador”.
Y dirigiéndose al público:
Señorías, hemos visto aquí que este que dice llamarse Dios
Creador, lo hizo todo sin fuste ni muste, tal cual expresa el vulgo. Que una
obra de semejante proporción no debiera dejarse en manos de irresponsables que
solo atienden al exceso de su deseo personal, a la sensación enfebrecida de eso
que llama vacuamente “sentimiento creador” sin más juicio ni sensatez que la
libertad. Está demostrado que el que no sirve para nada se hace… creador,
porque sí, porque la libertad todo lo justifica, sin tener además que
responsabilizarse de sus actos por los que sufren millones de seres.
Afortunadamente tenemos a nuestra disposición todas las normas necesarias que regulan
nuestra vida, de los cielos y tierras, animales y plantas todas. Normas que
fueran hechas por seres conscientes, inteligentes, que crearon un cuerpo fundamental de normas cuyo seguimiento lleva
al triunfo de la justicia, la eficacia y el orden frente a la desolación de la
creatividad improvisada. Pensar menos en las libertades y más en la eficacia,
señor Dios, es lo que le hizo falta. Y ahora nos deja usted la faena de
corregir todo lo que hizo mal.
Se sentó el Fiscal General, encendido todo él por su
indignación, y tomó la palabra nuevamente el Ilustre Auditor General.
―Tome la palabra el abogado defensor de Dios, si lo hubiere…
Y levantose Dios y dijo:
―Con la venia, señor Ilustre Auditor General, yo me
defenderé a mí mismo.
Un gesto complaciente del Auditor dio la palabra a Dios,
quien de pie, dando unos pasos alrededor de su silla, mirando a un público
oculto entre oscuridades les habló:
―Efectivamente, he podido cometer errores. Del error también
se aprende. Y tal vez sea esa una de las verdades que la libertad no
enseña. Hasta el punto en que la ciencia
lo practica con asiduidad, y es el ensayo y el error uno de sus puntos fuertes
en el progreso. El primer error, creer que la libertad es un don tan
extraordinario y maravilloso que, sintiéndolo yo mismo, quise hacer a los
hombres a mi imagen y semejanza. Seréis libres, como yo lo soy. Y toda libertad
produce escalofríos de responsabilidad. Pero la responsabilidad es algo que se
aprende. No se nace responsable, pero sí se nace libre. Y esa libertad desde la
cuna la di yo. La otra… la dan los hombres. Es, efectivamente una desgracia el
lento caminar de la humanidad en busca
de la escalera del auténtico progreso. Pero todo progreso es producto de la reflexión
personal, del cambio en lo profundo, y hasta del sufrimiento. Es doloroso, pero
es cierto. Hasta yo, Dios, sufro cuando veo sufrir, y por ese motivo acojo
inmediatamente en el seno de la paz y la armonía a los que sufren. Pero no por
eso vamos a evitar que la libertad sea el máximo exponente de la humanidad, su
sello personal. El hombre es hombre porque es libre. Los animales están
sometidos a su instinto. Las plantas no pueden moverse… Solo el hombre habla,
construye, inventa, sufre, pelea, vive y muere por su libertad. El hombre es la
libertad.
Aquel famoso Quijote dice a Sancho: “La libertad, Sancho, es
uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no
pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad,
así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
Es cierto que los horrores de la humanidad han sido
producidos en su libertad, pero no es menos cierto que los grandes avances
también. Todos aquellos que desean vivir mejor, que anhelan una vida más digna,
que no haya tal o cual enfermedad, que se inventen máquinas que hagan los
trabajos más esforzados o peligrosos… han sido hechos por personas creadoras,
llevadas a ello por su libertad. Si todos fuésemos por la calle con un libro de
normas bajo el brazo, la vida podrá ser muy segura, pero sería un aburrimiento
mortal. Carecería de interés. Todas las normas del Gran Libro de Normas 9001,
no son más que una gigantesca cadena que ata la iniciativa, frena la libertad,
mata la imaginación, destruye el valor fundamental del ser humano que es la
libertad. Y con ella la alegría de crear, descubrir, saber, pensar… Vivir. Con ello desaparece la escalera de la
perfección personal. El hombre está hecho para pensar, ser libre, descubrir,
gozar de la creación. Todo lo contrario de las normas. Normas para subir,
normas para bajar, normas para entrar, normas para salir, normas para pensar,
normas para vivir, normas para morir, normas para trabajar…
Si yo, Dios, hubiese tenido normas para todo eso, nadie
estaría aquí. Ningún aliciente habría tenido la creación. Si hoy estáis aquí y
me juzgáis, es porque en mi libertad, os hice libres.
Si me pedís que elija, o ser dios encerrado entre normas, o
ser libre, prefiero ser libre. Porque como decía Lord Byron, “aunque me quede
solo, no cambiaría mis libres pensamientos por un trono”. O como decía
Benedicto XVI: “En aquellos días aprendí dónde hay que interrumpir la discusión
para que no se transforme en embuste y dónde ha de empezar la resistencia para
salvaguardar la libertad.”
Dos golpes en la mesa con el mazo del auditor dejaron el
juicio visto para sentencia.
FIN