miércoles, 19 de junio de 2013

AL PRINCIPIO DEL PRINCIPIO DIOS CREO LA MÚSICA


En casa tenemos una habitación convertida en zona “chill out”. Allí, Nora me sorprende escuchando música; concretamente polifonías de diversos coros europeos, americanos y africanos. Le sorprende el silencioso y necesario recogimiento con que escucho. A veces cierro los ojos para ser todo oído, nada más que oído, y sentir el mensaje y las caricias de la música a través de aquellas voces formidables. ¿Qué mensajes y qué caricias? Ante todo el mensaje de la cultura. Todos los pueblos cantan, todas las razas necesitan cantar de la misma forma que necesitan el lenguaje; y la música es un lenguaje. Cada raza y cada pueblo conforman las voces a su manera, siendo todas válidas, y cantan, cuentan, la historia de su cultura. En este punto son muy interesantes los coros americanos, porque son un crisol de razas y culturas y también las africanas, tan distintas a nuestras voces y con historias musicales tan distintas a las nuestras.
Viéndome tan abstraído, Nora esperó pacientemente, acostada a mi lado y en silencio, a que acabara de escuchar. Luego me miró fijamente y me dijo que se había sentido sorprendida por aquellas voces y que había sentido cosas agradables mientras escuchaba. A veces le compungían el corazón, otras la alegraban hasta el punto de necesitar bailar, saltar o correr de pura alegría. Me dijo que la música le había transmitido muchos y variados sentimientos y que le había contado historias. Ha sido un viaje interesante, me comentó.  
― ¿Cómo y cuándo se inventó la música? ―fue la pregunta inmediata.
―Veras, Nora; la música es una necesidad. Es un lenguaje universal tan maravilloso y sugerente, tan directo y sutil, que solo cabe una explicación, que Dios la hiciera directamente. Así creo yo que sucedió:
En el principio creó Dios la música. Esta, y no otra, fue la verdadera creación. A Dios nada le hacía falta: ni el espacio, ni el tiempo, ni la energía, ni materia alguna… Nada. Pero creó la música como expresión de su propia voz. Y le gustó oírse. Dios era melómano. Pensó luego que tal vez su voz necesitase de otros sonidos de acompañamiento, y así comenzó a experimentar creando los ecos lejanos y sonidos extraños provenientes del espacio profundo, graves y agudos, percusión en forma de explosiones estelares y silencios sobrecogedores… Y de ahí viene la posterior “orquesta” creada para hacer estos efectos especiales. Esa “orquesta “es la creación de la que habla la Biblia. Pero ya ves que omite el origen del origen. La necesidad primigenia fue la música.
Pero no acaba ahí la cosa. Según se le fue complicando la orquesta llegó al final a la conclusión de que debería someter los sonidos a su voluntad, producir sonidos nuevos e incluso componerlos, y así siguió experimentando Dios con la naturaleza. Y creo el sonido del viento y de la lluvia, del relámpago y el trueno, el grave profundo del temblor de tierra, el murmullo del agua en los ríos, de la estrepitosa cascada, el batir de las olas del mar, el zumbido de la abeja, el eco lejano… Y le gustó tanto la innovación que siguió experimentando con la voz de los animales. Y creó el rugido del león, el cantar del grillo, el balido de la oveja, el mugido de los rumiantes, el piar de los pájaros y de todas las aves y animales acuáticos y terrestres. Cada uno con su sonido los creó. Y aquella orgía de sonidos le pareció fantástica. La más impresionante orquesta jamás creada.
Pero le faltó algo más. Quería que la orquesta tocase por sí misma. Que alguien se encargase de ella, de hacerla sonar, de inventar nuevos sonidos, de unirlos entre ellos y construir lenguajes musicales que contaran la maravilla de la creación. Y así surgió la necesidad de crear al hombre. Por eso su última obra fue el humano, al que Dios le concedió la inteligencia para cantar y componer y el más maravilloso don: su voz.
Recordarás Nora que la Biblia nos dice, y nos dice bien, que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. ¿A qué semejanza crees tú que se refiere? ¿Al aspecto físico? A la música, Nora.  Dios dio al humano la inteligencia, la sensibilidad y la voz para que creara la más versátil, la más expresiva, la más colorista, la más enérgica o la más dulce expresión de sonidos que pudieran inventarse. Y le dio la inteligencia para que construyera con esos sonidos lenguajes que pudieran contar historias. Dios hizo al hombre cantante y compositor. Y el hombre aprendió a controlar su voz; al principio imitando a los propios animales y a la naturaleza, pero luego el hombre se decidió a experimentar por sí mismo los infinitos caminos de la música. Así que Dios se hizo música para habitar entre nosotros.
Nada hay nada más estremecedor, o más terrible, o más conmovedor, o más sublime, o más placentero que una polifonía de voces humanas. No hay sonido más expresivo, ni instrumentos musical más completo y complejo. La voz humana lo puede decir todo, expresar todo. No tiene límites.
Esto viene a cuento Nora, porque hace unos días tuve la oportunidad de escuchar a uno de estos coros en Ávila.  Ágora, se llama. Su origen, Segovia.  Cerré los ojos para ser todo música, y dejarme atravesar el cuerpo y el alma por aquella maravilla de voces que me contaron de todo. Voces que me estremecieron al cantar alabanzas a Dios o la Virgen (no importa ser creyente o no). Voces que me elevaron por encima de mi humanidad tan a nivel de suelo. Me estremecí con los silencios, con los prolongados y disminuyentes sonidos, tan pianísimos que quedaban suspendidos en el aire como un eco persistente y cada vez más lejano, atrapados en las manos de su directora hasta que esta se decidía a hacerlos desaparecer como átomos de aire en el aire. Porque es una mujer quien domina los hilos de ese coro y lo lleva a expresar los sentimientos más dispares, pero siempre hermosos e intensos. ¿No serán los directores de coro los auténticos sacerdotes de Dios?
En la primera parte la música religiosa te acercaba a Dios o… al misterio del mismo y culminó con un maravilloso “O magnum mysterium”, donde no tuve más remedio que cerrar los ojos y, no sé por qué pero me introdujo en el universo, y contemplé las estrellas, las nebulosas, los planetas, los cúmulos y galaxias… La creación.  Realmente un magno misterio.
En la segunda parte, una serie de tangos, versionados todos ellos en polifonía, resultaron un maravilloso baño de ritmos, de harmonías (me gusta con h), de palabras de alegría, tristeza, amor… Un acercamiento al sentir más humano, pues la música llega a todas partes.
Fue una magnífica sesión, en la que el espíritu hizo un recorrido por todas las sensaciones, las emociones humanas y, a modo de catarsis, al cabo de ellas, uno se encuentra en paz consigo mismo y da gracias por haberlo podido sentir.

Nora me sonrió como ella sabe hacer, moviendo el rabo, y me dijo que estaba conmigo y creía en cuanto le había dicho. Y repitió:
“Al principio del principio, Dios creó la música.”


                                                                   Fin



viernes, 7 de junio de 2013

EUTANASIANDO, QUE ES GERUNDIO






Hay días en que la guerra por la vida se vive de manera gloriosa y está uno dispuesto a colgarse euforizantes medallas  y a sentirse un ganador.  Otras, en cambio, es como una penosa y triste retirada, como aquella de los soldados de Napoleón a través de las inmensas y heladas llanuras rusas. Son esos días en que la vida te aconseja que aligeres tu equipaje, que el General Invierno se adueña de todo. Y comienza la catarsis. Y se hace uno la pregunta:

-¿Para qué cogno quiero yo tantas cosas? A ver, ¿tanta ropa para qué? 

Entonces hay que dar un paso al frente y acometer el sacrificio de desprenderse de parte de la vida, que ya te ha servido, y servido bien, y eutanasiarla.  No se asusten. Me refiero a ropa, ya saben, camisas, y esas cosas.

Tengo camisas tan viejas que aparecen en fotografías de hace años, cuando mis seres más queridos aun vivían, y aparezco en las fotos con la misma camisa, pero en joven. Y con pelo. Qué guay. Y la camisa sigue ahí, igualita que entonces, después de no sé cuantas horas más de vuelo. Chapó al Corte Inglés, cuyas camisas soportan el paso del tiempo como nunca he visto en otras. Está claro, lo barato sale caro a la larga. Más vale poco y bueno que mucho y malo. Lo agradecen los armarios, el espacio… y tu propia existencia, que tiene donde elegir con suficiente margen y no se pierde en fruslerías y vaguedades.  Todo lo demás es superfluo, equipaje inútil que impide movimientos, ya sean de avance o de retirada en la vida, que de todo hay en la guerra.

Nora y yo decidimos hacer un día de ‘armarios abiertos’ y darle a la ropitas el aire que necesitan, e ir eligiendo una por una cuáles van a ser eutanasiadas y cuáles no. Aparecen así cuellos raidos, puños en huida de la tela madre, botones huérfanos, ojales viudos… telas “vintage”, pantalones de tallas ya imposibles, calcetines desparejados, pañuelos casi transparentes… Nora y yo hacemos un montón con la ropa que vamos a eutanasiar.

Ustedes se preguntarán por qué llamamos eutanasiar. Bueno, le vamos a dar pasaporte. Pero no cualquier pasaporte. Somos raritos y trascendentes y estas ropas merecen un respeto.
Lo suyo sería, puesto que han servido heroicamente en la vida, darles una muerte también heroica. Y ponerles en una balsa de madera, prendida toda de fuego, y dejar que se adentre en el mar, como los vikingos. Pero nos tememos que sería muy aparatoso. No obstante, no son prendas que haya que echar a la basura. Tienen su dignidad y su historia y hay que tratarlas con el respeto que se merecen. Muchas de ellas aparecen en las fotos de la vida, y nos han acompañado en momentos felices, o trágicos, pero siempre intensos.

Nora me mira, cada vez que cojo una camisa, la huelo, la miro y remiro, me entretengo unos instantes en recordar los momentos que la he llevado puesta. Ah, esta la compré para la boda… y esta me la regaló… y aquella era muy cómoda, y esa de allá era estupenda porque me sentaba… uy, como me sentaba.
Pequeños ladridos de aprobación cuando al fin me decido a desprenderme de ella y echarla al montón. Y así poco a poco va creciendo y el armario va cobrando nueva vida, y las prendas que quedan se las ve respirar aire mejor. Es el signo de la existencia. Unos se van, para que otros se queden… un rato.

-Y ahora Nora, viene la ceremonia.

Ponemos toda la ropa en un trozo de sábana vieja, le hacemos un nudo y al atardecer, cuando ya las sombras nos esconden, nos decidimos a salir a pasear con nuestro particular equipaje. En la mano una pala pequeña, de esas que llevan una rueda y convierten la pala en una azada. Son recuerdos de tiempos de juventud, cuando uno practicaba montañismo, espeleología y esas cosas. Ahora sirve como pala enterradora.

En el enorme descampado donde solemos ir a pasear, entre conejos, arbustos, tomillos y  matorrales, nos detenemos. Nora, seria y circunspecta como soldado que hace los honores, contempla como sobre un montículo de tierra blanda y suelta, donde los conejos suelen acercarse a hacer agujeros, cabo una suficiente oquedad y allí, comprimido, entierro el bulto de indumentaria histórica. A toda prisa cumplo con el sepelio de la cosa, esparzo por encima matorrales y cacas de conejos y luego, Nora y yo nos quedamos en silencio, contemplando en la oscuridad  el túmulo. Sobre nuestras cabezas, un techo de estrellas. Entonces saco de mi bolsillo una armónica y suenan los compases del  “toque del silencio”. Entre el respeto y la emoción, un nudo nos ahoga las gargantas. Cuánta vida, cuánta historia yace en aquel lugar. Tres piedras, una sobre otra, señalan el sitio. Tres piedras como otras cualquiera. Nadie las verá extrañas; sin embargo, para nosotros aquel lugar será ya el cementerio de nuestro pasado.
Nora alza el hocico, huele el viento, y pareciera querer oler el último aire que desprendan las ropas y guardarlo en su memoria.

En silencio volvemos a casa. No estamos tristes, pero tampoco contentos. Hemos cumplido con el propósito de eutanasiar a quiénes en realidad ya estaban muertos. Pero nos queda la grave responsabilidad de vivir nuestras vidas siguiendo su ejemplo.

Como decía Miguel Delibes: “Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.”


FIN