―Tulipán Negro llamando a Tulipán Rojo.
Tulipán Rojo, conteste. Cambio.
Pirriu churrii, pipi, ripriprip vejjjjj…
―Aquí Tulipán Rojo. Hable Tulipán negro.
Cambio.
―Los campos de castilla se han cubierto
de amapolas. Cambio.
―¿Muchas amapolas Tulipán Negro? Cambio.
―En el campo seis un 25%. En el campo 7
un 32%. Cambio.
―Las tormentas de verano son fuertes.
Cambio.
―Y la sobrasada mallorquina es buena para
comer, pero no adorna las cabezas de los corderos. Cambio.
―¿Y el resto de los campos, Tulipán
Negro? Cambio.
―En los demás campos hay flores malvas,
verdes, blancas… Cambio.
―Ok, Ok. Recibido. Corto y cierro Tulipán
negro.
Pirriu churrii, pipi, ripriprip vejjjjj…
Jajaja. Y ustedes se preguntarán a qué
santo viene este lenguaje chungo-críptico. Ya saben, es el lenguaje que en las
películas oímos a los soldados y espías cuando hablan en clave. El enemigo no
debe entender nada.
Si tradujéramos la humorada anterior a
lenguaje de la calle diríamos:
―Oye Luis, que tal han ido los exámenes
finales de este año en tu comunidad?
―En nuestra Comunidad han suspendido un
25 por ciento en materias no fundamentales y un 32 en las clásicas. Ya sabes:
Lengua, mates…
―Esto nos dará una reprimenda por parte
de las autoridades educativas.
―Sí, pero no estudian. Tampoco vamos a
regalar.
―¿Y en las demás comunidades?
―Hay de todo. Bajando exigencias,
recomponiendo objetivos y demás se llega
a aprobar con diversidad de méritos.
Hasta aquí la cosa.
Pues por este camino vamos, estimados
leyentes. Si en anteriores exposiciones
hemos tratado el tema de los profes, atados de pies y manos por las normas y el
excesivo papeleo y burocracia, ahora llega… ¡tachaaaaannnn…! ¡¡La protección de
datos!! Fina y severa cosa es esta.
Un amigo que trabaja en el asunto recibió
la visita de una experta en estas cuestiones. La señora en cuestión acojonó a
todos los compañeros con una estudiada exposición de la importancia de la
protección de datos del alumno hasta extremo compulsivo. Por supuesto también
para esto hay auditores, no crean, y compañías dedicadas a la cosa. Ea. Que no
nos farte de ná.
Aaayyy… profes profes… No tenían bastante con un plato y ahora se
comen dos. Y la casa sin barrer. No queda tiempo para atender a los alumnos,
porque su cabeza tiene que estar en tantos frentes, que no hay cabeza para
tanto. Divide y… perderás, dijo Chu-la-pín, discípulo de Confucio. Yo
directamente propongo que los profes se marchen todos y, en su lugar, los coles
se llenen de ordenadores que se encarguen de todo. Otro día nos extenderemos en
esta idea sustanciosa y feliz que es la solución a todos los problemas. Pero
ahora volvamos a lamernos las heridas.
Resulta, amable lector, que los profes ya
no pueden llevar escritos en sus cuadernos los nombres y apellidos de los alumnos,
con sus anotaciones, calificaciones, etc. Por… ¿y si se pierde? ¿Eh? Aaahhh…
Alguien puede cogerlos, y enterarse de la vida y milagros de los niños, y
denunciarlo en el Sálvame de Luxe o cosas así. O, el más astuto, denunciarlo directamente
a la oficina estatal correspondiente y caerle al cole una multa de tres pares.
Socorro, huyamos por la derecha, decía
el león Melquíades. O por la izquierda,
pero huyamos.
Ya no pueden las profes de infantil hacer
fotos a sus niños, ni el clásico video del curso con todos sus compañeros… Ni
fotos en las excursiones… Ni en los periódicos escolares…
De internet ya ni hablar.
Los profes, en sus reuniones deben
referirse a los niños con un código, o un número, o las siglas de su nombre y
apellidos. O todo lo más con el nombre, a secas. Punto.
Si te reúnes con unos padres debes dejar
escrito los temas que habéis hablado y los acuerdos a los que habéis llegado.
Todo esto firmado, original y copia. Jeje.
Si algún padre o madre de familia
desestructurada te llama por teléfono y te pide algo… naranjas de la china. Por
escrito, por favor. Pasará el susodicho papelo a las altas autoridades del cole
y, si viene a bien, se le entregará por escrito con el santo y seña, rúbrica,
sello real y las bendiciones oportunas.
Los/las orientadoras/es, psicólogos/as
están especialmente atrapados en la red. Como verdaderos comandos de la CIA,
deben poner todos sus informes, reuniones, etc., en lenguaje críptico, y
guardados a buen recaudo bajo códigos secretos en ordenadores o lápices de
memoria. La escuela no enseñará, pero emocionante… está a tope. Uno ya no será profe, sino
espía. Si un compañero te mira mal, sospecha. Y si te mira bien, sospecha más.
Ojo con las conversaciones de recreo, en el café y esas cosas. El tiempo, ese
gran tema de ascensores, es lo más socorrido. Los profes ya no tendrán nombre,
porque se supone que también ellos estarán protegidos por el sistema de
protección de datos. Nada de hablar con padres por internet, chico malo. Los
profes serán H23, J15, B 30. Hundido.
Los ordenadores, lápices de memoria, etc.,
todos deben llevar su código personal para entrar, por si se pierden o los
roban que no pueda leerse el gravísimo contenido y no nos pase lo que el
chivato ese de la CIA que va por ahí pidiendo quien le cobije. Aaahhh, amigo,
habértelo pensado antes.
Antaño, estos problemas no existían. Se
confiaba en el buen sentido común de los maestros, en su profesionalidad. Como
la confesión en los curas o el juramento hipocrático de los médicos. Y estaba
todo resuelto. A fin de cuentas el trabajo del maestro consistía en una buena
dosis de paciencia y mucho sentido común. Y quieren sustituir eso por un
control de plagas contra chivatos y denunciadores… Oh, la la, que vida esta mon
amour…
Así que todo consiste en crear problemas
donde no los había, dar trabajo a los profes porque no hacen suficiente. No es
bastante con explicar, preparar lecciones, motivar, convivir, aconsejar,
acompañar en el camino de la maduración personal, corregir, insistir,
calificar, educar… Eso, es tan poca cosa, que debemos darle a los profes un
trabajito extra: burocracia, cuanta más mejor, y ahora… un nuevo motivo, un
nuevo peso a sus espaldas.
El que esto escribe recuerda sus años en
la mili. Maniobras de invierno en la sierra de Madrid. Los jefes en una colina,
sobre un mapa, discutiendo si galgos o podencos. Los soldaditos echados en el
suelo al pie de la colina y frente a otra, cargados a tope. Casco de hierro,
abrigo, ropas de abrigo, guantes, botas, mochila cargada con todo lo
inimaginable, armamento (ametralladora MG 42, 15 Kilos), cinturones y
cartucheras llenas de balas… Al rato de estar acostados achicharrándonos al sol
suena un silbato y una voz… ¡al ataque…! Ja. Al ataque. No estábamos preparados
para correr. Demasiado peso llevábamos los infantes. No había quien pudiera correr.
Se caían las mochilas, se perdían las cantimploras, las latas de sardinas del ejército…
En fin. Menos mal que no había enemigo, porque con una escopeta de perdigones nos
aniquila a todos. Demasiado equipaje. No hay cintura, no hay agilidad, no hay
disposición. Solo una cruz a cuestas que has de llevar hasta que el enemigo te
pegue un tiro y tú puedas decir… “al fin… ya estoy muerto. Qué descanso.”
Mucho equipaje se le echa encima al
maestro. Nadie viene a aliviar su carga, sino a cargarle más. Luego viene el
informe PISA y dice que los alumnos españoles no saben. Y hay montones de
listos que piensan que… hay que atar más corto a los profes, que seguro que no
hacen las cosas bien. Pues si alguien llega al final de la carrera, yo les
aseguro que no es por el plan de estudios, sino por el esfuerzo del profe. Los
alumnos aprenden gracias al profe y a pesar de los planes de estudios y de
todos los inconvenientes que aparecen en su camino.
Ya no hay cole. Es el pentágono,
señores. Ya no hay profes. Son agentes
de la CIA. Todos deberíamos llevar un código de barras en… en alguna
parte. Y hablarnos con lenguaje
gilipóllico-crítpico, como al principio del escrito.
El profe del que les hablé propuso en su
cole que ya no sonara música clásica en las entradas y salidas de los
niños; que fuera de las películas de
007, para así estar en el ambiente.
En fin. La escuela de hoy en la España de
hoy. Entre todos la mataron y ella sola se murió.
Me pido ser James Bond. O eL Super Agente
86.
FIN