martes, 9 de julio de 2013

NORA EN... ¿COLES Y PROFES O PENTÁGONO Y CIA?


―Tulipán Negro llamando a Tulipán Rojo. Tulipán Rojo, conteste. Cambio.
Pirriu churrii, pipi, ripriprip vejjjjj…
―Aquí Tulipán Rojo. Hable Tulipán negro. Cambio.
―Los campos de castilla se han cubierto de amapolas. Cambio.
―¿Muchas amapolas Tulipán Negro? Cambio.
―En el campo seis un 25%. En el campo 7 un 32%. Cambio.
―Las tormentas de verano son fuertes. Cambio.
―Y la sobrasada mallorquina es buena para comer, pero no adorna las cabezas de los corderos. Cambio.
―¿Y el resto de los campos, Tulipán Negro? Cambio.
―En los demás campos hay flores malvas, verdes, blancas… Cambio.
―Ok, Ok. Recibido. Corto y cierro Tulipán negro.
Pirriu churrii, pipi, ripriprip vejjjjj…
Jajaja. Y ustedes se preguntarán a qué santo viene este lenguaje chungo-críptico. Ya saben, es el lenguaje que en las películas oímos a los soldados y espías cuando hablan en clave. El enemigo no debe entender nada.
Si tradujéramos la humorada anterior a lenguaje de la calle diríamos:
―Oye Luis, que tal han ido los exámenes finales de este año en tu comunidad?
―En nuestra Comunidad han suspendido un 25 por ciento en materias no fundamentales y un 32 en las clásicas. Ya sabes: Lengua, mates…
―Esto nos dará una reprimenda por parte de las autoridades educativas.
―Sí, pero no estudian. Tampoco vamos a regalar.
―¿Y en las demás comunidades?
―Hay de todo. Bajando exigencias, recomponiendo objetivos  y demás se llega a aprobar con diversidad de méritos.
Hasta aquí la cosa.
Pues por este camino vamos, estimados leyentes. Si en anteriores  exposiciones hemos tratado el tema de los profes, atados de pies y manos por las normas y el excesivo papeleo y burocracia, ahora llega… ¡tachaaaaannnn…! ¡¡La protección de datos!! Fina y severa cosa es esta.
Un amigo que trabaja en el asunto recibió la visita de una experta en estas cuestiones. La señora en cuestión acojonó a todos los compañeros con una estudiada exposición de la importancia de la protección de datos del alumno hasta extremo compulsivo. Por supuesto también para esto hay auditores, no crean, y compañías dedicadas a la cosa. Ea. Que no nos farte de ná.
Aaayyy… profes profes…  No tenían bastante con un plato y ahora se comen dos. Y la casa sin barrer. No queda tiempo para atender a los alumnos, porque su cabeza tiene que estar en tantos frentes, que no hay cabeza para tanto. Divide y… perderás, dijo Chu-la-pín, discípulo de Confucio. Yo directamente propongo que los profes se marchen todos y, en su lugar, los coles se llenen de ordenadores que se encarguen de todo. Otro día nos extenderemos en esta idea sustanciosa y feliz que es la solución a todos los problemas. Pero ahora volvamos a lamernos las heridas.
Resulta, amable lector, que los profes ya no pueden llevar escritos en sus cuadernos los nombres y apellidos de los alumnos, con sus anotaciones, calificaciones, etc. Por… ¿y si se pierde? ¿Eh? Aaahhh… Alguien puede cogerlos, y enterarse de la vida y milagros de los niños, y denunciarlo en el Sálvame de Luxe o cosas así. O, el más astuto, denunciarlo directamente a la oficina estatal correspondiente y caerle al cole una multa de tres pares.
Socorro, huyamos por la derecha, decía el  león Melquíades. O por la izquierda, pero huyamos.
Ya no pueden las profes de infantil hacer fotos a sus niños, ni el clásico video del curso con todos sus compañeros… Ni fotos en las excursiones… Ni en los periódicos escolares…
De internet ya ni hablar.
Los profes, en sus reuniones deben referirse a los niños con un código, o un número, o las siglas de su nombre y apellidos. O todo lo más con el nombre, a secas. Punto.
Si te reúnes con unos padres debes dejar escrito los temas que habéis hablado y los acuerdos a los que habéis llegado. Todo esto firmado, original y copia. Jeje.
Si algún padre o madre de familia desestructurada te llama por teléfono y te pide algo… naranjas de la china. Por escrito, por favor. Pasará el susodicho papelo a las altas autoridades del cole y, si viene a bien, se le entregará por escrito con el santo y seña, rúbrica, sello real y las bendiciones oportunas.
Los/las orientadoras/es, psicólogos/as están especialmente atrapados en la red. Como verdaderos comandos de la CIA, deben poner todos sus informes, reuniones, etc., en lenguaje críptico, y guardados a buen recaudo bajo códigos secretos en ordenadores o lápices de memoria. La escuela no enseñará, pero emocionante…  está a tope. Uno ya no será profe, sino espía. Si un compañero te mira mal, sospecha. Y si te mira bien, sospecha más. Ojo con las conversaciones de recreo, en el café y esas cosas. El tiempo, ese gran tema de ascensores, es lo más socorrido. Los profes ya no tendrán nombre, porque se supone que también ellos estarán protegidos por el sistema de protección de datos. Nada de hablar con padres por internet, chico malo. Los profes serán H23, J15, B 30. Hundido.
Los ordenadores, lápices de memoria, etc., todos deben llevar su código personal para entrar, por si se pierden o los roban que no pueda leerse el gravísimo contenido y no nos pase lo que el chivato ese de la CIA que va por ahí pidiendo quien le cobije. Aaahhh, amigo, habértelo pensado antes.
Antaño, estos problemas no existían. Se confiaba en el buen sentido común de los maestros, en su profesionalidad. Como la confesión en los curas o el juramento hipocrático de los médicos. Y estaba todo resuelto. A fin de cuentas el trabajo del maestro consistía en una buena dosis de paciencia y mucho sentido común. Y quieren sustituir eso por un control de plagas contra chivatos y denunciadores… Oh, la la, que vida esta mon amour…
Así que todo consiste en crear problemas donde no los había, dar trabajo a los profes porque no hacen suficiente. No es bastante con explicar, preparar lecciones, motivar, convivir, aconsejar, acompañar en el camino de la maduración personal, corregir, insistir, calificar, educar… Eso, es tan poca cosa, que debemos darle a los profes un trabajito extra: burocracia, cuanta más mejor, y ahora… un nuevo motivo, un nuevo peso a sus espaldas.
El que esto escribe recuerda sus años en la mili. Maniobras de invierno en la sierra de Madrid. Los jefes en una colina, sobre un mapa, discutiendo si galgos o podencos. Los soldaditos echados en el suelo al pie de la colina y frente a otra, cargados a tope. Casco de hierro, abrigo, ropas de abrigo, guantes, botas, mochila cargada con todo lo inimaginable, armamento (ametralladora MG 42, 15 Kilos), cinturones y cartucheras llenas de balas… Al rato de estar acostados achicharrándonos al sol suena un silbato y una voz… ¡al ataque…! Ja. Al ataque. No estábamos preparados para correr. Demasiado peso llevábamos los infantes. No había quien pudiera correr. Se caían las mochilas, se perdían las cantimploras, las latas de sardinas del ejército… En fin. Menos mal que no había enemigo, porque con una escopeta de perdigones nos aniquila a todos. Demasiado equipaje. No hay cintura, no hay agilidad, no hay disposición. Solo una cruz a cuestas que has de llevar hasta que el enemigo te pegue un tiro y tú puedas decir… “al fin… ya estoy muerto. Qué descanso.”
Mucho equipaje se le echa encima al maestro. Nadie viene a aliviar su carga, sino a cargarle más. Luego viene el informe PISA y dice que los alumnos españoles no saben. Y hay montones de listos que piensan que… hay que atar más corto a los profes, que seguro que no hacen las cosas bien. Pues si alguien llega al final de la carrera, yo les aseguro que no es por el plan de estudios, sino por el esfuerzo del profe. Los alumnos aprenden gracias al profe y a pesar de los planes de estudios y de todos los inconvenientes que aparecen en su camino.
Ya no hay cole. Es el pentágono, señores.  Ya no hay profes. Son agentes de la CIA. Todos deberíamos llevar un código de barras en… en alguna parte.  Y hablarnos con lenguaje gilipóllico-crítpico, como al principio del escrito.  
El profe del que les hablé propuso en su cole que ya no sonara música clásica en las entradas y salidas de los niños;  que fuera de las películas de 007, para así estar en el ambiente.
En fin. La escuela de hoy en la España de hoy. Entre todos la mataron y ella sola se murió.
Me pido ser James Bond. O eL Super Agente 86.

FIN

NORA Y EL ALMA DE LOS PERROS




Que los perros tienen  alma es una obviedad. Seres que se entregan, que aman a sus dueños y su familia hasta la muerte no pueden pasar por este mundo sin tener ese sello distintivo que separa lo humano de lo primitivo. No sé si una sardina, una ameba, un mejillón la tendrán, pero un perro sí. Un perro interactúa contigo. Se alegra cuando te alegras, se entristece cuando te entristeces. Te busca para besarte y a su manera decirte lo mucho que te quiere. Incondicionalmente, además. Otras mascotas están ahí, se dejan querer, acariciar, pero no pasan al siguiente nivel. Los perros  podrán ser individuos limitados en facultades intelectuales (lo mismo que muchos humanos), pero son seres trascendentes. No levantamos cementerios para enterrar pulgas, mosquitos, calamares o conejos. Pero sí para los perros, y su recuerdo permanece en nosotros durante toda la vida; y sus historias y fotos forman parte del anecdotario vital de la familia. Si no la tenían, ahora la tienen. Tal vez nosotros se la hemos dado. Ja, nosotros.
Las historias de perros que han salvado a personas, que se han dejado morir junto a la tumba de su dueño, que han hecho heroicidades mil… están ahí; son páginas escritas cada día pero que no trasformamos en noticia más que de vez en cuando. Estamos demasiado ocupados con nosotros mismos.  Los perros, protagonistas callados, no son tales hasta que nosotros no les damos entrada en el escenario de la  vida. Y ellos están ahí, callados, discretos, como esos notabilísimos actores secundarios capaces de hacernos creer a los actores principales, tantas veces anodinos. Qué sería de esos actores sin el apoyo de los secundarios. No serían personajes creíbles. La humanidad, la heroicidad, la pasión, el misterio, la bondad, la ternura, la dan los secundarios, esos profesionales que no alardean, que no salen en las fotos.
Si una persona quiere, desea irradiar una personalidad especial, ascender peldaños en el teatro de la vida, no tiene más que fotografiarse con un perro. Su perro. La foto de un perro con su dueño, enaltece al dueño, lo ennoblece, lo humaniza. Menos mal que los políticos no se han dado cuenta de esto y no salen en las fotos con sus perros. Pueden salir abrazando niños, estrechando manos humanas… Eso lo hace cualquiera. Pero estrechar contra tu pecho la cabeza noble de tu perro, cruzar tus ojos con los suyos en un gesto de complicidad llena de cariño… eso es una medalla en la vida que te convierte al instante en persona especial. Ya no eres un simple humano mortal.
Es estremecedor visitar una “perrera”. Los ojos llenos de ansiedad de los perros, cada uno con su historia de abandono, o maltrato, o de todo, se leen perfectamente en sus ojos.
¿Cómo es posible que una persona maltrate a un perro? Su perro, además. ¿Cómo es posible que lo abandone? Toda la vida del perro eres tú, somos nosotros. Tenemos que imaginarnos que un día nos quedamos sin casa, sin familia y sin amigos… Que ya no conoces a nadie y no sabes dónde estás. En un segundo todo tu mundo se viene abajo. Hay que tener… O no hay que tener. Desde luego humanidad no. No tener humanidad es lo más bajo que se puede ser en el escalafón de lo humano.
Hace unos días, paseando con Nora por los lugares habituales, llegó un coche negro, de esos pequeños. El coche se detuvo, bajó el dueño, que desde lejos no alcancé a verle ni la cara ni tampoco averiguar su edad. Abrió el portón trasero y bajaron dos perros grandes. Uno parecía pastor alemán, el otro igualmente grande, negro de raza indefinida. Pensé que los soltaba un rato para que jugaran libres. Y Los perros echaron a correr, alegres, comenzando el deporte preferido de los perros, oler. El sujeto en cuestión subió a su coche, lo puso en marcha y se marchó. Los perros ni siquiera se dieron cuenta. Pero yo sí. De pronto me sentí profundamente dolido y triste. Y me hice la pregunta:
― ¿Ellos le habrían abandonado?
Se marcharon, jugando, y no quise ver más. Nora y yo nos sentamos en un banquito, frente al mar. Ella enseguida se acuesta al amparo de mi sombra. Y pensé: ella bajo mi sombra, protegida por mí, y yo bajo la suya, protegida por su nobleza y cariño que me enriquecen como  persona. Ella es mi perro y yo soy su humano.
Gracias Nora, por ayudarme a ser humanamente mejor.