Tienen razón los vascos y catalanes. Hay que irse. Hay que volver a
los orígenes, a lo que siempre fuimos y a lo que nos gusta ser desde los
Neandertales hasta ahora.
Hemos dicho algunas veces que todos somos hijos de La Historia. Lo que
sucede es que nuestra Historia ha sido un poco… putilla. Entre unos y otros han
acabado por ponernos un yugo para, forzadamente, unirnos a un único destino,
cuando nuestra naturaleza es otra. Nada de un destino en lo universal. Y una
mierda. No ha nacido el hijo de mi madre para unir su destino con otros. Nada
de eso. Cada uno su destino y dios, o los dioses, en el de todos. Por cierto,
nada de Dios, que es uno y por tanto unificador. Dioses suena mejor, pero como
al fin toda agua desemboca en el mar deberíamos sustituir estas expresiones por
otras menos mediatizantes. Veamos por ejemplo… ¡Meteorito! Esa podría ser buena idea. Aunque… bien pensado tampoco, porque un meteorito es
una cosa. Y eso es unificar. Además se les pone nombre, es predecible… Se sabe
su trayecto e incluso se les fotografía. No bueno. ¡Polvo cósmico! Esa sí es
buena. El polvo cósmico está formado por trillones de partículas ínfimas que
pululan por el espacio infinito sin rumbo. ¡`Perfecto! Así pues desde hora
nuestra expresión favorita será esa. Polvo cósmico. Qué bien suena. Que
relajante. No es peligroso, ni aglutinador. Ya no eres ciudadano del mundo, sino del cosmos.
Pero volvamos a nuestro discurso principal, que no hay que despistarse
en los meandros del río, ni dejarse engañar por los verdes paisajes de los
numerosos afluentes de nuestra historia…
La cosa comenzó pues a fastidiarse con los cartagineses, que vinieron
aquí a tomar posiciones y con el ánimo de dar por el saco a los romanos. Pero
claro, nos dejaron la puerta abierta, y ahí comenzó todo. Antes, los fenicios y
los griegos habían venido por las buenas, en plan comercio, vacaciones y tal.
Pero estos no. Vinieron aquí para fortalecerse y disputarles a los romanos los
límites del mar. Esa fue la primera pedrada en nuestros cogotes morenos. Luego
vinieron los romanos, que después de darles pasaporte a los cartagineses,
dijeron aquello de… ya que estamos aquí, pues… nos lo quedamos. Y ala, aunque
les costó un montón, que ya se nos veía venir, los muy burros insistieron y nos
metieron a todos en el mismo saco, que es justamente lo que no queríamos. Y sí,
algunos por el norte les dieron la calda. Ya saben que los galos lo escriben
todo y se adueñan de todo, y así, se sabe que los famosos Astérix y Obélix en
realidad, eran vascos que se llamaban Chuknorrix y Biarrix, y que como buenos
nativos no querían estar en el mismo saco.
Después de una larga pasada por los romanos que nos unieron,
malamente, pero nos unieron, llegaron los bárbaros. Y hubo uno muy listo que se
llamó Recaredo que, viendo el panorama, pensó que todo aquel conglomerado de
gentes necesitaba un pegamento, porque no había Polvo Cósmico que lo pegara. La
religión. Y esa es otra de las potencias vivas que nos unen a la fuerza.
Un tiempillo después llegaron los moros, que cumplieron con nuestras
ansias de dispersión, y eso hicieron. Pero más tarde, un nuevo empeño, desde la
política y la religión, nos metieron de nuevo en ese saco común al que nadie
quería pertenecer: los Reyes Católicos. Nos unieron. Vaya si nos unieron. Y
desde ahí hasta ahora.
Así que todos estos son los culpables de que seamos una cosa, un destino
en lo universal. Cuando nosotros lo que queremos es ser distintos, ni juntos ni
revueltos.
¿Qué otra cosa? A ver… ¿Queremos ser tribu? Nada de nacionalistas
catalanes, vascos y demás, que esos son otros fachas unificadores. Queremos ir pueblo
a pueblo, barrio a barrio, calle por calle, casa por casa, persona a persona. Queremos
ser tribus… los que quieran serlo. Yo, mejor ni eso. Cada uno solito, que el
buey solo bien se lame. Cada humano una república. Hay que volver al trueque y
a viajar caminando. El mundo, ahora tan pequeño, se nos haría otra vez muy
grande. Como debe ser.
Yo es que no le veo más que ventajas a eso de ser libres,
independientes unos de otros. Y que desaparezcan ya de una vez esos nombres que
en la historia no nos han traído más que desgracias conjuntas. Nada de España.
Ni de Iberia. Nada de Tarraconense, Bética, y demás. Tampoco Edetanos, Contestanos,
Vetones, Celtas o Turdetanos. Creo que el gran nombre que nos define, ese que
encierra pero sin encerrar, que lo abarca todo sin abarcar nada, que dice de dónde
eres pero sin decir donde es.. Lío. Seeee… Un Lío… Somos un gran Lío… y que nadie
venga con su espada a cortarlo por lo sano.
Es fantástico ser Lío. Ni leyes, ni contribuciones, ni patriotismos, ni
ejércitos, ni pagos ni nada de nada. Todo el día haciendo lo que te salga de la
mandanga. Ya lo veo por Europa, esos Estados Acojonados Unidos: mira ese… es
Lío… ¡Que fuerte tío! Ni reconoce leyes, ni estados ni haciendas, ni hablas… ¿Ni hablas…? Nada. Unos hablan el “farfullo”,
y otros la “jerga”, pero entre ellos tampoco se entienden porque no les da la
gana. Pasan de tó. A la entrada del Lío, en la frontera nuestra, que ellos no
reconocen hay una frase esculpida en piedra, una especie de leyenda medieval
que dice: “Dejadme en paz”. Eso
para que nosotros le entandamos. Los de la jerga dice… Dehamne en pah. Y
los del farfullo farfullan… jammeenpá.
Así que buenas gentes, desterremos de nosotros esas expresiones que
desprestigian el Lio. No es un estado mental confuso, ni un hilo enredado, ni
un problema de difícil solución. Un Lio es un estado del alma, un estado
anímico, la pertenencia a un mundo que no es, donde no se es nada concreto y
por eso se es todo. Lo que a uno le de la gana. Libres al fin de todo y de
todos.
¡VIVA EL LíO!