jueves, 11 de diciembre de 2014

EL ARTE DE MENTIR

En un mundo donde las relaciones  entre la gente, estimulados por las redes sociales y los medios de comunicación, son tan poderosos e intensos, en ese mundo, digo, predomina como nunca la mentira como una forma natural de existencia. Desde luego que siempre se ha mentido. Apareció esto que llamamos homo sapiens, y nació la mentira. Porque la mentira es muy útil, tiene muchas aplicaciones. El hombre que se disfrazaba de ciervo, se movía como un ciervo y berreaba como un ciervo le permitía cazar ciervos.  Hoy se sigue usando la mentira en todas sus formas y de manera constante; tanto ya, que es materialmente imposible distinguir verdad y mentira. Y además van apareciendo formas nuevas. Por ejemplo en bancos, instituciones etc.  Allá donde pensábamos que la cosa era muy, muy, muy sería, y que no nos mentirían jamás, porque… cómo va a ser posible eso… pues nos han mentido muy, muy, muy mucho. Pienso en política y en religión. Y todo es política y todo es religión.
Son dos aspectos de la vida humana donde más y más fácilmente nos han mentido.  Desde políticos que gustaban contar su propia biografía, poniéndose por las nubes, claro, hasta quien hace desaparecer del mapa a cualquiera que le pueda hacer sombra en la historia, hasta quien nos roba porque lo público no es de nadie;  y también quien dice conocer a Dios tanto que se permite hablar en su nombre y contar todos los disparates posibles, y con pretexto de su favor especial y muy particular, nombrar reyes y emperadores o escribir leyes extrañas y contra natura. Y a ver quién es el guapo que no cree. Siempre hay, en política o en religión, una Inquisición dispuesta a castigar a los no creyentes.  
Es fácil y explicable que sea en política y religión donde más se mienta, por la sencilla razón de que ambas penetran mucho en el corazón, en los sentimientos de las gentes y poco en la razón. Pero si tuviésemos la posibilidad de pensar seriamente sobre asuntos religiosos y/o políticos, tantas veces de la mano, durante un buen rato, seguramente sentiríamos un escalofrío, una vergüenza que nos llevaría a huir de nosotros mismos, espantados por el ridículo, y nos invitaría a correr a refugiarnos en las cálidas y acogedoras aguas de la mentira. Nuestra madre acogedora.
  Vivir en la mentira es ya una necesidad. Es tan gorda la cosa, el montaje es tan soberbio, con tantas tradiciones que forman ya parte de nuestra cultura  que destruyéndolas nos destruiríamos a nosotros mismos. Mentir es ya tan necesario como respirar. Los humanos hemos construido un imperio mundial basado en la mentira. De ahí la necesidad de que sigamos en ello, porque de lo contrario el edificio podría caerse y sería peor. Por eso ahora… es incluso mucho más fácil, y ya nos colocan todas las facilidades para que desde bien pequeñitos practiquemos la mentira como una base normal, fundamental, de nuestra relación con los demás y la vida toda. Aprender a mentir es fundamental.
¡Es tan fácil!...  Según vamos tejiendo el intrincado mapa de las relaciones humanas, incrementado por los conocimientos científicos y tecnología, vamos también tejiendo, de forma paralela el mundo de la mentira pero ahora con bordados y puntillas. Incluso las verdades a medias, hay que recordar, son mentiras. Internet, por ejemplo, da muchísimas oportunidades de mentir, dado que el anonimato, o al menos el no verse las caras, no nos delata. Ya saben, a veces los ojos nos descubren. Pero ojos que no ven…
Es normal mentir en la biografía de uno mismo en internet. Incluso en el currículum lo hacen algunas personalidades políticas de alto rango. Sin ningún rubor. Cosa no increíble, porque desde siempre los altos cargos de la administración nos han mentido. Desde la prehistoria. De manera que cuando creíamos que la profusión de medios de comunicación nos iba a librar de ese componente maligno de la sangre, resulta que no ha hecho más que vacunarnos contra su dolor y hacernos adictos a ella.
Así que instalados en la mentira, no nos queda más remedio que mentir…. y   asumir las mentiras de los demás. El mundo es pues muy falso, una tramoya que esconde oscuros intereses, egoísmos increíbles y ansias de poder y control de los demás.
E aquí tres frases sobre la mentira que, bien meditadas, aclaran mucho la situación que producen:
-«Lo que más me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer más en ti.»  Friedrich Nietzsche.
-«El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.» Alexander Pope.
-«Con una mentira suele irse lejos, pero sin esperanzas de volver.» Proverbio judío.
Y así estamos, sin poder dar marcha atrás, inventando más y más mentiras para sostener el edificio cultural y sin posibilidad alguna de volver a creer en nada ni nadie.
En la nueva película de ciencia ficción posible,  Interstellar, magnífica, por cierto, la humanidad se ve en la necesidad de buscar otro planeta para que el homo sapiens no se extinga. Que la humanidad se salve, aunque sea en otro planeta, porque el lugar donde nació ya se ha hecho inhabitable. Lo que no cuenta la película es si el hombre viajará a otros planetas con su misma capacidad de mentir, de hacer el mal, de estafar y engañar. Entonces es más de lo mismo. Allí se podrá vivir, se construirá un nuevo mundo de mentiras, hasta que la nueva humanidad vuelva a joder el planeta y tenga que volver a buscar otro, y así no se sabe cuántos más. Todo, menos cambiar lo fundamental: la humanidad.
¿Pero… acaso podríamos vivir sin mentir? Sospecho que ya no seríamos nosotros. Sería otro ser. Tal vez esos extraños que aparecen en las películas, a veces con vestidos conventuales y voz pacífica y sabia. Esos seres para quienes la vida sigue siendo un misterio sin resolver, pero que más vale que no se resuelva antes que fabular principios extraños, ideas que llaman políticas, o convertidos en religiones extrañas, que solo buscan la manipulación y la uniformidad.

La mentira nos tiene encadenados a un mundo absurdo, donde creemos para sobrevivir, pero sabiendo todos que sólo la verdad nos hará libres. Pero da tanto miedo ser libre…

martes, 25 de noviembre de 2014

HISTORIAS DE HISPANIA

Ya se ha escrito en este blog. El problema de los independentistas catalanes (no confundir con los “catalanes”, ni con “Cataluña”, aunque ellos tienden a apoderarse de todo), son los celos de Madrid. Los independentistas catalanes quieren ser Madrid, en Cataluña. Es decir, Cataluñizar España. Porque ellos son tan maravillosos, son tan de primera línea, tan glamurosos, europeos y avanzados, tan la “locomotora que tira de España”, que no comprenden que tantos méritos y honores no se vean recompensados políticamente con más poder. Si fuera posible todo el poder. Que es inconcebible que la capital de España no sea Barcelona. Esa, y no otra, es la cuestión. Y por ahí van los tiros. Si el gobierno estuviera en Barcelona, si la capital de España fuera Barcelona, si el rey viviera en Barcelona, los independentistas catalanes serían más españoles que nadie, como lo han sido desde siempre. Y con ardor guerrero, además.
Hay un problema de celos, porque las cuentas no les salen. Eso de ser la locomotora y luego una segundona en política… no mola. Quieren poder político. Por eso últimamente ya hablan de cocapitalidad,  y que incluso alguna de las dos cámaras resida en Barcelona. Además, esa cocapitalidad con Madrid, les reportaría una confianza en los mercados, les daría un marchamo de calité, de segurité y fraternité, que les haría subir como la espuma en los rankings de aceptación y seguridad por los analistas económicos. O sea, dinero. El poder atrae el dinero y el dinero atrae al poder. Y ambas cosas van juntas. Por eso lo quieren ellos y por eso actúan así, los llamados independentistas,  que pasean por aquellas tierras  con la impunidad de los nobles y reyes antiguos.
El siguiente paso no sería la independencia, sino la capitalidad absoluta y cataluñizar España. Porque no se quieren marchar. Quieren gobernar. Porque España es su mercado natural. ¿Cómo van ellos a querer perder ese mercado? ¡La pela es la pela! ¿Cómo van a hacerse un hueco a estas alturas en el mundo económico? Es más fácil hacerse aquí con el poder político. Y ahí van.
Han aprovechado que el gobierno de Madrit es poco político y está afanado en otras cosas… Los impuestos, la economía, el paro… Y que sobre estas cosas ni sabe ni quiere saber. Parece que no hay políticos en el PP, y sin embargo todo es política. Qué extraños son.
¿Y cómo hemos llegado a esto en España? Pues los que entienden dicen, y no les falta razón, que, entre otras cosas,  España no tiene cultura nacional.  Lo dice el escritor gallego Suso de Toro. Y es cierto. La que hubo la destruyeron en la transición en ese empeño de destruir la “España de Franco”, considerado el mal de todos los males. Nos hemos preocupado muy mucho desde entonces en alabar y destacar las diferencias. Las lenguas, las costumbres, la televisiones regionales, etc. y no de aquello más general que nos une desde hace siglos. Nos hemos visto por la tele las fiestas de todos los pueblos, hasta las más simplonas. Y somos una de las naciones más antiguas de Europa. En los colegios, por ejemplo, se llega a estudiar el río que pasa por tu pueblo, aunque sea el Sequillo, en vez de estudiar las tres vertientes de la Península. Ya nadie sabe cuál es el rio más largo de España, o el más caudaloso, o los afluentes del Tajo.  Solo sabemos que el Sequillo no lleva agua pero se desborda cuando llueve mucho, porque en realidad es una rambla. Rambla que ha sustituido en la mente y el corazón al Duero, al Tajo, al Guadiana,  Ebro, Guadalquivir…
La cultura nacional es cosa que sí tienen el resto de países europeos. Francia, Alemania, Gran Bretaña, Suecia etc. Cualquier político, del partido que sea, desde la más izquierdosa de las izquierdas a la más derechosa de las derechas, es alemán, francés, sueco, italiano… y luego de la ideología que quieras. Allí, aunque con ideas diferentes, todo el mundo rema en la misma dirección. Y todos saben que son una comunidad, un país, una nación, una patria, una cultura. Aunque tenga diferencias, que siempre las hay, como en todas partes.
En cambio en España se ha favorecido mucho el conocimiento propio y el desconocimiento de los demás. Nos hemos ido convirtiendo en islas. España es ya un archipiélago. Una vez más nuestros políticos no han estado a la altura. Bueno sí, a su altura. A la que ellos querían. Por la torpeza de unos y el odio e insidia de otros. Ya decía Alfonso Guerra: «a España no la va a conocer ni la madre que la parió».  Y como ellos consideraban que Franco inventó España… pues había que destruir los cimientos. Europa, por ejemplo, ha sido es y será una  buena excusa. Diluirse en Europa es la mejor forma de que España vaya deshaciéndose poco a poco, como un azucarillo en el café. A eso añadimos los cambios culturales, alejados de la tradición, que se abrazan con pretexto de modernidad. Ejemplo la fiesta de Halloween. Y al mismo tiempo destruyendo las fiestas que nos definían tradicionalmente como pueblo ante los demás: los toros. En toda Sudamérica se celebran corridas de toros y en Francia también. Pero…
Todos estos cambios van produciéndose lenta pero inexorablemente, con pretexto de sustituir historias caducas, modernizar pensamientos retrógrados… Lo que hay detrás de todo eso ya sabemos lo que es. 
Y naturalmente esto no quiere decir que no hay que cambiar. Claro que sí. Pero los cambios deben venir de forma natural.  Como ha hecho siempre la vida. El turismo y el bikini han hecho más por modernizar España que otras muchas novedades artificiosas, que no buscan cambios, sino borrar la historia.

No nos extrañe pues que tengamos independentistas de todos los tamaños, colores y formas. Estaba previsto. Teníamos la ecuación X+ Y+ Z = E. Es decir: historia común, más costumbres comunes, más cultura común igual a España. Y ahora tenemos la ecuación X – Y – Z = 0. Es decir: historia común, menos costumbres comunes, menos cultura común igual a cero. Se veía venir y veremos más, mucho más.

domingo, 9 de noviembre de 2014

ESPAÑA EN LA ENCRUCIJADA

Que España era, y es, una encrucijada de caminos, lo ha demostrado la historia. La cantidad de pueblos que han pasado por aquí es extraordinaria y todos han dejado su huella. No hay más que ver un mapa del mundo y comprobar dónde está situada España: en el centro. Lo que no esperábamos los españoles era que esa particular situación, aparentemente ventajosa (seguramente para cualquier otro pueblo), nos sirviera para bien poco y sólo para situarnos una y otra vez, por nuestros propios méritos fuera del centro, e incluso, si pudiéramos, del mapa del mundo. Por nuestros propios meritos, repito. Aquí, cualquiera que maldiga, hablando, escribiendo o cinematografiando a España, la ridiculice, la maltrate o la escupa, entre nosotros, digo, es tomado en seguida por sabio, ponderado, liberal, liberador, libertador y no sé cuantas cosas más, todas buenas y positivas. Y legión de seguidores dispuestos a repetir la hazaña, al instante. Y así siempre. Con esos mimbres, tejer una cesta es difícil, o imposible. Llega un momento en que ya no da más de sí. Se llega a una encrucijada. O la acabas, o acabas con ella. La encrucijada llegó.
Llegó, tal vez cuando menos se le esperaba, pero la encrucijada ya está aquí. Tenía que venir dado el cariz que tomaban las cosas:
-Exceso de política, falta de democracia, demagogia, populismo, cobardía, personalismos, exceso de dominio mediático por parte de ideologías, exceso de dominio de iglesia católica, independentismos, picaresca, falta de educación, incultura generalizada, falta de honradez, no justicia, codicia, envidia, egoísmos, etc. etc.
Que los peores enemigos de España y los españoles somos nosotros mismos no le cabe duda a nadie. No hay mayor enemigo, ni más encarnizado, ni más persistente que nosotros mismos. Llevamos persiguiéndonos y derrotándonos siglos y siglos. Vamos a reírnos de las derrotas famosas: Trafalgar, la Invencible, la pérdida del imperio, las colonias y demás. Batallitas. Solo hemos perdido batallitas. La gran guerra la hemos tenido siempre aquí y hemos sido nosotros contra nosotros y el resultado no puede ser otro más que la derrota. Una y otra vez. Si por un tiempo se vislumbra el horizonte… no tardamos en cargarnos la visión con toda la carga de nuestra historia fantaseada y traicionada, traída hasta el presente para confusión eterna. Y si alguien pudiera destacar en algún sospecho progreso, a ojos de los adversarios políticos, hay que destrozarlo cada día, ridiculizarlo y maldecirlo, para que no cale en la gente, en la memoria social, que España pueda tener arreglo. Y menos que venga de fulano o mengano. España no tiene arreglo. Si acaso otra: llámese entonces Conjunto de Países Ibéricos. CPI.  O Jamón Ibérico. Pero imagino que gente habrá que ni siquiera lo de Ibérico le huela bien. De modo que nos dan la historia que quieren inventándosela, y haciéndonos a todos extraños unos de otros como recién llegados a este mundo. Poco a poco vamos siendo gente sin historia, sin presente, sin futuro y, si hubiera menester, hasta sin sombra.  No se quiere. Nosotros no queremos. Y los que nos manejan están felices de esa situación. Véanse nuestros políticos. Todos.
¿Qué se puede decir de un país cuyos hijos han aprendido a odiarla desde pequeños? Aprender a odiar a España ha sido el pasatiempo favorito de los institutos y universidades desde que en España se instauró la educación pública. Aún recuerdo a los profesores de historia poniendo a parir a los llamados Reyes Católicos, porque se les supone el origen de la maldita España, que luego recoge y continua Franco, por lo visto el sucesor. Menudo salto. Franco, el sucesor de aquellos reyes nefastos, ese monstruoso dictador con el que España, extrañamente, prosperó más que nunca, al decir de entendidos, es el monstruo alentador de odios contra España más grande de la historia moderna. No se acuerda tanto la gente de Stalin, Hitler y gente así, como aquí de Franco.  Extraño dictador. Que lo fue. Pero extraño.
Que si la reina Isabel, decían, era una cochina y no se cambiaba de camiseta hasta que Granada no fuera cristiana. Y cosas así de peregrinas.  Acuérdense de la historia negra de España, la Santa Inquisición, que llamaban… Todo agrandado por los de siempre con el propósito de siempre. Como si en Inglaterra, Francia y demás países de Europa no hubiese habido inquisidores, quemado en la hoguera y hechas cosas terribles hasta épocas recientes. Parece que no tan malas como las de aquí. Si los ingleses colonizan América y acaban casi con los indios, no ocurre nada. Ningún inglés va por ahí contando lo malos que fueron sus antepasados. Pero si los españoles descubren y conquistan América, las historias sobre el desastre, las injusticias y crímenes corren como la pólvora. Disparates así, en un país de incultos eran, son, el pan nuestro de cada día. Y adivinen de dónde salen esas historias negras. Adivinen. Al resto de países se lo pusimos fácil. Y ellos no hacen más que recoger lo que nosotros producimos. ¿Cómo voy yo a respetar la casa de mi vecino si él es el primero en cagarse en ella? Así, los innumerables personajes (que hay muchos) que intentaron engrandecer España, y lo hicieron han sido borrados de la memoria histórica. Ningún españolito recuerda nada. Los niños desconocen su historia y sus héroes. La amnesia es general. No conviene darle a España grandezas.
Ahora nos vemos en una nueva situación, alimentada por decenios de pésimos políticos, que faltos de la grandeza y la cultura, por no decir del amor a su patria (suena hasta cursi), han provocado la aparición de locos excesivos, que huyen, como no, de España, bien para estar solos, bien para volver a ella como los parientes ricos vuelven al pueblo, distinguidos y diferentes. España es la historia del desencuentro permanente.
Una encrucijada, digo. ¿Qué camino tomar? ¿O acaso es mejor el suicidio colectivo?
Mientras nosotros tratamos de destruirnos una y otra vez, nuestros niños siguen odiando España, aprendiendo a odiar España. Y los políticos mirando para otro lado. Nadie que ponga freno a esto. Se perdió la grandeza, la generosidad, el concepto de patria. Y el amor a España suena a rancio. La patria común es una idea nefasta. Una grave encrucijada.
Una frase: «España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido.»
 Bismarck
Pero ahora parece que llevamos mejor camino. Cosas de la vida moderna; que grandes personajes no lo consiguieran, y que personajillos sin chicha ni limoná lleguen a donde han llegado… ya es todo un paso al frente importante.
Nos quedan dos pelás para ser ciudadanos… galácticos, porque ya estamos casi fuera del mapa del mundo, nuestro mundo.

Una muestra: http://gaceta.es/entrevistas/desastre-gran-armada-grave-07112014-1151


martes, 4 de noviembre de 2014

TÉ, ESCUELA Y TECNOLOGÍA

He hecho una visita a mi amigo el maestro. Válgame dios, si lo sé no vengo, como decía el cómico. La casa de mi amigo es un remanso de paz, solo roto por los vecinos pesados que cortan sus céspedes, o el que hace bricolaje en la terraza de su casa sin importar una higa el ruido que pueda hacer. O sea, es un remanso pero menos. Al menos lo suficiente para que mi amigo deje escapar el vapor de la presión acumulada por años de colegio. Menos mal que la ceremonia del té, aunque sea a las cinco y media, nos reconcilia con la civilización. Estas costumbres inglesas, que nos parecen tan ñoñas y teatrales, en realidad dan un cierto orden a la vida y, bien hechas, son causa de buenas relaciones y agradables charlas. A mi amigo se las recomendó un psicólogo. El té de las cinco lo hace él un poco después, pero sigue las normas a rajatabla. Y le va bien. El espíritu se le serena, el alma se le esponja y de la mente surgen ideas que dan pie a desarrollar la fluidez verbal, tan necesaria para él.  Hoy, como no, la conversación, casi monólogo, porque el necesitado de hablar es él y no yo, transcurre por las nuevas tecnologías que «amenazan», según sus palabras, a la escuela. Y cuenta:

«Cuando no se sabe muy bien por dónde echar, aparecen como una novedad, dispuestas a solucionarlo todo, las nuevas tecnologías. Cualquier cosa que delante lleve la palabra «nuevo» se convierte en magia pura, oye. Y así, hay personas, siempre desde despachos, que quieren descubrir una y otra vez el Mediterráneo, simplemente mirándolo desde ángulos distintos, poniéndole la etiqueta de «nuevo» para que cuele bien. Y el mar ya estaba ahí, no digo que inmutable, pero siendo él mismo desde hace millones de años.»  —Yo me limito a asentir y dar un sorbo a mi té.

«Planes y más planes, estadísticas, pruebas nacionales e internacionales, exámenes, cambios y más cambios, cursos, cursillos, cursitos, títulos y más títulos, inventos e inventitos, aportaciones extrañas, complejos montajes intelectuales, filosofías mil, estrategias, proyectos, objetivos cortos y largos... Educar para vivir, para la vida, para la libertad, para…  La educación parece un mar revuelto, una marejada siempre en continuo sube y baja, un ven y vas, que tiene a sus navegantes mareados de tanto pensamiento, ideología, filosofía, intención, estrategia e invento. Y detrás de una ola no se espera más que otra. Y nunca la mar calma. La verdad es que lo único que consiguen es que los profesionales de la enseñanza nos cansemos, nos hartemos, y como no nos acostumbramos a estos movimientos constantes aprendemos a subsistir sin creer ya en nada, vacíos de todo, simplemente agarrándonos a lo que podemos ante el embate de las olas de ordenanzas, planes, estrategias, supuestas calidades y un sinfín de cosas más. Y del  meollo de la cuestión no se sabe, no se quiere o no se puede saber. O todo a la vez.  Todavía no hay nadie que se dé cuenta de que toda la modernidad de pizarras electrónicas, ordenadores y tabletas en clase, que programaciones, transversalidades y demás interminables zarandajas no llevan a ninguna parte, y no son más que olas en el mar revuelto que marean al personal y que nos hacen vomitar de cansancio entre una y otra. Pasa el tiempo y una y otra vez los resultados son los mismos. Todo eso está hueco, aporta tan poco que se convierte en un fin en sí mismo. Apariencia de eficacia y modernidad. La política es así. Si quieres pasar a la historia de la modernidad y los cambios gástate mucho dinero, aunque no sirva para nada.» —Nuevo asentimiento. Nuevo sorbo.

«Con lo fácil que es comprender que la escuela es el reflejo de la sociedad. Lo tenemos dicho en otras ocasiones. Nada de eso soluciona nada si los valores en juego son los mismos. Hay países con grandes éxitos en educación sin tener que acudir a tanta burocracia, tanta tecnología, tanta calidad, tanta norma nueve mil… no se qué y tanto barro en las ruedas para avanzar con éxito».  —Suelta un taco mientras yo asiento nuevamente.

«Quiere usted cambiar la escuela? ¿Quiere usted tener gente con valores sociales indispensables de honradez, seriedad en el trabajo, responsabilidad y respeto en la vida? ¿Con interés por la ciencia y la investigación? ¿Quiere usted que la cultura sea un bien deseable por todos, admirada y valorada por todos? ¿Quiere que la gente lea, sepa hablar y escribir, escuchar, pensar, crear, inventar o descubrir? ¿Quiere una sociedad dinámica en todos los sentidos? Pues empiece por la sociedad, oiga. Repito —me dice—: no es la escuela quien cambia la sociedad, sino la sociedad la que tiene la escuela que quiere, según los modelos que le transmiten, los valores que le dan como buenos, que le fluye, o que le han hecho fluir. La sociedad es el espejo donde se mira la escuela.»

«Y es muy fácil manejar la sociedad. Los gobiernos y partidos populistas lo hacen constantemente. La gente se mueve, nos movemos, por emociones y sentimientos. Nadie analiza nada objetivamente. Y menos si tiene que ver con la política. Y todo es política, oye. Si es gratis, si habla de igualdad y esas cosas, es bueno. Luego descubrimos que nada es gratis y que la igualdad es por abajo, no por arriba, matando a todos los que la naturaleza o las circunstancias ha hecho emprendedores, o tienen madera de líderes, o saben ser más eficaces… O son más honrados. Tantas cosas. Cosas muertas actualmente. No solo no destacamos en nada, además nos salen gusanos podridos por todas partes —Ríe—. Por algo será. No es que las madres españolas pongan huevos podridos. Los bebés al nacer eran  buenos y bonitos, faltaría más. Pero después, fueron absorbiendo ese aceitillo social espeso que nos unta todo y…»

«Esa sí sería la gran revolución en España. El gran cambio. Todo lo demás… olas que pasan, una y otra vez, una tras otra, años y años, generaciones y generaciones. Y mientras discutimos si llamamos educación comprensiva, significativa, si galgos o podencos, o lo que quieran llamar, nos vamos quedando irremediablemente detrás en la historia, anclándonos en la mediocridad, cuando no directamente en la indigencia cultural y en la otra, que todo va junto. Mientras los maestros nos dedicamos al papeleo y más papeleo, mientras la escuela es una cascara de nuez sometida a los embates de la hipocresía, la demagogia y el populismo, todo será siempre un fiestorro del tipo botellón, pero muy caro, eso sí. Porque es propio de los que no saben qué hacer, o no quieren, gastar mucho dinero para que la incultura por lo menos se adorne de oropeles y nos parezca un avance cuando no es nada. Y entre tanto, dineros que se pierden, que de esto sí sabemos mucho. Y así una y otra vez. Los romanos lo inventaron, ya sabes, con su «pan y circo». A las pruebas me remito.» —Un sorbo de té me acompaña después del afirmativo gesto de cabeza.

«En los años ‘franquistas’ —prosigue—, cuando la miseria era general en España, de la que fuimos saliendo poco a poco, y no existían ninguna, ninguna de las tecnologías con las que hoy se adorna la escuela, y las corrientes pedagógicas —que las había porque las ha habido siempre—, estaban guardadas en el bahúl de los recuerdos, la gente, que tenía ganas de aprender, que consideraba la escuela como un lugar para educarse, adquirir conocimientos y salir de la miseria sabían mucho más que ahora. Socialmente, aún en la miseria, era de dominio público que la educación era, es, un bien necesario. De dominio público. Las matemáticas que resolvíamos aquellos niños son ahora cosa de ingenieros. Los problemas matemáticos tenían enjundia, las operaciones, la lectura y la escritura tenían enjundia. Y todo era un estuche de madera, unos cuantos lápices, goma, sacapuntas o cuchilla y… el gran secreto, la esencia de todo esto: ganas e ilusión.»

Hicimos una breve pausa para tomar unas galletas, como manda la tradición. Y entre tanto mi amigo vuelve a cargar de munición su razonamiento apasionado.

Me cuenta mi amigo que hay niños que hoy, solo en estuches, lleva más de dos kilos en la mochila. «Con todo tipo de maravillas: rotuladores, plastidecores, fluorescentes, lápices de colores, ceras… Nunca aprender tan poco ha costado tanto —dice—. «Y a eso añádele las aportaciones del colegio: pizarra electrónica, ordenadores, tabletas, etc. etc. Y a eso añádele también las florituras ortopédico-pedagógicas, papeleos mil…
Y la sustancia… en otra parte.»

«Los mareantes de turno proponen planes similares a tal o cual país. Como si los seres humanos no fuésemos iguales en todas partes. No es el modelo sueco, americano, alemán, inglés, finlandés o coreano.  Que no es eso, señores. El modelo de escuela responde al modelo social. Cambie usted el modelo social, y deje de copiar, hombre. Y copiar mal, además. Hemos seguido sistemas americanos, japoneses… Ahora estamos funcionando como si fuésemos una fábrica de coches. ¿Pero… es que somos coches? ¿Somos herramientas? ¿Se fabrican coches en el colegio? ¿Productos cárnicos tal vez? Entonces por qué y para qué tanto papeleo, tanta norma nueve mil, tanto tiempo perdido en tantas cosas?»

«Empiece usted por introducir los valores necesarios, que se perdieron por el camino. Recupérelos. Comprometa usted a las televisiones y los medios de comunicación que son realmente los educadores, los transmisores de los lemas de la propaganda política; los que crean conciencia, moda y costumbre.  Consensue usted con todo lo consensuable. Dígales que no todo vale. Libere a la justicia. Muestre a la juventud situaciones de grandeza de espíritu, de entrega, de sacrificio, de honor, de libertad, de saber, de honradez, de conocimiento, de sed de saber, de investigación, de progreso, de altruismo, de… Proponga hombre, proponga. Ponga usted de moda la cultura, la educación, la honradez y el respeto. Y luego, de todo eso, saldrá la escuela que perpetúe esos valores. Verá usted como no somos los más tontos del patio común europeo ni nada de eso. Sea usted generoso con su país, hombre de dios… Pero no nos engañen con las tecnologías, como si estas fuesen la panacea que nos cura todos los males.»

—¿Otra taza de té?



martes, 21 de octubre de 2014

UN EXTRAÑO VIRUS

Qué hastío, qué cansancio, cuánta gente hipnotizada e idiotizada por los nuevos hechiceros. Qué ansia y qué necesidad de creer en algo en estos tiempos de crisis. De crisis total. Cuántas horas y esfuerzos dedicados a la independencia mientras aquella Cataluña emprendedora se viene abajo. Qué empeño en destruir lo que tanto nos costó a todos. Es indudable que la crisis ha agudizado esa necesidad de salir de un sitio y entrar en otro, aunque sea desconocido. A eso se le llama huir. Y qué astutos estos mediadores de las almas perdidas que enseguida ofrecen el cielo de sus remedios. Fuera de España todo será maravilloso. Es simple pero efectivo. La mentira es la única verdad que hay en la boca del necio.
Si yo fuera Presidente, haría ya un referéndum nacional. Por supuesto, dijera lo que dijera ese referéndum se la refanfinflaría a los independentistas. Es evidente. Por eso la pregunta del referéndum no debería ser si los españoles quieren una España federal, rota, remendada, confederal o lo que quieran decir. La pregunta debería ser si los españoles todos deseamos que Cataluña siga en España o no. Si es que no, fuera y cerrad la puerta. Y si es que sí, pues tomen nota y sigamos con la vida.
Pero claro, eso sería hacerle el juego a los independentistas, que seguirían con la cantinela sin descanso alguno. A ellos todo lo que no sea la independencia les importa un pito. Sostenella y no enmendalla.  ¿Qué cierran fábricas? Qué más da. ¿Qué hay gente que se marcha? Qué nos importa. ¿Qué deja de llover? Bueno, y qué. No hay más que verles la cara y se descubre que nada les importa. A los independentistas, los ciudadanos que viven en Cataluña les importan un pimiento. Quieren la independencia a toda costa. A toda costa. Y la independencia son ellos y para ellos.  Aquel rey francés, Luis XIV, que decía el Estado soy yo, pues ellos dicen Cataluña somos nosotros. Nadie más. Aquello se llamó absolutismo y esto otro… ¿cómo habría que llamarle? Para eso se han apropiado y modificado a su capricho la historia, la bandera y la lengua catalana, con tal de hacer del asunto una cuestión mística, que lo místico siempre conmueve, tiene su clientela,  es atractivo y arrastra. Tiene su aquel. Y debe ser que «conmover» es mover con… ellos, naturalmente. Así han buscado todo lo que nos puede hacer diferentes, para agrandarlo y hacerlo irreconciliable. Qué afán, el suyo, oiga. Ya saben: la supuesta cultura catalana, que, oh dioses, debe ser muy diferente del resto de España. Allí el pan no es pan ni el vino es vino. Recuerden: es pa y vi. Ya ven que enorme diferencia. Tiene razón Junqueras, ya no es cuestión de hablar. Es hora de actuar.
Así que si yo fuera Presidente, habría mandado ya a unos cuantos que se hicieran cargo de la administración autonómica y juzgaría por sedición y todo lo que hiciera falta a todos los engañabobos. Porque Cataluña no es de los independentistas. Es de los ciudadanos que viven en Cataluña, que, oh sorpresa, son también, y por eso mismo, ciudadanos españoles. Ya saben aquello de la teoría de conjuntos y subconjuntos. Y comenzaría a limpiar, descubrir y hacer público todas las redes de mamandurrias y engañabobos que hay. Que son muchas. Un tribunal para eso. Solo para eso. Por supuesto la cosa llevaría su tiempo. Hay mucho tinglado montado en Cataluña, y eso debe ser uno de los motivos de desear la independencia. Porque lo cierto es que están de podridos hasta las cejas pero no se habla de ello. Hay un pacto de silencio. La omertà de la mafia siciliana, la ley del silencio, a su lado es cosa de monaguillos. Han muerto estos días 10 personas por el virus ese de los aires acondicionados y apenas se ha dicho nada. ¡Diez! Si llega a ser en Madrid se comen en todos los programas de TV, las radios y la prensa a todo el PP sin freírlos siquiera. Pero en Cataluña nada de nada. De modo que desmontar todo el tinglado golfo, liberar a una sociedad secuestrada por estos manipuladores de la historia, que llevan ya años, varias generaciones, décadas de manipulación es lo primero. Hay que emplear técnicas de desmanipulación, y eso consiste en escarbar y sacar a la luz los innumerables trapos sucios y la pésima administración de todos ellos. Pero no solo el gobierno debe ser sustituido, sino cerrar y limpiar todos los medios de comunicación manipulados, comprados o rendidos al poder. Mucha pasta debe haber de por medio. Mucha. La familia, el jefe de «La cosa nostra» que ya saben ustedes quién es, alma máter y páter del tinglado es una muy buena muestra de ello. De ahí el enorme interés por la independencia.  «Dehamme zolo» dicen los toreros. Claro. Dejadnos solos que nos forremos más y más sin dar cuentas a nadie. Lo de los Eres en Andalucía debe ser una bagatela con lo de Cataluña.
Pero tenemos otro problema. ¿Están los partidos políticos de acuerdo a la hora de actuar? Pues no. Los grandes no. El PSOE es parte importante en la España de hoy de todos los nacionalismos. Cosa curiosa, pues los nacionalismos suelen ser de derechas. Y mira tú por dónde…  La lastimosa historia de la España moderna no se entendería, ni se entenderá, sin la asombrosa, sorprendente, esquizofrénica y camaleónica actuación de esa cosa que llaman Partido Socialista Obrero Español, caso singularísimo en toda la izquierda europea. Que no es nada socialista, ni obrero ni español, lo viene demostrando desde hace años.  Y no vayan ustedes a pensar que criticar a esta llamada «izquierda» es alabar a la llamada «derecha», cosa muy propia del maniqueísmo de la izquierda. Nada de eso. La derecha no juega ningún partido.  No tiene ideales ni política. Solo aspira a la economía. Que España funcione… Dicen ellos. Económicamente, claro. Ni se les espera. Vean, si no, al Presidente. A la derecha le sucede lo mismo que a los independentistas, que no les importa nada porque con ellos no va la cosa. Si esa cosa funcionara bien económicamente… ¿qué más daría llamar a esto España, que Finca los Rosales?  Si a esa dejadez unimos que de natural la derecha es cobarde, igual que el dinero, pues… ya tenemos un panorama político complejo. ¿Quién tiene pelendengues para ponerle el cascabel al gato? «Naide, ni denguno», dirían mis buenos amigos murcianos.
¿Y las gentes? ¿Qué decir de las buenas gentes de aquella tierra? ¿Podrían ponerle el cascabel al gato las gentes de Cataluña?  La respuesta nos la da nada más y nada menos que el ministro de la propaganda nacionalsocialista de la Alemania nazi y amigo de Hitler: el señor Goebbels. «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Y ha calado, vaya si ha calado: «España nos roba, luego estamos en crisis por culpa de España». Un silogismo perfecto.
Ah, Cataluña, Cataluña, quién te ha visto y quién te ve. ¿No habrán oído alguna vez los ciudadanos catalanes aquel proverbio chino… «La primera vez que me engañes la culpa será tuya, la segunda será mía»? ¿Ni siquiera que la mentira es la única verdad que hay en la boca del necio?

Qué extraño virus hay allá.

lunes, 20 de octubre de 2014

VALORES QUE SUBEN VALORES QUE BAJAN


Ya sabemos que los valores humanos son como los valores de la bolsa: unos suben y otros bajan. La libertad subió mucho. Si usted compró libertad estará contento porque ahora tiene, afortunadamente, mucha más que antes. O eso parece, porque no siempre es oro todo lo que reluce. Al final, como decía un gran amigo: «Don sin din, capullos en latín.» Es decir, que dentro de los límites de la vida normal y el consumo consiguiente —hay que comer—, si no hay dinero no hay libertad. Pero de todas formas es un valor en alza, y al menos es un valor deseable, muy nombrado y renombrado cada día, aunque me temo que no hablamos de lo mismo todos al hablar de libertad.

En cambio otros valores han bajado. La responsabilidad, la honestidad, el esfuerzo… casi no tienen valor. Apenas se nombran y no entran en el valor cotidiano, en lo que la gente desea para su vida. Digamos que no es un índice dentro del Ibex 35 de los valores personales.

 Otro valor en alza ha sido la alegría de vivir. El cielo ya en la tierra. Por fin no hay que morirse para ser felices, que ya era triste y contradictoria la cosa. Hoy todo debe ser alegre y divertido. La comida divertida, la moda divertida, zapatos divertidos, el trabajo divertido, las relaciones divertidas, las clases divertidas… La vida toda debe ser divertida, un gran carrusel de colores, una fiesta permanente. De pronto, todos nos hemos aniñado y no deseamos otra cosa, y es lo primero que preguntamos y deseamos. Una chica le dice a un chico que le gusta porque «me haces reír». Y en el colegio, los profes están tan condicionados por este valor en alza que las clases se plantean más como momentos divertidos que como momentos de aprendizaje. Para ser un buen profesor hoy debes ser un  buen showman, de modo que los profes deberían ya ir haciendo cursos de teatro. Menos pedagogía y más técnicas de comunicación. Y tal vez al final de los estudios no dar títulos sino un «Oscar».

Pero ya sabemos todos que aprender no siempre es divertido. La mayoría de las veces es incluso doloroso; aprender es un acto de sufrimiento. Supone un esfuerzo mental por comprender, por aprehender, por interiorizar, porque aquello nos cambie por dentro… Y eso a veces duele. Pero ahora ya no tiene por qué. Ya aprender es como las vacunas infantiles: jarabes con sabores. Qué diver es todo.

Una madre que despide a su hijo por la mañana cuando entra al cole le dice… «¡Pásatelo bien!».

Al cole se va a pasarlo bien, y las mentes infantiles no deben ser golpeadas con ideas, ni suscitarles problemas agobiantes… No deben sufrir lo más mínimo. Todo es a base de jarabes endulzados. Cada lección de un libro de texto no es más que eso. Una gran página edulcorada con estampas, dibujos fotos enormes y alguna palabrita. Por poner algo. Para que siga llamándose libro. Porque se podría llamar colección de estampas de la naturaleza. O colección de estampas de física. O de… lo que sea. «Mi colección de láminas de tablas de multiplicar», por ejemplo. Por supuesto en colores. Unas palabritas, no muchas, ayudan al entretenimiento y dan una sensación de cultura, de libro, pero sin abusar, porque en la vida, oye, no hemos venido a sufrir, sino a «gosal, mi amol». ¡Asucal!

Como los valores personales no se aprenden, no se compran, pasan de padres a hijos a través de la transmisión cultural. Es aquello de la herencia, ya saben. Se aprende lo que se ve y se vive. Como los padres de hoy han vivido ya esa nueva concepción de la vida del placer permanente —se acabó la revolución—,  los hijos de hoy, y los hijos de los hijos… etc., seguirán mamando esa visión hedonista de la existencia y la sociedad toda por muchas generaciones, con lo cual los viejos valores que nos han traído hasta aquí, a trancas y barrancas, pero nos han traído, irán poquito a poco desvaneciéndose en las brumas del tiempo, hasta que desaparezcan de las conciencias personales y colectivas,  y ya nadie sepa nunca lo que significa leer un libro, que te revolucione el cerebro y el espíritu y te haga madurar. Niños, eternos niños. Al fin la fuente de la eterna juventud. De modo que era eso, la incultura, la fiesta, la alegría, la inconsciencia, lo que nos daría el cielo en la tierra. Qué facilón. Y no lo habíamos descubierto hasta ahora. Siglos intentando encontrar el elixir de la eterna juventud y lo teníamos a mano.

Ya no más aquello de…«Ser o no ser, he ahí la cuestión». Porque a ver, qué nos importa a nosotros ser o no ser. Eso no sirve para nada. No mola. No es guay. ¿Es divertido? Ok. ¿No es divertido? No ok.

Es estupendo ahorrarle a la vida, al creador, o a quién sea, el trabajo de cincelarnos a base de golpes. Si, dolían, nos perfilaban, nos quitaban esas aristas que nos cortaban a nosotros y a los demás, nos intentaban transformar a través del aprendizaje doloroso que supone todo esfuerzo personal,  nos hacían mejores, pero… no era divertido. Y nosotros, ahora, al fin, en esta estadía de la humanidad, en esta parte de nuestra historia, hemos comprendido que la vida es una tómbola, tom tom tómbola de luz y de color.

Qué ingenuo fue Buda, creyendo que había que hacer algo para evitar el sufrimiento, a base de renunciar a todo. Qué iluso, Jesús de Nazaret, aceptando el sufrimiento para, supuestamente, «redimir a la humanidad». Vaya pareja. Qué ridículos los filósofos griegos, toda la familia aquella de los Sócrates, Aristóteles y los Platones… Qué memos todos los que se han esforzado, luchado y perdido la vida por una humanidad más culta, más responsable, más honesta. Qué tontos los que dedicaron su vida a estudiar enfermedades y cómo curarlas, a descubrir tantas y tantas cosas que sabemos y nos han ayudado a progresar. Tanto trabajo para llegar a esto. Qué vidas perdidas, qué poca sabiduría han demostrado. Lo que nosotros queríamos, y lo hemos descubierto en menos de cincuenta años,  era ser felices. No más. Aquí y ahora. Y eso pasa directamente por deshacernos de todo lo que nos haga sufrir: el  trabajo, el esfuerzo, el ser consecuentes, honrados, honestos…

No deseamos aceptar que la vida nos trae muchas cosas. Y que todas son vida. La vida. La salud, el trabajo, el esfuerzo, el odio, el amor, la diversión, la tristeza, la enfermedad, la vida y la muerte… Y que para vivir no hay que esconderse de la vida. Y que la vida es todo. Y hay que aprender a navegar con todos los vientos.

Decía el amigo Cicerón: «Todo dolor es severo o leve. Si es leve, se soporta con facilidad. Si es severo, será sin duda breve.»

Pero por si acaso, y dada la época que nos toca vivir, les diré lo mismo con un chiste de mi cosecha:

Dos amigos que se encuentran y ante la pregunta de uno sobre la vida, en general, el otro contesta: amigo, tenemos dos opciones, te puedo decir la verdad o pasar un rato agradable.





jueves, 2 de octubre de 2014

ESPAÑA, CERRADA POR REFORMAS

España,   cerrada por reformas. O tal vez cerrada por abandono. El caso es que no queda más que un solar, a la espera del especulador de turno que la compre barata y la venda para aparcamiento de coches a los extranjeros, por ejemplo. Naturalmente junto con sus habitantes, que como figuritas de Belén, solo están, estamos, para decorar el espacio y no dar sensación de vacío.
Me gustaría ver una foto con todos los políticos desde hace 20 o 30 años para acá, al menos, y reconocer en ellos a todos los que han vaciado de contenido económico, político y cultural a España. A todos los que por acción, omisión, silencio o mangancia, con cargos en la administración pública, semipública o privada, han robado, consentido, trapicheado, dejado de vigilar etc. etc. etc. el solar patrio. Sería una foto enorme, con caras algunas muy conocidas y otras menos, pero podríamos hacer un árbol con todos ellos, con su tronco, sus ramas y ramitas, como un árbol familiar, viendo como los intereses de unos y otros se han ido cruzando y favoreciendo el expolio nacional: Bancos, Cajas de Ahorros, Preferentes, Palacetes, Comunidades Autónomas, Eres y demás. Siguiendo luego por la cuestión cultural, arruinándonos a todos el pasado, el presente y el futuro. Es un buen trabajo de campo que dejamos para los que saben y manejan buena información de estas cosas. Ni una guerra nos hubiera dejado tan heridos, tan fríos de todo, tan huérfanos de pasado, tan calamitoso presente y tan frío futuro. Los políticos, ah, los políticos. Qué pocos en la cárcel.
No es de extrañar pues que salgan al escenario otros políticos que aparentan ser diferentes. Los de Podemos y demás. No es de extrañar. Son el producto natural de años de podredumbre. Son la consecuencia de las acciones de la derecha y la izquierda, que en esto de desmontar el edificio España, tanto monta, unos por acción, otros por omisión y todos por  ambas cosas.
La política ya no es el arte de servir a los demás, sino la oportunidad para servirse de ella y enriquecerse. Creo que se llaman parásitos, los bichitos que se aprovechan de los demás sin hacer nada de provecho a cambio
Y no solo enriquecerse, sino destruir, y eso ya está más cercano de las células cancerosas que de los bichitos golfos. Tiene mucho más peligro. Arruinar y destruir son dos acciones muy contundentes, y no se entiende muy bien como todo sucede cada día, sin que caigan rayos del cielo ni se estremezca la tierra. No se oyen voces de las alturas clamando contra esta falta de naturaleza, de gente tan sin escrúpulos y sin piedad, contra esta plaga que nos llena de miseria y nos procura de ignorancia. Solo notamos que cada día nos devoran las heridas, nos salen nuevas,  no cicatrizan las antiguas, se convierten en pústulas, se gangrena el cuerpo social y nos come la pus. Pero tenemos la Cinco, la Cuatro, la Seis, la TVE, y las demás regionales, para movernos por donde quieran, convertirnos en cretinos sin cabeza, ni alma ni corazón.
Que todos nuestros enemigos están dentro, ya lo sabían los antiguos. Dejo aquí unas frases:

“Los hispanos tienen preparado el cuerpo para la abstinencia y la fatiga, y el ánimo para la muerte: dura y austera sobriedad en todo. En tantos siglos de guerras con Roma no han tenido ningún capitán sino Viriato, hombre de tal virtud y continencia que, después de vencer los ejércitos consulares durante 10 años, nunca quiso en su género de vida distinguirse de cualquier soldado raso. Los hispanos prefieren la guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa.”

Pompeyo Trogo, historiador galo-romanizado.

Esta Hispania produce los durísimos soldados, ésta los expertísimos capitanes, ésta los fecundísimos oradores, ésta los clarísimos vates, ésta es madre de jueces y príncipes, ésta dio para el Imperio a Trajano, a Adriano, a Teodosio ”

Pacato, retórico galo.

“Entre todas las tierras del mundo Espanna a una estremança de abondamiento et de bondad más que otra tierra ninguna. ¡Ay Espanna! non a lengua ni engenno que pueda contar tu bien
Alfonso X el Sabio

“Decidle a Vernon que para venir a Cartagena es necesario que el Rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque esta sólo le ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir”

Don Blas de Lezo, tras vencer a los ingleses en Cartagena de Indias

“Tengo por enemigo a una nación de doce millones de almas, enfurecidas hasta lo indecible. Todo lo que aquí se hizo el dos de mayo fue odioso. No, Sire. Estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España”

José I Bonaparte, a su hermano Napoleón I, Emperador de Francia


Quien nos ha visto y quién nos ve.


miércoles, 1 de octubre de 2014

MULTAD, MULTAD, MALDITOS


Anda Nora entre risas y asombros, al oír a la gente en el bar, en la calle, la oficina, etc. hablar de lo mismo: las multas. Es el comentario general. Nos acosan por todas partes, resultando increíbles algunas de las situaciones por las cuales se multa. La policía ya no ayuda, sino que cada día sale en busca de dinero, apurando hasta el límite la legalidad. Todo por una multa que llevarse a la boca. Aquella policía que comprendía ciertas reacciones humanas, o situaciones imprevisibles y que te aconsejaban paternalmente que tuvieras cuidado etc. etc. pasaron a mejores tiempos.
No hay más que verles, cargados de cinturones, cartucheras, pistolas, botas, gorras y uniformes agresivos, las gafas Reyban de aviador, como un "Terminator" cualquiera, para darle un aire más peliculero… Por no decir ya de los coches o motos, en los que no cabe más lucecitas y parafernalia de colorines. Antes una simple sirena y un farolito rotativo era suficiente, ahora, parece que es un ejército invasor, más que un policía encargado de la seguridad de los ciudadanos. Nos parece que todos somos sospechosos hasta que ellos demuestren lo contrario. A veces los disparates que se producen son de película. Resulta inquietante ver a un o una policía, plantado en la calle, o en las cercanías de un colegio para facilitar supuestamente el tráfico de coches y niños, plantado, digo, con las piernas abiertas, botas negras, aspecto más que agresivo, las manos en el cinturón, repleto de cartucheras, esposas y no sé cuantas cosas más, con sus Reyban aunque no haya sol. A uno le dan ganas de pasar a su lado con las manos en alto y el carnet en la boca. Yo no he sido. Yo no he hecho nada. Creo.
Me contaba hace poco una amiga que en Alicante, cerca de una conocida pero alejada playa, hay un descampado de toda la vida junto al mar, con algunos matorrales y piedras, nada más, donde desde hace siglos la gente va a tomar el sol, el baño o a pescar, y deja el coche aparcado en aquel descampado, llegar la policía y ponerles a todos una multa por estar aparcado “en lugar protegido por ser paraje natural”. Es como prohibir aparcar en el desierto por ser “paraje natural”. La gente no acababa de creérselo y no valían argumentos. Se iba por la pela. Unos decían que llevaban 50 años o más pescando allí, varias generaciones, de abuelos, padres e hijos dejando el coche allí, en el descampado, sobre las piedras, para pescar. Qué cómo es posible que ahora dijeran que era un paraje natural protegido... tantos años después de que generaciones de alicantinos hayan estado allí, haciendo lo mismo que ellos.   Las respuestas de la poli no fueron convincentes, claro. Decían que si las caravanas aparcaban allí… Pero allí no había más que la gente de toda la vida, en su utilitario. Nadie que, pasadas unas horas, no volviera a su casa en su coche después de una buena jornada al aire libre. No hubo contemplación. Las multas de varios cientos de euros estuvieron al instante servidas.
A otros les paran sin más en la carretera, y miran, buscan y rebuscan con el afán de encontrar algo para multar. Lo que sea. El último que me lo hizo, como no encontró nada, me dijo que era un control de papeles. Pero media hora parado en la carretera, como si mi tiempo no valiese nada, no me lo quitó nadie. O esas multas automáticas que una máquina infernal te hace, sin que tú lo adviertas y no te enteres de nada. Y añadimos los polis que se camuflan, o esconden en la carretera, en busca de la multa del día.
Antes, ver a la poli en la carretera te daba seguridad. Incluso les saludabas. Eran signo de respeto, de ley y orden. ¿Qué son ahora?
Aquello de… “perdone usted, señor guardia, no me había dado cuenta”, dejó de existir hace tiempo. Ya el lema es todo por la pasta.
Los ciudadanos hemos perdido aquellos famosos “ángeles de la guarda” de la carretera, o los guardianes del orden en la calle. Ahora tenemos otra cosa bien distinta, de aspecto agresivo, amenazador, pero no para los delincuentes, que siguen campando a sus anchas, y más que nunca, sino para el ciudadano común y corriente.

Quiero, queremos pensar muchos, que no son los propios agentes quienes actúan de esta manera por decisión personal, y que son los que mandan los que pervierten esa imagen que teníamos de los “agentes del orden”. Ya no son agentes del orden, ni en las calles ni en la carretera. Ahora son recaudadores de impuestos vía directa. Aquí te pillo, aquí te mato. ¿A quién habría que pedirle explicaciones?

sábado, 20 de septiembre de 2014

COLEGIO RICO, COLEGIO POBRE



Nuestro viejo amigo el profesor, ya conocido en estas latitudes por otras intervenciones, tiene una hija con titulación superior de música que trabaja en un colegio de Madrid de los de «alto standing». O séase, un colegio de familias muy bien, no solo bien, donde están aparcados muchos hijos de la nobleza de sangre o esa otra que da la economía o la política. Gente muy bien, me dice. El pobre caminaba “cabizbundo y meditabajo” entre las calles. Acababa de hablar con su hija y esta le mostraba su desesperación ante la indolencia, el pasotismo, la rebeldía estúpida de quien lo tiene todo, la falta de valores y no sé cuántas cosas más, nos arrojó a la cara a Nora y a mí. Tan preocupado estaba el hombre, y tan dramáticamente vivía la situación de su hija que no tuve más remedio que invitarle al sosiego en la paz de una terraza, al amparo de la sombra fresca de unos árboles y con un limón granizado como consuelo para su alma herida. Y me contó:
—No sabe cómo entrar a la clase. Pasan absolutamente de todo. Nada les importa. Se preguntan constantemente para qué sirve esta asignatura, o la otra, cuestionan al profesor, son insolentes, muestran un absoluto desprecio por el profesor y sus conocimientos y en clase se muestran ajenos a todo lo que no sea su mundo de comodidades, caprichos, consumo, etc.
Dejé pasar unos minutos para que la sangre le bajara de la cabeza. Entre la fresca sombra del árbol y el granizado de limón, le fue cayendo la preocupante historia de su hija hasta que asomó una leve sonrisa por la boca, agradecido más al sabroso jugo que a mí, naturalmente. Nada como un delicioso helado para refrescar los ánimos. Ya quisieran los psicólogos haber descubierto esta receta.
—Esto que vive tu hija y que a ti te preocupa, como es natural, no es más que la consecuencia de lo que tantas veces hemos hablado. La ausencia de valores. Empezando por la familia. Es extraordinario lo que me dices porque esos extremos no se ven en los colegios más «normalitos», o más humildes, aquellos que llamamos «públicos» o «concertados». Existe en todas partes gente ruin y follonera, como diría Don Quijote, pero en el colegio de tu hija existe el agravante que todo eso se abandera, además, con la arrogancia, la petulancia y la omnipotencia de la familia con mucha pasta. Los perjudicados son ellos mismos, sobre todo. Y de paso también los profesores que quieren enseñar, como tu hija, y que cada día tienen que soportar esa prueba de fuego para dignificarse como profesional y persona. Sobrevivir con dignidad en esa situación es penoso, difícil, a veces heroico. Cuántas vocaciones se habrán roto en semejante situación.  Además está la incomprensión de los directivos del colegio, a los que le importas menos que una hormiga en el hormiguero. Eres una pieza recambiable en el negocio. Poco más o menos que un repartidor de pizzas. En alguna ocasión me han contado que los alumnos han llegado a decir aquello de… «Me tienes que aprobar porque mi padre da mucho dinero al colegio». Y es que esta gente se lo compra todo. Algunos incluso la plaza en el cielo. De modo que los chicos han aprendido desde pequeños a sacar utilidad a la vida sin dar un palo al agua.  Es difícil la situación, desde luego. Además hoy la sufre ella, pero mañana la sociedad entera, donde estos individuos medrarán a sus anchas, con el único propósito de forrarse sin mayores escrúpulos. De eso los españoles sabemos bastante.
Hay que tener en cuenta que los padres son los que mantienen con su dinero ese colegio, y otros como él. Y nadie quiere que le molesten porque su hijo es un gilirebelde sin causa. Porque claro, los padres son clientes, y el colegio es un negocio. De modo que los profes son empleados. Cualquier otro signo de vocación, de servicio a la sociedad, de transmisión de valores queda en un segundo, tercer plano o simplemente muerto en combate porque la pela es la pela, según la popular frase del mundillo catalán.  A mi modesto entender, el colegio basado en el negocio es un fraude social. O ese colegio transmite valores necesarios para la convivencia, empezando por el respeto a los profesores y demás compañeros, amén de esfuerzos, disciplina, sacrificio, voluntad, etc., o ese colegio es una estafa social. Los dueños deberían dedicarse a fabricar otra cosa, que no golfos descarados ajenos a cualquier cosa que no sea su capricho. Estamos criando cuervos que el día de mañana nos sacarán los ojos. Ahí están los periódicos de cada día, hartos de contárnoslo ya.

Los colegios… menos altos… tienen miras más altas y dignificantes para ellos mismos y para la sociedad entera. A veces no es oro todo lo que reluce, y puesto que vivimos en sociedad, hay que fomentar lo socialmente sano. Lo demás es pura enfermedad. Pus para limpiar.

domingo, 14 de septiembre de 2014

SOBRE LA DIGNIDAD

En la terrible y a la vez maravillosa película «Salvad al soldado Ryan», el capitán Miller —Tom Hanks— a punto de morir, le hace una señal al protegido Ryan —Matt Damon— para que se acerque, y con las últimas fuerzas de vida le dice algo estremecedor: «Hágase usted digno de esto. Merézcalo.» Es decir: tantos sacrificios, tantos esfuerzos de tantas personas, tantas vidas entregadas para devolverle a usted vivo a su casa.
Años después, ya mayor, en una visita con su familia al cementerio militar donde yacen los cuerpos de sus rescatadores, le pregunta a su mujer en la duda angustiosa por saber si ha cumplido con el deseo del capitán: «dime que he vivido dignamente, que soy una buena persona.» En otras palabras: que he sido merecedor del esfuerzo y sacrificio de estas gentes que dieron su vida por mí.
A veces el cine tiene estas cosas. Con unas imágenes y unas frases te resumen lo que debiera ser la vida de la gente, toda la gente, con ese sentido común aplastante y esa emoción que solo ante el altar de las imágenes del cine podemos sentir y asimilar.  ¡Qué gran escuela ha sido siempre el cine! En lo bueno y en lo malo. Pero sin embargo hay que ver qué competición tenemos por ver quién es más canalla.
Los últimos sucesos políticos en España, han aumentado esa sensación que ya teníamos de teatro falso, de que había una doble vida. De que la democracia no es tal. Que la justicia perdió la venda y las bragas. Que quien más nos habla, elevándose por encima de los mortales y poniéndose aureolas, suele ser un delincuente habitual declarado.  Ya entendemos que nadie ni nada es de fiar. Por ejemplo: por una parte estamos los que formamos parte de la «hacienda somos todos» y, por la otra, los de hacienda sois la masa de la que sacamos sangre y vida, formado por el innumerable ejército de personajes indignos y chupópteros sociales. Además en todas partes. Lo ocupan todo. Quién nos iba a decir, por ejemplo, que quien nos habla de empresarios ladrones y gobierno antisocial, se iban a forrar robándonos a todos justamente el dinero social. Toma castaña.
Por lo visto ser honrado no está de moda. No sé si en algún otro país hay tanto como aquí, pero nosotros lo tenemos tan calado que incluso forma parte de nuestras expresiones habituales: de bueno a tonto solo hay un paso. Seguramente por eso nos han tomado a todos por tontos y tenemos esta ruina moral que nos inunda. Seguramente esa ruina moral, esa falta de escrúpulos tan generalizada tiene mucho que ver con la aparición de la famosa crisis. Y de la que por supuesto no saldremos si no hay un cambio de mentalidad en la sociedad. Se podrán tapar agujeros, podremos tener la sensación de que algo se mueve, pero será una sensación tan solo, hasta que se dé la ocasión de volver a las andadas. Ni el socialismo ni el capitalismo nos han solucionado nada.
Todos sabemos que hacen falta algunas cosas importantes: industrias, por ejemplo. No se puede vivir solo del sol. Si no fabricamos nada no se crean puestos de trabajo, o serán pocos y malos relacionados con la estación —verano, vacaciones, fiestas, etc.  Pero para crear empresas que hagan algo, hacen falta decisión, imaginación, ganas. Es decir: empresarios, mentalidad de empresario, y no de funcionario; y ser empresario en España está difícil. Por una parte nos han transmitido la idea de que el empresario es explotador, y por otra apenas hay motivación para crear empresas. No hay créditos suficientes, por ejemplo. No digo que no haya empresarios tramposos, claro que los hay, pero miremos a esos sindicatos obreros, para que nos demos cuenta de que en todas partes cuecen habas. Y donde menos debiera haber, las hay… como moscas. Si los que tienen que dar ejemplo de integridad  moral —en la política, por ejemplo—, no la tienen… entonces hemos construido un edificio muy falso.  Y se nos cae. Además, en la escuela no se fomenta una actitud emprendedora. No se sabe siquiera qué es eso. ¿Quién quiere ocupar el sitio de los malos?
¿Por qué nos sucede esto? ¿Desde dónde y cuándo hay que empezar a cambiar esta mentalidad?
Urge, todavía más que las deudas del Estado, que son muchas, cambiar la mentalidad tan relajada, tan sin escrúpulos, tan sin principios, y comenzar por fortalecer los cimientos. La educación. Los maestros. La familia. Y así, poco a poco la sociedad entera.  Y además la sociedad entera implica todos los estamentos sociales, incluido, y sobre todo, los medios de comunicación, responsables en buena parte de esta conciencia laxa. Porque la escuela es la sociedad entera. El mal obrero, el mal empresario, el mal político, el mal estudiante, el mal padre o madre se convierte en un ser nefasto para toda la sociedad. No solo para ellos. Es una enfermedad que gangrena la sociedad. Hay que poner remedio. La escala de valores debe cambiar. Otros países lo tienen. ¿Por qué nosotros no?
Los pasos son tan evidentes, y tan fáciles de dar, que no es concebible esa falta de generosidad para sus propias gentes y que no se hayan dado todavía. Falta la honradez necesaria. El compromiso con los tuyos. En cambio… el mal, siempre el mal. Tan cercano y fácil siempre.
Unas cuantas personas, sabias, comprometidas con los valores humanos necesarios, españoles y extranjeros, se reúne  y consensuan un plan de estudios, en que la sociedad entera se implique, y que todos los partidos acaten y mantengan en el tiempo.
A veces veo anuncios en la tele sobre cualquier cosa, para vendernos algo, y me pregunto por qué el gobierno, y cada uno de los ministerios, no aprovechan ese medio, y los otros para mandar mensajes educativos edificantes. Está bien con llevar cuidado por la carretera. Ok. ¿Por qué no también otras cosas?  Y que ayuden a inculcar en la gente que inventar es bueno, que el trabajo bien hecho, sea cual sea, es satisfactorio para ti y la sociedad; que la honradez es un valor primordial… Y así, muchos más. Y las TV, por qué no hacen series donde los jóvenes y no tan jóvenes se dediquen a muchas más cosas que al chismorreo, la violencia, el sexo y la gracia gorda. ¿Es que no hay más? Qué fácil es ser empresario de una TV. Muy fácil. A eso se le llama falta de responsabilidad, y quien no la tenga no puede dirigir una cadena de radio, tv, prensa o lo que sea.
Todos somos escuela. Todos somos maestros. Todos estamos obligados a educar, y educar bien, por supuesto, en principios y valores que nos dignifiquen como personas y como país.
La escuela es la sociedad. Entera. La familia, el frutero de la esquina, el banquero, el cantante, el panadero, el cura, el político… Que la mayor vergüenza de una persona sea ser señalado como un ser antisocial, precisamente delante de quienes sin sociedad, nada seríamos. Ha sido nuestra capacidad de relacionarnos socialmente, nuestras «redes sociales», lo que nos ha llevado a ser los únicos humanos actuales, en competición con los otros ya desaparecidos. ¿Por qué caminamos ahora en sentido contrario?
Hemos de asimilar que cada ciudadano debe ser digno en su existencia. Debe merecerse el respeto de los demás, vivir dignamente, es decir ser buena persona, como el soldado Ryan preguntaba a su mujer: dime que he vivido dignamente, que soy una buena persona, que me he merecido el sacrificio de estas gentes que entregaron por mí, lo más sagrado del mundo: su vida. Que al final de tu vida alguien diga unas palabras sobre ti, y entre ellas sean las de… «fue una buena persona». No hay más.
«Es ahora su turno», diría el capitán Miller. Transmita a sus hijos, a sus nietos, a sus empleados, a sus subordinados, a sus amigos… esta necesaria conducta, porque sin ella la vida no tiene sentido. Vivir con dignidad es una obligación de cada individuo para sí mismo y para los demás.

«Hágase digno de esto. Merézcalo.»