lunes, 12 de mayo de 2014

SPAÑA ES EL CULOU D'UROP.PA

Así lo soltó a su marido una rusa, mi querida Nora, en una conversación captada sin querer, porque no se ocultaban, cuando fui a hacer unos trámites al banco. Puesto en la cola frente a la ventanilla de caja, el matrimonio estaba sentado en un banquito muy próximo, y conversaban entre ellos. En ruso, claro. Pero la frase la oí, y la entendí, naturalmente, justo en el momento en que mi turno  llegaba y avanzaba hacia la ventanilla. La señora la quiso decir en ese español particular, no sé si con la intención de que la oyeran. Algo les debió pasar en el banco, o la cosa ya venía de lejos. Imagino que venía de lejos, porque una opinión así no se vierte en un segundo, sino que ha ido llenando el vaso de la paciencia durante un tiempo. Lo primero que pensé es qué nos pasaría a nosotros si dijésemos eso de Rusia, o cualquier otro país estando allí. Solo de pensarlo se me aflojan las piernas. Pero ellos no. Saben que del culo, andamos estreñidos.
Por supuesto que no respondí, Nora.  Ya sabemos todos qué podíamos haberle dicho. Qué hacen ustedes aquí, por ejemplo, en el culo. Etc. etc. Pero vaya para qué. Lo cierto es que a la pareja no les gustaba cómo funcionaba España. Y bueno, a los españoles en general, tampoco. Así que pensándolo bien, la señora no estaba del todo desencaminada, aunque fuera en tono despectivo.
Si con los vergonzosos sueldos de unos en la cosa pública, los blindajes millonarios de otros, de izquierdas y derechas, los robos continuos, las estafas cotidianas y la  violación sistemática de la señora Justicia, antaño tan casta, no me digas que no es para pensar que España es el culo de Europa….
Supongo que ellos lo dirían por algo muy particular, que les afectara a ellos, pero a nosotros, los de aquí, que nos afecta todo, no me digas que no es para decir que sí, que es cierto.
Los periódicos ya dan miedo, cuando no asco, leerlos. No hay momento del día, en que uno eche un vistazo y tenga que cerrarlos porque da repugnancia tanta mierda. El culo. Ya sabes.
Las pocas luces que aparecen son en la sección de opinión de los periodistas serios. No de esos que salen a todas horas en todos los sitios, hablando de todas las cosas. Que ni los oráculos,  ni profetas, ni los siete sabios de Grecia sabían tanto de todo como esos señores, sino los que realmente sopesan cada palabra y cada día entregan a su público lector un análisis, una luz, el razonamiento para entender lo que pasa. No siempre es agradable, porque a veces las cosas son tan reales y claras que uno no tiene mejor que pensar que aquello que decían los creyentes de antes: Jesús, Jesús, por qué nos has abandonado. Pero en cambio, uno va haciéndose las composiciones de lugar y así valorar lo que dicen otros y sopesar el valor de los gestos y palabras en la política y pensar en lo que nos falta por recorrer. Y hay mucho que hacer.
Si tuviéramos buenos líderes, ejemplares líderes, —por ejemplo—, tal vez entenderíamos a alguien que como Churchill en la Segunda Guerra Mundial nos dijera aquello de… «Os pido sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Pero cada día nos tropezamos con sinvergüenzas que ganan en un trabajo público, más que el presidente del gobierno, que roban a manos llenas o que crean un entramado para el robo sistemático, o que estafan, o que se pasan las leyes por allá donde sabemos. Por eso no tienen credibilidad y cada día menos.
Y menos mal, como te decía, que todavía hay  periodistas que analizan, con toda lucidez, la cuestión española y así nos dicen que  deberíamos cambiar la economía especulativa, que es la que hemos tenido y tenemos, por la economía productiva. Que es la que absorbe mano de obra y muchas cosas más alrededor suyo. Como Alemania. Pero… nos dice, que eso lleva consigo cambios muy importantes, casi revolucionarios en la sociedad española, tan dada a la subvención y la quietud. Desde la familia primero y la escuela, después, hay que cambiar el chip, y comenzar a ver el trabajo no como un castigo divino sino la ocasión de realizarte como persona. Sea el trabajo que sea. Trabajar no es un castigo, y mi obligación es colaborar al bien común haciendo mi trabajo bien, con responsabilidad y calidad. Pero no todo es cuestión de educación, revolución ya de por sí difícil en un país con tanta demagogia y tan manejado por unos y otros. Luego viene otro cambio, el ver a los emprendedores no como unos ladrones y sinvergüenzas sino como gente que quiere hacer cosas, que les gusta crear, inventar. Que mueven la sociedad y hacen avanzar al mundo. ¿Qué ganan dinero? Naturalmente. Mejor. La envidia es un mal que también hay que erradicar, y no ver la competitividad como algo negativo si se hace con juego limpio. Porque la tal competitividad solo existe en el juego limpio. Así que, papis, profes, ser competitivos no es malo. Es bueno. De lo contrario estaríamos pintando las cavernas todavía. Necesitamos buenos líderes.
Pero aún con todo esto, que ya de por sí es una revolución como pocas, viene lo que también es gordo. Se llama Alemania. Alemania basa su economía en fabricar cosas y vendérnoslas. Sobre todo a los españoles. Ya sabes: frigoríficos, cocinas, coches, motos…  ¿Va a dejar Alemania que España le quite ese puesto hegemónico en Europa? Naturalmente que no. Así que la cosa está negra.
Nosotros confiamos mucho en Europa. Esperamos que Europa nos salve, nos arrastre sin piedad a la salvación. Pero eso es firmar de por vida ser el patio, o el corral de Europa, el culo de Europa, donde los alemanes y otros, vienen solo a tomar el sol y beber vino. Ya saben, el corral. De España no les importa nada más. Y la quieren así, tal cual. Y no es porque no tengamos cultura para dar y vender, y gente preparada y ambiciosa con ganas  de hacer, sino porque nosotros mismos no nos lo creemos. Nos hemos conformado con el sol. Nos gusta ser el corral. Entre los que nos decían que el trabajo es un producto del pecado de los hombres, que  tanto afán en la vida para qué, que para qué quieres atesorar tanto en la tierra si lo que importa es el cielo, a los que nos dicen que el trabajo  es una esclavitud maldita, es ingrato por una causa u otra,   nos han quitado la conciencia de nuestros valores. Y eso es lo que nos falta: conciencia de nosotros como españoles. Entre todos nos la mataron.
Cuando la selección española de fútbol, siempre de las últimas en los campeonatos europeos, mundiales, etc., perdió esa fragilidad, ese miedo escénico y esa pereza mental, fue cuando ganó todo lo que había que ganar. Y nuestros campeones en cualquier deporte, no son ni mejores ni peores pero están seguros de sí y actúan sin complejos. Soy español, dime a qué quieres jugar que te gano. Así era. Con un par. Nunca ponderaremos lo suficiente al seleccionador español que supo hacer esa transformación. Aquello fue una revolución en toda regla, aunque fuera en el fútbol.
¿Quién nos ayudará  a quitarnos los complejos?  ¿Quién a derribar las barreras de la inercia y las opiniones negativas sobre el trabajo, empresarios, esfuerzo, liderazgo,  responsabilidad, etc.? Necesitamos buenos líderes. Tenemos por delante muchas cosas que hacer y la más urgente es que creamos en nosotros mismos. Sin complejos. Y luego, a por los sinvergüenzas y a partir de ahí a levantar de nuevo el edificio con pilares sociales más sólidos. Nada de corral.
Ya lo decía Churchill: «os pido sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Entonces tendría sentido.

sábado, 3 de mayo de 2014

EN MAYO LLEGÓ LA NAVIDAD

          




Tú no puedes verles, Nora, porque no aprendiste a convivir con gatitos, pero son cinco preciosidades, a veces como cinco cerditos, a veces como cinco tigrecillos, pero siempre como cinco ternuras. Con los ojos apretadamente cerrados, como no queriendo ver, como no queriendo contagiarse de lo que inevitablemente se contagiarán, la mala leche de todos los demás.
No se puede ver a un gatito recién nacido sin que a uno se le esponje el corazón y se plantee, de pronto, la dureza de la vida ante unos seres indefensos. Igual que los humanos. Menos mal que a nosotros, esos que tú llamas humanos y que a veces creo que ya no lo somos, de vez en cuando nos nace una inocencia, una sangre limpia, toda virtud y sin mancha, y nos hace recordar que pese a todo, la Vida sigue. Pero la Vida con mayúsculas. Inexplicablemente, pero sigue, insistente y testaruda.
A nosotros, que hemos convertido la vida en una lucha en la que nosotros somos nuestros peores enemigos, a falta de otros; a nosotros que convertimos la vida por el odio, la envidia, el egoísmo y la violencia en el mismo infierno, de vez en cuando nos llega un misterioso regalo lleno de bondad, ternura, sin mancha alguna, que es capaz de hacernos sacar desde dentro —allí donde lo guardamos entre las telarañas del egoísmo, porque no tiene cabida en nuestra vida y en la lucha diaria—, lo mejor de nosotros, cuando los humanos éramos humanos de verdad, es decir, llenos de humanidad. Y cada nacimiento, de bebé humano, de cada cachorrito animal, nos recuerda lo que fuimos, lo que perdimos y lo hp que somos ahora.  Ese cambio sustancial de la humanidad lo cuenta la Biblia, a su manera, en la bonita historia de Adán, Eva y el Paraíso. De cuando perdimos  la inocencia, como los bebés y cachorritos, y convertimos la vida en una batalla por la supervivencia y la dominación. Esa es la historia, lo que  pasa es que está convertida en literatura, pero si se la quitas, lo que queda es esa transformación. Paraíso e infierno estaban aquí, dentro de nosotros. No existen fuera, como espacios reales, ni el infierno ni el paraíso. Son dos estados... ¿del alma? ¿de la evolución? Llámale como quieras, pero son estados bien distintos, como ya sabes.
De modo que menos mal que la vida, a pesar de todo, nos sigue recompensando con una ración enorme de ternura, de bondad, de paciencia, de amor... Es como un permanente recuerdo de lo que fuimos en contraste con lo que somos, y puede que incluso una invitación a volver... si acaso... quizás... tal vez... si tu quisieras…
Nosotros, que estamos empeñados en la destrucción de todo y de todos, recibimos una y otra vez, con santa paciencia de madre, el regalo de una bondad absoluta, para hacernos sentir, para hacernos pensar, para hacernos cambiar. Para que seamos. «Yo soy el que Soy» cuenta la Biblia, a su manera, que decía aquel Jesús. Tal vez lo que quería decir el personaje fuera esto. Ser, en la bondad. Porque en la no bondad, no se es, aunque se está. Pero...
Por cierto. La madre de los cinco gatitos es primeriza. En su primer celo, además. Ya sabes, los gatos gamberros del barrio. La pobre, que era, y en cierto modo lo sigue siendo, gata callejera, no pudo luchar contra aquello y... aquí están los resultados. Pues a pesar de ser mamá por primera vez, que nunca lo había visto, a pesar de su juventud, a pesar de todo, hay que ver qué paciencia, que entrega tan inmensamente amorosa para sus cachorritos. Cuando les recogí en mi terraza, Nora -que por eso tú ahora no puedes venir- les puse una casita en medio de mi jardincillo, a modo del antiguo Edén. Mala copia, por cierto, pero es lo que había. Y yo le alimento y le cuido a ella, y ella hay que ver con qué entrega se dedica a cuidar de sus cachorritos. Ella necesitaba paz, seguridad, intimidad, recogimiento... Yo se lo di y me siento feliz por haberlo hecho. En realidad... ¿quien ayudó a quién?
Cualquier oportunidad de sacar la bondad es eso, una oportunidad para volver al estado inicial, cuando los humanos teníamos humanidad y la vida toda era un paraíso.
Estos días de Mayo, Nora, en casa es Navidad. ¿Comprendes ahora esa fiesta?