Así lo soltó a su marido una rusa, mi
querida Nora, en una conversación captada sin querer, porque no se ocultaban,
cuando fui a hacer unos trámites al banco. Puesto en la cola frente a la
ventanilla de caja, el matrimonio estaba sentado en un banquito muy próximo, y
conversaban entre ellos. En ruso, claro. Pero la frase la oí, y la entendí,
naturalmente, justo en el momento en que mi turno llegaba y avanzaba hacia la ventanilla. La
señora la quiso decir en ese español particular, no sé si con la intención de
que la oyeran. Algo les debió pasar en el banco, o la cosa ya venía de lejos.
Imagino que venía de lejos, porque una opinión así no se vierte en un segundo,
sino que ha ido llenando el vaso de la paciencia durante un tiempo. Lo primero
que pensé es qué nos pasaría a nosotros si dijésemos eso de Rusia, o cualquier
otro país estando allí. Solo de pensarlo se me aflojan las piernas. Pero ellos
no. Saben que del culo, andamos estreñidos.
Por supuesto que no respondí, Nora. Ya sabemos todos qué podíamos haberle dicho.
Qué hacen ustedes aquí, por ejemplo, en el culo. Etc. etc. Pero vaya para qué.
Lo cierto es que a la pareja no les gustaba cómo funcionaba España. Y bueno, a
los españoles en general, tampoco. Así que pensándolo bien, la señora no estaba
del todo desencaminada, aunque fuera en tono despectivo.
Si con los vergonzosos sueldos de unos
en la cosa pública, los blindajes millonarios de otros, de izquierdas y
derechas, los robos continuos, las estafas cotidianas y la violación sistemática de la señora Justicia, antaño
tan casta, no me digas que no es para pensar que España es el culo de Europa….
Supongo que ellos lo dirían por algo muy
particular, que les afectara a ellos, pero a nosotros, los de aquí, que nos
afecta todo, no me digas que no es para decir que sí, que es cierto.
Los periódicos ya dan miedo, cuando no
asco, leerlos. No hay momento del día, en que uno eche un vistazo y tenga que
cerrarlos porque da repugnancia tanta mierda. El culo. Ya sabes.
Las pocas luces que aparecen son en la
sección de opinión de los periodistas serios. No de esos que salen a todas
horas en todos los sitios, hablando de todas las cosas. Que ni los oráculos, ni profetas, ni los siete sabios de Grecia sabían
tanto de todo como esos señores, sino los que realmente sopesan cada palabra y
cada día entregan a su público lector un análisis, una luz, el razonamiento para
entender lo que pasa. No siempre es agradable, porque a veces las cosas son tan
reales y claras que uno no tiene mejor que pensar que aquello que decían los
creyentes de antes: Jesús, Jesús, por qué nos has abandonado. Pero en cambio,
uno va haciéndose las composiciones de lugar y así valorar lo que dicen otros y
sopesar el valor de los gestos y palabras en la política y pensar en lo que nos
falta por recorrer. Y hay mucho que hacer.
Si tuviéramos buenos líderes, ejemplares
líderes, —por ejemplo—, tal vez entenderíamos a alguien que como Churchill en la
Segunda Guerra Mundial nos dijera aquello de… «Os pido sangre, esfuerzo, lágrimas y
sudor». Pero cada día nos tropezamos con sinvergüenzas que ganan en un trabajo público,
más que el presidente del gobierno, que roban a manos llenas o que crean un
entramado para el robo sistemático, o que estafan, o que se pasan las leyes por
allá donde sabemos. Por eso no tienen credibilidad y cada
día menos.
Y menos mal, como te decía, que todavía hay
periodistas que analizan, con toda lucidez,
la cuestión española y así nos dicen que deberíamos cambiar la economía especulativa,
que es la que hemos tenido y tenemos, por la economía productiva. Que es la que
absorbe mano de obra y muchas cosas más alrededor suyo. Como Alemania. Pero…
nos dice, que eso lleva consigo cambios muy importantes, casi revolucionarios
en la sociedad española, tan dada a la subvención y la quietud. Desde la familia
primero y la escuela, después, hay que cambiar el chip, y comenzar a ver el trabajo
no como un castigo divino sino la ocasión de realizarte como persona. Sea el
trabajo que sea. Trabajar no es un castigo, y mi obligación es colaborar al
bien común haciendo mi trabajo bien, con responsabilidad y calidad. Pero no
todo es cuestión de educación, revolución ya de por sí difícil en un país con
tanta demagogia y tan manejado por unos y otros. Luego viene otro cambio, el
ver a los emprendedores no como unos ladrones y sinvergüenzas sino como gente
que quiere hacer cosas, que les gusta crear, inventar. Que mueven la sociedad y
hacen avanzar al mundo. ¿Qué ganan dinero? Naturalmente. Mejor. La envidia es
un mal que también hay que erradicar, y no ver la competitividad como algo
negativo si se hace con juego limpio. Porque la tal competitividad solo existe
en el juego limpio. Así que, papis, profes, ser competitivos no es malo. Es
bueno. De lo contrario estaríamos pintando las cavernas todavía. Necesitamos
buenos líderes.
Pero aún con todo esto, que ya de por sí
es una revolución como pocas, viene lo que también es gordo. Se llama Alemania.
Alemania basa su economía en fabricar cosas y vendérnoslas. Sobre todo a los
españoles. Ya sabes: frigoríficos, cocinas, coches, motos… ¿Va a dejar Alemania que España le quite ese
puesto hegemónico en Europa? Naturalmente que no. Así que la cosa está negra.
Nosotros confiamos mucho en Europa.
Esperamos que Europa nos salve, nos arrastre sin piedad a la salvación. Pero
eso es firmar de por vida ser el patio, o el corral de Europa, el culo de Europa, donde los
alemanes y otros, vienen solo a tomar el sol y beber vino. Ya saben, el corral. De
España no les importa nada más. Y la quieren así, tal cual. Y no es porque no
tengamos cultura para dar y vender, y gente preparada y ambiciosa con ganas de hacer, sino porque nosotros mismos no nos
lo creemos. Nos hemos conformado con el sol. Nos gusta ser el corral. Entre los
que nos decían que el trabajo es un producto del pecado de los hombres, que tanto afán en la vida para qué, que para qué
quieres atesorar tanto en la tierra si lo que importa es el cielo, a los que
nos dicen que el trabajo es una
esclavitud maldita, es ingrato por una causa u otra, nos han quitado la conciencia de nuestros
valores. Y eso es lo que nos falta: conciencia de nosotros como españoles.
Entre todos nos la mataron.
Cuando la selección española de fútbol,
siempre de las últimas en los campeonatos europeos, mundiales, etc., perdió esa
fragilidad, ese miedo escénico y esa pereza mental, fue cuando ganó todo lo que
había que ganar. Y nuestros campeones en cualquier deporte, no son ni mejores
ni peores pero están seguros de sí y actúan sin complejos. Soy español, dime a
qué quieres jugar que te gano. Así era. Con un par. Nunca ponderaremos lo
suficiente al seleccionador español que supo hacer esa transformación. Aquello
fue una revolución en toda regla, aunque fuera en el fútbol.
¿Quién nos ayudará a quitarnos los complejos? ¿Quién a derribar las barreras de la inercia y
las opiniones negativas sobre el trabajo, empresarios, esfuerzo,
liderazgo, responsabilidad, etc.? Necesitamos
buenos líderes. Tenemos por delante muchas cosas que hacer y la más urgente es
que creamos en nosotros mismos. Sin complejos. Y luego, a por los sinvergüenzas
y a partir de ahí a levantar de nuevo el edificio con pilares sociales más
sólidos. Nada de corral.
Ya lo decía Churchill: «os pido sangre, esfuerzo, lágrimas y
sudor». Entonces tendría sentido.