Liderar o
ser liderado, he ahí la cuestión.
Los
animales que viven en libertad (salvajes, tiene mala connotación) juegan de
pequeños entre ellos, prueban sus fuerzas, valentía y decisión y aprenden de
esta forma cuál va a ser su posición dentro del grupo al que pertenecen. Los más
activos serán los líderes y los segundos el pueblo que camina junto al líder
por los caminos que el bienestar y el sentido común aconsejen. No hay líder sin
pueblo ni pueblo sin líder. El líder es
el que toma las decisiones, se supone que buenas, para la supervivencia del
grupo y sabe aprovechar los valores de cada uno para la comunidad.
Hay
buenos líderes y malos, evidentemente. El liderazgo es tan común a la humanidad
como al resto de animales, de modo que
luchar contra ello es poco menos que una pérdida de tiempo; es ir contra
natura; es algo que nos va en los genes y no podemos ni debemos evitar,
simplemente debemos procurar buenos líderes, como procuramos buenos ciudadanos,
buenos artesanos o buenos médicos. Y esta es la cuestión.
La cultura
llamada «progresista», que en la escuela —fiel reflejo de los
valores sociales— se ha extendido durante decenios, decía a los niños, por maestros convencidos y bien pensantes,
que la competitividad era mala. Que los niños compitieran por ser el mejor en
fútbol, o en dibujo o en lectura, o en lo que fuera, no estaba bien visto,
porque en la cultura «progresista» la igualdad es más sagrada que la libertad,
el esfuerzo o el deseo de superación. Pero como no es posible igualar por
arriba, se iguala por abajo. De ahí la insistencia en lo malo que es la
competitividad. Pero lo cierto es que una sociedad, o tan solo un grupo de
personas sin líderes, se viene abajo, porque no hay objetivos, ni unión, ni ánimos,
ni capacidad de esfuerzo, ni orden, ni preferencias, ni firmeza… Los grandes
imperios han caído muchas veces porque los líderes que los sustentaban dejaron
de serlo. Seguramente cuando nuestros ancestros salieron de África en busca de
mejores condiciones de vida, lo hicieron guiados por líderes, que fueron los
que dieron al grupo las estrategias de supervivencia y los objetivos y ánimos
necesarios para hacerlo. Sin ellos no estaríamos aquí.
Ser
líder es algo natural. Vaya usted a saber qué parte se explica mediante la
ciencia y qué parte se explica por la cultura. El caso es que hay gente cuya
tranquilidad, o lucidez, o buenas ideas, o sentido común, o simplemente la
vehemencia con que defiende unos ideales provoca en los demás un corrimiento de
estatus poniendo a ese individuo el primero entre ellos.
¿No se debería
en la escuela, —esa
primera lección en el libro de la vida en sociedad—, fomentar el buen
liderazgo? Puesto que es algo inevitable y natural, ¿no sería deseable que los
líderes fueran mejor elegidos por sus méritos de honradez, capacidad de
trabajo, ilusión contagiosa, ponderación y todos esos elementos deseables en una
buena persona o un buen líder? ¿No se debería desde la escuela fomentar esa
visión de los líderes? Fuera demagogias, fuera fuerza bruta, fuera maldad
sibilina, fuera egoísmo… Muchachos, el buen líder ama a la gente, y quiere el
bien para ella. Se pone al servicio de los demás con su liderazgo. A los
líderes se les reconoce por su forma de enfrentarse a la vida: con nobleza, con
valentía, con decisión, con orden en las ideas, templando el corazón. Un
mentiroso o un estafador no pueden ser
líderes. Hay que distinguir. Al líder, primero se le reconoce; después, tal
vez, se le elija. En nuestros partidos políticos no es así, por eso ocurre lo
que ocurre con todo. Tenemos la alfombra nacional llenita de basura escondida y
esperando los buenos lideres que comiencen la limpieza, porque la honradez, esa
virtud del buen líder, es la gran ausente en la fiesta de la política Made in
Spain. Ya somos un país de golfos. Olé. Y no podemos exportar. Oh, porras.
Los
viejos nativos americanos, vemos en las películas que eligen siempre a un grupo
de ancianos para dirigir al pueblo. Sabia elección en aquellos entonces. El
viejo era al menos un protector de los suyos; ya había pasado por la
experiencia de tener hijos y cuidarlos, y sabía de peligros y complicaciones, y
la edad le daba una visión amplia del mundo y sus cosas, además de saber dónde
estaban las mejores praderas para pasar el invierno o los mejores bosques para
el verano. También las elefantas lo hacen, como es sabido, y otros muchos
animales. Nosotros, en cambio, nos dejamos seducir por jovencillos vehementes, guaperillos
de televisión, más deseosos de lucimiento y pasta, de fama y protagonismo que
de ser realmente útiles a la comunidad. Nuestro concepto de líderes debe
cambiar. Deben pasar un mejor examen y, por supuesto, desde pequeños nos hemos
de acostumbrar a ser honestos si queremos manejar el mundo. Es la primera
condición del líder.
Así
pues, dejar que en el colegio los niños se agrupen para hacer trabajos, y que
de entre ellos salga alguien con la capacidad de ordenar el grupo sería un buen
ejercicio en el que debería valorarse no tanto el resultado del mismo como el
ejercicio de agruparse y ordenarse alrededor de un líder. Y que cada niño pueda
tener repetidas experiencias y oportunidades a lo largo del curso con distintos
grupos, y que en cada uno fuera poniéndose en su lugar y conociéndose a sí
mismo, no para conformarse, sino para luchar para ser más y mejor. Es lo que se
llama superación. No debe reprimirse, pues.
En las
grandes empresas, por ejemplo, se fomentan los líderes. Son los que transmiten
las ideas, la sangre, la energía, la voluntad por mejorar, el empuje vital
necesario para crear y ser competitivos. La ilusión. No es mala idea. Una buena
empresa tiene buenos líderes, forzosamente. Y todo en la vida es empresa.
En
España, cuyo retraso cultural en esta materia por culpa de la demagogia y las
falsas pedagogías, como en otras, es
patente, nos han salido unos líderes políticos tan nefastos, que no han hecho más que retraer y complicar
el desarrollo social. Lo han corrompido todo. Son todo lo contrario de un
líder. Y en la vida esta que llevamos, no dar un paso adelante, es darlo hacia
atrás, porque el tiempo corre y nos pasa y atropella, porque todavía no tenemos
el pasado claro, ni el presente, ni, mucho menos, el futuro. Hay países que al
menos el pasado lo saben, o al menos no reniegan de él; el presente… pues ahí
están, en la lucha; y el futuro… se gana ahora. Nosotros andamos perdidos en el
tiempo, confundiendo conscientemente nuestros líderes el pasado con el presente
y entorpeciéndonos a todos el futuro. No tenemos buenos líderes. Está claro.
Estas
frases sacadas de Internet nos dicen algo de lo que puede ser un líder. En
estos tiempos de escritura breve vienen bien para captar la idea del liderazgo.
Dicen así:
.«Todo está perdido cuando los malos sirven
de ejemplo». Esta es una cuestión que tenemos a diario, habiendo creado
escuela y, tanto de un signo político como del otro son innúmeras las
“irregularidades” de todo tipo cometidas. Cada día nos despertamos con un nuevo
caso de corrupción.
.«Muchas personas tienen poder, pero pocos tienen poder para
llegar a las personas; esos son los verdaderos líderes». Los
líderes que no son de izquierdas, en España tienen verdadera incapacidad para
llegar a la gente y encantarla con sus propuestas. No hay batalla de ideas.
Desde el punto de vista ideológico, solo la izquierda existe.
.«Un hombre con ideas es fuerte, pero un hombre con ideales
es invencible». Que se lo digan a nuestros políticos que han sido
presidentes estos años. El menos capaz, pero que aparenta ideales, se lleva a
la tropa de calle.
.«Líder no es mandar, es saber servir y
dirigir a los demás con propósito y amor». El propósito en estos lares es
el poder, para torcer la sociedad a su gusto y seguir sirviéndose de ella para
mantener el poder… Y así sucesivamente.
.«Un líder es el menos conformista de un grupo». Si
esto es así, en España no hay líderes, salvo aquellos —Podemos,
por ejemplo—, que adornan su ideología de control total de la población
con el inconformismo sobre la política de derechas o izquierdas. Desde el punto
de vista del líder, el jefe de Podemos es bueno porque es un hábil negociador
de esperanzas, como en su tiempo lo fue Felipe González. Aunque luego pasó lo
que pasó.
Y para
terminar un buen consejo para los profes, y no profes, que fomenten el buen liderazgo:
.«Las
tres C del liderazgo son Consideración,
Cuidado y Cortesía. Sea educado con todos”.
En fin,
querer es poder, y para eso hay que despertar, pero España está dormida.