Nuestro viejo amigo el profesor, ya conocido en estas latitudes
por otras intervenciones, tiene una hija con titulación superior de música que
trabaja en un colegio de Madrid de los de «alto standing». O séase, un colegio
de familias muy bien, no solo bien, donde están aparcados muchos hijos de la
nobleza de sangre o esa otra que da la economía o la política. Gente muy bien,
me dice. El pobre caminaba “cabizbundo y meditabajo” entre las calles. Acababa
de hablar con su hija y esta le mostraba su desesperación ante la indolencia,
el pasotismo, la rebeldía estúpida de quien lo tiene todo, la falta de valores
y no sé cuántas cosas más, nos arrojó a la cara a Nora y a mí. Tan preocupado
estaba el hombre, y tan dramáticamente vivía la situación de su hija que no
tuve más remedio que invitarle al sosiego en la paz de una terraza, al amparo
de la sombra fresca de unos árboles y con un limón granizado como consuelo para
su alma herida. Y me contó:
—No sabe cómo entrar a la clase. Pasan absolutamente de todo. Nada
les importa. Se preguntan constantemente para qué sirve esta asignatura, o la
otra, cuestionan al profesor, son insolentes, muestran un absoluto desprecio
por el profesor y sus conocimientos y en clase se muestran ajenos a todo lo que
no sea su mundo de comodidades, caprichos, consumo, etc.
Dejé pasar unos minutos para que la sangre le bajara de la cabeza.
Entre la fresca sombra del árbol y el granizado de limón, le fue cayendo la
preocupante historia de su hija hasta que asomó una leve sonrisa por la boca,
agradecido más al sabroso jugo que a mí, naturalmente. Nada como un delicioso
helado para refrescar los ánimos. Ya quisieran los psicólogos haber descubierto
esta receta.
—Esto que vive tu hija y que a ti te preocupa, como es natural, no
es más que la consecuencia de lo que tantas veces hemos hablado. La ausencia de
valores. Empezando por la familia. Es extraordinario lo que me dices porque
esos extremos no se ven en los colegios más «normalitos», o más humildes, aquellos
que llamamos «públicos» o «concertados». Existe en todas partes gente ruin y
follonera, como diría Don Quijote, pero en el colegio de tu hija existe el
agravante que todo eso se abandera, además, con la arrogancia, la petulancia y
la omnipotencia de la familia con mucha pasta. Los perjudicados son ellos
mismos, sobre todo. Y de paso también los profesores que quieren enseñar, como
tu hija, y que cada día tienen que soportar esa prueba de fuego para dignificarse
como profesional y persona. Sobrevivir con dignidad en esa situación es penoso,
difícil, a veces heroico. Cuántas vocaciones se habrán roto en semejante
situación. Además está la incomprensión
de los directivos del colegio, a los que le importas menos que una hormiga en
el hormiguero. Eres una pieza recambiable en el negocio. Poco más o menos que
un repartidor de pizzas. En alguna ocasión me han contado que los alumnos han
llegado a decir aquello de… «Me tienes que aprobar porque mi padre da mucho
dinero al colegio». Y es que esta gente se lo compra todo. Algunos incluso la plaza
en el cielo. De modo que los chicos han aprendido desde pequeños a sacar
utilidad a la vida sin dar un palo al agua. Es difícil la situación, desde luego. Además
hoy la sufre ella, pero mañana la sociedad entera, donde estos individuos
medrarán a sus anchas, con el único propósito de forrarse sin mayores
escrúpulos. De eso los españoles sabemos bastante.
Hay que tener en cuenta que los padres son los que mantienen con
su dinero ese colegio, y otros como él. Y nadie quiere que le molesten porque
su hijo es un gilirebelde sin causa. Porque claro, los padres son clientes, y
el colegio es un negocio. De modo que los profes son empleados. Cualquier otro
signo de vocación, de servicio a la sociedad, de transmisión de valores queda
en un segundo, tercer plano o simplemente muerto en combate porque la pela es
la pela, según la popular frase del mundillo catalán. A mi modesto entender, el colegio basado en el
negocio es un fraude social. O ese colegio transmite valores necesarios para la
convivencia, empezando por el respeto a los profesores y demás compañeros, amén
de esfuerzos, disciplina, sacrificio, voluntad, etc., o ese colegio es una
estafa social. Los dueños deberían dedicarse a fabricar otra cosa, que no
golfos descarados ajenos a cualquier cosa que no sea su capricho. Estamos
criando cuervos que el día de mañana nos sacarán los ojos. Ahí están los periódicos
de cada día, hartos de contárnoslo ya.
Los colegios… menos altos… tienen miras más altas y dignificantes
para ellos mismos y para la sociedad entera. A veces no es oro todo lo que
reluce, y puesto que vivimos en sociedad, hay que fomentar lo socialmente sano.
Lo demás es pura enfermedad. Pus para limpiar.