Desde el
nacimiento de esta llamada «democracia» hasta ahora, hemos hecho una colección de
personajes dedicados a la política que la han convertido en una golfería común.
Los habrá honrados, digo yo que sí, aunque saber de la falta de honradez de los
demás y no denunciarlo… tampoco redime de los pecados. Y los personajes están
en todo eso que se llama el «abanico parlamentario». Hay golfos por todas
partes y parece ser que nuestra particular forma de entender la política les
alienta a encontrar un sitio en ella desde donde poner en marcha su golfísima
afición.
¿Cómo hemos
llegado a tener varias generaciones de golfos ininterrumpidamente en la
política?
Son varias las
causas, porque todos somos hijos de la historia. Por una tenemos que la picaresca es cosa común
en el alma hispana como es sabido. Lo de
Rinconete y Cortadillo nos va mucho, y lo miramos incluso con simpatía. Es cosa
de listos, suponemos. De ahí que en cuanto nuestro niño pequeño comienza a
hacer trampas ya le decimos a nuestros vecinos muy satisfechos… «Este es más
listo…» En España, ser listo significa ser pícaro y golfete. No deja de ser
curiosa la cosa. Y encima lo rematamos con dichos como…«de bueno a tonto solo
hay un paso». ¿Y quién quiere ser tonto? Pues marica el último.
Otra parte nos
viene por las enseñanzas de la iglesia y el régimen político adscrito a ella. Caramba, dirán algunos, ¿la iglesia enseña a
robar? Bueno, la iglesia ha sido muy condescendiente en ciertos aspectos y muy
intransigente en otros. Y esa es la cuestión, que elige los valores que quiere
transmitir con mayor o menor intensidad. La iglesia ha pasado mucho tiempo
hablándonos de los pecados de cintura para abajo (qué obsesión) pero no dejó
tan clara y perseguible por los fuegos del infierno cosas tales como la
honradez, la sinceridad, la honestidad, el esfuerzo, el valor del trabajo, el
respeto a la naturaleza, el amor a los animales, etc. y todas esas cuestiones
que empleamos más a menudo. La Iglesia ha elegido lo que quiere perseguir más y
lo que menos. Eso hace que los valores sociales tan ampliamente extendidos por
el magisterio de la iglesia en el marco del régimen que la amparaba, carezcan ahora
de los valores tan necesitados de ellos, como la honradez. Y para más INRI (me
salió sin pensar) se encargaron también los progresistas de destruir todo recuerdo,
bueno o malo de aquellos viejos valores. Si malo, evidenciarlo, si bueno
reducirlo al olvido. Somos como seres sin historia, entes sin sombra o pisada
sin huella.
De modo que
los valores, mejores o peores, que antes
eran socialmente aceptados y respetados, fueron desmantelados por la izquierda,
la tercera causa, que en sus ganas por hacer desaparecer de la memoria
colectiva la influencia de la religión y el llamado franquismo —mal de todos los males— para implantar su nuevo orden,
destrozaron todo con sus leyes de educación. Esa es la auténtica Fragua de
Vulcano donde los progres, a golpes de su interés, forjan los nuevos seres que
ellos necesitan: ligeros, flexibles, alegres en su ignorancia, con la alianza
de civilizaciones, europeísmo, multiculturalismo y todo lo que suponga diluir
una cultura para que desaparezca. «A España no la va a conocer ni la madre que
la parió.» Dijo aquel. Y así es.
De ahí nos
vienen estos golfos, de aquellos lodos de la historia. En realidad cada uno de
nosotros llevamos un golfo dentro. Solo que hay quien llega a su lugar y tiene
opciones para desempeñar su querencia, pero todos de una forma u otra la
desarrollamos a lo largo de nuestra vida, porque esto es una carrera a ver
quién llega más lejos. Cuando no declaras beneficios, cuando mientes para que
te den una beca, cuando no pides el IVA en la compra o la obra que acabas de
hacer, cuando… etc. Somos un país de pillos (o eso creemos) ergo somos un país
de golfos. De modo que no debería extrañarnos esta golfería generalizada.
Seguramente, ese que descubre a otro ante los medios, el que lo estigmatiza y
somete a la «pena mediática» es tan golfo como aquel. O está en vías de serlo.
Ya saben el dicho: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Estamos
rodeados de ellos por todas partes ocupando todos los colores políticos. Véanse,
si no, los recién llegados, con su también recién historia de golferías y
engaños previos. Y ahora pretendiendo una “aureola” de intelectualidad revolucionaria
que suponen les da la Universidad. Y encima nuestra universidad, que está hecha
unos zorros. Ya dice, y dice bien, el
lema de la salmantina… «Quod natura non
dat, Salmantica non præstat.»
Pero el ansia
de poder, y sus prebendas, son así, un acicate para muchos que les hace no
perder tiempo y bien temprano se dedican a ello. No hay más que ver cuánto
político ha salido desde el mismísimo instituto, sin haberse curtido antes en
trabajos, nutrido de cultura y responsabilidad. Cualquier follonero/a que se
aprenda la aguja de marear, será fichado por partidos, sindicatos, etc., y con
el tiempo lo veremos ocupando puestos en ayuntamientos, diputaciones, gobiernos
autónomos y parlamento nacional. Vaya tela. Total tan solo tienen que hacer lo
que se les diga. Y hablar mucho y repetir las consignas y mantras
tradicionales.
De modo que
menos ayes, menos dolores y más remedios, señor doctor.
Nuestro gran
pecado pues, del que no sólo no hemos podido salir sino que todavía hemos
profundizado más es el fracaso educativo. De ahí nos viene todo. Es este el
pilar fundamental de toda sociedad. Lo vienen diciendo profesores, educadores
de todas categorías… y gente apolítica y con sentido común.
Comenzó, como viene siendo registrado, estudiado
y dicho, por las políticas educativas llamadas «progresistas», palabra corrupta
que perdió su inocencia bien pronto, como es habitual en estos lares plenos de
demagogia. Con gran ánimo destructor, muy propio de la progresía, que considera
que solo ella es la poseedora del árbol de la ciencia del bien y del mal, se
sustituyó lo mucho o poco, bueno o malo que hubiera para llegar a una nada
metafísica e intangible. Se comenzó por desmontar una pieza esencial: el
maestro. Ya se le llamó profesor, intentando así que no fuese la persona que
educa, sino tan solo que enseña. Pero no se puede enseñar sin educar ni educar
sin enseñar. Se desmontó la autoridad del maestro (aquellas tarimas que había
en las clases para que el maestro pudiera ver bien y que los progresistas vieron en ella una forma de endiosamiento
del profesor); se llenó de religión laica la escuela para quitar la influencia
de la otra (la felicidad ya, aquí y ahora, nada de cielos futuros). Así se le
hizo al niño todo fácil, para que no sintiera el más mínimo desasosiego y el
cole fuera un lugar divertido, dónde no hay que esforzarse, ni sufrir por
aprender, ni nada que moleste al objetivo número uno de la vida que es la
felicidad. Los padres despiden a sus hijos en la puerta del cole con un
juvenil… ¡pásalo bien! Los padres, siempre niños... Hemos pasado del homo
sapiens al hombre feliz, directamente.
Todo fue,
pues, puesto como un juego y las modernas pedagogías comenzaron a empujar hacia
lo lúdico poniéndolo todo patas arriba. Todo
tenía que ser lúdico-festivo. Esa ha sido la palabra de moda. Se penalizó la
memoria, a la que se vio como algo arcaico y primitivo y que hacía sufrir a las
criaturas. No hay que memorizar nada. Qué burros. Sin memoria no hay
aprendizaje, porque la memoria es parte fundamental. Se parte de lo que sabemos
para establecer conexiones y formar en nuestra mente una comprensión del mundo
que nos rodea. Sin memoria no hay nada. Entiéndase por qué a los ordenadores lo
primero que se les dota es de una memoria, y luego los procesadores que llevan
y traen con rapidez las órdenes como un sistema nervioso. Da gusto saber,
aunque solo sea por eso, dónde nace el
Ebro, y comprobar, a su paso, que aquella es una de las ciudades por donde
discurre (Mirando de Ebro, Haro, Logroño, Calahorra, Tudela, Zaragoza, Pina…
etc.) Qué tiempos aquellos en el que el saber no ocupaba lugar. Ahora el lugar
permanece vacío, porque no hay saber ni… recuerdo. Se lo llevó el viento de la
historia.
Se cambió todo
en la escuela, ya desde la escuela primaria. A veces, como dicen los profesores
veteranos, solo cambiando palabras usadas y sabidas por otras, con el único fin
de darle más relieve a tal o cual acción. Igual que hacía la iglesia. Por
ejemplo las programaciones, la motivación, y ahora las transversalidades y mil
palabritas más que no llevan a ninguna parte pero que enredan y quieren darle
un cierto aire científico a la cosa. Tampoco hay padres ni alumnos, sino
clientes.
A los maestros
se les ha sumido, y hundido, en el trabajo arduo de papeleo. Hoy los profesores
tienen que registrarlo todo. Ya solo falta que hagan análisis de orina al
entrar y salir de clase, con un gráfico que demuestre cuales son los momentos
del niño en que más han variado su composición química porque eso puede demostrar
cuál ha sido el momento de mayor estrés. Para evitarlo claro. Seguro que fueron
las tablas de multiplicar, porque ya hay voces por ahí que se preguntan para
qué quieren los niños saber las tablas de multiplicar. Para qué. Para qué
quieren saber nada, si ya lo tienen todo en la Wikipedia. Ja, Ja. Y ya lo más
moderno: no libros, no asignaturas, no exámenes, no horarios, no deberes, no…
Qué fácil se lo están poniendo a Iván Illich y su «Sociedad desescolarizada».
Estos niños,
padres del futuro, padres ya hoy, no han hecho más que repetir lo que ellos han
vivido desde su niñez. Y así, rodando la bola nos encontramos con esto. Y
también las nuevas generaciones de maestros, perdón, profesores, han mamado ese
sistema, lo que quiere decir que cuando están en clase tienden a repetir lo
vivido y estudiado. La bola es pues muy gorda, porque llevamos muchos años,
varias generaciones ya, perdidos en el espacio-tiempo terrestre que un día
desapareció de nuestros pies y nos encontramos flotando en el limbo de la
felicidad. Sin cultura, sin tradiciones, sin creencias y sin memoria, todo es
lo mismo: la nada. Flotar en la nada es lo más alto en el nivel nihilista de la
progresía. Pero como hay que creer en
algo, cuando las gentes dejan de creer en los valores que sostienen su mundo,
comienzan a creer en cualquier chorrada. Es frase del bueno de Chesterton.
No es de
extrañar pues que encantados en nuestra nada interior, proliferen los pillos y golfos
como los mosquitos a la luz en las noches de verano. En su último libro dice
Pérez Reverte en boca de un personaje: «El
dinero de los tontos es el patrimonio de los listos.»
Y si la
progresía es como la energía, que no se destruye sino que se transforma, los
conservadores son autistas, observadores mudos, aunque muchos, como de los
otros, afanados golfetes, que nada
tienen que decir de nada, y que les da lo mismo una cosa que la contraria,
sumidos en una mediocridad de ideas que deja a la mismísima noche en el lado de
la luz de sus miserias. Como decía
aquel periodista: de profesión sus crepúsculos. Así es la derecha.
Pero no se puede montar una sociedad moderna, eficiente, democrática,
activa, culta y libre sin una educación que premie el esfuerzo, el interés, el
trabajo bien hecho, la honradez, la responsabilidad, las buenas costumbres,
etc. etc. etc. En cambio aquí estamos, entre unos y otros.
Chesterton lo
decía también: Todo el moderno mundo se ha dividido en conservadores y
progresistas. El negocio de los progresistas es ir a cometer errores. El
negocio de los conservadores es evitar que los errores sean corregidos.
Y la casa sin barrer y más golfos que botellines.