viernes, 26 de junio de 2015

AND THE WINNER IS...

Es el personaje más fiel, el más recurrente en las series de TV, en videojuegos y en el cine grande. Aunque con el tiempo ha cambiado su imagen, su actuación sigue siendo certeramente la misma, sigue siendo fiel a sí mismo; unas veces más sofisticado, otras más primitivo, pero siempre igualmente eficaz en su interpretación..
La única diferencia es que antes, las muertes por disparo de pistola eran más novelescas; tenían su «miajica de heroicidad» ―hay que justificarse ante el espectador―; tenían un cierto halo épico. Al difunto, a menudo se le daba oportunidad de hablar, y también de que el espectador contemplara la muerte con una cierta y razonable dignidad; y tal vez incluso recibiera un mensaje valedero para su vida; o al menos se afligiera con el hecho. La muerte hacía sufrir y asomar sentimientos de aborrecimiento hacia la violencia y al mismo tiempo la aceptación del tránsito como algo que conviene tomar como hecho natural. Aunque dolorosa, todos deseamos una despedida resignada y tranquila que nos deje en paz.
Pero hoy se mata en un abrir y cerrar de ojos. Y a veces incluso antes. Es un simple acto reflejo, un guiño, un tic,  y las gentes mueren con una ausencia total de emociones. Ni el que mata, ni el muerto, ni por supuesto el espectador que se acostumbra con naturalidad a la avalancha de muertes sin más complejos. Muchas veces ya ni siquiera nos transmiten la fría emoción de la venganza. No hay dolor, ni palabras, ni heroicidad. La pistola por fin alcanzó hoy su cénit en la interpretación cinematográfica. Nacida para matar. Es ella la actriz con más películas en su haber. Su facilidad de manejo y la ausencia de emociones se han acomodado con el tiempo, siendo hoy indispensable para transmitir emociones en un mundo facilonamente saturado de todas ellas. Están ahí, todo el día y todos los días. No es pues de extrañar que ese gesto mecánico, esa acción que apenas saluda a nuestra razón al cruzar nuestra mente, se vea copiada por chicos y mayores, policías… El planteamiento es que matar no supone esfuerzo ni plantea problemas graves de conciencia o personalidad al individuo. Es algo fácil y rápido. No hay dolor ni problemas de salud mental. Lo fácil, lo rápido, lo cómodo están hoy de moda. Si hay que matar se mata.
Y no sólo en EEUU, sino en todo el mundo. Matar es, cada día más, un acto reflejo sin control, y la muerte un frío y distante acto que no sugiere nada. Ni siquiera dolor ni problema de conciencia. Con la pistola, en las películas se dispara como en la feria a los patitos, sin el más mínimo estremecimiento.
Un joven o adulto que vea a menudo TV, puede ver al cabo de la semana 20 ó 30 muertes sin pestañear. Solo en una semana. Si lo multiplicamos por las cuatro semanas del mes tendremos  80 o más muertes. Por los doce meses del año… Y al cabo de los años…
Nos vacunamos contra el dolor, contra el horror. Nos hacemos insensibles al dolor ajeno. Es lógico que cada día haya más gente que quiera imitar a esta escuela permanente de insensibilidad que cuenta con estupendos anuncios y tanto colorín. No nos extrañe que pase lo que pasa en todas partes. Gente que corta cabezas, que degüella en público, que dispara a niños en un colegio, o a otro que es simplemente sospechoso, que los terrorismos sean cada vez más sádicos. O niños que torturan o matan a otros niños, cosa impensable hace cuarenta años. Mientras la violencia se automatiza y libera del dolor y la responsabilidad, nosotros nos liberamos también del repudio al acto, nos silenciamos, nos volvemos insensibles.
Hace años, una persona caída en el suelo por alguna causa, tenía a su alrededor a un grupo de voluntariosos vecinos dispuestos a levantarle, prestarle auxilio, llamar al médico o a la policía. Hoy se suele dejar en el suelo sin siquiera mirarle, no vaya a ser que nos contagie algo o nos veamos metidos en un problema.
Y la verdad es que esa máquina devoradora de conciencias que es la TV, con esa inmensa capacidad de educar a la gente, destruyéndolo todo para luego construir necios insensibles, está teniendo mucho éxito. Todo lo que salga por la tele es modelo de conducta, deseo de emulación, afán de repetir.
Si lo que no se anuncia en la tele no existe, lo que se ve cada día es lo natural, lo que es, el comportamiento a seguir. Luego se nos llena la boca de violencia de género y esas cosas, pero… Nos vacunamos diariamente para hacernos insensibles a ella.
No sé cuánto cobrará por película la «señora pistola», pero es la actriz con más éxito en la televisión. Se la ve. Se la luce. Resplandece. Se muestra sofisticada y eficaz, misteriosa y temible a la vez que próxima y amigable, haciendo que la persona que la usa parezca poderosa, segura de sí, confiada en su naturaleza, en su justicia inapelable.
«El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro.» Martin Luther King
Pero en cambio la tele, está empeñada en no seguir a Martin. Tal vez por eso se adelantó nuestro Ortega y Gasset: «El mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que no matan pero dejan matar.» Y enseñan además. Como la tele, que fomenta el culto  a la muerte y a las armas y el desprecio a la vida sin ningún pudor.
Todavía no  nos hemos dado cuenta de que educar no solo es responsabilidad del Estado, o del gobierno, o de la escuela y maestros, o de la familia. Es cosa de todos.  De modo que todos aquellos que por su oficio influyen en la opinión pública deben tomar nota de esto. Cuando un niño mata o maltrata a otro y lo saca por internet, debemos pensar dónde aprendió a tener esa falta de escrúpulos.        
«La conciencia hace que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a falta de testigos declara contra nosotros.» Michel de Montaige.



domingo, 21 de junio de 2015

RELAJÉMONOS Y GOCEMOS DE LA POLÍTICA PRESENTE


 No hago más que ver en la TV las caras, los gestos, las declaraciones de los nuevos llegados al poder a través de la política, y me hago cruces del tiempo que nos espera, en el que cada día nos sorprenderán con una nueva idea, un nuevo descaro, o un gesto soberbio de estar por encima del bien y del mal.  Nos esperan tiempos maravillosos, donde los aburridos telediarios se van a convertir en el mejor sainete de la vida política española. Vamos a sentarnos, ver la función, disfrutar y esperar a ver como los mejillones se cuecen en su propio jugo.
Y es que la soberbia es un mal endémico en la izquierda en general y de la española con perdón, en particular, como la cobardía lo es en la derecha. Desde el siglo XIX, de donde mamó y se ancló nuestra izquierda, se siente la única fuerza moral capaz de poner orden en este mundo. Su orden. Pero no les basta con poner orden. El odio al mundo establecido es tan potente en alguno de sus miembros que su deseo es hacer borrón y cuenta nueva. Y lo repiten continuamente en su locura de no aceptar el paso del tiempo. Lo ideal para ellos  es derribarlo todo, destruirlo todo, prenderle fuego, y con sus manos creadoras  hacer otro mundo puro, igualitario, equitativo, justo y bueno. Se sabe muy bien de donde viene esa emulación del mito de la creación divina. Ellos se adjudican el papel de dios creador. La izquierda no es que sea atea, es que es dios mismo. A ver quién es ese dios, o dioses de pacotilla que sin título universitario alguno, sin haber estudiado ciencias políticas, sin haber leído a Marx ni a Engels, sin haber asaltado pisos o entrado desnudo en una iglesia, se adjudican  la creación del mundo, y además este mundo tan nefasto y cruel. Solo de un dios maligno y torpe puede salir un mundo tan perverso. Por eso, desde las fuentes del XIX —donde todavía viven—, ellos se sienten la única fuerza moral en toda la faz de la tierra capaz de convertir, ahora y aquí, este infierno en un cielo. Solo ellos.

El camino recorrido hasta aquí ha sido largo, pero el relevo cultural e ideológico se ha cumplido fielmente. La izquierda, por abandono de la apática y asustadiza derecha, ha ocupado todos los estamentos culturales de la sociedad. Casi desde la escuela primaria. Más todavía en el instituto. Y mucho más todavía en la universidad. Las universidades públicas españolas están en manos de estos iluminados, estos talibanes de lo político, que se ven a sí mismo como los elegidos para tan alta misión. Lo suyo, ya se sabe, es una religión laica, una religión sin dios. Pero religión. Luego, ya sabemos lo que pasa, escarbas un poco y, como todos somos hijos de Eva, a poco te encuentras con miserias comunes que les harían descabalgar del carro de los héroes  donde están subidos, pero no hay nadie que les susurre al oído aquello que se decía a los generales romanos en la fiesta de los héroes… “recuerda que eres mortal”. Muy al contrario, es una carrera a ver quién es más. El más izquierdoso, el que más iglesias asalte, el que más pisos ocupe, el que más pancartas asome, el que más reuniones reviente, el que más vocifere, ese es más «izquierdosamente angelical». Más revolucionario. Más espíritu puro es. Y así, muchos de ellos, desde el instituto han pasado a la mamandurria política por ser gritón/a y chocarrero. Pero si luego pasas a la universidad y allí te dan el título de revolucionario oficial, entonces es ya el acabose. Qué orgásmica sensación de haber llegado a tocarle los cataplines al poder divino. Y al humano. Con licencia para matar.

Es una enfermedad por lo visto incurable. El PSOE pareció emprender el buen camino, el paso de izquierda revolucionaria a socialdemocracia, la despedida definitiva de la revolución y el caos del XIX y principios del XX, proclamando su separación del marxismo. Pero las fuerzas de base, el relevo generacional, se alimenta exclusivamente de las semillas del odio, el rencor, la venganza y la envidia y han seguido tal cual hasta ahora, esperando su oportunidad. Y ha bastado la corrupción política de unos y otros para que la soberbia latente despertara de nuevo a la bestia, que no había desaparecido a pesar del tiempo, sino que dormía. Y ahí les tenemos. Comunistas, anarquistas, revolucionarios de pacotilla…  En el fondo ansiosos de buen sueldo, poder y coche oficial. Todo muy humano y prosaico.

Ya sabemos que el Darwinismo explica la cosa de la evolución, que resulta que no es más que una adaptación al mundo que nos rodea. Y estos, con la boca llena de revoluciones, en cuanto comiencen a saborear los placeres del poder y por sus manos corra el dinero fácil de lo público, siempre tan misterioso él, pues… ya se sabe. Hay que darles tiempo. Porque la mejor manera de quitar el hambre es dando de comer. Tiempo al tiempo. Entre tanto disfrutemos del espectáculo y aprendamos la lección. Gocemos con qué descaro, con qué desparpajo, con que firme creencia en sus ideales —o eso parece— tratan con desprecio altanero a la derecha que representa a millones de españoles, y, sobre todo, manejan al PSOE… y por consiguiente a sus votantes. Lo tienen cogido por las pelotas. 
Para el PSOE ha sido una marcha atrás. Dejaron la revolución y vuelven ahora, desmañados, como muñecos rotos, sin horizontes, a los viejos revolucionarios pero con caras nuevas. Un paso adelante y dos atrás, esa es la triste historia de un  PSOE incapaz de entrar en el XXI por la puerta grande de la concordia, la paz, la libertad, la justicia y el orden necesarios.

En los tiempos del profeta  González y los compañeros que con él hicieron la transición, también hablaban con una altanería, una soberbia, un orgullo, una sensación de autoridad moral que desbordó a la derecha acomplejada y cobarde. Luego ya sabemos lo que pasó. Es historia. No ha habido en la derecha un líder que hable con claridad y diga que ellos no son los hombres del saco que se comen a los niños. Nadie lo ha dicho. Ni ha tenido eco suficiente en los medios, como lo tienen hasta los puntos y comas de la izquierda. Es más, para tener marchamo de modernos y demócratas, muchas veces han copiado o bendecido políticas de izquierda. No es que no tengan que coincidir en cuestiones elementales sería estupendo, pero no entregándose sin más aconsejado por su propio miedo a no ser vistos como modernos y demócratas. Si lo son, ¿a qué tener miedo?

Así que si el gran pecado de la derecha es la cobardía y el complejo, el de la izquierda es la soberbia y la superioridad.

«Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda», decía Martin Lutero. Desde el XIX la nuestra no ha cicatrizado. Todavía.

La izquierda, que ha gozado estos años del tiempo suficiente para hacer el cambio del XIX al XX, e incluso al XXI persiste en el error. Siempre hay una reserva de gente a la espera, dispuesta a medrar en ese mundo de influencias, de lecturas y filosofías de revoluciones autoritarias tan usuales en la universidad española a estas alturas.
Nadie les ha dicho nunca que las personas no están jamás tan cerca de la estupidez como cuando se creen sabias.
De modo que relajémonos, veamos el espectáculo, y comprobemos una vez más aquello que decía nuestro español Quevedo: 
«La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió».

Sean Connery, en su papel de comandante del submarino Octubre Rojo, le dice al agente de la Cía Jack Ryan (Alec Baldwin):

"Espero que de todo esto salga algo positivo. Una pequeña revolución, de cuando en cuando, es algo saludable."





miércoles, 10 de junio de 2015

EL VIEJO MAESTRO




No me gusta llamarle «viejo profesor», porque es hombre que tiende con facilidad a la melancolía, hija de la tristeza, y debe conservar el ánimo el tiempo suficiente para llegar a donde la vida le llegue. Él, como todos, tiene sus heridas del alma aun abiertas y todavía brota por ellas la sangre de sus batallas. Pero además no le gusta la palabra «profesor». Él se considera un «constructor» de personas; es decir, un «maestro».
Nuestra charla, entre azules marinos y las calas donde el mar se refugia abrazado por la tierra, se sitúa en su tema favorito: la enseñanza.
Partimos de la base común de que no se puede  enseñar sin educar ni educar sin enseñar. Son palabras unidas hija de la misma familia: la construcción personal. Me comenta el viejo maestro la frustrante incapacidad de los maestros de hoy por enseñar y/o educar. Todo está tan dirigido, tan atado y bien atado, que no pueden experimentar la sana emoción de enseñar.
Sumido en planes, subplanes, proyectos, subproyectos, estrategias, programaciones, objetivos, transversalidades y mil «puñeterías» más, ocupa todo su tiempo y esfuerzo entre reuniones, revisiones, refuerzos, evaluaciones de las evaluaciones, registros de registros y el consiguiente sinfín de papeles, gráficos y porcentajes, pareciéndose más al ejecutivo de una empresa de aceites minerales que a un conductor de almas. Mi viejo maestro llega a pensar si todo eso no es más que un invento del demonio con el fin de destruir los cimientos de la sociedad, y hacérsela a él más masticable. Lo cierto es que los resultados académicos, y no solo ellos, le dan la razón, pues son cada vez peores. Y en cuanto a la calidad humana… Pero nadie parece alarmarse. Toda la maquinaria sigue, tal cual, desvencijando las almas infantiles con mil puerilidades.
Compara el hombre a los maestros de hoy, más que los de ayer, con los peones del ajedrez en el juego de la política, donde el protagonismo educativo lo tienen los alfiles, las torres, los caballos, reinas y reyes, representados por sindicatos, asociaciones de padres, poderes autonómicos, estatales, empresariales, etc. etc. Ya se sabe que los peones son sacrificables por causa de las estrategias del juego.
Las consecuencias, enfermedades aparte, es que el maestro se siente minusvalorado, carente de motivación y voluntad, impotente y poco apto para construir nada. Y naturalmente el lema común es «resistir», es decir, llegar al final aunque sea sin honor, lo suficientemente vivo para jubilarse en las mejores condiciones de salud. Nadie se ha atrevido seriamente a considerar la pérdida de salud de los maestros, seguramente porque si se las tratara como una enfermedad laboral (que lo son), las indemnizaciones y jubilaciones serían extraordinarias.
Sin embargo ―prosigue su charla―, no cualquier tiempo pasado fue mejor, pero algunos sí lo fueron. Durante la EGB, que en verdad fue el empezose del acabose, que diría Mafalda, hubo años en que la alegría, la euforia, la libertad, la ilusión renovadora empapó a muchos maestros y se hicieron cosas importantes. Mi viejo maestro me habla del «Método de Proyectos», como uno de aquellos vivificantes logros.
El «proyecto» era en realidad una excusa, un motor de ilusiones, un provocador de esfuerzos, saberes y trabajos con sentido para el que lo realiza, porque no hay cosa más alienante que un trabajo carente de sentido, solitario, monótono y triste. Los trabajos tienen que emocionar, y el método, dice mi amigo, es/era emoción y te hace, o hacía, estar siempre motivado. Sabes por algo y para algo: el proyecto.
¿Y qué es el proyecto? dices mientras clavas en mi pupila  tu pupila azul. El proyecto eres tú. Se ríe, recordando quizá el poema de Bécquer, y explica que en realidad el proyecto es el maestro, que se convierte en un hábil canalizador de las virtudes de los infantes a través de una excusa educativa. Pero eso era antes, cuando el maestro vivía la educación. Ahora es el oscuro peón que la sufre.
Dejándose llevar por los recuerdos, advierto un brillante punto de luz en sus ojos cansados y me cuenta, rejuvenecido por momentos, de la alegría de vivir aprendiendo, de sentir y emocionarse mientras se vivía la experiencia. Y me contó un proyecto: construir a escala una masía, una casa de campo. Para los chicos de ciudad, nada más misterioso. Y para comenzar, una visita, claro, a una masía.
Recordaba el maestro aquella experiencia. Los chicos, por grupos, haciendo dibujos, que luego se convertirían en planos a escala, tomando medidas, haciendo fotos, tomando notas. Aquí el pajar, allá los animales, en esta parte los útiles de labranza, en esta zona la casa, con su cocina, sus dormitorios, su patio. Y luego en clase, primero en la pizarra y luego cada uno en su cuaderno pasar de metros a centímetros cada objeto o espacio que había medido. Luego… todo lo demás.
Hubo que volver varias veces, incluso para medir el ángulo del tejado. Y después mil tipos de problemas, y explicaciones geográficas, y palabras, vocabulario, y medidas y precios, y plantas y animales…
Entre tanto ―cuenta agitado―, en el centro de la clase se iba levantando a escala aquella masía. Y hubo que hacerle tejas con arcilla, ladrillos pequeñitos, y modelar animales de plastilina, y plantas y pequeños sembrados como si fuera un Belén. Y uno, por voluntad propia, había hecho un precioso árbol, otro una palmera con sus dátiles, otro el perro de la finca, o la noria de donde sacaban agua…Y cada día la veíamos crecer. Ocupaba el centro de la clase y todos los alumnos estaban a su alrededor, de manera que le tenían siempre presente iluminando la imaginación,  alentando la voluntad de aprender. Y hubo que pintar, recortar, dibujar, modelar, calcular, escribir… y sobre todo, trabajar para un fin con ilusión renovada. ¡Oh felices tiempos! ―exclama emocionado.
De pronto cambia la expresión de su cara, como sintiendo pena de no se sabe bien qué profundidades de su alma y me dice…
―Mis compañeros… la última vez que les vi…, ninguna sonrisa había en sus bocas…,  ninguna chispa en sus ojos... Eran miradas de resignación, de cansancio, de hastío. Como plantas que no se riegan, languidecen día a día sumidos en la tristeza del no saber por qué ni para qué, mientras a su alrededor, los infinitos papeles les bailan la danza de la muerte de su vocación.


De pronto se queda mudo, mirando al acantilado. Las aguas mansas dejan ver el fondo rocoso, pero sin vida, tal vez como su propia alma. Le pongo una mano en el hombro: Te invito a un helado maestro, allá en la playa.

domingo, 7 de junio de 2015

PEDAGOGÍA POLÍTICA


Por fin acabaron las elecciones. Con todo el torrente de imágenes, palabras, promesas, datos, mensajes, porcentajes y toda la parafernalia que lleva consigo la situación, uno viene a concluir lo pésimos comunicadores que son, en general, los políticos españoles. Algunos, sobre todo. Otros, con voces de sirena, han sabido pescar en el mar revuelto de la crisis para sacar provecho en ese caladero generoso, formado como siempre por gente con la poca sustancia para entender el proceso y que se dejan llevar fácilmente por la bilis, siendo presa fácil del descontento y toda la mala leche acumulada en estos años. Son más las ganas de convencerse que la capacidad de convencer. Entre crisis económica y crisis de valores humanos (la gran crisis), hay mucha gente que le tiene ganas a mucha otra, de distintos partidos tradicionales, de izquierda o derecha, aunque en estas cuestiones, desde luego, la izquierda tiene muchísima más tradición, facilidad y gancho.

De modo que, de entre todos, y a mi parecer, los más lamentables son los de la derecha. La derecha todavía no sabe, no entiende o no puede entender qué es la política. Al final venimos a creer que no gana elecciones sino que las pierde la izquierda.

La política, y eso lo sabe muy bien la izquierda, es comunicación, y los partidos de derecha no consiguen, porque no pueden o no saben, comunicar con los ciudadanos. Quienes les votan es porque simplemente no quieren votar a la izquierda, pero no porque el partido del gobierno (todavía) les sea atractivo. No conocemos las ideas del gobierno prácticamente en nada relacionado con la vida de la ciudadanía…  Y lo que se supo no se cumplió. No sabemos qué quieren hacer y para qué con la educación, con la agricultura, con el turismo, la industria, la sanidad…  No explican el por qué y para qué de sus políticas. No sabemos qué quieren en nada, porque ellos tampoco lo saben. No sabemos qué modelo de sociedad quieren desarrollar. Parece que solo les preocupa la economía, dejando el terreno de la política a sus adversarios, y ahí se las dan todas.

En España, votar derecha es huir de la izquierda, y eso es una decisión personal de los votantes de la derecha. Naturalmente también votar izquierda es huir de la derecha, y también es una decisión de la ciudadanía; pero además es una convicción inducida por los políticos de izquierda, que en eso de comunicar, ya digo, supera ampliamente a la derecha, a pesar de que también en la izquierda la comunicación ha estado muy floja. Comienzan a dar pena y sus votantes son fácil presa de las nuevas generaciones de políticos, con poco complejo, sin historia reciente, mucho más demagogos porque no han tenido experiencia de gobierno y hoy por hoy están «libres de pecado» En fin, que ya no hay políticos con verbo y emoción, como lo fueron Felipe González o Manuel Fraga, por ejemplo.  Los políticos españoles actuales son en general muy malos comunicadores pero especialmente malos los de la derecha, empezando por su jefe político. Qué mal comunicador es el presidente Rajoy. Aunque se le escuche una hora hablando, uno tiene la sensación de que no ha dicho nada. Los antiguos vendedores de mantas lo hacían muchísimo mejor con su verbo encendido.

Ya hemos comentado en este blog que para estar en política, hay que hacer política, ser hombre político y tener ideas políticas. Por tanto debemos saber de dónde partimos y a dónde vamos, y así tendrá sentido el camino que queramos recorrer. Hay que tener una ideología, aunque sea pequeñita, suave y tímida, Pero los ciudadanos queremos saber cuáles son las fuentes en las que se bebe culturalmente, porque será más comprensible saber cuál es la propuesta a la que se  nos quiere llevar. Es entonces cuando la política tiene sentido y el lenguaje se hace claro; es cuando la política se descubre sin cartas escondidas en la manga, y el mundo de las ideas, y por tanto de las palabras, la oratoria, los gestos tienen su sentido. Salir en público, sin papeles, emocionarse con el discurso, convencer con la emoción, de pronto una subida de tono de voz, un gesto de firmeza, o de rechazo, luego un silencio para que las palabras calen en las almas y de nuevo un tono suave que recoge la idea principal y la eleva a la razón. Para ser político hay que querer y aprender a hablar con la gente, y la gente, toda, es emoción. Nos gusta emocionarnos. Qué sería de una novela, una película, una música, un teatro, una pintura, una poesía, sin que nos transmitiera emociones. Ese es precisamente su éxito. Si no fuera así… sería pura nada. La vida toda es emoción. Sin emociones no hay buena comprensión, y sí apatía y desinterés, como la política que transmite la derecha. Da pena ver hablar al presidente Rajoy, con esa monotonía de voz, sin apenas gestos, sin más emoción que los fríos datos de la economía, con ese molesto y permanente tono agudo. Me recuerda lo que aquel director decía del joven Clint Estwood: «tiene dos expresiones, con sombrero y sin sombrero».

La política, como todo lo referente al ser humano, no es toda razón, no es sólo economía.  Somos también, y sobre todo, emoción y sentimientos. Ya lo recordaba Cervantes en el Quijote: «el corazón tiene razones que la razón no entiende».

Por eso para ser político uno debe prepararse, llenarse de razones, pero también de emociones y sentimientos. Tiene uno que leer, y no poco, porque se trata de alimentar la emoción de las ideas, del proyecto político, de los sentimientos, claro está. A dios rogando y con el mazo, dando, dice el refrán, pero cualquier persona que se dedique a la política debiera tener un cierto bagaje cultural en el que la oratoria y la sabia transmisión de emociones y sentimientos formara parte ineludible. La política no es solo economía, la política es la vida de la gente, y la gente somos sentimientos.

Un político debe hablar con la gente, toda clase de gente, y contarle sus ideales de vida  resumidos en el programa que presenta a la sociedad y que le dan sentido. Un político tiene que convencer a la gente, por eso debe hablar, constantemente, salir del palacio y frecuentar las calles, las bibliotecas, los bares, lo teatros, todo aquello donde late el pulso vital de la ciudadanía. Visitar la bolsa y las fábricas, los colegios y hospitales… Tiene que dar la sensación de que todo aquello lo tiene presente en su cabeza y que desea reflejarlo en su programa y su esfuerzo.  Y hay que convencer, y explicarse. Constantemente. Sin bajar la guardia. Porque cada vez que tú no lo haces, lo hará el otro y en sentido contrario al que tú deseas.

Y eso sabiendo que somos un país con una acusada tendencia anárquica. Ya recordaba Marañón que hemos sido el único país con un partido organizado de anarquistas. Y si  hay algo más  irracional, más fuera de un ser humano social como nosotros, cuyo éxito en la lucha por la supervivencia frente a  otras especies ha sido precisamente  la conjunción social, es el anarquismo. Es fácil pues manejar a esta grey si les hablas del fascismo controlador de las derechas, de los explotadores y explotados, de ricos y pobres, de opresores y oprimidos, de  buenos y malos, de represión y dictadura, de corrupciones (no las de ellos, claro), de barcos hundidos, de… todas esas cosas que salen de la boca sin empacho alguno, por más hiriente, falso e irracional que resulte. La izquierda sabe que los motores de la historia también lo forman la envidia, el odio, la soberbia, la vanidad, el ánimo de venganza… Estos son los auténticos protagonistas de los movimientos sociales. Pero… ya se ve que son pura emoción, puro sentimiento. La izquierda lo aprendió ya en su origen, hace mucho tiempo, y lo usa con profusión. No le ha fallado jamás. Y las más de las veces es su única arma de pedagogía política y electoral.

Y la derecha gobernante actual, que no tiene arma ideológica alguna, no sabe responder, no tiene pedagogía con la que contrarrestar ese bombardeo continuo de todos los apesebrados de la izquierda (también los hay en la derecha, pero muchos menos), que son legión, y ocupan  sindicatos, prensa, radio, televisión… Y podemos continuar con los artistas subvencionados…  La pedagogía nace del convencimiento interior y es hija de la ideología. Algo hay que tener, alguna idea sobre la que edificar.

El bueno de Chesterton decía: «el mundo se ha polarizado entre progresistas y conservadores. Los primero juegan a cometer errores, y los segundos a no corregirlos».

Y es justamente lo que sucede, entre una izquierda demagógica en extremo, y una derecha acomplejada también en extremo. Incluso muchas veces, copiando políticas de la izquierda. Pero a la izquierda no le importa que sea su política. No la va a aplaudir por eso. La POLÍTICA,  con mayúsculas, solo la hacen ellos. No vale que otros la hagan igual. Que les copien el programa. Da lo mismo. La izquierda quiere el poder, porque le pertenece por ley divina, y rechazará a la derecha siempre, siempre, siempre. Y estamos hablando de izquierda y derecha española, que no tienen igual en ningún otro país de Europa. Porque una izquierda que se alía con la derecha más extrema, que es la nacionalista, con el fin de no darle ni agua a la otra derecha que representa a tantos millones de españoles… no tiene explicación alguna racional. Hacen bueno aquello de… «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Véanse, si no, los planes para un «cinturón sanitario» para excluir a PP, no pensando que es un partido tan democrático como el que más y que representa a millones de españoles. Semejante irracionalidad, en una democracia, no tiene nombre. ¿En qué país se establece un cinturón sanitario contra otro partido político?

Y entre unos y otros, todos tan singulares ellos, estamos nosotros, viendo encantados a la princesa del pueblo.

En fin, somos un país extraño que hace mucho cruzó la barrera de la incultura para retroceder hasta la insensatez.

O como decía Groucho Marx: «salí de la nada y he llegado a las más altas cotas de la miseria».