Es el
personaje más fiel, el más recurrente en las series de TV, en videojuegos y en
el cine grande. Aunque con el tiempo ha cambiado su imagen, su actuación sigue
siendo certeramente la misma, sigue siendo fiel a sí mismo; unas veces más
sofisticado, otras más primitivo, pero siempre igualmente eficaz en su
interpretación..
La única
diferencia es que antes, las muertes por disparo de pistola eran más
novelescas; tenían su «miajica
de heroicidad» ―hay
que justificarse ante el espectador―; tenían un cierto halo épico. Al difunto,
a menudo se le daba oportunidad de hablar, y también de que el espectador
contemplara la muerte con una cierta y razonable dignidad; y tal vez incluso recibiera
un mensaje valedero para su vida; o al menos se afligiera con el hecho. La
muerte hacía sufrir y asomar sentimientos de aborrecimiento hacia la violencia
y al mismo tiempo la aceptación del tránsito como algo que conviene tomar como
hecho natural. Aunque dolorosa, todos deseamos una despedida resignada y
tranquila que nos deje en paz.
Pero hoy se
mata en un abrir y cerrar de ojos. Y a veces incluso antes. Es un simple acto
reflejo, un guiño, un tic, y las gentes
mueren con una ausencia total de emociones. Ni el que mata, ni el muerto, ni
por supuesto el espectador que se acostumbra con naturalidad a la avalancha de
muertes sin más complejos. Muchas veces ya ni siquiera nos transmiten la fría
emoción de la venganza. No hay dolor, ni palabras, ni heroicidad. La pistola por
fin alcanzó hoy su cénit en la interpretación cinematográfica. Nacida para
matar. Es ella la actriz con más películas en su haber. Su facilidad de manejo
y la ausencia de emociones se han acomodado con el tiempo, siendo hoy
indispensable para transmitir emociones en un mundo facilonamente saturado de todas
ellas. Están ahí, todo el día y todos los días. No es pues de extrañar que ese
gesto mecánico, esa acción que apenas saluda a nuestra razón al cruzar nuestra
mente, se vea copiada por chicos y mayores, policías… El planteamiento es que
matar no supone esfuerzo ni plantea problemas graves de conciencia o personalidad
al individuo. Es algo fácil y rápido. No hay dolor ni problemas de salud
mental. Lo fácil, lo rápido, lo cómodo están hoy de moda. Si hay que matar se
mata.
Y no sólo en
EEUU, sino en todo el mundo. Matar es, cada día más, un acto reflejo sin
control, y la muerte un frío y distante acto que no sugiere nada. Ni siquiera
dolor ni problema de conciencia. Con la pistola, en las películas se dispara
como en la feria a los patitos, sin el más mínimo estremecimiento.
Un joven o
adulto que vea a menudo TV, puede ver al cabo de la semana 20 ó 30 muertes sin
pestañear. Solo en una semana. Si lo multiplicamos por las cuatro semanas del
mes tendremos 80 o más muertes. Por los
doce meses del año… Y al cabo de los años…
Nos vacunamos
contra el dolor, contra el horror. Nos hacemos insensibles al dolor ajeno. Es
lógico que cada día haya más gente que quiera imitar a esta escuela permanente
de insensibilidad que cuenta con estupendos anuncios y tanto colorín. No nos
extrañe que pase lo que pasa en todas partes. Gente que corta cabezas, que
degüella en público, que dispara a niños en un colegio, o a otro que es
simplemente sospechoso, que los terrorismos sean cada vez más sádicos. O niños
que torturan o matan a otros niños, cosa impensable hace cuarenta años. Mientras
la violencia se automatiza y libera del dolor y la responsabilidad, nosotros
nos liberamos también del repudio al acto, nos silenciamos, nos volvemos
insensibles.
Hace años, una
persona caída en el suelo por alguna causa, tenía a su alrededor a un grupo de
voluntariosos vecinos dispuestos a levantarle, prestarle auxilio, llamar al
médico o a la policía. Hoy se suele dejar en el suelo sin siquiera mirarle, no
vaya a ser que nos contagie algo o nos veamos metidos en un problema.
Y la verdad es
que esa máquina devoradora de conciencias que es la TV, con esa inmensa
capacidad de educar a la gente, destruyéndolo todo para luego construir necios insensibles,
está teniendo mucho éxito. Todo lo que salga por la tele es modelo de conducta,
deseo de emulación, afán de repetir.
Si lo que no
se anuncia en la tele no existe, lo que se ve cada día es lo natural, lo que
es, el comportamiento a seguir. Luego se nos llena la boca de violencia de género
y esas cosas, pero… Nos vacunamos diariamente para hacernos insensibles a ella.
No sé cuánto
cobrará por película la «señora
pistola», pero es la
actriz con más éxito en la televisión. Se la ve. Se la luce. Resplandece. Se
muestra sofisticada y eficaz, misteriosa y temible a la vez que próxima y
amigable, haciendo que la persona que la usa parezca poderosa, segura de sí,
confiada en su naturaleza, en su justicia inapelable.
«El hombre nació en la
barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la
existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la
violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la
carne de otro.»
Martin Luther King
Pero en cambio
la tele, está empeñada en no seguir a Martin. Tal vez por eso se adelantó
nuestro Ortega y Gasset: «El
mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que no matan pero
dejan matar.» Y
enseñan además. Como la tele, que fomenta el culto a la muerte y a las armas y el desprecio a la
vida sin ningún pudor.
Todavía
no nos hemos dado cuenta de que educar
no solo es responsabilidad del Estado, o del gobierno, o de la escuela y
maestros, o de la familia. Es cosa de todos. De modo que todos aquellos que por su oficio
influyen en la opinión pública deben tomar nota de esto. Cuando un niño mata o
maltrata a otro y lo saca por internet, debemos pensar dónde aprendió a tener esa
falta de escrúpulos.
«La conciencia hace que
nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a
falta de testigos declara contra nosotros.»
Michel de Montaige.