Eran cosas sabidas, tanto aquí
como fuera. Han estado robando y estafando a los habitantes de Cataluña, y a
los españoles todos desde antes, durante y después de Franco. No es otra la
forma en la que la «emprendedora
Cataluña» medró a
costa de todos los españoles. Y les dejaron, para que alguna región fuera la
máquina de tren que tirara de la economía. Ellos y los vascos, porque lo demás,
realmente, era un coto privado de caza para señoritos que vivían de las rentas
de sus aparceros. Es la triste realidad.
Pero se lo creyeron. Llegaron a
pensar que el mundo no se mueve, y que sólo ellos contaban el paso de los años
al ritmo de sus millones. Y se acostumbraron a esa forma de ser y estar y en
esas que les sorprendió la democracia, y los partidos políticos, y... el siglo
XXI
Demasiado tiempo han estado
tapándoles por cuestiones de votos. Y ellos, una vez más se han sentido importantes,
y no sólo eso, también poderosos. Tanto como para llevar adelante ese delirio
febril de la independencia. Somos tan ricos, tan listos, tan guapos, tan
modernos y tan poderosos que no os necesitamos. Sois un lastre para nosotros.
Sin vosotros esto sería el paraíso terrenal. Aquí ataríamos los perros con
longanizas. De Vich y de Olot, claro.
Y cuando las reglas del juego,
por esas cosas del caprichoso politiqueo se hacen más claras, sale a la luz
toda la «merda» que hay dentro del vaso
donde se desenvuelve la realidad política catalana. Andaba todo revuelto, pero
en cuanto dejamos reposar un poco, los posos que quedaron en el fondo, son
negros, muy negros, copiosos y muy contaminantes.
Se veía venir. Todo el mundo lo
sabía. Ya digo, dentro y fuera. Pero... las conveniencias...
En todas las familias hay garbanzos
negros. No vayamos por tanto a rasgarnos las vestiduras. Son muchos, y no sólo
los catalanes, los que deberían dar cuenta de esto, y de mucho, muchísimo más.
Y es una oportunidad que tienen los jueces para limpiar a fondo la clase
política, o estamos perdidos. O funciona ejemplarmente la justicia, pilar
primero del tinglado del estado democrático, o el barco hace aguas y se hunde. Aunque
a ellos, a los que dirigen, les daría igual. Ellos siempre tienen recursos en
Andorra, o en cualquier otro sitio. Pero a los demás no.
Y si Cataluña se ha convertido en
la «cosa nostra» de esta parte del Mediterráneo,
qué hay que decir de ese pueblo que allá vive, el mal llamado pueblo catalán,
que ha tragado con disparates tan grandes, políticas tan atroces, filosofías increíbles,
ya no solo nazis, sino paranoicas, esquizofrénicas. La política lingüística, el
prohibir rótulos en castellano, la gente dispuesta a chivarse al poder, la
bajeza moral de todos esos delincuentes de tres al cuarto y las familionas esas de toda la vida alrededor del Palau (oh,
qué gran palabra, tan versallesca ella), donde resplandecer sus joyones, donde darse un baño de mundología
privilegiada, donde poder gozar del poder y el estatus... Sabiendo todos que
ordeñaban mal las ubres de una sociedad entera. Vaya pueblo el catalán. Vaya ciudadanos esos dos millones de paletos
que vitoreaban a una Cubaluña rica a base de robar. Y lo que se habrán reído de
ellos los capitostes de la mafia catalana.
Siempre ha habido devotos,
paletos y ciegos entregados a cualquier causa. El género humano es así. Ya pasó
con los nazis, con la URSS, y sigue pasando en Corea del Norte. Ya no hay personas,
sino robots, seres humanos con el cerebro lobotomizado, incapaces de hacer otra
coas que alabar al líder y responder con su vida, alma y corazón a cualquier
propósito y ocurrencia del gracioso líder de turno.
Suerte han tenido los catalanes
que estamos lejos de aquello, pero... le
han visto y sufrido en sus carnes la persecución política por hablar castellano,
español. Y así han llegadlo a los ayuntamientos trastornados antiespañoles
dispuestos a hacer desaparecer todo vestigio de la historia y la cultura. Me
parece del todo imposible, pero viendo la candidez de los catalanes... cualquier
cosa podría haber pasado.
Faltó poco para que los españoles
de allá llevaran en la manga cosida una bandera española, a modo de la estrella
de David de los judíos en la época nazi, para que sirvieran de mofa y escarnio
en todas partes.
Y esto en la culta Cataluña. En
el siglo XXI. Qué vergüenza para todos aquellos. Esas mujeres mayores, esos hombres
con canas, esa juventud recién salida del cascarón manifestando tanto odio a su
propio país. Y todo porque los politiquillos de allá, han querido hacer de
aquella otrora rica región, un escenario de película de la cosa nostra. Su
paraíso particular.
No es tan admirable la codicia de
los mandamases como la candidez de aquel pueblo.
Va siendo hora de despertar y
exigir responsabilidades, y que el peso de la ley (ay, que expresión) caiga
sobre todos los responsables.