Ahora que estamos
cerca de las elecciones y que de fondo tenemos el panorama terrorista, uno
observa, lee y piensa en cuál será el motor que nos lleva continuamente a
someternos a estas convulsiones y que nuestra vida no transcurra por senderos
de paz y armonía que son el camino que lleva al auténtico progreso de la
humanidad.
En esto del «vivo sin vivir en mí», los españoles somos expertos. Ya circula con frecuencia la
frase, atribuida sin fundamento a Von Bismarck: «Estoy firmemente convencido de
que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a
sí mismo y todavía no lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverá
a ser la vanguardia del mundo.»
En estos días sale
a relucir todo eso que alimentan algunos todo el año para sacar provecho del
asunto: el odio, el rencor y la envidia.
Todos los partidos,
instituciones o personalidades célebres por cualquier motivo, sean del color
que fueren, favorecen estas manifestaciones de la psique personal y colectiva y
en acercarse el momento, alimentan la pasión con el fuelle de sus opiniones y
manifestaciones. Todo ello no hace más que fomentar entre nosotros una de las
expresiones humanas más nefastas: el odio.
A veces llega uno a
pensar si realmente la frase de Von Bismark ―sea suya o no―, nos representa mejor que nada. Cuando además, en este
tiempo convulso de posibles guerras habrá gente esperando la reacción del gobierno,
sea cual sea, para echarsele encima y descalificarle. Los mayores y más peligrosos
enemigos de España están todos dentro.
Los españoles somos
todos legionarios, somos novios de la muerte, nos gusta vivir al borde del
precipicio y sentir ese latigazo morboso de la muerte cercana de nuestra
civilización.
Para investigar por
qué el odio es un motor excesivamente cotidiano de nuestra vida en común, no he
tenido más remedio que consultar con ese compendio universal de conocimientos
que es la Wikipedia. Oigan ustedes, qué claridad en el asunto. Pasen, y lean:
«El odio es un sentimiento de
profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una
persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su
objetivo.
El odio se puede
basar en el miedo a su objetivo, ya sea justificado o no, o más allá de las
consecuencias negativas de relacionarse con él.
El odio se describe
con frecuencia como lo contrario del amor o la amistad. El odio
puede generar aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio
armónico y ocasionalmente autodestrucción, aunque la mayoría de las personas
puede odiar eventualmente a algo o alguien y no necesariamente experimentar
estos efectos.
El odio no es
justificable desde el punto de vista racional porque atenta contra la
posibilidad de diálogo y construcción común. Es posible que las personas sientan
cierta aversión sobre personas u organizaciones que produzcan estabilidad,
incluso ciertas tendencias ideológicas como el capitalismo o
el socialismo.
El odio es una
intensa sensación de desagrado. Se puede presentar en una amplia variedad de
contextos, desde el odio de los objetos inanimados o animales, al odio de uno
mismo u otras personas, grupos enteros de personas, la gente en general, la
existencia, la sociedad, o todo. Aunque no siempre, el odio a menudo se asocia
con sentimientos de enojo.
Puntos de vista filosóficos
Algunos filósofos han
ofrecido muchas definiciones influyentes del odio.
René Descartes ha visto el odio como la conciencia
de que algo está mal, combinada con un deseo de retirarse de él.
Baruch Spinoza, definió el odio como un tipo de dolor que
se debe a una causa externa.
Aristóteles ve el odio como un deseo de la
aniquilación de un objeto que es incurable por el tiempo.
Por último, David Hume cree que el odio es un
sentimiento irreductible que no es definible en absoluto. Consideran al odio
como lo opuesto al amor.
Puntos de vista psicoanalítico
En el
psicoanálisis, Sigmund Freud define
el odio como un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. La
psicología define el odio como un sentimiento "profundo y duradero, intensa
expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u
objeto". Debido a que el odio
se cree que es de larga duración, muchos psicólogos consideran que es más una
actitud o disposición que un estado emocional temporal.
Investigación neurológica
Los correlatos
neuronales de odio han sido investigados con un Procedimiento fMRI. En este experimento, la gente tenía sus
cerebros escaneados mientras ve fotos de personas que odiaban. Los resultados
mostraron una mayor actividad en el medial circunvolución
frontal, derecho, de forma bilateral en la corteza premotora, en
el polo frontal, y de forma bilateral en la ínsula
media del cerebro humano. Los investigadores concluyeron que existe
un patrón claro de actividad cerebral que ocurre cuando las personas están
experimentando el odio.
Cuestiones jurídicas
Un crimen de
odio (también conocido como un "crimen motivado por prejuicios")
generalmente se refiere a actos criminales, que se considera que han sido
motivados por el odio de uno o más de las condiciones mencionadas. Los
incidentes pueden incluir ataques físicos la destrucción de la propiedad, intimidación, acoso, abuso
verbal o insulto
Curiosamente esta
palabra tan antigua, procedente del latín, nunca ha dejado de ser un cultismo.
Con lo abundante que es la pasión que denomina, la palabra sin embargo no lo es
tanto. Quizás porque las pasiones se viven más que se dicen, o porque es muy
difícil encerrarlas en palabras y se dispersan por tanto entre multitud de
ellas; el caso es que la palabra odio no
es ni mucho menos tan abundante como la pasión que denomina. Basta que nos
fijemos en los “pecados capitales”: no figura el odio entre ellos, y sin embargo es mortífero; ninguno de los 7 le supera en capacidad de
matar el alma de quien lo padece. El que más se le acerca, la envidia, sólo cuando es muy profunda cae en la
profundidad de los abismos del odio.
Probablemente la diferencia sustancial entre odio e
ira, es que esta última puede darse sin persona contra la que dirigirla, y sin
la obsesión por destruirla; en cambio el odio necesita una persona o una
colectividad a la que destruir
El odio es sin duda la pasión más
destructiva, el más potente motor de las
guerras; más que la ambición y que la autodefensa, sin ningún género de
dudas. Si se enfrentan dos bandos: el uno con el arma del odio, y el otro sin esa arma, es
evidente que a efectos tácticos el primero cuenta con una gran superioridad
moral (me refiero a la moral de combate). Tener
que defenderse por tanto de un enemigo que rezuma odio por todos sus poros sin
responderle con odio, antes al contrario con amor, genera una inferioridad
moral manifiesta. Bombardear primero con fuego y luego con bocadillos, suena a
chiste.
No nos engañemos, cuando falta un fanatismo que alimente el
odio al enemigo, la guerra está perdida de antemano, porque el fanático luchará hasta la última gota de sangre. Y si no
se le odia, es imposible cebarse en él hasta esos extremos. Por eso muchas de
las grandes guerras en cadena han tenido un carácter revolucionario, es decir
que han pretendido cambiar las ideas (incluida la Revolución
Nacionalsocialista, interesadamente silenciada de la que se alimentó la Segunda
Guerra Mundial). Es que sin ideologías
con las que fanatizarse, es imposible mover los odios colectivos.
No son, en ningún
caso, nuestros sentimientos los que constituyen un peligro para nosotros mismos
y nuestro entorno, sino mas bien el hecho de que por temor nos hayamos
desconectados de ellos. Y es esta desconexión la que produce los accesos de
locura homicidas, los atentados suicidas incomprensibles y el hecho de que innumerables
tribunales no quieran saber nada sobre los verdaderos motivos de un acto
criminal, con el fin de proteger a los padres del delincuente para no levantar
un velo sobre su propia historia.»