sábado, 5 de diciembre de 2015

EL ODIO

Ahora que estamos cerca de las elecciones y que de fondo tenemos el panorama terrorista, uno observa, lee y piensa en cuál será el motor que nos lleva continuamente a someternos a estas convulsiones y que nuestra vida no transcurra por senderos de paz y armonía que son el camino que lleva al auténtico progreso de la humanidad.
En esto del «vivo sin vivir en mí», los españoles somos expertos. Ya circula con frecuencia la frase, atribuida sin fundamento a Von Bismarck: «Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo.»
En estos días sale a relucir todo eso que alimentan algunos todo el año para sacar provecho del asunto: el odio, el rencor y la envidia.
Todos los partidos, instituciones o personalidades célebres por cualquier motivo, sean del color que fueren, favorecen estas manifestaciones de la psique personal y colectiva y en acercarse el momento, alimentan la pasión con el fuelle de sus opiniones y manifestaciones. Todo ello no hace más que fomentar entre nosotros una de las expresiones humanas más nefastas: el odio.
A veces llega uno a pensar si realmente la frase de Von Bismark sea suya o no, nos representa mejor que nada. Cuando además, en este tiempo convulso de posibles guerras habrá gente esperando la reacción del gobierno, sea cual sea, para echarsele encima y descalificarle. Los mayores y más peligrosos enemigos de España están todos dentro.
Los españoles somos todos legionarios, somos novios de la muerte, nos gusta vivir al borde del precipicio y sentir ese latigazo morboso de la muerte cercana de nuestra civilización.
Para investigar por qué el odio es un motor excesivamente cotidiano de nuestra vida en común, no he tenido más remedio que consultar con ese compendio universal de conocimientos que es la Wikipedia. Oigan ustedes, qué claridad en el asunto. Pasen, y lean:

«El odio es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo.
El odio se puede basar en el miedo a su objetivo, ya sea justificado o no, o más allá de las consecuencias negativas de relacionarse con él.
El odio se describe con frecuencia como lo contrario del amor o la amistad. El odio puede generar aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio armónico y ocasionalmente autodestrucción, aunque la mayoría de las personas puede odiar eventualmente a algo o alguien y no necesariamente experimentar estos efectos.
El odio no es justificable desde el punto de vista racional porque atenta contra la posibilidad de diálogo y construcción común. Es posible que las personas sientan cierta aversión sobre personas u organizaciones que produzcan estabilidad, incluso ciertas tendencias ideológicas como el capitalismo o el socialismo.
El odio es una intensa sensación de desagrado. Se puede presentar en una amplia variedad de contextos, desde el odio de los objetos inanimados o animales, al odio de uno mismo u otras personas, grupos enteros de personas, la gente en general, la existencia, la sociedad, o todo. Aunque no siempre, el odio a menudo se asocia con sentimientos de enojo.

Puntos de vista filosóficos
Algunos filósofos han ofrecido muchas definiciones influyentes del odio. 
René Descartes ha visto el odio como la conciencia de que algo está mal, combinada con un deseo de retirarse de él. 
Baruch Spinoza, definió el odio como un tipo de dolor que se debe a una causa externa. 
Aristóteles ve el odio como un deseo de la aniquilación de un objeto que es incurable por el tiempo.
Por último, David Hume cree que el odio es un sentimiento irreductible que no es definible en absoluto. Consideran al odio como lo opuesto al amor.

Puntos de vista psicoanalítico
En el psicoanálisis, Sigmund Freud define el odio como un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. La psicología define el odio como un sentimiento "profundo y duradero, intensa expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto". Debido a que el odio se cree que es de larga duración, muchos psicólogos consideran que es más una actitud o disposición que un estado emocional temporal.

Investigación neurológica
Los correlatos neuronales de odio han sido investigados con un Procedimiento fMRI. En este experimento, la gente tenía sus cerebros escaneados mientras ve fotos de personas que odiaban. Los resultados mostraron una mayor actividad en el medial circunvolución frontal, derecho, de forma bilateral en la corteza premotora, en el polo frontal, y de forma bilateral en la ínsula media del cerebro humano. Los investigadores concluyeron que existe un patrón claro de actividad cerebral que ocurre cuando las personas están experimentando el odio.

Cuestiones jurídicas
Un crimen de odio (también conocido como un "crimen motivado por prejuicios") generalmente se refiere a actos criminales, que se considera que han sido motivados por el odio de uno o más de las condiciones mencionadas. Los incidentes pueden incluir ataques físicos la destrucción de la propiedad, intimidación, acoso, abuso verbal o insulto

Curiosamente esta palabra tan antigua, procedente del latín, nunca ha dejado de ser un cultismo. Con lo abundante que es la pasión que denomina, la palabra sin embargo no lo es tanto. Quizás porque las pasiones se viven más que se dicen, o porque es muy difícil encerrarlas en palabras y se dispersan por tanto entre multitud de ellas; el caso es que la palabra odio no es ni mucho menos tan abundante como la pasión que denomina. Basta que nos fijemos en los “pecados capitales”: no figura el odio entre ellos, y sin embargo es mortífero; ninguno de los 7 le supera en capacidad de matar el alma de quien lo padece. El que más se le acerca, la envidia, sólo cuando es muy profunda cae en la profundidad de los abismos del odio.
Probablemente la diferencia sustancial entre odio e ira, es que esta última puede darse sin persona contra la que dirigirla, y sin la obsesión por destruirla; en cambio el odio necesita una persona o una colectividad a la que destruir
El odio es sin duda la pasión más destructiva, el más potente motor de las guerras; más que la ambición y que la autodefensa, sin ningún género de dudas. Si se enfrentan dos bandos: el uno con el arma del odio, y el otro sin esa arma, es evidente que a efectos tácticos el primero cuenta con una gran superioridad moral (me refiero a la moral de combate). Tener que defenderse por tanto de un enemigo que rezuma odio por todos sus poros sin responderle con odio, antes al contrario con amor, genera una inferioridad moral manifiesta. Bombardear primero con fuego y luego con bocadillos, suena a chiste.
No nos engañemos, cuando falta un fanatismo que alimente el odio al enemigo, la guerra está perdida de antemano, porque el fanático luchará hasta la última gota de sangre. Y si no se le odia, es imposible cebarse en él hasta esos extremos. Por eso muchas de las grandes guerras en cadena han tenido un carácter revolucionario, es decir que han pretendido cambiar las ideas (incluida la Revolución Nacionalsocialista, interesadamente silenciada de la que se alimentó la Segunda Guerra Mundial). Es que sin ideologías con las que fanatizarse, es imposible mover los odios colectivos.


No son, en ningún caso, nuestros sentimientos los que constituyen un peligro para nosotros mismos y nuestro entorno, sino mas bien el hecho de que por temor nos hayamos desconectados de ellos. Y es esta desconexión la que produce los accesos de locura homicidas, los atentados suicidas incomprensibles y el hecho de que innumerables tribunales no quieran saber nada sobre los verdaderos motivos de un acto criminal, con el fin de proteger a los padres del delincuente para no levantar un velo sobre su propia historia.»