jueves, 23 de abril de 2015

GOLFOS GOLFOS GOLFOS

Desde el nacimiento de esta llamada «democracia» hasta ahora, hemos hecho una colección de personajes dedicados a la política que la han convertido en una golfería común. Los habrá honrados, digo yo que sí, aunque saber de la falta de honradez de los demás y no denunciarlo… tampoco redime de los pecados. Y los personajes están en todo eso que se llama el «abanico parlamentario». Hay golfos por todas partes y parece ser que nuestra particular forma de entender la política les alienta a encontrar un sitio en ella desde donde poner en marcha su golfísima afición.
¿Cómo hemos llegado a tener varias generaciones de golfos ininterrumpidamente en la política?
Son varias las causas, porque todos somos hijos de la historia.  Por una tenemos que la picaresca es cosa común en el  alma hispana como es sabido. Lo de Rinconete y Cortadillo nos va mucho, y lo miramos incluso con simpatía. Es cosa de listos, suponemos. De ahí que en cuanto nuestro niño pequeño comienza a hacer trampas ya le decimos a nuestros vecinos muy satisfechos… «Este es más listo…» En España, ser listo significa ser pícaro y golfete. No deja de ser curiosa la cosa. Y encima lo rematamos con dichos como…«de bueno a tonto solo hay un paso». ¿Y quién quiere ser tonto? Pues marica el último.
Otra parte nos viene por las enseñanzas de la iglesia y el régimen político adscrito a ella.  Caramba, dirán algunos, ¿la iglesia enseña a robar? Bueno, la iglesia ha sido muy condescendiente en ciertos aspectos y muy intransigente en otros. Y esa es la cuestión, que elige los valores que quiere transmitir con mayor o menor intensidad. La iglesia ha pasado mucho tiempo hablándonos de los pecados de cintura para abajo (qué obsesión) pero no dejó tan clara y perseguible por los fuegos del infierno cosas tales como la honradez, la sinceridad, la honestidad, el esfuerzo, el valor del trabajo, el respeto a la naturaleza, el amor a los animales, etc. y todas esas cuestiones que empleamos más a menudo. La Iglesia ha elegido lo que quiere perseguir más y lo que menos. Eso hace que los valores sociales tan ampliamente extendidos por el magisterio de la iglesia en el marco del régimen que la amparaba, carezcan ahora de los valores tan necesitados de ellos, como la honradez. Y para más INRI (me salió sin pensar) se encargaron también los progresistas de destruir todo recuerdo, bueno o malo de aquellos viejos valores. Si malo, evidenciarlo, si bueno reducirlo al olvido. Somos como seres sin historia, entes sin sombra o pisada sin huella.
De modo que los valores, mejores o peores,  que antes eran socialmente aceptados y respetados, fueron desmantelados por la izquierda, la tercera causa, que en sus ganas por hacer desaparecer de la memoria colectiva la influencia de la religión y el llamado franquismo —mal de todos los males— para implantar su nuevo orden, destrozaron todo con sus leyes de educación. Esa es la auténtica Fragua de Vulcano donde los progres, a golpes de su interés, forjan los nuevos seres que ellos necesitan: ligeros, flexibles, alegres en su ignorancia, con la alianza de civilizaciones, europeísmo, multiculturalismo y todo lo que suponga diluir una cultura para que desaparezca. «A España no la va a conocer ni la madre que la parió.» Dijo aquel. Y así es.
De ahí nos vienen estos golfos, de aquellos lodos de la historia. En realidad cada uno de nosotros llevamos un golfo dentro. Solo que hay quien llega a su lugar y tiene opciones para desempeñar su querencia, pero todos de una forma u otra la desarrollamos a lo largo de nuestra vida, porque esto es una carrera a ver quién llega más lejos. Cuando no declaras beneficios, cuando mientes para que te den una beca, cuando no pides el IVA en la compra o la obra que acabas de hacer, cuando… etc. Somos un país de pillos (o eso creemos) ergo somos un país de golfos. De modo que no debería extrañarnos esta golfería generalizada. Seguramente, ese que descubre a otro ante los medios, el que lo estigmatiza y somete a la «pena mediática» es tan golfo como aquel. O está en vías de serlo. Ya saben el dicho: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Estamos rodeados de ellos por todas partes ocupando todos los colores políticos. Véanse, si no, los recién llegados, con su también recién historia de golferías y engaños previos. Y ahora pretendiendo una “aureola” de intelectualidad revolucionaria que suponen les da la Universidad. Y encima nuestra universidad, que está hecha unos zorros. Ya dice, y dice bien,  el lema de la salmantina… «Quod natura non dat, Salmantica non præstat.»
Pero el ansia de poder, y sus prebendas, son así, un acicate para muchos que les hace no perder tiempo y bien temprano se dedican a ello. No hay más que ver cuánto político ha salido desde el mismísimo instituto, sin haberse curtido antes en trabajos, nutrido de cultura y responsabilidad. Cualquier follonero/a que se aprenda la aguja de marear, será fichado por partidos, sindicatos, etc., y con el tiempo lo veremos ocupando puestos en ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autónomos y parlamento nacional. Vaya tela. Total tan solo tienen que hacer lo que se les diga. Y hablar mucho y repetir las consignas y mantras tradicionales.
De modo que menos ayes, menos dolores y más remedios, señor doctor.
Nuestro gran pecado pues, del que no sólo no hemos podido salir sino que todavía hemos profundizado más es el fracaso educativo. De ahí nos viene todo. Es este el pilar fundamental de toda sociedad. Lo vienen diciendo profesores, educadores de todas categorías… y gente apolítica y con sentido común.
 Comenzó, como viene siendo registrado, estudiado y dicho, por las políticas educativas llamadas «progresistas», palabra corrupta que perdió su inocencia bien pronto, como es habitual en estos lares plenos de demagogia. Con gran ánimo destructor, muy propio de la progresía, que considera que solo ella es la poseedora del árbol de la ciencia del bien y del mal, se sustituyó lo mucho o poco, bueno o malo que hubiera para llegar a una nada metafísica e intangible. Se comenzó por desmontar una pieza esencial: el maestro. Ya se le llamó profesor, intentando así que no fuese la persona que educa, sino tan solo que enseña. Pero no se puede enseñar sin educar ni educar sin enseñar. Se desmontó la autoridad del maestro (aquellas tarimas que había en las clases para que el maestro pudiera ver bien y que los progresistas   vieron en ella una forma de endiosamiento del profesor); se llenó de religión laica la escuela para quitar la influencia de la otra (la felicidad ya, aquí y ahora, nada de cielos futuros). Así se le hizo al niño todo fácil, para que no sintiera el más mínimo desasosiego y el cole fuera un lugar divertido, dónde no hay que esforzarse, ni sufrir por aprender, ni nada que moleste al objetivo número uno de la vida que es la felicidad. Los padres despiden a sus hijos en la puerta del cole con un juvenil… ¡pásalo bien! Los padres, siempre niños... Hemos pasado del homo sapiens al hombre feliz, directamente.
Todo fue, pues, puesto como un juego y las modernas pedagogías comenzaron a empujar hacia lo lúdico poniéndolo todo patas arriba.  Todo tenía que ser lúdico-festivo. Esa ha sido la palabra de moda. Se penalizó la memoria, a la que se vio como algo arcaico y primitivo y que hacía sufrir a las criaturas. No hay que memorizar nada. Qué burros. Sin memoria no hay aprendizaje, porque la memoria es parte fundamental. Se parte de lo que sabemos para establecer conexiones y formar en nuestra mente una comprensión del mundo que nos rodea. Sin memoria no hay nada. Entiéndase por qué a los ordenadores lo primero que se les dota es de una memoria, y luego los procesadores que llevan y traen con rapidez las órdenes como un sistema nervioso. Da gusto saber, aunque solo sea por eso,  dónde nace el Ebro, y comprobar, a su paso, que aquella es una de las ciudades por donde discurre (Mirando de Ebro, Haro, Logroño, Calahorra, Tudela, Zaragoza, Pina… etc.) Qué tiempos aquellos en el que el saber no ocupaba lugar. Ahora el lugar permanece vacío, porque no hay saber ni… recuerdo. Se lo llevó el viento de la historia.
Se cambió todo en la escuela, ya desde la escuela primaria. A veces, como dicen los profesores veteranos, solo cambiando palabras usadas y sabidas por otras, con el único fin de darle más relieve a tal o cual acción. Igual que hacía la iglesia. Por ejemplo las programaciones, la motivación, y ahora las transversalidades y mil palabritas más que no llevan a ninguna parte pero que enredan y quieren darle un cierto aire científico a la cosa. Tampoco hay padres ni alumnos, sino clientes.
A los maestros se les ha sumido, y hundido, en el trabajo arduo de papeleo. Hoy los profesores tienen que registrarlo todo. Ya solo falta que hagan análisis de orina al entrar y salir de clase, con un gráfico que demuestre cuales son los momentos del niño en que más han variado su composición química porque eso puede demostrar cuál ha sido el momento de mayor estrés. Para evitarlo claro. Seguro que fueron las tablas de multiplicar, porque ya hay voces por ahí que se preguntan para qué quieren los niños saber las tablas de multiplicar. Para qué. Para qué quieren saber nada, si ya lo tienen todo en la Wikipedia. Ja, Ja. Y ya lo más moderno: no libros, no asignaturas, no exámenes, no horarios, no deberes, no… Qué fácil se lo están poniendo a Iván Illich y su «Sociedad desescolarizada».
Estos niños, padres del futuro, padres ya hoy, no han hecho más que repetir lo que ellos han vivido desde su niñez. Y así, rodando la bola nos encontramos con esto. Y también las nuevas generaciones de maestros, perdón, profesores, han mamado ese sistema, lo que quiere decir que cuando están en clase tienden a repetir lo vivido y estudiado. La bola es pues muy gorda, porque llevamos muchos años, varias generaciones ya, perdidos en el espacio-tiempo terrestre que un día desapareció de nuestros pies y nos encontramos flotando en el limbo de la felicidad. Sin cultura, sin tradiciones, sin creencias y sin memoria, todo es lo mismo: la nada. Flotar en la nada es lo más alto en el nivel nihilista de la progresía.  Pero como hay que creer en algo, cuando las gentes dejan de creer en los valores que sostienen su mundo, comienzan a creer en cualquier chorrada. Es frase del bueno de Chesterton.
No es de extrañar pues que encantados en nuestra nada interior, proliferen los pillos y golfos como los mosquitos a la luz en las noches de verano. En su último libro dice Pérez Reverte en boca de un personaje: «El dinero de los tontos es el patrimonio de los listos.»
Y si la progresía es como la energía, que no se destruye sino que se transforma, los conservadores son autistas, observadores mudos, aunque muchos, como de los otros,  afanados golfetes, que nada tienen que decir de nada, y que les da lo mismo una cosa que la contraria, sumidos en una mediocridad de ideas que deja a la mismísima noche en el lado de la luz de sus miserias.   Como decía aquel periodista: de profesión sus crepúsculos. Así es la derecha.
Pero no se puede montar una sociedad moderna, eficiente, democrática, activa, culta y libre sin una educación que premie el esfuerzo, el interés, el trabajo bien hecho, la honradez, la responsabilidad, las buenas costumbres, etc. etc. etc. En cambio aquí estamos, entre unos y otros.
Chesterton lo decía también: Todo el moderno mundo se ha dividido en conservadores y progresistas. El negocio de los progresistas es ir a cometer errores. El negocio de los conservadores es evitar que los errores sean corregidos. 
Y la casa sin barrer y más golfos que botellines.