lunes, 23 de marzo de 2015

¿AUTONOMÍAS? NO, GRACIAS

Con más de treinta años en el poder, los andaluces han vuelto a dar el mando a los socialistas. Con la inmensa red de clientelismos, favorecidos y choriceo en general, a ver quién es el guapo que no les vota. Es votar sus habichuelas. Cada votación en Andalucía es la continuación de un sistema podrido del que no quieren, unos, y no pueden, otros, salir. Tal es la cosa que el PSOE, y su clientela, se han convertido en la sección conservadora de la sociedad andaluza. Conservadora de sus mamandurrias y su sistema de corruptelas.
Los libros sobre los movimientos sociales que antes manejaba la izquierda lo decían muy claramente.  A mí me examinó el correspondiente profesor de historia, socialista, naturalmente, con esa misma pregunta para el examen final, oral.  Cómo hacen los de arriba para que los de abajo no les quiten el poder. Porque los de arriba hacen algo para mantenerse en el poder, y los demás hacen otras cosas para quitárselo. Esa, decían, es la dinámica de la historia. Es decir, que todos los partidos son pues progresistas y/o conservadores según donde se encuentren. ¿En el poder? Conservador. ¿En la oposición? Progresista. Vale. Respetemos ese juego. Pero…que después de más de treinta años en el poder, y con todo lo que sabemos que pasa por ahí, más lo que sospechamos que pasa, que siga existiendo tanto paro y que Andalucía siga estando a la cola de España y Europa… es muy fuerte. El PSOE es, como decían las viejas pero vigentes teorías socialistas, el partido conservador andaluz. Mira tú por dónde.
Un conocido y sesudo comentarista político señalaba que la famosa “franja de Gaza” tiene el mismo porcentaje de parados que Andalucía. Y oigan ustedes, Andalucía está en Europa, no en medio de países en tensión permanente.  Disfruta Andalucía de  una posición aventajadísima para que la vida mejore significativamente. Pero treinta años, y sonrisas, y frases, y palabras, y que malo es el  PP, y que ladrones, y Gürtel, y el otro y el de mas allá…Y la casa sin barrer. A la izquierda, como a los nacionalistas, se le da muy bien desviar balones para que la atención se ponga en otras cosas. La cosa mediática la bordan. Un diez. Igual que en Cataluña ocultan sus trampas tras la cortina de la independencia, los socialistas andaluces ocultan las suyas con el palabreo habitual: los señoritos, la libertad, las tierras, los obreros, la gente que pasa hambre, la infelicidad de los pueblos oprimidos, la tiranía de los otros,  los que se quedan sin casa, etc. etc. etc. Los que no creen en eso pero saben que ahí le van las habichuelas pues…  no tienen empacho en repetirlo y hacerlo suyo, y los demás… pues son gente que se deja convencer por las palabras fáciles, los gestos, los mensajes simples me recuerdan los mítines enfadados de Hitler, con sus gestos, sus gritos y sus puñetazos al aire que hipnotizaban a la gente—, el puño cerrado, el grito, la convicción de enfado ante tantísima injusticia, y piensan realmente que estos les van a salvar. Pero en más de treinta años no les ha dado tiempo todavía. Pobres andaluces en una Andalucía rica en tantas cosas.
Cuando uno habla con nacionalistas catalanes o vascos, el tema andaluz les escuece mucho e incluso se justifican en él para sus reivindicaciones separatistas. Esa Andalucía que recibe tanto y que luego lo dedica a eso que sabemos ya, dicen , y que aporta tan poco, es algo que, justamente, no lo pueden asimilar. Les escuece. Y razón no les falta.
¿Es que acaso el PSOE es incapaz de crear riqueza  para unos sí, evidentemente, de hacer avanzar a la sociedad andaluza hacia la modernidad y el verdadero progreso? No hay progreso si no hay trabajo. Nada. Cero patatero de progreso.
Parece ser que no, que no es capaz,  porque pocas izquierdas son tan “especiales” como la izquierda española, todavía con la revancha de la Guerra Civil, encantados de abrir una y otra vez las heridas, porque viven de lamerlas.  Y más aún la andaluza, donde hay tanto millonario de izquierda que habla de repartir, de justicia social, de tantas y tantas palabras de acusación pero… A eso se le llama hipocresía. Y a los que les votan, apesebrados  o ingenuos, que de todo hay.
Así que no nos extrañemos que haya gente que piensa que la verdadera carrera de España hacia el autentico progreso y bienestar, pasa por liberarnos de una Andalucía  acomodada en el derroche, la corrupción y la falsedad.
Tal vez el invento de las comunidades haya sido el más perverso de la transición. Al tener un solo gobierno, un solo poder, es mucho más controlable. Pero cuando se tienen diecisiete nacioncitas, con todos sus gobiernitos, ministerios y ministritos, con todos sus funcionarios, con su política particular en tantas y tantas cosas y que además cada una tira para lo suyo sin querer aceptar muchas veces las reglas de juego generales… ese barro en las ruedas del carro, y no otra cosa,  es lo que nos impide avanzar. No estábamos hechos para esto. La transición no fue más que un apaño de políticos ente políticos para llegar hasta aquí. Nacionalismos, derroches, golfería, mentiras… Felipe González les decía entonces a los vascos… “tranquilos, eso es vuestro”. Supongo que también les diría lo mismo a los catalanes, por eso apenas hicieron oposición en Cataluña como en el País Vasco, y de ahí viene la radicalización de unos y otros. Y pensaría lo mismo de Andalucía. Aquello es lo suyo, lo de ellos. Y tan es así que ahí van, a la cola de la cola.
Y no era tan difícil si se pensara con generosidad y honestidad, valores ambos sobradamente demostrados en estos años de su total ausencia. Algunas condiciones indispensables sin ser más listo que nadie: justicia independiente de partidos; favorecer la creación de pequeñas industrias, que son las que contratan; bajar los impuestos a los autónomos. No más enchufados, no más  funcionarios, no más trampas ni tramposos, justicia rápida e inflexible, cumplir las reglas del juego de todo el país… Y Andalucía subirá. Lentamente, pero subirá. Pero… no es esa la idea del PSOE, y yo diría que de ningún partido político. Se piensa en clave de poder, no en clave de bienestar, de libertad, de auténtico progreso. No se piensa en el ciudadano, ni en el país. Los partidos piensan… si hago este movimiento… ¿nos beneficia como partido?
O bien nos separamos todos de Andalucía, o bien nos quitamos de encima las autonomías, que, como ya decía la película de Rafael Gil, se convirtieron muy rápidamente en “autonosuyas.”   Y Andalucía, a la vista está, después de más de treinta años en la cabeza del paro, es el resultado de esa manera de hacer política.

Quédensela pues. Déjennos libres. 

sábado, 14 de marzo de 2015

DE CULTURA Y OTRAS GOLFERÍAS


Motivados por las buenas temperaturas, Nora y yo salimos a pasear. Ya se ansían los días soleados, la luz, más luz, que decía Goethe. Y es que la falta de luz es como morir un poco. En cambio en primavera y verano, la vida estalla en todo su esplendor. Los animales sabios hibernan, se aletargan en invierno, y dejan que la naturaleza se recobre a sí misma, se renueve y se presente otra vez ante nosotros con la cara lavada,  sonriente y feliz para volver a ser el escenario de nuestras vidas. En invierno todo es tristeza, aletargamiento, agonía. En verano la vida corre bullanguera por todas partes haciendo del vivir la máxima expresión de la alegría.  Uno sale al campo y entre gorjeos de pájaros, conejos que corren, cantos de chicharras, hormigas afanadas en llenar la despensa, frutos que cuelgan de los árboles, insectos de todas clases recibiendo su ración de sol, como personajes que son por derecho propio de este teatro de la existencia, uno se llena de gloria, se deja acariciar por el bendito sol, respira el aire denso y caliente y se llena de vida. Ah, la vida. Qué gran misterio y gran milagro es la vida.
Pues bien, disfrutando de nuestro paseo habitual, nos encontramos, oh cielos, con nuestro buen amigo el maestro. Ya se jubiló, y anda el hombre medio perdido, caminando aún entre el todo y la nada, la sombra y la luz, intentando encontrarse en este  su nuevo mundo. Y es que no hay nada como levantarse y tener algo que hacer. Cuando la vida no te da trabajo, la vida se convierte en un trabajo en  sí misma, además agónico y desesperante. Y ahí anda nuestro hombre, que nada más vernos se une a nosotros, previas caricias a Nora en el pasear por las calas de esta Torrevieja cada vez más fría e impersonal. Esto ya no es un pueblo, ni una ciudad. Es un negocio.
Una persona que es alma y carne de maestro no tiene otra cosa en qué pensar y cada vez que encuentra un artículo sobre educación, sobre enseñanza, sobre cultura, sobre cómo ha ido cayendo todo esto en España (este país), se le desatan los demonios. Y en cuanto encuentra a alguien dispuesto a escuchar, como nosotros, pues allá que va, a fustigarnos con el látigo de su indignación.
Y nos cuenta que, enfrentados a la realidad de nuestra tradicional incultura, no por culpa congénita de falta de inteligencia sino por esa cosa indecente que llamamos política, todo el mundo busca recetas maravillosas. Acá unos que descubren un nuevo Mediterráneo imponiendo en la clase tal o cual pensamiento o filosofía. Ya saben, la escuela como empresa. Otros que no imponen nada y dejan, oh maravilla de las maravillas, que cada niño se cultive a su antojo para no coartar la libertad, verdadero paradigma que lo justifica todo. Unos hablan de educar para la libertad, otros para la felicidad, otros para el trabajo, otros para… Estamos artos de tanta palabra y filosofía barata. Pero siempre sale alguien vendiéndonos por nuevos los zapatos viejos, solo porque le cambia el nombre, el color o le pone un lacito.
Lo hacen mucho —nos cuenta—, los colegios privados, que gustan de ser los más modernos y avanzados,  habiendo entre ellos una competencia  y corriendo delante del toro de la incultura hasta dejar al pobre animal perdido en las intrincadas callejuelas de su fantasía pedagógica. Pero no importa, a esa fantasía se le añadirá otra, y luego otra, porque la consigna es «marica el último» y el que no innove que se vaya. La cuestión es moverse, sonar. Aparentar vida donde no hay más que muerte cerebral e incultura generalizada. Es una competición a ver quién inventa más y es más innovador y original. Pero el caso es que a la sociedad no llega nada de eso. Hoy, los alumnos universitarios también se pirran por ver «Sálvame».  Cada día se cierran más librerías, y así estamos, a salvo de la cultura, inmersos en una mediocridad gozosa y cómoda que espanta. Que no nos extrañe que nos roben, nos mientan, nos salgan golfos por todas partes, filósofos de la novedad en cada esquina o líderes políticos con recetas que no quisiéramos oír ya y las dejan caer cada día, convencidos — ellos también son ignorantes con título—, de que presentan la gran receta de nuestra salvación.
Nuestro amigo no tiene bastante con los cambios y la nueva condición que se producen en su mente y sigue empeñado en gritar, pero sólo a nosotros, que estamos todos locos. Tal vez no tontos, pero sí locos.
Se empeña el hombre en contarnos que la educación debe ser un pacto de estado, tan importante y capital, que absolutamente toda la sociedad debe conocer sus términos y concertarlo. Y mantenerlo en el tiempo. Nos urge, más que el comer, resucitar de entre los muertos de la incultura y recuperar la vida del conocimiento. Y en eso, toda la sociedad debe implicarse. Desde los reyes, hasta  el último en nacer. Sin cultura no hay edificio social que levantar. No hay más que ruina económica, moral y golfería. Mucha golfería. Solo en un mundo de incultos y golfos pueden darse los abundantes personajes que todos conocemos y que salen a diario en la prensa.
Así que a esta sardina todo el mundo debe arrimarse: la corona, los medios de comunicación, los profesionales de la pluma, de la azada o la tiza, de la mesa, el carro, la  camilla o el deporte. Esto es una misión de todos. Pero los que tienen en su mano  el mango de la sartén del poder, deben poner en marcha, con urgencia, todo ese mecanismo.  Eso sí es una revolución. Pero falta la grandeza y dignidad suficientes para ello. Nuestros políticos son como todos nosotros;  cultural y gozosamente apáticos y egoístas.
Se entiende muy bien aquel lema del famoso Mayo francés: la imaginación al poder. Y añadimos, y la voluntad, honradez y valentía para hacerlo.

Voto a quien lo proponga —dice.