martes, 25 de noviembre de 2014

HISTORIAS DE HISPANIA

Ya se ha escrito en este blog. El problema de los independentistas catalanes (no confundir con los “catalanes”, ni con “Cataluña”, aunque ellos tienden a apoderarse de todo), son los celos de Madrid. Los independentistas catalanes quieren ser Madrid, en Cataluña. Es decir, Cataluñizar España. Porque ellos son tan maravillosos, son tan de primera línea, tan glamurosos, europeos y avanzados, tan la “locomotora que tira de España”, que no comprenden que tantos méritos y honores no se vean recompensados políticamente con más poder. Si fuera posible todo el poder. Que es inconcebible que la capital de España no sea Barcelona. Esa, y no otra, es la cuestión. Y por ahí van los tiros. Si el gobierno estuviera en Barcelona, si la capital de España fuera Barcelona, si el rey viviera en Barcelona, los independentistas catalanes serían más españoles que nadie, como lo han sido desde siempre. Y con ardor guerrero, además.
Hay un problema de celos, porque las cuentas no les salen. Eso de ser la locomotora y luego una segundona en política… no mola. Quieren poder político. Por eso últimamente ya hablan de cocapitalidad,  y que incluso alguna de las dos cámaras resida en Barcelona. Además, esa cocapitalidad con Madrid, les reportaría una confianza en los mercados, les daría un marchamo de calité, de segurité y fraternité, que les haría subir como la espuma en los rankings de aceptación y seguridad por los analistas económicos. O sea, dinero. El poder atrae el dinero y el dinero atrae al poder. Y ambas cosas van juntas. Por eso lo quieren ellos y por eso actúan así, los llamados independentistas,  que pasean por aquellas tierras  con la impunidad de los nobles y reyes antiguos.
El siguiente paso no sería la independencia, sino la capitalidad absoluta y cataluñizar España. Porque no se quieren marchar. Quieren gobernar. Porque España es su mercado natural. ¿Cómo van ellos a querer perder ese mercado? ¡La pela es la pela! ¿Cómo van a hacerse un hueco a estas alturas en el mundo económico? Es más fácil hacerse aquí con el poder político. Y ahí van.
Han aprovechado que el gobierno de Madrit es poco político y está afanado en otras cosas… Los impuestos, la economía, el paro… Y que sobre estas cosas ni sabe ni quiere saber. Parece que no hay políticos en el PP, y sin embargo todo es política. Qué extraños son.
¿Y cómo hemos llegado a esto en España? Pues los que entienden dicen, y no les falta razón, que, entre otras cosas,  España no tiene cultura nacional.  Lo dice el escritor gallego Suso de Toro. Y es cierto. La que hubo la destruyeron en la transición en ese empeño de destruir la “España de Franco”, considerado el mal de todos los males. Nos hemos preocupado muy mucho desde entonces en alabar y destacar las diferencias. Las lenguas, las costumbres, la televisiones regionales, etc. y no de aquello más general que nos une desde hace siglos. Nos hemos visto por la tele las fiestas de todos los pueblos, hasta las más simplonas. Y somos una de las naciones más antiguas de Europa. En los colegios, por ejemplo, se llega a estudiar el río que pasa por tu pueblo, aunque sea el Sequillo, en vez de estudiar las tres vertientes de la Península. Ya nadie sabe cuál es el rio más largo de España, o el más caudaloso, o los afluentes del Tajo.  Solo sabemos que el Sequillo no lleva agua pero se desborda cuando llueve mucho, porque en realidad es una rambla. Rambla que ha sustituido en la mente y el corazón al Duero, al Tajo, al Guadiana,  Ebro, Guadalquivir…
La cultura nacional es cosa que sí tienen el resto de países europeos. Francia, Alemania, Gran Bretaña, Suecia etc. Cualquier político, del partido que sea, desde la más izquierdosa de las izquierdas a la más derechosa de las derechas, es alemán, francés, sueco, italiano… y luego de la ideología que quieras. Allí, aunque con ideas diferentes, todo el mundo rema en la misma dirección. Y todos saben que son una comunidad, un país, una nación, una patria, una cultura. Aunque tenga diferencias, que siempre las hay, como en todas partes.
En cambio en España se ha favorecido mucho el conocimiento propio y el desconocimiento de los demás. Nos hemos ido convirtiendo en islas. España es ya un archipiélago. Una vez más nuestros políticos no han estado a la altura. Bueno sí, a su altura. A la que ellos querían. Por la torpeza de unos y el odio e insidia de otros. Ya decía Alfonso Guerra: «a España no la va a conocer ni la madre que la parió».  Y como ellos consideraban que Franco inventó España… pues había que destruir los cimientos. Europa, por ejemplo, ha sido es y será una  buena excusa. Diluirse en Europa es la mejor forma de que España vaya deshaciéndose poco a poco, como un azucarillo en el café. A eso añadimos los cambios culturales, alejados de la tradición, que se abrazan con pretexto de modernidad. Ejemplo la fiesta de Halloween. Y al mismo tiempo destruyendo las fiestas que nos definían tradicionalmente como pueblo ante los demás: los toros. En toda Sudamérica se celebran corridas de toros y en Francia también. Pero…
Todos estos cambios van produciéndose lenta pero inexorablemente, con pretexto de sustituir historias caducas, modernizar pensamientos retrógrados… Lo que hay detrás de todo eso ya sabemos lo que es. 
Y naturalmente esto no quiere decir que no hay que cambiar. Claro que sí. Pero los cambios deben venir de forma natural.  Como ha hecho siempre la vida. El turismo y el bikini han hecho más por modernizar España que otras muchas novedades artificiosas, que no buscan cambios, sino borrar la historia.

No nos extrañe pues que tengamos independentistas de todos los tamaños, colores y formas. Estaba previsto. Teníamos la ecuación X+ Y+ Z = E. Es decir: historia común, más costumbres comunes, más cultura común igual a España. Y ahora tenemos la ecuación X – Y – Z = 0. Es decir: historia común, menos costumbres comunes, menos cultura común igual a cero. Se veía venir y veremos más, mucho más.

domingo, 9 de noviembre de 2014

ESPAÑA EN LA ENCRUCIJADA

Que España era, y es, una encrucijada de caminos, lo ha demostrado la historia. La cantidad de pueblos que han pasado por aquí es extraordinaria y todos han dejado su huella. No hay más que ver un mapa del mundo y comprobar dónde está situada España: en el centro. Lo que no esperábamos los españoles era que esa particular situación, aparentemente ventajosa (seguramente para cualquier otro pueblo), nos sirviera para bien poco y sólo para situarnos una y otra vez, por nuestros propios méritos fuera del centro, e incluso, si pudiéramos, del mapa del mundo. Por nuestros propios meritos, repito. Aquí, cualquiera que maldiga, hablando, escribiendo o cinematografiando a España, la ridiculice, la maltrate o la escupa, entre nosotros, digo, es tomado en seguida por sabio, ponderado, liberal, liberador, libertador y no sé cuantas cosas más, todas buenas y positivas. Y legión de seguidores dispuestos a repetir la hazaña, al instante. Y así siempre. Con esos mimbres, tejer una cesta es difícil, o imposible. Llega un momento en que ya no da más de sí. Se llega a una encrucijada. O la acabas, o acabas con ella. La encrucijada llegó.
Llegó, tal vez cuando menos se le esperaba, pero la encrucijada ya está aquí. Tenía que venir dado el cariz que tomaban las cosas:
-Exceso de política, falta de democracia, demagogia, populismo, cobardía, personalismos, exceso de dominio mediático por parte de ideologías, exceso de dominio de iglesia católica, independentismos, picaresca, falta de educación, incultura generalizada, falta de honradez, no justicia, codicia, envidia, egoísmos, etc. etc.
Que los peores enemigos de España y los españoles somos nosotros mismos no le cabe duda a nadie. No hay mayor enemigo, ni más encarnizado, ni más persistente que nosotros mismos. Llevamos persiguiéndonos y derrotándonos siglos y siglos. Vamos a reírnos de las derrotas famosas: Trafalgar, la Invencible, la pérdida del imperio, las colonias y demás. Batallitas. Solo hemos perdido batallitas. La gran guerra la hemos tenido siempre aquí y hemos sido nosotros contra nosotros y el resultado no puede ser otro más que la derrota. Una y otra vez. Si por un tiempo se vislumbra el horizonte… no tardamos en cargarnos la visión con toda la carga de nuestra historia fantaseada y traicionada, traída hasta el presente para confusión eterna. Y si alguien pudiera destacar en algún sospecho progreso, a ojos de los adversarios políticos, hay que destrozarlo cada día, ridiculizarlo y maldecirlo, para que no cale en la gente, en la memoria social, que España pueda tener arreglo. Y menos que venga de fulano o mengano. España no tiene arreglo. Si acaso otra: llámese entonces Conjunto de Países Ibéricos. CPI.  O Jamón Ibérico. Pero imagino que gente habrá que ni siquiera lo de Ibérico le huela bien. De modo que nos dan la historia que quieren inventándosela, y haciéndonos a todos extraños unos de otros como recién llegados a este mundo. Poco a poco vamos siendo gente sin historia, sin presente, sin futuro y, si hubiera menester, hasta sin sombra.  No se quiere. Nosotros no queremos. Y los que nos manejan están felices de esa situación. Véanse nuestros políticos. Todos.
¿Qué se puede decir de un país cuyos hijos han aprendido a odiarla desde pequeños? Aprender a odiar a España ha sido el pasatiempo favorito de los institutos y universidades desde que en España se instauró la educación pública. Aún recuerdo a los profesores de historia poniendo a parir a los llamados Reyes Católicos, porque se les supone el origen de la maldita España, que luego recoge y continua Franco, por lo visto el sucesor. Menudo salto. Franco, el sucesor de aquellos reyes nefastos, ese monstruoso dictador con el que España, extrañamente, prosperó más que nunca, al decir de entendidos, es el monstruo alentador de odios contra España más grande de la historia moderna. No se acuerda tanto la gente de Stalin, Hitler y gente así, como aquí de Franco.  Extraño dictador. Que lo fue. Pero extraño.
Que si la reina Isabel, decían, era una cochina y no se cambiaba de camiseta hasta que Granada no fuera cristiana. Y cosas así de peregrinas.  Acuérdense de la historia negra de España, la Santa Inquisición, que llamaban… Todo agrandado por los de siempre con el propósito de siempre. Como si en Inglaterra, Francia y demás países de Europa no hubiese habido inquisidores, quemado en la hoguera y hechas cosas terribles hasta épocas recientes. Parece que no tan malas como las de aquí. Si los ingleses colonizan América y acaban casi con los indios, no ocurre nada. Ningún inglés va por ahí contando lo malos que fueron sus antepasados. Pero si los españoles descubren y conquistan América, las historias sobre el desastre, las injusticias y crímenes corren como la pólvora. Disparates así, en un país de incultos eran, son, el pan nuestro de cada día. Y adivinen de dónde salen esas historias negras. Adivinen. Al resto de países se lo pusimos fácil. Y ellos no hacen más que recoger lo que nosotros producimos. ¿Cómo voy yo a respetar la casa de mi vecino si él es el primero en cagarse en ella? Así, los innumerables personajes (que hay muchos) que intentaron engrandecer España, y lo hicieron han sido borrados de la memoria histórica. Ningún españolito recuerda nada. Los niños desconocen su historia y sus héroes. La amnesia es general. No conviene darle a España grandezas.
Ahora nos vemos en una nueva situación, alimentada por decenios de pésimos políticos, que faltos de la grandeza y la cultura, por no decir del amor a su patria (suena hasta cursi), han provocado la aparición de locos excesivos, que huyen, como no, de España, bien para estar solos, bien para volver a ella como los parientes ricos vuelven al pueblo, distinguidos y diferentes. España es la historia del desencuentro permanente.
Una encrucijada, digo. ¿Qué camino tomar? ¿O acaso es mejor el suicidio colectivo?
Mientras nosotros tratamos de destruirnos una y otra vez, nuestros niños siguen odiando España, aprendiendo a odiar España. Y los políticos mirando para otro lado. Nadie que ponga freno a esto. Se perdió la grandeza, la generosidad, el concepto de patria. Y el amor a España suena a rancio. La patria común es una idea nefasta. Una grave encrucijada.
Una frase: «España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido.»
 Bismarck
Pero ahora parece que llevamos mejor camino. Cosas de la vida moderna; que grandes personajes no lo consiguieran, y que personajillos sin chicha ni limoná lleguen a donde han llegado… ya es todo un paso al frente importante.
Nos quedan dos pelás para ser ciudadanos… galácticos, porque ya estamos casi fuera del mapa del mundo, nuestro mundo.

Una muestra: http://gaceta.es/entrevistas/desastre-gran-armada-grave-07112014-1151


martes, 4 de noviembre de 2014

TÉ, ESCUELA Y TECNOLOGÍA

He hecho una visita a mi amigo el maestro. Válgame dios, si lo sé no vengo, como decía el cómico. La casa de mi amigo es un remanso de paz, solo roto por los vecinos pesados que cortan sus céspedes, o el que hace bricolaje en la terraza de su casa sin importar una higa el ruido que pueda hacer. O sea, es un remanso pero menos. Al menos lo suficiente para que mi amigo deje escapar el vapor de la presión acumulada por años de colegio. Menos mal que la ceremonia del té, aunque sea a las cinco y media, nos reconcilia con la civilización. Estas costumbres inglesas, que nos parecen tan ñoñas y teatrales, en realidad dan un cierto orden a la vida y, bien hechas, son causa de buenas relaciones y agradables charlas. A mi amigo se las recomendó un psicólogo. El té de las cinco lo hace él un poco después, pero sigue las normas a rajatabla. Y le va bien. El espíritu se le serena, el alma se le esponja y de la mente surgen ideas que dan pie a desarrollar la fluidez verbal, tan necesaria para él.  Hoy, como no, la conversación, casi monólogo, porque el necesitado de hablar es él y no yo, transcurre por las nuevas tecnologías que «amenazan», según sus palabras, a la escuela. Y cuenta:

«Cuando no se sabe muy bien por dónde echar, aparecen como una novedad, dispuestas a solucionarlo todo, las nuevas tecnologías. Cualquier cosa que delante lleve la palabra «nuevo» se convierte en magia pura, oye. Y así, hay personas, siempre desde despachos, que quieren descubrir una y otra vez el Mediterráneo, simplemente mirándolo desde ángulos distintos, poniéndole la etiqueta de «nuevo» para que cuele bien. Y el mar ya estaba ahí, no digo que inmutable, pero siendo él mismo desde hace millones de años.»  —Yo me limito a asentir y dar un sorbo a mi té.

«Planes y más planes, estadísticas, pruebas nacionales e internacionales, exámenes, cambios y más cambios, cursos, cursillos, cursitos, títulos y más títulos, inventos e inventitos, aportaciones extrañas, complejos montajes intelectuales, filosofías mil, estrategias, proyectos, objetivos cortos y largos... Educar para vivir, para la vida, para la libertad, para…  La educación parece un mar revuelto, una marejada siempre en continuo sube y baja, un ven y vas, que tiene a sus navegantes mareados de tanto pensamiento, ideología, filosofía, intención, estrategia e invento. Y detrás de una ola no se espera más que otra. Y nunca la mar calma. La verdad es que lo único que consiguen es que los profesionales de la enseñanza nos cansemos, nos hartemos, y como no nos acostumbramos a estos movimientos constantes aprendemos a subsistir sin creer ya en nada, vacíos de todo, simplemente agarrándonos a lo que podemos ante el embate de las olas de ordenanzas, planes, estrategias, supuestas calidades y un sinfín de cosas más. Y del  meollo de la cuestión no se sabe, no se quiere o no se puede saber. O todo a la vez.  Todavía no hay nadie que se dé cuenta de que toda la modernidad de pizarras electrónicas, ordenadores y tabletas en clase, que programaciones, transversalidades y demás interminables zarandajas no llevan a ninguna parte, y no son más que olas en el mar revuelto que marean al personal y que nos hacen vomitar de cansancio entre una y otra. Pasa el tiempo y una y otra vez los resultados son los mismos. Todo eso está hueco, aporta tan poco que se convierte en un fin en sí mismo. Apariencia de eficacia y modernidad. La política es así. Si quieres pasar a la historia de la modernidad y los cambios gástate mucho dinero, aunque no sirva para nada.» —Nuevo asentimiento. Nuevo sorbo.

«Con lo fácil que es comprender que la escuela es el reflejo de la sociedad. Lo tenemos dicho en otras ocasiones. Nada de eso soluciona nada si los valores en juego son los mismos. Hay países con grandes éxitos en educación sin tener que acudir a tanta burocracia, tanta tecnología, tanta calidad, tanta norma nueve mil… no se qué y tanto barro en las ruedas para avanzar con éxito».  —Suelta un taco mientras yo asiento nuevamente.

«Quiere usted cambiar la escuela? ¿Quiere usted tener gente con valores sociales indispensables de honradez, seriedad en el trabajo, responsabilidad y respeto en la vida? ¿Con interés por la ciencia y la investigación? ¿Quiere usted que la cultura sea un bien deseable por todos, admirada y valorada por todos? ¿Quiere que la gente lea, sepa hablar y escribir, escuchar, pensar, crear, inventar o descubrir? ¿Quiere una sociedad dinámica en todos los sentidos? Pues empiece por la sociedad, oiga. Repito —me dice—: no es la escuela quien cambia la sociedad, sino la sociedad la que tiene la escuela que quiere, según los modelos que le transmiten, los valores que le dan como buenos, que le fluye, o que le han hecho fluir. La sociedad es el espejo donde se mira la escuela.»

«Y es muy fácil manejar la sociedad. Los gobiernos y partidos populistas lo hacen constantemente. La gente se mueve, nos movemos, por emociones y sentimientos. Nadie analiza nada objetivamente. Y menos si tiene que ver con la política. Y todo es política, oye. Si es gratis, si habla de igualdad y esas cosas, es bueno. Luego descubrimos que nada es gratis y que la igualdad es por abajo, no por arriba, matando a todos los que la naturaleza o las circunstancias ha hecho emprendedores, o tienen madera de líderes, o saben ser más eficaces… O son más honrados. Tantas cosas. Cosas muertas actualmente. No solo no destacamos en nada, además nos salen gusanos podridos por todas partes —Ríe—. Por algo será. No es que las madres españolas pongan huevos podridos. Los bebés al nacer eran  buenos y bonitos, faltaría más. Pero después, fueron absorbiendo ese aceitillo social espeso que nos unta todo y…»

«Esa sí sería la gran revolución en España. El gran cambio. Todo lo demás… olas que pasan, una y otra vez, una tras otra, años y años, generaciones y generaciones. Y mientras discutimos si llamamos educación comprensiva, significativa, si galgos o podencos, o lo que quieran llamar, nos vamos quedando irremediablemente detrás en la historia, anclándonos en la mediocridad, cuando no directamente en la indigencia cultural y en la otra, que todo va junto. Mientras los maestros nos dedicamos al papeleo y más papeleo, mientras la escuela es una cascara de nuez sometida a los embates de la hipocresía, la demagogia y el populismo, todo será siempre un fiestorro del tipo botellón, pero muy caro, eso sí. Porque es propio de los que no saben qué hacer, o no quieren, gastar mucho dinero para que la incultura por lo menos se adorne de oropeles y nos parezca un avance cuando no es nada. Y entre tanto, dineros que se pierden, que de esto sí sabemos mucho. Y así una y otra vez. Los romanos lo inventaron, ya sabes, con su «pan y circo». A las pruebas me remito.» —Un sorbo de té me acompaña después del afirmativo gesto de cabeza.

«En los años ‘franquistas’ —prosigue—, cuando la miseria era general en España, de la que fuimos saliendo poco a poco, y no existían ninguna, ninguna de las tecnologías con las que hoy se adorna la escuela, y las corrientes pedagógicas —que las había porque las ha habido siempre—, estaban guardadas en el bahúl de los recuerdos, la gente, que tenía ganas de aprender, que consideraba la escuela como un lugar para educarse, adquirir conocimientos y salir de la miseria sabían mucho más que ahora. Socialmente, aún en la miseria, era de dominio público que la educación era, es, un bien necesario. De dominio público. Las matemáticas que resolvíamos aquellos niños son ahora cosa de ingenieros. Los problemas matemáticos tenían enjundia, las operaciones, la lectura y la escritura tenían enjundia. Y todo era un estuche de madera, unos cuantos lápices, goma, sacapuntas o cuchilla y… el gran secreto, la esencia de todo esto: ganas e ilusión.»

Hicimos una breve pausa para tomar unas galletas, como manda la tradición. Y entre tanto mi amigo vuelve a cargar de munición su razonamiento apasionado.

Me cuenta mi amigo que hay niños que hoy, solo en estuches, lleva más de dos kilos en la mochila. «Con todo tipo de maravillas: rotuladores, plastidecores, fluorescentes, lápices de colores, ceras… Nunca aprender tan poco ha costado tanto —dice—. «Y a eso añádele las aportaciones del colegio: pizarra electrónica, ordenadores, tabletas, etc. etc. Y a eso añádele también las florituras ortopédico-pedagógicas, papeleos mil…
Y la sustancia… en otra parte.»

«Los mareantes de turno proponen planes similares a tal o cual país. Como si los seres humanos no fuésemos iguales en todas partes. No es el modelo sueco, americano, alemán, inglés, finlandés o coreano.  Que no es eso, señores. El modelo de escuela responde al modelo social. Cambie usted el modelo social, y deje de copiar, hombre. Y copiar mal, además. Hemos seguido sistemas americanos, japoneses… Ahora estamos funcionando como si fuésemos una fábrica de coches. ¿Pero… es que somos coches? ¿Somos herramientas? ¿Se fabrican coches en el colegio? ¿Productos cárnicos tal vez? Entonces por qué y para qué tanto papeleo, tanta norma nueve mil, tanto tiempo perdido en tantas cosas?»

«Empiece usted por introducir los valores necesarios, que se perdieron por el camino. Recupérelos. Comprometa usted a las televisiones y los medios de comunicación que son realmente los educadores, los transmisores de los lemas de la propaganda política; los que crean conciencia, moda y costumbre.  Consensue usted con todo lo consensuable. Dígales que no todo vale. Libere a la justicia. Muestre a la juventud situaciones de grandeza de espíritu, de entrega, de sacrificio, de honor, de libertad, de saber, de honradez, de conocimiento, de sed de saber, de investigación, de progreso, de altruismo, de… Proponga hombre, proponga. Ponga usted de moda la cultura, la educación, la honradez y el respeto. Y luego, de todo eso, saldrá la escuela que perpetúe esos valores. Verá usted como no somos los más tontos del patio común europeo ni nada de eso. Sea usted generoso con su país, hombre de dios… Pero no nos engañen con las tecnologías, como si estas fuesen la panacea que nos cura todos los males.»

—¿Otra taza de té?