jueves, 22 de octubre de 2015

LA CANDIDEZ DE UN PUEBLO



Eran cosas sabidas, tanto aquí como fuera. Han estado robando y estafando a los habitantes de Cataluña, y a los españoles todos desde antes, durante y después de Franco. No es otra la forma en la que la «emprendedora Cataluña» medró a costa de todos los españoles. Y les dejaron, para que alguna región fuera la máquina de tren que tirara de la economía. Ellos y los vascos, porque lo demás, realmente, era un coto privado de caza para señoritos que vivían de las rentas de sus aparceros. Es la triste realidad.
Pero se lo creyeron. Llegaron a pensar que el mundo no se mueve, y que sólo ellos contaban el paso de los años al ritmo de sus millones. Y se acostumbraron a esa forma de ser y estar y en esas que les sorprendió la democracia, y los partidos políticos, y... el siglo XXI
Demasiado tiempo han estado tapándoles por cuestiones de votos. Y ellos, una vez más se han sentido importantes, y no sólo eso, también poderosos. Tanto como para llevar adelante ese delirio febril de la independencia. Somos tan ricos, tan listos, tan guapos, tan modernos y tan poderosos que no os necesitamos. Sois un lastre para nosotros. Sin vosotros esto sería el paraíso terrenal. Aquí ataríamos los perros con longanizas. De Vich y de Olot, claro.
Y cuando las reglas del juego, por esas cosas del caprichoso politiqueo se hacen más claras, sale a la luz toda la «merda» que hay dentro del vaso donde se desenvuelve la realidad política catalana. Andaba todo revuelto, pero en cuanto dejamos reposar un poco, los posos que quedaron en el fondo, son negros, muy negros, copiosos y muy contaminantes.
Se veía venir. Todo el mundo lo sabía. Ya digo, dentro y fuera. Pero... las conveniencias...
En todas las familias hay garbanzos negros. No vayamos por tanto a rasgarnos las vestiduras. Son muchos, y no sólo los catalanes, los que deberían dar cuenta de esto, y de mucho, muchísimo más. Y es una oportunidad que tienen los jueces para limpiar a fondo la clase política, o estamos perdidos. O funciona ejemplarmente la justicia, pilar primero del tinglado del estado democrático, o el barco hace aguas y se hunde. Aunque a ellos, a los que dirigen, les daría igual. Ellos siempre tienen recursos en Andorra, o en cualquier otro sitio. Pero a los demás no.
Y si Cataluña se ha convertido en la «cosa nostra» de esta parte del Mediterráneo, qué hay que decir de ese pueblo que allá vive, el mal llamado pueblo catalán, que ha tragado con disparates tan grandes, políticas tan atroces, filosofías increíbles, ya no solo nazis, sino paranoicas, esquizofrénicas. La política lingüística, el prohibir rótulos en castellano, la gente dispuesta a chivarse al poder, la bajeza moral de todos esos delincuentes de tres al cuarto y las familionas  esas de toda la vida alrededor del Palau (oh, qué gran palabra, tan versallesca ella), donde resplandecer sus  joyones, donde darse un baño de mundología privilegiada, donde poder gozar del poder y el estatus... Sabiendo todos que ordeñaban mal las ubres de una sociedad entera. Vaya pueblo el catalán.  Vaya ciudadanos esos dos millones de paletos que vitoreaban a una Cubaluña rica a base de robar. Y lo que se habrán reído de ellos los capitostes de la mafia catalana.
Siempre ha habido devotos, paletos y ciegos entregados a cualquier causa. El género humano es así. Ya pasó con los nazis, con la URSS, y sigue pasando en Corea del Norte. Ya no hay personas, sino robots, seres humanos con el cerebro lobotomizado, incapaces de hacer otra coas que alabar al líder y responder con su vida, alma y corazón a cualquier propósito y ocurrencia del gracioso líder de turno.
Suerte han tenido los catalanes que estamos lejos de aquello, pero...  le han visto y sufrido en sus carnes la persecución política por hablar castellano, español. Y así han llegadlo a los ayuntamientos trastornados antiespañoles dispuestos a hacer desaparecer todo vestigio de la historia y la cultura. Me parece del todo imposible, pero viendo la candidez de los catalanes... cualquier cosa podría haber pasado.
Faltó poco para que los españoles de allá llevaran en la manga cosida una bandera española, a modo de la estrella de David de los judíos en la época nazi, para que sirvieran de mofa y escarnio en todas partes.
Y esto en la culta Cataluña. En el siglo XXI. Qué vergüenza para todos aquellos. Esas mujeres mayores, esos hombres con canas, esa juventud recién salida del cascarón manifestando tanto odio a su propio país. Y todo porque los politiquillos de allá, han querido hacer de aquella otrora rica región, un escenario de película de la cosa nostra. Su paraíso particular.
No es tan admirable la codicia de los mandamases como la candidez de aquel pueblo.

Va siendo hora de despertar y exigir responsabilidades, y que el peso de la ley (ay, que expresión) caiga sobre todos los responsables.