lunes, 27 de mayo de 2013

INFORMAR, DELEITAR, INSTRUIR






Le afecta el calor a Nora. Ya comienza a huir de los lugares soleados y camina con un palmo de lengua fuera, por las sombras, al amparo de árboles y vallas, paredes y edificios… Parece una loncha de jamón york asomando por el bocadillo. Pese a todo se tiende al sol cuando está en casa, porque es una casa fría y húmeda orientada al norte. Aquí sale a la terraza a tomar el sol, como una guiri más, hasta que su cuerpo casi hierve y luego entra a aliviarse al amparo de la umbría y el suelo fresco, donde más que acostarse se desparrama entre suspiros.  Y así una y otra vez.
En medio de esta pereza llega a pensar en esas cuestiones sobre nosotros, los humanos, que tanto le sorprenden y le preocupan. Nos ve muy complicados, excesivamente complejos, contradictorios e incoherentes y a veces no acaba de entender por qué decimos que somos los más inteligentes. A menudo charlamos sobre el significado de la palabra inteligencia, como ya hemos contado otras veces. Ella insiste en que nosotros somos más «inteligentes» en el sentido práctico del término, pero la sociedad de los perros es más avanzada porque son más sabios. Le gusta distinguir entre ambos términos. A mí, la verdad, no me extrañaría nada que fuese así, teniendo en cuenta nuestra historia. Somos el único animal capaz de tropezar no dos, ni tres, sino tres millones de veces en la misma piedra. Y cuando ya nos molesta y estamos artos, simplemente la quitamos, la rompemos, la desviamos. Reconstruimos el mapa de valores para que se adapte a nosotros y no nos importa retorcerlo y desfigurarlo, al contrario que las culturas naturales.  Así el paisaje de valores humanos está tan cambiado que es muy difícil reconocerle. Los perros sencillamente la habrían evitado a la segunda y mantendrían intactos sus valores. Y así hacen.
Ella hace causa de todos nuestros males a la pésima educación que recibimos. En parte no le falta razón. Ni siquiera los nuevos tiempos, las nuevas tecnologías, las nuevas ideas que circulan por el mundo, la experiencia de nuestra vida en la tierra nos hace cambiar y repetimos una y otra vez los mismos errores. Insiste en que nuestros valores están equivocados; que en la sociedad de los perros no hacen falta colegios porque toda la sociedad de perros actúa como tal. En fin, es difícil hacerle entender nuestra variada complejidad.
Me pone como ejemplo los medios de comunicación. Y me dice que «antes» ―ay, el antes―, los medios de comunicación tenían unas normas deontológicas muy claras y sencillas. Teniendo en cuenta el alcance de los medios se aprovechaba para llevar adelante aquellas tres normas básicas, fundamentales, que nos acercaban a ese idílico paisaje de la sociedad educadora de los perritos: deleitar, enseñar, instruir. Utopía que se llevó el tiempo, ese justiciero implacable, como tantas otras cosas.
―Verás Nora, ya conoces aquella historia tan bonita de la Biblia donde el pueblo de Moisés, errante por el desierto, cansado de esperar que bajara del monte Sinaí con las tablas y ansioso de creer en algo, pero a falta de qué, creó ídolos para adorarles. Parece que necesítanos tener dioses a los que adorar, algo fuerte a lo que agarrarnos, y a falta también de que baje nuestro Moisés, hemos creados dioses que lo sustituyan. Se llama Dinero. Todo por la pasta, Nora. Así que los tres viejos principios que antes aludías, se han perdido en la travesía del desierto de nuestras vidas, y solo reconocemos al poderoso Dinero. Y para llegar a él hay una fórmula infalible: deleitar, deleitar y deleitar. Lo de informar e instruir pasó a la historia. Ya te digo que cuando una piedra nos molesta la quitamos.
Observa, por ejemplo, un noticiario. Parece que nos venden un producto. Las imágenes venden todo. Camiones incendiados in situ, guerras en primera línea, desastre a pie de calle, muertes en primer plano, robos acompañando al ladrón a robar… Y luego para mayor INRI las preguntas de los avezados periodistas. ¿Qué sintió usted cuando el cuchillo le atravesó el páncreas? ¿Se quejaba su novia cuando le aplastaba el cráneo? ¿Qué ruido hacía? ¿De qué color es el cerebro? ¿Es rosa? ¡Qué guay! ¿Sintió usted pena, remordimiento u odio cuando asestaba cuarenta puñaladas a su víctima?
Hay que impactar al espectador como sea, porque eso atrae a los públicos y por tanto a las empresas que quieren anunciarse. Y eso es dinero. Cuanto más impactante sea el programa, más gente lo verá, más caro y más empresas querrán anunciarse. Y no hay más. Desde la sonrisa de las guapísimas presentadoras ―condición indispensable, que no otra― hasta los sonrientes saludos de despedida después de habernos regado con sangre y mierda el televisor, todo es una venta. Una simple venta. ¿Deleitar e instruir? Ja, que bobada. Pasta. Time is money. TV is money.
Como verás Nora, no solo no tenemos una sociedad educadora, sino que deseduca, valora cosas intrascendentes, o aquello que nos hace reventar de facilona emoción una y otra vez. Estamos cada vez más lejos de vosotros.
¿Y sabes lo peor? Que estas cosas, que se saben, no tiene ya «sabios» que las denuncien, muchas veces porque los mismos sabios están empleados en los mismos medios de comunicación, o están ya cansados de luchar. En su lugar hay una legión de esa especie que se llama periodista, ―los nuevos sacerdotes― que comentan y sacan jugo a la más mínima noticia como si fuese algo trascendente. Y lo hacen con una bilis, una exageración y una puesta en escena tal que pasa por ser algo realmente importante. Y la verdad es que al cabo del día noticias importantes hay dos o tres, si acaso, y no más. Pero… si no hay más pues… hay que inventarlas, o elevar a categoría superior a noticias que no lo son. Hay que sacar material, hay que entretener, y así sacamos punta a lo que sea, y señores con el título de periodistas hablan y hablan y hablan, y hablan… de todo. Humano o divino, que no hay personas que sepan más de todo, oye, poniendo del revés, del derecho, boca arriba, boca abajo, cualquier intrascendencia. Y a eso hay que ponerle video, palabras, efectos, música… y ¡acción! Cling, cling, pasta para adentro. La tele es ya como una gigantesca máquina tragaperras. No importa el tema que traten; lo importante es que la cosa se ponga tensa y uno llame al otro embustero, y el otro al uno vendido, y tú más… El «share», sube como la espuma, que es de lo que se trata. El «share» es el trozo de pastel que se van a comer. A más borde más share. Y claro, ya hay programas especializados en share, especialistas en producir con sus intervenciones subidas sustanciosas de share y son contratados para ello.
En fin Nora, aquellos viejos principios que tú recordabas, son eso, viejos principios. Esa es la principal diferencia entre nosotros y los demás. Cambiamos con total impunidad sin importarnos un pimiento lo demás.
Como decía Groucho Marx en aquella película: “Esos son mis principios, si no le gustan tengo otros.” Qué forma tan sincera de expresar nuestro cinismo.
O esta otra… “Cuando muera quiero que me incineren y que el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi representante.” Ya ves, Nora, Groucho sabía de qué iba la cosa.
Y más: “El secreto del éxito se encuentra en la sinceridad y la honestidad. Si eres capaz de simular eso, lo tienes hecho”. Es un magnífico retrato de la tele.
Y la última: " La televisión ha hecho maravillas por mi cultura. En cuanto alguien enciende la televisión, voy a la biblioteca y me leo un buen libro."


FIN

miércoles, 22 de mayo de 2013

NORA, LLEGÓ LA LOMCE









Ahora que se avecina una nueva ley de educación, Nora, siempre atenta a estas cuestiones, me pregunta qué es lo que pasa con la cuestión, que tantas veces cambiamos de ley. Para ella, y los de su raza, la educación la tienen los padres, en primer lugar, y la manada, la sociedad, en segundo lugar, pero que son la misma cosa.  Y los valores y cuestiones que tienen que aprender son tan viejos como la tos. Vosotros, ―dice―, “que sois tan listos”, no acertáis.  No entiende tantos cambios y me pregunta el por qué de estos palos de ciego. Y yo le digo que de ciego nada. Que las leyes hechas hasta ahora tenían una finalidad, y a esa finalidad hemos llegado. Somos el pueblo más “gozosamente inculto” de Europa, en expresión de Pérez Reverte―y seguramente eso nos catapulta a los maravillosos últimos lugares en educación mundial, donde estamos tan a gustito. Nosotros, que éramos la octava o novena maravilla del mundo mundial. Seremos incultos, pero “semos felises”. Y eso es lo que mola.
La cosecha de todos estos planes de estudio son nuestros políticos, banqueros y la sociedad en general, tan vacía de todo, sobre todo de honradez y de iniciativa. Y no es porque no tengamos gente buena y capaz, sino porque está mal visto ser educado, tener conocimientos, ser honrado, trabajador, emprendedor… Los chicos en la escuela, por ejemplo, no pueden distinguirse por esos motivos, porque caerían en desgracia a los ojos de los demás, y su “rebaño” los rechazaría y serian desgraciados sociales. Los chicos sacan burla y marginan a los trabajadores, los emprendedores y los listos porque “sa’n pasao, olle, y son unos aburríos”. Ni mola mazo, ni es tope guay, ni enrolla. Y sin embargo, Nora, quien nos saque de la crisis será la educación.
Nora y yo consultamos en la Wikipedia sobre algunos países que han salido de crisis graves gracias a su educación. Entre ellas, Japón. Textualmente leemos: “. El sistema educativo japonés jugó un importante papel durante la recuperación y rápido crecimiento económico durante las décadas posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. Tras este conflicto, la Ley Fundamental de Educación y la Ley de Educación Escolar fueron proclamadas en 1947, bajo la dirección de las fuerzas de ocupación. La última ley definió el sistema escolar, mismo que aún prevalece hasta la actualidad: seis años de educación básica, tres de secundaria, tres de bachillerato y entre dos y cuatro años de educación superior.”

Sin comentarios. Pero está claro que la sociedad japonesa, con sus dirigentes delante, vieron que el camino era la educación. Valorar la educación. No hay valor más seguro y firme que aguante los tiempos y las tempestades.
Nos quedamos pues admirados de ver cuánto les dura a los japoneses sus leyes de educación.  Nosotros en 30 años maltratamos 4 ó 5 leyes. Pero queda claro que quien saca a un país del desastre y las crisis tan grandes es la educación.
En fin Nora, ya sabes, antes muertos que sencillos.

Le digo yo que nuestros planes de estudio no están hechos para servir a la sociedad, crear sociedad, hacer civilización, sino para servir a las ideologías y por tanto a los partidos que de ellas se sirven. El resultado son leyes llenas de demagogias, cargadas de afán de adoctrinar para encauzar el rebaño a la causa y hacerlo más manejable, no dejar sobresalir  a nadie por arriba, todos iguales por abajo, a veces incluso diciendo que lo quieren liberar. Jajaja. Las palabras son muy sufridas y cuando no hay vergüenza torera se puede decir todo sin sonrojarse. Y a eso hay que añadir la dejadez de los otros, sin doctrina alguna, bien clara y definida,  sin miedos  ni complejos, que aceptan las más de las veces las propuestas de la otra orilla. Y así, entre la mucha ideología y demagogia de unos y la falta de ellas de los otros estamos en este páramo cultural, educativo, de honradez…  En fin, ya sabes. Por eso la crisis nos afecta tanto. No valen parches. No vale pan para hoy y hambre para mañana. Hay que apuntar alto y buscar soluciones definitivas, para que cuando vuelva otra crisis, que la habrá, no nos pille en pelotillas como esta.

La cara de asombro de Nora es mayúscula cuando entiende las razones de nuestros cambios incesantes, esa búsqueda por llegar al vacío absoluto, ese afán por convertirnos en un agujero negro de la educación social que se trague hasta la más insignificante luz que pueda irradiar cualquier persona que piense.  Me dice que el progreso del mundo de los perritos se debe a que sus valores son permanentes, generales, definitivos, profundos, vitales, adoptados por todos sea cual sea la raza y condición y que sirven a la comunidad a través de los siglos. Y que seguirán con ellos, naturalmente. Son fieles a sí mismos por encima de todo.

Pero nosotros no, Nora. Nuestros males vienen de lejos. Por ejemplo: hemos construido una gran mentira, nuestra democracia, acordamos creérnosla pero no nos la creemos porque los partidos políticos son los primeros en corromperla. Sobre todo porque los dos partidos grandes no son dos opciones políticas solo, sino beligerantes antagonistas.  Enemigos íntimos. Lo mejor que le puede pasar al otro partido es su desaparición por completo de la faz de la tierra. Como dicen los toreros a sus ayudantes… “dehadme zolo”.

Una vez más Nora advierte que el gran problema de fondo es la educación y el excesivo peso y manoseo de la historia, que no nos deja avanzar. Hay gente empeñada en no romper con las cadenas del pasado porque así justifican su demagogia presente. Franco, por ejemplo, ha hecho más por la izquierda en España que Marx. Qué sería de la izquierda sin Franco. Nada. Bueno, sí, una izquierda moderna. Y la derecha igual, claro. Y añadimos a los nacionalistas, esos extraños que andan buscando madre cuando la tienen delante.

Cabezona como es, Nora insiste en el valor de la escuela para transmitir nuevos y definitivos valores. Pero yo le contesto que los valores están en la sociedad, no en la escuela. La escuela es el reflejo de la sociedad, y no al revés.  La escuela encauza esos valores, les da forma, los enfatiza y extiende a todos los niños, para que, una vez insertados en la sociedad, sigan con esos valores y a su vez los transmitan a sus hijos. Pero ya sabes de la multitud de dificultades que se pone a ello.
“Pero con maestros vocacionales…”
Que no, Nora. Los maestros vocacionales son especie en extinción. Personal romántico altamente peligroso. No se quieren vocaciones sino servidores de ideologías, o autómatas de normas, procedimientos y todo eso que tú ya sabes. Como no tenemos una sociedad viva, esto es un sálvese el que pueda, y la mejor manera de salvare es apuntare a un partido, o dejarse nombrar a dedo, o militar en cualquier sindicato… y todo así. Serán decenas de miles los sueldos inútiles a gente que se deja llevar.

Pero no solo eso. Si insistieras en ser educador vocacional deberías rayar la perfección crística. Lo digo porque como Cristo, el Maestro por excelencia, dio su vida, así te la quitará la escuela si vienes a ella con la condición vocacional. No sé si recuerdas un pasaje de la vida de Jesús en el que una mujer enferma le toca el manto y Jesús manifiesta que una fuerza ha salido de él, una energía. (“Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente, y preguntaba: “¿Quién me ha tocado el manto?”. )

Pues bien, a los maestros les sucede lo mismo todos los días, jajaja.  Cada día una buena cantidad de energía vital sale de él para no volver jamás. Cada día hay que luchar con nuestros monstruos sociales tales como la pereza, la desidia, el desinterés, la desvergüenza, la falta de respeto a los profes y compañeros, la envidia, la mala educación…  Ese será el “toque del manto” que obligará al maestro a una constante salida de su energía vital.  Seres crísticos, Nora. Pagar con tu salud. A los maestros se les pide que sean seres crísticos.  Y eso que Jesús tuvo algún desahogo que otro, según la Biblia. Recuerda aquello de los vendedores del templo. Pero a los profes no se les permite desahogo alguno. La denuncia por una parte o por otra te invita a caminar sobre el filo de un cuchillo y ser… poco menos que el hielo mismo para no dejarte llevar como Jesús por sus sentimientos. Pobre Jesús, que flaqueza tuvo. En fin. Eso tal vez demuestre, según la Biblia, lo humano que fue. Y todo es porque nuestra sociedad no consigue tener unos valores comunes y vivimos en permanente confrontación.  Empujado por los intereses ideológicos, claro. De no ser así florecerían los profes vocacionales, entre otras cosas, porque la educación seria uno de esos valores.

Así que todo el día y todos los días morir en la cruz… es una “jartá de cruz”. Hasta Cristo se cansó de la paz en aquella ocasión. Imagínate que un profe hoy la emprendiera a cachetazos con los niños que no trabajan, que insultan, que marean constantemente, que revolucionan la clase, que desobedecen, que se burlan de todo y todos…  En fin. Hoy, Jesús de Nazaret estaría en la cárcel, o expulsado del sacro colegio de los seres crísticos.

Los niños, Nora, no son más que el reflejo del mundo en el que viven, de los valores que les transmiten o no, de lo que ven en la tele, en casa, en la calle,  les aplauden, les consienten…  Los valores sociales, Nora. Eso es lo que falta. Desde la simple urbanidad, que decíamos antes y que ha desaparecido por la decadencia que nos invade. Hay que volver a valores aceptados por todos, fundamentales, y que sean enseñados por todos. Todos somos escuela. La tele, la radio, la prensa, el cine, la literatura, la política, la religión, los sindicatos, los peluqueros, carpinteros, panaderos, tenderos, amas de casa, padres y madres, vecinos, bares, discotecas, La calle…  Y por supuesto la escuela. Todos somos escuela y todos estamos obligados a dar ejemplo, o por lo menos a no dar mal ejemplo.

La puerta para la salida de la crisis, de esta y de todas las que vengan, es la educación, Nora. Supongo que la ya próxima ley de educación será mejorable en muchos aspectos, pero… ¿no te parece extraño que estén contra ella todos los partidos de izquierda y los nacionalistas?
Nuestra sociedad debiera ya estar al tanto de estas cosas, y aplicarse de una vez aquel dicho de Benjamín Franklin: Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo.

miércoles, 1 de mayo de 2013

NORA Y LAS NORMAS 9001. UN JUICIO A DIOS


Llegó el auditor, con túnica negra y gorguera blanca, con toda la seria gravedad de  sabiduría de normas bajo el brazo en forma de libro. Un libro grueso, de tapas oscuras de piel repujada, donde estaban escritas en letras negras como la noche oscura del alma todos los controles celestiales, procedimientos obligatorios para la perfecta creación, estrategias de la organización celestial, listado de procesos para implementar la eficacia de la gestión y satisfacción del cliente humano. Toda la sabiduría ancestral de las normas pasadas, presentes y futuras, con la terrorífica numeración 9001, para enjuiciar la odisea del  universo creado por aquel, llamado, Dios.  La suma de los dígitos del citado número, evidencian el 10, el número perfecto  por excelencia, con el que los grandes auditores del universo querían expresar la sabiduría máxima que el libro encerraba para el presente juicio de Dios. Es un libro diez.
Se sentó frente a la mesa, sobre una tarima alta, en un sillón de noble madera oscura, de respaldo alto y tallado de rosetones y volutas, con ruido de capas y balandranes. Detrás del sillón un atlas del firmamento con un punto de luz brillantísima procedente del lejano, oscuro y profundo universo y sobresaliendo de esta luz una leyenda: SEMPER FIDELIS AD PRAECEPTA. Siempre fieles a las normas. Sobre la mesa un mantel rojo, y a ambos lados candelabros de oro de siete brazos. Puso el gran libro de las normas sobre un atril de bronce pulido, en el centro, justo delante de él. Luego del silencio entró Dios, sonriente, simpático, artista creador, canturreando bajo la lluvia de su propia alegría de vivir. Se sentó frente a la mesa del auditor, a un nivel inferior y sobre una silla de Ikea.
―Veamos, Don Dios. Hemos tenido quejas de los clientes de la tierra, dado que los supuestos planes del creador les parece un fiasco. Hemos recogido millones de firmas, que son las que nos avalan y nos transmiten la voluntad de auditarle a usted para comprobar que sus planes no correspondían a un estudio detallado, pormenorizado, con estrategias bien definidas,  con enfoques basados en procesos mediante el cumplimiento de requisitos y sí al libre imaginario e improvisado artificio de un cómico de la legua. Queremos averiguar si su estrategia organizativa estaba basada en procesos cuando la desarrollaba; necesitamos saber qué enfoques tenían los momentos de creación y, de qué forma, si la gestión fue adecuada;  así como igualmente, qué hay que hacer para que se implemente y mejore la eficacia del sistema de gestión de la creación universal y  aumentar la satisfacción de nuestros clientes.
El Gran Auditor dejó caer la gravedad del peso de sus palabras sobre la sala. Tras el enjuiciado, permaneciendo a oscuras pero atentos al desarrollo de la sesión, altos representantes del género humano de todos los continentes, altísimos representantes del colegio oficial de los auditores en cuyas pupilas se reflejaban las letras doradas del lema oficial del colegio.
Y siguió el Gran Auditor:
―En primer lugar, hagamos un breve repaso a la situación que nos ha traído hasta aquí. Habrá usted comprobado que el mundo anda muy revuelto. No hay siglo que no tenga guerras, la paz se desconoce, la muerte por violencia es algo tan normal que los humanos ya no se estremecen al conocerla; el hambre y las enfermedades devoran a los humanos en todos los continentes;  el odio, el rencor, la venganza, la envidia, la falta de honradez contra ellos mismos y los demás, la violencia de palabra y de acción es norma diaria. La contaminación de aires, aguas, tierras; la esquilmación de recursos de la tierra y el mar; la deforestación interesada por negocios egoístas; el tráfico de personas, la esclavitud, el vicio,  el egoísmo ejemplificado de miles de formas diferentes, la estafa, el robo, la mentira, la soberbia, la fábrica de armamentos, la especulación del suelo… Las enfermedades rentables para las industrias, la falta de control en las actuaciones políticas… ¿Quiere usted que siga más?...
Dios dejó de sonreír. Pareció por un momento recobrar el sentido de la verdad sobre su situación y dijo:
―Me gustó mucho la creación. Fue divertido e interesante. Pero no quise crear monigotes sin vida, marionetas con hilos ni grafiti en las paredes. Quise crear vida, y como tal, la vida tiene que ser forzosamente libre, autónoma.
―¿Libre y autónoma hasta el punto de provocar millones de muertos con graves sufrimientos por infinidad de causas? ―Gritó interrogante el Auditor― ¿Libres para estafar, engañar, mentir, hacer sufrir? ¿Libres para especular y ensuciar la vida? ¿Libres para vivir horrorizados desde la cuna hasta la sepultura? ¿No ha sido más bien un acto irresponsable de su manía creadora? ¿Un acto de soberbia egoísta?
―Nunca me planteé que la cosa pudiera tomar esos derroteros, pero la condición indispensable de libertad, llevaba consigo estos graves peligros ―contestó serenamente Dios.
―¿Graves peligros? La humanidad no le trae a usted aquí por “graves peligros”, sino por evidentes signos de hambre, enfermedad, miseria, dolor, destrucción  y muerte. Pero no perdamos más tiempo. ¿Cómo se declara usted ante este fracaso en la gestión de su creativa y artística iniciativa, culpable o inocente?
―Inocente, señoría.
―Bien, puesto que así se declara, y siguiendo el procedimiento que dictan las pautas 9001 del Libro de Normas, comienza este juicio contra Dios por desidia y abandono de sus criaturas y el mundo creado. Tiene la palabra el Venerable Fiscal General Auditor.
El Auditor Fiscal, valga la redundancia, se levantó de su asiento, paseó brevemente por la sala, mostrándose ante el abatido Dios y comenzó hablando fuerte para el público.
―El primer día dijo usted: hágase la luz, y la luz… fue hecha. Pero yo pregunto: ¿acaso el señor Dios, aquí presente, fue consciente de cuanto eso iba a provocar? ¿Midió Dios el alcance de su acto improvisado, de un fenómeno visual que iba a provocar la muerte y desesperación de millones de individuos de todas las especies? Al iniciar usted, de forma caprichosa, y sin el debido control, la aparición de luz, puso en marcha el reloj del universo, y desde entonces la vida tiene principio… y fin, y eso produce una angustia terrible en la totalidad de individuos que la sufren. Por no decir, que la aparición de luz produce en los cuerpos laceraciones, úlceras, tumores, trastornos de todo tipo que, en unos casos provoca enfermedades graves y en otras la misma muerte. Al crear usted la luz, amigo mío, creó usted la muerte.
Y dirigiéndose al público gritó la pregunta retórica señalando a Dios:
―¿¿No sabía él lo que estaba haciendo…??
Dejó que el eco de la última vocal se perdiera en la sala mientras el dedo acusador volvía a su ser. Y luego del silencio continuó:
―La más elemental norma 9001, nos dice que toda decisión corresponde a una estrategia. ¿Cuál ha sido su estrategia, bondadoso señor? ¿Crear para luego contemplar su autodestrucción, su lenta agonía?
Naturalmente esto último lo dijo con irónico tono de burla. Entonces Dios habló:
―No tenía estrategia alguna. Solo hice caso de mi impulso creador. Tan solo quería crear vida y dejar que esa vida evolucionara por sí misma. Quién sabe si, en su libertad, alguna de esas vidas pudiera alcanzar la plenitud del creador y encontrarme con alguien que realmente me comprendiera y con quien pudiera compartir mi soledad. Me pudiera hablar de tú a tú.
―Luego sí había estrategia.
―No la había. Tan solo el deseo que por sí misma, aquellas vidas evolucionaran a seres superiores… o no. Esa era y es la condición de seres libres.
―Pues ya ve usted, Don Dios, que de seres superiores nada. Hambre, miseria y crujir de dientes es lo que manifestó la criatura. ¿Y todo esto motivado por qué? Una vez más lo diré  bien claro y fuerte. ¡Porque no hubo estrategia alguna en la creación! ¡Fue una obra improvisada!
El silencio del público se encargó de acallar  el sonido de la voz. Y de nuevo el Fiscal Auditor dijo:
―El segundo día usted creó el Cielo y el Mar. Cielo que ha traído al mundo miserias en forma de falsas esperanzas, cuando no directamente en la composición química de los elementos que lo forman. La dependencia del oxígeno, que ata al hombre a la tierra y allá donde fuere, exterior a ella, deba llevar su mochila de aire a cuestas cual cruz en el calvario. ¿Es eso libertad? Y el mar, antaño repleto de vida y ahora vertedero de naciones, cementerio de millones de hombres, sepultura de civilizaciones enteras, pasto de viles robos de la vida animal para sacrificar la vida de las generaciones venideras… Es imposible que usted no previera esto… Pero claro, ¿cómo va a prever nada, si todo funcionó, chuscamente, con la alegría del festero? ¡Viva la improvisación! Aquí se ve claramente que no hubo requisitos previos, se entiende que no hubiera comprensión para el cumplimiento de los requisitos. ¡Ale, así, sin más, a lo bestia, a lo salvaje: creced y multiplicaos! ¡Y así pasó lo que pasó y pasa lo que pasa!
Y dijo Dios:
―El cielo y la tierra son solo imágenes de un paisaje. Hice al hombre libre, para que los estudiara, aprendiera de ellos y, conociéndolos, los amara y sirvieran  para su progreso Nadie es culpable de que la inclinación al  mal haya desviado la balanza del equilibrio natural.
―Naturalmente que hay un culpable. Usted, Dios, es culpable. La inagotable sabiduría del Libro de las Normas 9001 establece  la necesidad de considerar los procesos en términos que aporten valor. Usted debía haber previsto que el proceso del conocimiento de tierra y cielo pasaría mucho antes por el dominio y destrucción de esos elementos, y por tanto de la destrucción de toda vida dependiente de ellos. Que es toda.
―Una vez más el Venerable Auditor Fiscal tergiversa mis intenciones y las interpreta a su manera. Repito que en la base de la creación está el perfeccionamiento personal como base para el progreso social. Y que una cosa lleva a la otra solo con la presencia de un valor fundamental: la libertad.  Hay una tierra, y hay un cielo, y en medio hay una escalera, que es la perfección personal. Quien no sepa transformarse no encontrará el camino.
―¿Qué camino, si son millones los que, ignorantes de su suerte, campan a sus aires como el pueblo de Moisés, que cansado de esperarle renunció a su Dios y se inventó ídolos a quien adorar? La libertad, amigo Dios, no debe estar exenta de responsabilidad, información, desempeños y eficacias en los procesos. ¡Solo la libertad no basta!  ¡Solo la libertad no justifica!
Se secó la boca que arrojaba saliva como perdigones, encendido el verbo más por la cólera que por la oratoria.
Y siguió:
―Los siguientes días prosiguió usted, embriagado por la fiesta creadora, procurando a la especie humana todo un escenario para su venida posterior. A saber: plantas,  sol y luna, peces y aves, demás animales y… los seres humanos. Está claro, señorías, que el “buen Dios” dejó para el final lo que debiera haber creado al principio, y contando con él, haber dispuesto luego en orden lógico todo lo demás. Crea nuestro admirable constructor de deformidades, antes el escenario que el teatro, antes la tramoya que los personajes, antes la forma que el fondo. Una vez más tengo que citar nuestro bien amado Libro de las  Normas 9001 que nos enseña clarísimamente que hay una mejora de los procesos si se basa en mediciones objetivas. Es decir, que había que pensar antes. Antes que lanzarse a una orgía de creatividad irresponsable de la que jamás podrá salir ya el género humano. Hay que establecer con carácter de urgencia, Ilustrísimo  Auditor General, una descripción de los procedimientos documentados establecidos para el sistema de gestión de la calidad de la creación o referencia a los mismos, y una descripción de la interacción entre los procesos del sistema de gestión de la calidad. ¡Y esto es urgente! ―gritó―. Además,  hay que plantear acciones de seguimiento de revisiones por la dirección del Ilustre Colegio Editor, pensar en los cambios que podrían afectar al sistema de gestión de la calidad del universo creado, y recomendaciones para la mejora, finalizando con una revisión total de todo el proceso. Mucha faena nos ha dejado aquí, Don Dios, el “creador”.
Y dirigiéndose al público:
Señorías, hemos visto aquí que este que dice llamarse Dios Creador, lo hizo todo sin fuste ni muste, tal cual expresa el vulgo. Que una obra de semejante proporción no debiera dejarse en manos de irresponsables que solo atienden al exceso de su deseo personal, a la sensación enfebrecida de eso que llama vacuamente “sentimiento creador” sin más juicio ni sensatez que la libertad. Está demostrado que el que no sirve para nada se hace… creador, porque sí, porque la libertad todo lo justifica, sin tener además que responsabilizarse de sus actos por los que sufren millones de seres. Afortunadamente tenemos a nuestra disposición todas las normas necesarias que regulan nuestra vida, de los cielos y tierras, animales y plantas todas. Normas que fueran hechas por seres conscientes, inteligentes, que crearon un cuerpo  fundamental de normas cuyo seguimiento lleva al triunfo de la justicia, la eficacia y el orden frente a la desolación de la creatividad improvisada. Pensar menos en las libertades y más en la eficacia, señor Dios, es lo que le hizo falta. Y ahora nos deja usted la faena de corregir todo lo que hizo mal.
Se sentó el Fiscal General, encendido todo él por su indignación, y tomó la palabra nuevamente el Ilustre Auditor General.
―Tome la palabra el abogado defensor de Dios, si lo hubiere…
Y levantose Dios y dijo:
―Con la venia, señor Ilustre Auditor General, yo me defenderé a mí mismo.
Un gesto complaciente del Auditor dio la palabra a Dios, quien de pie, dando unos pasos alrededor de su silla, mirando a un público oculto entre oscuridades les habló:
―Efectivamente, he podido cometer errores. Del error también se aprende. Y tal vez sea esa una de las verdades que la libertad no enseña.  Hasta el punto en que la ciencia lo practica con asiduidad, y es el ensayo y el error uno de sus puntos fuertes en el progreso. El primer error, creer que la libertad es un don tan extraordinario y maravilloso que, sintiéndolo yo mismo, quise hacer a los hombres a mi imagen y semejanza. Seréis libres, como yo lo soy. Y toda libertad produce escalofríos de responsabilidad. Pero la responsabilidad es algo que se aprende. No se nace responsable, pero sí se nace libre. Y esa libertad desde la cuna la di yo. La otra… la dan los hombres. Es, efectivamente una desgracia el lento caminar de la humanidad  en busca de la escalera del auténtico progreso. Pero todo progreso es producto de la reflexión personal, del cambio en lo profundo, y hasta del sufrimiento. Es doloroso, pero es cierto. Hasta yo, Dios, sufro cuando veo sufrir, y por ese motivo acojo inmediatamente en el seno de la paz y la armonía a los que sufren. Pero no por eso vamos a evitar que la libertad sea el máximo exponente de la humanidad, su sello personal. El hombre es hombre porque es libre. Los animales están sometidos a su instinto. Las plantas no pueden moverse… Solo el hombre habla, construye, inventa, sufre, pelea, vive y muere por su libertad. El hombre es la libertad.
Aquel famoso Quijote dice a Sancho: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
Es cierto que los horrores de la humanidad han sido producidos en su libertad, pero no es menos cierto que los grandes avances también. Todos aquellos que desean vivir mejor, que anhelan una vida más digna, que no haya tal o cual enfermedad, que se inventen máquinas que hagan los trabajos más esforzados o peligrosos… han sido hechos por personas creadoras, llevadas a ello por su libertad. Si todos fuésemos por la calle con un libro de normas bajo el brazo, la vida podrá ser muy segura, pero sería un aburrimiento mortal. Carecería de interés. Todas las normas del Gran Libro de Normas 9001, no son más que una gigantesca cadena que ata la iniciativa, frena la libertad, mata la imaginación, destruye el valor fundamental del ser humano que es la libertad. Y con ella la alegría de crear, descubrir, saber, pensar…  Vivir. Con ello desaparece la escalera de la perfección personal. El hombre está hecho para pensar, ser libre, descubrir, gozar de la creación. Todo lo contrario de las normas. Normas para subir, normas para bajar, normas para entrar, normas para salir, normas para pensar, normas para vivir, normas para morir, normas para trabajar…
Si yo, Dios, hubiese tenido normas para todo eso, nadie estaría aquí. Ningún aliciente habría tenido la creación. Si hoy estáis aquí y me juzgáis, es porque en mi libertad, os hice libres.
Si me pedís que elija, o ser dios encerrado entre normas, o ser libre, prefiero ser libre. Porque como decía Lord Byron, “aunque me quede solo, no cambiaría mis libres pensamientos por un trono”. O como decía Benedicto XVI: “En aquellos días aprendí dónde hay que interrumpir la discusión para que no se transforme en embuste y dónde ha de empezar la resistencia para salvaguardar la libertad.”

Dos golpes en la mesa con el mazo del auditor dejaron el juicio visto para sentencia.

FIN