Desde
que Nora entra en Internet, bucea en los diarios digitales con la avidez del
buscador de tesoros. Su afán de comprender el artificioso mundo de los humanos
la lleva a consultar páginas y más páginas, buscando en la wikipedia, nombres,
filosofías, historias… Se admira de la complejidad del mundo que hemos creado,
pero muchas veces esa complejidad la lleva a la desilusión, porque demasiado a
menudo tropieza, como si chocara contra un muro, contra los viejos vicios de la
humanidad aun no resueltos: el odio, el rencor, la envidia, la venganza, la
desidia, la deshonestidad… No comprende que humanos que han inventado el avión,
viajado al espacio, capaces de curar enfermedades de manera increíble, de
trasplantar órganos, de levantar catedrales y de pintar cuadros, sean luego tan
mezquinos en su relación con los demás. “Hay algo que se me escapa”, me dice. Y
tanto que se le escapa.
—Ya
sabes, Nora, que regular nuestra convivencia es el invento más intenso, largo y
aun no conseguido en toda la historia de la humanidad. Esa, y no otra, es
nuestra gran creación, y por ahora, nuestro gran fracaso. Y eso teniendo en
cuenta que hemos avanzado mucho.
Los
seres humanos, Nora, tenemos dos vertientes que resolver: la personal y la
social. Vosotros, en estado natural lo tenéis resuelto. Prima la sociedad y el
individuo se amolda a ella. Si estuvieras con una manada de perritos tú sabrías
cuál es tu sitio en esa manada y adaptarías tu comportamiento individual a esa
situación. Lo que sucede es que no podrías salir nunca de esa fórmula. Pero
nosotros no. Por lo pronto, ya habrás visto que hay dos grandes corrientes de
pensamiento: aquellos que priman lo social, el grupo, y por la otra parte los
que priman lo individual. Hasta el momento no se encuentran. Las sociedades de
grupo que anulan al individuo han fracasado. Las sociedades que, pese a las
injusticias y problemas, aun quedan, son las que defienden al individuo. Uno a
uno. Para ellos la libertad es esencial. Los intentos de unión de las dos filosofías
también han fracasado porque una vez más, el humano tiende a esconder más de lo
que enseña, y muchas veces debajo de eso que venimos a llamar ideologías se
encuentran personalismos y otros “ismos” sospechosos y mezquinos. Por eso el
hombre carece de lógica. Vosotros tenéis más lógica. Nosotros no. A nosotros
nos mueven más las emociones, los sentimientos… Buenos o malos, ese es el
problema.
—Parece
mentira, porque para inventar todo lo que habéis inventado…
—Vuelvo
a lo de antes. Las cosas son cosas. Las relaciones entre las personas… son otro
cantar.
—¿Y
nunca crees tú que vais a solucionar ese problema?
—Creo
que no. Solamente las sociedades avanzadas, modificada la esencia humana por la
educación, han dado pasos positivos en este camino. Pero nosotros… tenemos a la
educación prisionera de las ambiciones partidistas. Nadie quiere perder esa
lanza que, movida a su antojo, penetra en la sociedad y conforma a los
individuos y las sociedades según los criterios de quien la maneja.
—Entonces
no sois libres.
—No,
evidentemente. Somos prisioneros de las ideologías. Aunque luego sean los
mismos que la manejan los que se saltan a la torera sus mismos principios.
—Eso
es hipocresía.
—Y
demagogia y de todo lo que digas, pero así es. Solo hay una manera de salir de
esto. Y aún así llevará años, generaciones. Pero estamos en un buen momento
para llevarlo a cabo.
—¿Ahora
con la crisis?
—Precisamente
por eso. De las crisis, si se actúa con nobleza y generosidad, se sale muy
bien. Pero ya te he dicho dos palabras importantes: nobleza y generosidad.
Aaaah… palabras del diccionario encerradas entre hojas otoñales…
—¿Y
cómo es?
—Con
un pacto por la educación. Que se reúnan representantes de toda la sociedad,
que revisen la situación y que hagan, con la generosidad suficiente, si tienen
lo que hay que tener, un plan educativo que dure años, muchos años, y que sirva
para cambiar la mentalidad de los españoles.
—¡La
mentalidad!
—Eso
es. De nada sirve saber muchas matemáticas, filosofías o ciencias de no sé qué,
si luego la sociedad no se mueve y esto es como un charco de agua estancada que
poco a poco se va pudriendo. El agua debe correr para mantenerse limpia y
fresca. Y la sociedad debe moverse para conservar su salud. Nunca beberé agua
de un charco, pero siempre lo haré del agua que corra. Esa será una sociedad
dinámica, que considere bien y premie a los que emprenden, a los que tienen iniciativa. Y no la sociedad inmóvil,
envidiosa y viviendo aun, interesadamente, con los fantasmas del pasado.
—¿No
tenéis ahora una nueva ley?
—Sí,
pero como la ley no la han hecho los unos, sino los otros, no la quieren por
muy buena que sea. Esa es la punta de lanza que te decía antes. No se sabe si
la ley será o no será, pero por principio, “sus principios”, es rechazable.
—Pobre
ministro.
—La
verdad es que sí. El señor Wert no tiene
cara, ni actitud, ni futuro político, por eso le pasa lo que le pasa. Si lo
fuera intentaría componer “apaños” y contentar a todos. Pero creo que es un
tipo loco que solo (nada más y nada menos) quiere poner orden y lógica en la
educación. Pero… Qué terribles son los peros, y cuánto tiempo vivimos mal a
causa de ellos.
Nuestros
políticos, Nora, son el ejemplo más evidente del gran fracaso de nuestra
educación. Estos políticos que han desvalijado bancos y cajas, o que han
construido aeropuertos sin aviones, o auditorios sin músicos, o polideportivos
sin deportes, o elementos arquitectónicos horribles en las ciudades que nadie
pidió, o amasado fortunas de forma no elegante, o tratado a escondidas con
mafias o terroristas o… Un amplísimo etc. Estos son los que, con igual
criterio, manejan nuestro futuro y castran la educación de todo un pueblo.
—Hay
que tener.
—Ya lo
creo. ¿Por qué crees que el pueblo no se mueve y pide al pan pan y al vino
vino? Pues porque ya sufre las consecuencias de leyes de educación anteriores.
Se llama arterioesclerosis cultural y democrática. Eso es el agua estancada.
—Joooo…
me pones depresiva.
—Lo
siento, Nora. Pero para levantarse en medio de la podredumbre, hay que ser conscientes
de que se traga “merde” todos los días, y solo entonces, alzarse con un grito de
rabia y decir aquello de Vivien Leigh… “juro por dios que jamás volveré a pasar
hambre…” Hambre de cultura, de sociedad libre y democrática.
—Pues
que corra el agua, conyo.
—Eso,
que corra. Hace mucha falta que corra.
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