jueves, 13 de marzo de 2014

LA VERGÜENZA


Nora ha cogido una muy sana afición: la radio. En un conocido programa de la tarde ha escuchado hablar sobre la vergüenza, y su antónimo y, como es natural me hace preguntas. Le digo que la vergüenza es uno de los termómetros de la salud de un país. Y le cuento, naturalmente, como ha ido cambiando la cosa. Sinvergüenzas ha habido y habrá siempre, pero como ahora… Es que les hemos puesto una autopista para que se liberen y aprieten el acelerador a fondo. Hay más que moscas. La razón, como decían en la radio los sesudos contertulios, es que no hay concepto del mal. Se ha hecho tan elástico que ya no sirve, que se quedó estirado y no vuelve. Ni el mal como pecado, ni el mal como algo feo hecho a desprecio de la sociedad. Los sinvergüenzas son seres antisociales. No hay sensación de culpa. Más bien al contrario. Y le cuento de mi experiencia por si le sirve de algo.

En aquellos tiempos existía una cosa que se llamaba pudor, es decir el sentimiento de vergüenza que llevaba a las gentes a ocultar ciertos aspectos o sentimientos. El pudor, o la vergüenza, son partes de la educación. No progresista, claro. Dejémoslo claro. La educación progresista se ha llevado por delante cosas malas pero también otras. Digo la progresista porque son los que llevan y llevarán la voz cantante en el asunto. El gobierno gobierna la economía, pero todo lo demás no.  Una vez más insisto, los conservadores hay partidos que no juegan, y por tanto es natural que los pierdan por goleada. Pues bien, entre las que se llevó está la vergüenza. Trajo la libertad entendida como la naturalidad más natural, cachonda y primitiva, y no nos explicaron más. En el libro de instrucciones de la libertad no había más páginas, o es que las arrancaron.  Represiones fuera. Go home. Es la reacción por haber estado siglos y siglos reprimidos por Franco. Y bueno, tal vez por eso mismo perdimos la vergüenza. No nos lo explicaron bien. Ya no hay pudor. No hay más que ver la tele, esos programas donde se ven hasta los intestinos gruesos de los participantes, o la propia calle, o… el colegio, donde los niños, que no saben nada ya del pudor o la vergüenza, hacen y dicen lo que quieren cuando quieren y como quieren. No por malicia., sino por desconocimiento. Generalmente los progenitores tampoco lo valoran, o no lo saben. Somos ahora así, muy naturales y libres.
Pero claro, no vivimos solos. Si viviéramos solos no nos haría falta el pudor o la vergüenza para nada. Pero ay, vivimos con los demás, y esto es un contratiempo, porque al vivir con los demás se nos coarta la libertad esa tan… apetecible y natural. Y que nos coarten, o el autocontrol, debieron ser capítulos perdidos entre las páginas desaparecidas del maravilloso libro de la libertad. Y ahí, en esas páginas debió estar aquello del no todo vale, no todo es posible, y que la dejadez y la naturalidad caprina no son bien vistas. Mecachis.
Antiguamente, hace tal vez miles de años o… ayer mismo, no me acuerdo ya, las mujeres solían cubrirse con la rebequita, las embarazadas ocultaban su embarazo bajo ropas amplias, no se hablaba en voz alta ni se daban gritos ni siquiera en la calle porque resultaba de mala educación. Estaba mal visto. No se sabía muy bien lo que era educación, pero había un reconocimiento general de que la buena educación llevaba consigo formas, comportamientos, modelos, actitudes… El saber ser y el saber estar iban juntos. Los hombres primitivos dejaban el paso en la acera a los abuelos… ¿O fue ayer? Ya no me acuerdo. Llegaba a ser hasta un tópico aquello de dejar el asiento en el autobús a la mujer, o a la persona mayor… Jo, qué tiempos lo de Atapuerca.
Hoy, ver a una señora embarazada, enfundada la barriga con una camiseta por donde el bulto hinchado del ombligo amenaza reventar es algo orgullosamente natural, que se exhibe con desparpajo y satisfacción. Los padres sueltan tacos gordos y se hacen encima de lo que sea con total gracia delante de los hijos para que vayan aprendiendo que la naturalidad bien entendida empieza por uno mismo. Hijo mío, no tengamos secretos. La vida es así, de modo que puedes cagarte en lo que quieras, cuando quieras. Mi rey. Faltaría más. Y ojo que el que te diga algo… Tú me dirás quien.
Así que la vergüenza se fue perdiendo poco a poco, pero con insistente marcha, y de una cosa pasamos a otra, por extensión. ¡Es tan cómodo! Tan solo hay que dejarse. Es decir, de perder la vergüenza por decir tacos mientras se habla (una frase de tres palabras empieza y termina por un taco), pasamos a otras cosas. Por ejemplo en el trabajo. ¿Qué era aquello de la responsabilidad? ¿Qué es eso de la honradez? ¿Qué cosa es esa de la verdad? Cuántas palabras inútiles alberga el diccionario. No son más que piedras en el camino del progreso.
Hoy robo más que ayer, pero menos que mañana. ¡Ala, qué valiente! ¡Y qué listo!. ¡Animo machote! ¡Uy en cuanto yo pueda! ¡Marica el último! ¡Todo por la pasta!
Y como decía un prócer, de la cárcel se sale pero de la pobreza no. Así que los políticos por una parte, los ejecutivos de empresa por otros, y, sobre todo, la unión de ambos elementos, han producido más desastres que ninguna guerra y sin el menor signo de vergüenza. No hay sentimiento de que se haya hecho mal. El propio partido ayuda a ocultar a los miembros que se han enriquecido ilícitamente. O sea, estafando. A ver, dejemos esto claro. La empresa para qué está, pues para ganar dinero. Y yo qué. ¿No puedo tener yo el mismo fin en mi existencia? Es que no sé como no lo entienden. Eso no es mentir. No es estafar. Eso es habilidad técnica para conseguir un fin. A eso se le llama inteligencia práctica, habilidad para hacer negocios, ingeniería económica para el autoabastecimiento sin fin.
Vulgarmente, pero solo vulgarmente, se llama tramposo. Es decir, persona no sujeta a pudores o vergüenzas. Vulgarmente también sinvergüenza.
De pronto, sin saber cómo ni por dónde, alguien se dejó abierta la puerta del pudor y se nos coló el aire frío y distante de la sinvergonzonería y se quedó. Vio el terreno abonado. O mejor dicho, vio que el terreno estaba abandonado, así que no tuvo más que dejar caer unas cuantas semillas… y el solito se fue extendiendo más y más… Como una planta invasiva.
Como la sinvergonzonería no tiene mala prensa en nuestro país (que sí, que antes se llamaba España, pero es que… me da vergüenza decir su nombre), es un modelo a seguir en todo. Así que los sinvergüenzas pululan por todas partes. O como dicen algunos por todas partes del Estado.
Hoy ser sinvergüenza es un estatus social. Cuanto más dinero ganes o más poder tengas tienes más opciones para ser sinvergüenza. Y la verdad, perder una ocasión así… es francamente lastimoso. ¡Qué dirían de mí los compañeros, mis amistades, si no hago estas cosas que hay que hacer, porque van con el cargo y la pasta! Entérense: para ser sinvergüenza hay que ser listo, muy listo. Solo los tontos o los pobres de espíritu no son sinvergüenzas. Ser sinvergüenza es bueno. Dice mucho a mi favor. Los bancos dirán que vaya tío más espabilado. Las empresas me contratarán, los partidos políticos se me disputan. Un talento así no puede perderse.
Hoy, al fin, somos lo que somos porque lo hemos ganado a pulso, con esmero y tesón. Hemos robado, mentido, estafado, engañado… Y lo hacemos todos. La sociedad nos empuja a ello. Porque ya vivimos así. Lo público es la “cosa nostra”. No sé qué dirán de estas cosas en otros países, pero aquí tenemos incluso refranes a propósito. Todos decimos que de bueno a tonto… solo hay un paso. Así que… ¿quién quiere ser tonto?. En cambio cuando uno es malo, se le dice que es listo. Las madres/padres (jajaja) dicen aquello de su niño, con satisfacción, “es más malo…” Se le incluye por la maldad la inteligencia.
¿Crees en la democracia? No ¿Crees en la justicia? No. Crees en la política? No. Crees en la honradez de tu banco? No. ¿Crees en tu empresa y tu empresario? No. Él me estafa y yo le estafo a él. Y ambos lo sabemos. ¿Crees en tu gobierno? Jaja. No.
¿Entonces…? No creo ni en los individuos. Hoy, decía uno de mis periodistas favoritos, ya no existe el individuo, que es ser sujeto a derechos y deberes. Hoy solo existe la gente. Y la gente es masa, es corriente impetuosa y golfa que todo lo arrastra, donde los deberes se diluyen y tan solo se agitan los derechos. Y así vamos, Nora, arrastrados y con la sensación de que si yo pudiera hacerlo también… Uuyyy en cuanto pueda…




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