martes, 4 de noviembre de 2014

TÉ, ESCUELA Y TECNOLOGÍA

He hecho una visita a mi amigo el maestro. Válgame dios, si lo sé no vengo, como decía el cómico. La casa de mi amigo es un remanso de paz, solo roto por los vecinos pesados que cortan sus céspedes, o el que hace bricolaje en la terraza de su casa sin importar una higa el ruido que pueda hacer. O sea, es un remanso pero menos. Al menos lo suficiente para que mi amigo deje escapar el vapor de la presión acumulada por años de colegio. Menos mal que la ceremonia del té, aunque sea a las cinco y media, nos reconcilia con la civilización. Estas costumbres inglesas, que nos parecen tan ñoñas y teatrales, en realidad dan un cierto orden a la vida y, bien hechas, son causa de buenas relaciones y agradables charlas. A mi amigo se las recomendó un psicólogo. El té de las cinco lo hace él un poco después, pero sigue las normas a rajatabla. Y le va bien. El espíritu se le serena, el alma se le esponja y de la mente surgen ideas que dan pie a desarrollar la fluidez verbal, tan necesaria para él.  Hoy, como no, la conversación, casi monólogo, porque el necesitado de hablar es él y no yo, transcurre por las nuevas tecnologías que «amenazan», según sus palabras, a la escuela. Y cuenta:

«Cuando no se sabe muy bien por dónde echar, aparecen como una novedad, dispuestas a solucionarlo todo, las nuevas tecnologías. Cualquier cosa que delante lleve la palabra «nuevo» se convierte en magia pura, oye. Y así, hay personas, siempre desde despachos, que quieren descubrir una y otra vez el Mediterráneo, simplemente mirándolo desde ángulos distintos, poniéndole la etiqueta de «nuevo» para que cuele bien. Y el mar ya estaba ahí, no digo que inmutable, pero siendo él mismo desde hace millones de años.»  —Yo me limito a asentir y dar un sorbo a mi té.

«Planes y más planes, estadísticas, pruebas nacionales e internacionales, exámenes, cambios y más cambios, cursos, cursillos, cursitos, títulos y más títulos, inventos e inventitos, aportaciones extrañas, complejos montajes intelectuales, filosofías mil, estrategias, proyectos, objetivos cortos y largos... Educar para vivir, para la vida, para la libertad, para…  La educación parece un mar revuelto, una marejada siempre en continuo sube y baja, un ven y vas, que tiene a sus navegantes mareados de tanto pensamiento, ideología, filosofía, intención, estrategia e invento. Y detrás de una ola no se espera más que otra. Y nunca la mar calma. La verdad es que lo único que consiguen es que los profesionales de la enseñanza nos cansemos, nos hartemos, y como no nos acostumbramos a estos movimientos constantes aprendemos a subsistir sin creer ya en nada, vacíos de todo, simplemente agarrándonos a lo que podemos ante el embate de las olas de ordenanzas, planes, estrategias, supuestas calidades y un sinfín de cosas más. Y del  meollo de la cuestión no se sabe, no se quiere o no se puede saber. O todo a la vez.  Todavía no hay nadie que se dé cuenta de que toda la modernidad de pizarras electrónicas, ordenadores y tabletas en clase, que programaciones, transversalidades y demás interminables zarandajas no llevan a ninguna parte, y no son más que olas en el mar revuelto que marean al personal y que nos hacen vomitar de cansancio entre una y otra. Pasa el tiempo y una y otra vez los resultados son los mismos. Todo eso está hueco, aporta tan poco que se convierte en un fin en sí mismo. Apariencia de eficacia y modernidad. La política es así. Si quieres pasar a la historia de la modernidad y los cambios gástate mucho dinero, aunque no sirva para nada.» —Nuevo asentimiento. Nuevo sorbo.

«Con lo fácil que es comprender que la escuela es el reflejo de la sociedad. Lo tenemos dicho en otras ocasiones. Nada de eso soluciona nada si los valores en juego son los mismos. Hay países con grandes éxitos en educación sin tener que acudir a tanta burocracia, tanta tecnología, tanta calidad, tanta norma nueve mil… no se qué y tanto barro en las ruedas para avanzar con éxito».  —Suelta un taco mientras yo asiento nuevamente.

«Quiere usted cambiar la escuela? ¿Quiere usted tener gente con valores sociales indispensables de honradez, seriedad en el trabajo, responsabilidad y respeto en la vida? ¿Con interés por la ciencia y la investigación? ¿Quiere usted que la cultura sea un bien deseable por todos, admirada y valorada por todos? ¿Quiere que la gente lea, sepa hablar y escribir, escuchar, pensar, crear, inventar o descubrir? ¿Quiere una sociedad dinámica en todos los sentidos? Pues empiece por la sociedad, oiga. Repito —me dice—: no es la escuela quien cambia la sociedad, sino la sociedad la que tiene la escuela que quiere, según los modelos que le transmiten, los valores que le dan como buenos, que le fluye, o que le han hecho fluir. La sociedad es el espejo donde se mira la escuela.»

«Y es muy fácil manejar la sociedad. Los gobiernos y partidos populistas lo hacen constantemente. La gente se mueve, nos movemos, por emociones y sentimientos. Nadie analiza nada objetivamente. Y menos si tiene que ver con la política. Y todo es política, oye. Si es gratis, si habla de igualdad y esas cosas, es bueno. Luego descubrimos que nada es gratis y que la igualdad es por abajo, no por arriba, matando a todos los que la naturaleza o las circunstancias ha hecho emprendedores, o tienen madera de líderes, o saben ser más eficaces… O son más honrados. Tantas cosas. Cosas muertas actualmente. No solo no destacamos en nada, además nos salen gusanos podridos por todas partes —Ríe—. Por algo será. No es que las madres españolas pongan huevos podridos. Los bebés al nacer eran  buenos y bonitos, faltaría más. Pero después, fueron absorbiendo ese aceitillo social espeso que nos unta todo y…»

«Esa sí sería la gran revolución en España. El gran cambio. Todo lo demás… olas que pasan, una y otra vez, una tras otra, años y años, generaciones y generaciones. Y mientras discutimos si llamamos educación comprensiva, significativa, si galgos o podencos, o lo que quieran llamar, nos vamos quedando irremediablemente detrás en la historia, anclándonos en la mediocridad, cuando no directamente en la indigencia cultural y en la otra, que todo va junto. Mientras los maestros nos dedicamos al papeleo y más papeleo, mientras la escuela es una cascara de nuez sometida a los embates de la hipocresía, la demagogia y el populismo, todo será siempre un fiestorro del tipo botellón, pero muy caro, eso sí. Porque es propio de los que no saben qué hacer, o no quieren, gastar mucho dinero para que la incultura por lo menos se adorne de oropeles y nos parezca un avance cuando no es nada. Y entre tanto, dineros que se pierden, que de esto sí sabemos mucho. Y así una y otra vez. Los romanos lo inventaron, ya sabes, con su «pan y circo». A las pruebas me remito.» —Un sorbo de té me acompaña después del afirmativo gesto de cabeza.

«En los años ‘franquistas’ —prosigue—, cuando la miseria era general en España, de la que fuimos saliendo poco a poco, y no existían ninguna, ninguna de las tecnologías con las que hoy se adorna la escuela, y las corrientes pedagógicas —que las había porque las ha habido siempre—, estaban guardadas en el bahúl de los recuerdos, la gente, que tenía ganas de aprender, que consideraba la escuela como un lugar para educarse, adquirir conocimientos y salir de la miseria sabían mucho más que ahora. Socialmente, aún en la miseria, era de dominio público que la educación era, es, un bien necesario. De dominio público. Las matemáticas que resolvíamos aquellos niños son ahora cosa de ingenieros. Los problemas matemáticos tenían enjundia, las operaciones, la lectura y la escritura tenían enjundia. Y todo era un estuche de madera, unos cuantos lápices, goma, sacapuntas o cuchilla y… el gran secreto, la esencia de todo esto: ganas e ilusión.»

Hicimos una breve pausa para tomar unas galletas, como manda la tradición. Y entre tanto mi amigo vuelve a cargar de munición su razonamiento apasionado.

Me cuenta mi amigo que hay niños que hoy, solo en estuches, lleva más de dos kilos en la mochila. «Con todo tipo de maravillas: rotuladores, plastidecores, fluorescentes, lápices de colores, ceras… Nunca aprender tan poco ha costado tanto —dice—. «Y a eso añádele las aportaciones del colegio: pizarra electrónica, ordenadores, tabletas, etc. etc. Y a eso añádele también las florituras ortopédico-pedagógicas, papeleos mil…
Y la sustancia… en otra parte.»

«Los mareantes de turno proponen planes similares a tal o cual país. Como si los seres humanos no fuésemos iguales en todas partes. No es el modelo sueco, americano, alemán, inglés, finlandés o coreano.  Que no es eso, señores. El modelo de escuela responde al modelo social. Cambie usted el modelo social, y deje de copiar, hombre. Y copiar mal, además. Hemos seguido sistemas americanos, japoneses… Ahora estamos funcionando como si fuésemos una fábrica de coches. ¿Pero… es que somos coches? ¿Somos herramientas? ¿Se fabrican coches en el colegio? ¿Productos cárnicos tal vez? Entonces por qué y para qué tanto papeleo, tanta norma nueve mil, tanto tiempo perdido en tantas cosas?»

«Empiece usted por introducir los valores necesarios, que se perdieron por el camino. Recupérelos. Comprometa usted a las televisiones y los medios de comunicación que son realmente los educadores, los transmisores de los lemas de la propaganda política; los que crean conciencia, moda y costumbre.  Consensue usted con todo lo consensuable. Dígales que no todo vale. Libere a la justicia. Muestre a la juventud situaciones de grandeza de espíritu, de entrega, de sacrificio, de honor, de libertad, de saber, de honradez, de conocimiento, de sed de saber, de investigación, de progreso, de altruismo, de… Proponga hombre, proponga. Ponga usted de moda la cultura, la educación, la honradez y el respeto. Y luego, de todo eso, saldrá la escuela que perpetúe esos valores. Verá usted como no somos los más tontos del patio común europeo ni nada de eso. Sea usted generoso con su país, hombre de dios… Pero no nos engañen con las tecnologías, como si estas fuesen la panacea que nos cura todos los males.»

—¿Otra taza de té?



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