Islam, yihadismo, guerras de religión, religión sí o no, laicismo, ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más
pobres, desaparición paulatina de la clase media, desaparición del trabajo
humano por robots y máquinas, guerras, armas, amenazas, abandono de animales,
de niños, muerte de niños a manos de sus madres o padres, de madres por sus parejas, desaparición del
matrimonio, avance inusitado de divorcios y “matrimonios” gays, huida de decenas de miles de personas por
causa de hambres, de guerras, de persecución religiosa, gente sin escrúpulos
que vacía las arcas públicas sin ninguna conciencia… Algo serio está pasando
cuando se dan en el mundo tantas cosas a la vez. Y entretanto Europa deshojando
la margarita de su propia existencia.
Está claro que el siglo XXI ha comenzado convulso, y no ha hecho más que comenzar. A
la crisis económica general se une la crisis moral de occidente, cuestión que
está aprovechando el Islam para introducirse mediante una invasión pacífica
primero, a propósito de las guerras. Y como no, el Papa Francisco, elevando el “buenísmo”
por encima de todo y de todos, decide esos gestos que quieren sacar a la
Iglesia del olvido de la gente para hacerla protagonista de la agonía… de
Europa. Ella, que fue baluarte contra la barbarie y el medievalismo persistente
en esos países que todos sabemos. Se lo acaba de decir el obispo húngaro Kiss-Rigo
que se encuentra al frente de esa avalancha. No todos son refugiados. Hay mucha
gente joven, que llega con descaro, con el grito de Alá es grande, y con todo
el odio hacia occidente, y que en cuanto puedan comenzarán a destruir los
cimientos de la sociedad que conocemos. Al tiempo.
El bueno de Chesterton lo decía ya en su tiempo: «el mundo se ha
dividido entre progresistas y conservadores; los primeros juegan a cometer
errores y los segundos a no corregirlos».
Y así , efectivamente está la cosa. Durante años, por iniciativa
de unos y dejadez de los otros, se ha ido socavando la idiosincrasia europea con
la música de la libertad (hermosa palabra, tan corrompida y sobada), la puesta
en duda de toda autoridad (véase hoy padres y escuela) y se ha instalado como
consecuencia la dejadez, la desidia, el pasotismo, la falta de creencias éticas
y morales o la sustitución de las antiguas por otras nuevas. Como los valores
de la bolsa, unos suben y otros bajan. Y nos creíamos que éramos modernos y avanzábamos
en la libertad del individuo, y pasamos de matar a dios a inventar, por
necesidad de creer en algo, mil diosecillos vestidos de tecnologías que
deseamos alcanzar afanosamente para estar a la última, o a endiosar a los
famosillos, o buscando la fama sin sentido etc. He ahí los programas de la tele en mente de
todos que tanto ayudan a mejorar el mundo convirtiendo en zoquetes a millones
de personas (incluidos universitarios) opinando del matrimonio de este, los
cuernos de aquel, las operaciones de la otra… Año tras año.
Las fotos en primera página de la primera boda gay, la primera
boda gay entre policías, la primera boda gay entre guardias civiles, la primera
boda gay entre… No hay día en que no festejemos las miradas dulces y los besos
apasionados entre el sargento y el cabo, entre la cantante y su novia, entre el
embajador y su marido o entre el presentador y su esposo. La homosexualidad es uno de los “nuevos valores” que han pasado de ser una excepción a ser
regla. Tal es el ansia de reconocimiento
social a la legión de aparecidos del fondo del armario que son un lobby. Lo
antinatural es ya ser heterosexual. Con qué alegría se vive la cosa, oiga.
Además, la aceptación social de estos valores tiene tanta y tan
buena propaganda (vean series de televisión) que incluso está acabando con
profesiones que antaño eran sólo de mujeres. Una amiga del oficio de peluquería
me cuenta que si no eres hombre y gay, no encuentras ni trabajo ni
reconocimiento por muy artista que seas. A las mujeres les fascina que las
peine un hombre. Aunque sea gay.
De pronto nos da un temblor y nos volvemos al hombre mono. Decenas
de miles de años de evolución para nada. Gracias, televisiones por ayudar en la educación de la gente.
También en el derrumbe
tiene que ver el capitalismo a ultranza, donde sólo la ganancia cuenta, y no
importa nada más. Caramba, si eso ya lo
inventaron los antiguos. La mejor economía (para los ricos) es la esclavista.
De modo que vimos el desmorone de los países de la órbita
socialista, y ahora vamos a ver (ya comenzó) el declive paulatino del
capitalismo, incapaz de asegurarse una clase media próspera (económica y
moralmente), que es la que sostiene todo el sistema por el afán de la ganancia
a toda costa. Como si no tuviesen que contribuir al bien común. Pero nos han
ido descafeinando culturalmente poco a poco (recuerden a Chesterton) y apenas quedan armas
para luchar contra tanta catástrofe. Europa, sin su tradición, sin su historia,
con el fracaso del socialismo y la traición del capitalismo feroz, está
vendida.
Cierta vez asistí a una cena a ciegas. Se nos ofreció un vaso, o
sea, vaso, con un potingue líquido que sabía a todo y a nada. Los comensales
comenzamos a decir qué es lo que saboreábamos, en un intento de descubrir por
el olor y el sabor lo que comíamos. Nadie acertó. Hasta que el sagaz Metre nos
sorprendió a todos con su “tortilla de patatas deconstruida”. Un fiasco, oigan.
Con lo sabia que es esa mezcla tan gustosamente paladeada por todos nosotros.
Pues como en la cocina moderna, el ”homo europeo” ha sufrido
una “deconstrucción” hasta quedar en una
sustancia que no se sabe qué es, con sabor a nada, que ha perdido sus orígenes,
su sabor y su cultura. Y ese es el problema. Nos hemos pasado de modernos e
inventado un progreso con el que no progresamos (los ricos sí), sin darnos
cuenta de que los cimientos de un edificio no se pueden tocar, los muros
maestros son intocables y en Europa todos sabemos cuáles han sido esos muros…
que se desintegran lentamente.
Sólo así se explica, ante el vacío de los paraísos religiosos (en
nuestra cultura, no en el Islam) y la disolución de la moral individual y
social, la abundancia de sinvergüenzas,
la sensación de vacío y desamparo y por tanto, fíjate tú qué cosas, la vuelta a
la creencia religiosa. Aunque etérea, para muchos es la más solida tabla de
salvación de principios y moralidades. Se está produciendo un retorno a las
raíces, ansiando la seguridad de un mundo que, aunque confuso, resultaba más
firme y era una muralla defensiva frente a otras culturas menos
condescendientes. El cristianismo, con sus más y sus menos, ha sido la única y
efectiva frontera contra la barbarie medieval. Si dios murió, parece que está
resucitando. Pura necesidad.
Y si éramos poco parió la abuela. Como no tenemos problemas nos
vienen a salvar los señoritos de Cataluña. Y digo señoritos. Precisamente (de
nuevo Chesterton), se debe su pujanza a los años en que unos y otros le han
obsequiado con poderes que el estado no debiera haber dejado jamás. Educación,
por ejemplo. Pero también hay otros. El gobierno catalán ha facilitado la
entrada del mundo islámico con la promesa de una gran mezquita (la más de lo
más) nada menos que en la plaza de toros de Barcelona si a cambio votan
independencia. No venden a Cataluña, nos venden a todos. Incluyendo Europa.
Las autonomías, las malditas autonomías han sido el fiasco más
grande que en España se ha cometido jamás. Si se suponía una buena intención, la cosa era, y es, que no estábamos preparados para esto. Ni nuestra
tradición, ni nuestra historia ni
nuestro carácter van con esto de las autonomías. Y resulta extraño, pues la
izquierda española siempre ha copiado de la izquierda francesa, y Francia es
una, grande y libre, y todo el mundo habla francés. Como decía el humorista Forges, hemos pasado
de ser una, grande y libre a ser muchas pequeñas y cabreadas. A ver quien le
pone el cascabel al gato ahora.
Y encima, algunos de los protagonistas de esta situación (F.G),
(Z) alimentan el disparate siguiendo con ese afán tan de la izquierda española de destrozarlo todo
para volver a edificar… a su imagen y semejanza. O sea, recuerden, la tortilla
de patatas “deconstruida”, o lo que es lo mismo, los países socialistas.
Así que estamos sumidos en una gran crisis. Doble crisis, la de
Europa y la nuestra. Nosotros. Ellos no.
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