miércoles, 1 de mayo de 2013

NORA Y LAS NORMAS 9001. UN JUICIO A DIOS


Llegó el auditor, con túnica negra y gorguera blanca, con toda la seria gravedad de  sabiduría de normas bajo el brazo en forma de libro. Un libro grueso, de tapas oscuras de piel repujada, donde estaban escritas en letras negras como la noche oscura del alma todos los controles celestiales, procedimientos obligatorios para la perfecta creación, estrategias de la organización celestial, listado de procesos para implementar la eficacia de la gestión y satisfacción del cliente humano. Toda la sabiduría ancestral de las normas pasadas, presentes y futuras, con la terrorífica numeración 9001, para enjuiciar la odisea del  universo creado por aquel, llamado, Dios.  La suma de los dígitos del citado número, evidencian el 10, el número perfecto  por excelencia, con el que los grandes auditores del universo querían expresar la sabiduría máxima que el libro encerraba para el presente juicio de Dios. Es un libro diez.
Se sentó frente a la mesa, sobre una tarima alta, en un sillón de noble madera oscura, de respaldo alto y tallado de rosetones y volutas, con ruido de capas y balandranes. Detrás del sillón un atlas del firmamento con un punto de luz brillantísima procedente del lejano, oscuro y profundo universo y sobresaliendo de esta luz una leyenda: SEMPER FIDELIS AD PRAECEPTA. Siempre fieles a las normas. Sobre la mesa un mantel rojo, y a ambos lados candelabros de oro de siete brazos. Puso el gran libro de las normas sobre un atril de bronce pulido, en el centro, justo delante de él. Luego del silencio entró Dios, sonriente, simpático, artista creador, canturreando bajo la lluvia de su propia alegría de vivir. Se sentó frente a la mesa del auditor, a un nivel inferior y sobre una silla de Ikea.
―Veamos, Don Dios. Hemos tenido quejas de los clientes de la tierra, dado que los supuestos planes del creador les parece un fiasco. Hemos recogido millones de firmas, que son las que nos avalan y nos transmiten la voluntad de auditarle a usted para comprobar que sus planes no correspondían a un estudio detallado, pormenorizado, con estrategias bien definidas,  con enfoques basados en procesos mediante el cumplimiento de requisitos y sí al libre imaginario e improvisado artificio de un cómico de la legua. Queremos averiguar si su estrategia organizativa estaba basada en procesos cuando la desarrollaba; necesitamos saber qué enfoques tenían los momentos de creación y, de qué forma, si la gestión fue adecuada;  así como igualmente, qué hay que hacer para que se implemente y mejore la eficacia del sistema de gestión de la creación universal y  aumentar la satisfacción de nuestros clientes.
El Gran Auditor dejó caer la gravedad del peso de sus palabras sobre la sala. Tras el enjuiciado, permaneciendo a oscuras pero atentos al desarrollo de la sesión, altos representantes del género humano de todos los continentes, altísimos representantes del colegio oficial de los auditores en cuyas pupilas se reflejaban las letras doradas del lema oficial del colegio.
Y siguió el Gran Auditor:
―En primer lugar, hagamos un breve repaso a la situación que nos ha traído hasta aquí. Habrá usted comprobado que el mundo anda muy revuelto. No hay siglo que no tenga guerras, la paz se desconoce, la muerte por violencia es algo tan normal que los humanos ya no se estremecen al conocerla; el hambre y las enfermedades devoran a los humanos en todos los continentes;  el odio, el rencor, la venganza, la envidia, la falta de honradez contra ellos mismos y los demás, la violencia de palabra y de acción es norma diaria. La contaminación de aires, aguas, tierras; la esquilmación de recursos de la tierra y el mar; la deforestación interesada por negocios egoístas; el tráfico de personas, la esclavitud, el vicio,  el egoísmo ejemplificado de miles de formas diferentes, la estafa, el robo, la mentira, la soberbia, la fábrica de armamentos, la especulación del suelo… Las enfermedades rentables para las industrias, la falta de control en las actuaciones políticas… ¿Quiere usted que siga más?...
Dios dejó de sonreír. Pareció por un momento recobrar el sentido de la verdad sobre su situación y dijo:
―Me gustó mucho la creación. Fue divertido e interesante. Pero no quise crear monigotes sin vida, marionetas con hilos ni grafiti en las paredes. Quise crear vida, y como tal, la vida tiene que ser forzosamente libre, autónoma.
―¿Libre y autónoma hasta el punto de provocar millones de muertos con graves sufrimientos por infinidad de causas? ―Gritó interrogante el Auditor― ¿Libres para estafar, engañar, mentir, hacer sufrir? ¿Libres para especular y ensuciar la vida? ¿Libres para vivir horrorizados desde la cuna hasta la sepultura? ¿No ha sido más bien un acto irresponsable de su manía creadora? ¿Un acto de soberbia egoísta?
―Nunca me planteé que la cosa pudiera tomar esos derroteros, pero la condición indispensable de libertad, llevaba consigo estos graves peligros ―contestó serenamente Dios.
―¿Graves peligros? La humanidad no le trae a usted aquí por “graves peligros”, sino por evidentes signos de hambre, enfermedad, miseria, dolor, destrucción  y muerte. Pero no perdamos más tiempo. ¿Cómo se declara usted ante este fracaso en la gestión de su creativa y artística iniciativa, culpable o inocente?
―Inocente, señoría.
―Bien, puesto que así se declara, y siguiendo el procedimiento que dictan las pautas 9001 del Libro de Normas, comienza este juicio contra Dios por desidia y abandono de sus criaturas y el mundo creado. Tiene la palabra el Venerable Fiscal General Auditor.
El Auditor Fiscal, valga la redundancia, se levantó de su asiento, paseó brevemente por la sala, mostrándose ante el abatido Dios y comenzó hablando fuerte para el público.
―El primer día dijo usted: hágase la luz, y la luz… fue hecha. Pero yo pregunto: ¿acaso el señor Dios, aquí presente, fue consciente de cuanto eso iba a provocar? ¿Midió Dios el alcance de su acto improvisado, de un fenómeno visual que iba a provocar la muerte y desesperación de millones de individuos de todas las especies? Al iniciar usted, de forma caprichosa, y sin el debido control, la aparición de luz, puso en marcha el reloj del universo, y desde entonces la vida tiene principio… y fin, y eso produce una angustia terrible en la totalidad de individuos que la sufren. Por no decir, que la aparición de luz produce en los cuerpos laceraciones, úlceras, tumores, trastornos de todo tipo que, en unos casos provoca enfermedades graves y en otras la misma muerte. Al crear usted la luz, amigo mío, creó usted la muerte.
Y dirigiéndose al público gritó la pregunta retórica señalando a Dios:
―¿¿No sabía él lo que estaba haciendo…??
Dejó que el eco de la última vocal se perdiera en la sala mientras el dedo acusador volvía a su ser. Y luego del silencio continuó:
―La más elemental norma 9001, nos dice que toda decisión corresponde a una estrategia. ¿Cuál ha sido su estrategia, bondadoso señor? ¿Crear para luego contemplar su autodestrucción, su lenta agonía?
Naturalmente esto último lo dijo con irónico tono de burla. Entonces Dios habló:
―No tenía estrategia alguna. Solo hice caso de mi impulso creador. Tan solo quería crear vida y dejar que esa vida evolucionara por sí misma. Quién sabe si, en su libertad, alguna de esas vidas pudiera alcanzar la plenitud del creador y encontrarme con alguien que realmente me comprendiera y con quien pudiera compartir mi soledad. Me pudiera hablar de tú a tú.
―Luego sí había estrategia.
―No la había. Tan solo el deseo que por sí misma, aquellas vidas evolucionaran a seres superiores… o no. Esa era y es la condición de seres libres.
―Pues ya ve usted, Don Dios, que de seres superiores nada. Hambre, miseria y crujir de dientes es lo que manifestó la criatura. ¿Y todo esto motivado por qué? Una vez más lo diré  bien claro y fuerte. ¡Porque no hubo estrategia alguna en la creación! ¡Fue una obra improvisada!
El silencio del público se encargó de acallar  el sonido de la voz. Y de nuevo el Fiscal Auditor dijo:
―El segundo día usted creó el Cielo y el Mar. Cielo que ha traído al mundo miserias en forma de falsas esperanzas, cuando no directamente en la composición química de los elementos que lo forman. La dependencia del oxígeno, que ata al hombre a la tierra y allá donde fuere, exterior a ella, deba llevar su mochila de aire a cuestas cual cruz en el calvario. ¿Es eso libertad? Y el mar, antaño repleto de vida y ahora vertedero de naciones, cementerio de millones de hombres, sepultura de civilizaciones enteras, pasto de viles robos de la vida animal para sacrificar la vida de las generaciones venideras… Es imposible que usted no previera esto… Pero claro, ¿cómo va a prever nada, si todo funcionó, chuscamente, con la alegría del festero? ¡Viva la improvisación! Aquí se ve claramente que no hubo requisitos previos, se entiende que no hubiera comprensión para el cumplimiento de los requisitos. ¡Ale, así, sin más, a lo bestia, a lo salvaje: creced y multiplicaos! ¡Y así pasó lo que pasó y pasa lo que pasa!
Y dijo Dios:
―El cielo y la tierra son solo imágenes de un paisaje. Hice al hombre libre, para que los estudiara, aprendiera de ellos y, conociéndolos, los amara y sirvieran  para su progreso Nadie es culpable de que la inclinación al  mal haya desviado la balanza del equilibrio natural.
―Naturalmente que hay un culpable. Usted, Dios, es culpable. La inagotable sabiduría del Libro de las Normas 9001 establece  la necesidad de considerar los procesos en términos que aporten valor. Usted debía haber previsto que el proceso del conocimiento de tierra y cielo pasaría mucho antes por el dominio y destrucción de esos elementos, y por tanto de la destrucción de toda vida dependiente de ellos. Que es toda.
―Una vez más el Venerable Auditor Fiscal tergiversa mis intenciones y las interpreta a su manera. Repito que en la base de la creación está el perfeccionamiento personal como base para el progreso social. Y que una cosa lleva a la otra solo con la presencia de un valor fundamental: la libertad.  Hay una tierra, y hay un cielo, y en medio hay una escalera, que es la perfección personal. Quien no sepa transformarse no encontrará el camino.
―¿Qué camino, si son millones los que, ignorantes de su suerte, campan a sus aires como el pueblo de Moisés, que cansado de esperarle renunció a su Dios y se inventó ídolos a quien adorar? La libertad, amigo Dios, no debe estar exenta de responsabilidad, información, desempeños y eficacias en los procesos. ¡Solo la libertad no basta!  ¡Solo la libertad no justifica!
Se secó la boca que arrojaba saliva como perdigones, encendido el verbo más por la cólera que por la oratoria.
Y siguió:
―Los siguientes días prosiguió usted, embriagado por la fiesta creadora, procurando a la especie humana todo un escenario para su venida posterior. A saber: plantas,  sol y luna, peces y aves, demás animales y… los seres humanos. Está claro, señorías, que el “buen Dios” dejó para el final lo que debiera haber creado al principio, y contando con él, haber dispuesto luego en orden lógico todo lo demás. Crea nuestro admirable constructor de deformidades, antes el escenario que el teatro, antes la tramoya que los personajes, antes la forma que el fondo. Una vez más tengo que citar nuestro bien amado Libro de las  Normas 9001 que nos enseña clarísimamente que hay una mejora de los procesos si se basa en mediciones objetivas. Es decir, que había que pensar antes. Antes que lanzarse a una orgía de creatividad irresponsable de la que jamás podrá salir ya el género humano. Hay que establecer con carácter de urgencia, Ilustrísimo  Auditor General, una descripción de los procedimientos documentados establecidos para el sistema de gestión de la calidad de la creación o referencia a los mismos, y una descripción de la interacción entre los procesos del sistema de gestión de la calidad. ¡Y esto es urgente! ―gritó―. Además,  hay que plantear acciones de seguimiento de revisiones por la dirección del Ilustre Colegio Editor, pensar en los cambios que podrían afectar al sistema de gestión de la calidad del universo creado, y recomendaciones para la mejora, finalizando con una revisión total de todo el proceso. Mucha faena nos ha dejado aquí, Don Dios, el “creador”.
Y dirigiéndose al público:
Señorías, hemos visto aquí que este que dice llamarse Dios Creador, lo hizo todo sin fuste ni muste, tal cual expresa el vulgo. Que una obra de semejante proporción no debiera dejarse en manos de irresponsables que solo atienden al exceso de su deseo personal, a la sensación enfebrecida de eso que llama vacuamente “sentimiento creador” sin más juicio ni sensatez que la libertad. Está demostrado que el que no sirve para nada se hace… creador, porque sí, porque la libertad todo lo justifica, sin tener además que responsabilizarse de sus actos por los que sufren millones de seres. Afortunadamente tenemos a nuestra disposición todas las normas necesarias que regulan nuestra vida, de los cielos y tierras, animales y plantas todas. Normas que fueran hechas por seres conscientes, inteligentes, que crearon un cuerpo  fundamental de normas cuyo seguimiento lleva al triunfo de la justicia, la eficacia y el orden frente a la desolación de la creatividad improvisada. Pensar menos en las libertades y más en la eficacia, señor Dios, es lo que le hizo falta. Y ahora nos deja usted la faena de corregir todo lo que hizo mal.
Se sentó el Fiscal General, encendido todo él por su indignación, y tomó la palabra nuevamente el Ilustre Auditor General.
―Tome la palabra el abogado defensor de Dios, si lo hubiere…
Y levantose Dios y dijo:
―Con la venia, señor Ilustre Auditor General, yo me defenderé a mí mismo.
Un gesto complaciente del Auditor dio la palabra a Dios, quien de pie, dando unos pasos alrededor de su silla, mirando a un público oculto entre oscuridades les habló:
―Efectivamente, he podido cometer errores. Del error también se aprende. Y tal vez sea esa una de las verdades que la libertad no enseña.  Hasta el punto en que la ciencia lo practica con asiduidad, y es el ensayo y el error uno de sus puntos fuertes en el progreso. El primer error, creer que la libertad es un don tan extraordinario y maravilloso que, sintiéndolo yo mismo, quise hacer a los hombres a mi imagen y semejanza. Seréis libres, como yo lo soy. Y toda libertad produce escalofríos de responsabilidad. Pero la responsabilidad es algo que se aprende. No se nace responsable, pero sí se nace libre. Y esa libertad desde la cuna la di yo. La otra… la dan los hombres. Es, efectivamente una desgracia el lento caminar de la humanidad  en busca de la escalera del auténtico progreso. Pero todo progreso es producto de la reflexión personal, del cambio en lo profundo, y hasta del sufrimiento. Es doloroso, pero es cierto. Hasta yo, Dios, sufro cuando veo sufrir, y por ese motivo acojo inmediatamente en el seno de la paz y la armonía a los que sufren. Pero no por eso vamos a evitar que la libertad sea el máximo exponente de la humanidad, su sello personal. El hombre es hombre porque es libre. Los animales están sometidos a su instinto. Las plantas no pueden moverse… Solo el hombre habla, construye, inventa, sufre, pelea, vive y muere por su libertad. El hombre es la libertad.
Aquel famoso Quijote dice a Sancho: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
Es cierto que los horrores de la humanidad han sido producidos en su libertad, pero no es menos cierto que los grandes avances también. Todos aquellos que desean vivir mejor, que anhelan una vida más digna, que no haya tal o cual enfermedad, que se inventen máquinas que hagan los trabajos más esforzados o peligrosos… han sido hechos por personas creadoras, llevadas a ello por su libertad. Si todos fuésemos por la calle con un libro de normas bajo el brazo, la vida podrá ser muy segura, pero sería un aburrimiento mortal. Carecería de interés. Todas las normas del Gran Libro de Normas 9001, no son más que una gigantesca cadena que ata la iniciativa, frena la libertad, mata la imaginación, destruye el valor fundamental del ser humano que es la libertad. Y con ella la alegría de crear, descubrir, saber, pensar…  Vivir. Con ello desaparece la escalera de la perfección personal. El hombre está hecho para pensar, ser libre, descubrir, gozar de la creación. Todo lo contrario de las normas. Normas para subir, normas para bajar, normas para entrar, normas para salir, normas para pensar, normas para vivir, normas para morir, normas para trabajar…
Si yo, Dios, hubiese tenido normas para todo eso, nadie estaría aquí. Ningún aliciente habría tenido la creación. Si hoy estáis aquí y me juzgáis, es porque en mi libertad, os hice libres.
Si me pedís que elija, o ser dios encerrado entre normas, o ser libre, prefiero ser libre. Porque como decía Lord Byron, “aunque me quede solo, no cambiaría mis libres pensamientos por un trono”. O como decía Benedicto XVI: “En aquellos días aprendí dónde hay que interrumpir la discusión para que no se transforme en embuste y dónde ha de empezar la resistencia para salvaguardar la libertad.”

Dos golpes en la mesa con el mazo del auditor dejaron el juicio visto para sentencia.

FIN

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