Le afecta el calor a
Nora. Ya comienza a huir de los lugares soleados y camina con un palmo de
lengua fuera, por las sombras, al amparo de árboles y vallas, paredes y edificios…
Parece una loncha de jamón york asomando por el bocadillo. Pese a todo se
tiende al sol cuando está en casa, porque es una casa fría y húmeda orientada
al norte. Aquí sale a la terraza a tomar el sol, como una guiri más, hasta que
su cuerpo casi hierve y luego entra a aliviarse al amparo de la umbría y el
suelo fresco, donde más que acostarse se desparrama entre suspiros. Y así una y otra vez.
En medio de esta pereza
llega a pensar en esas cuestiones sobre nosotros, los humanos, que tanto le
sorprenden y le preocupan. Nos ve muy complicados, excesivamente complejos,
contradictorios e incoherentes y a veces no acaba de entender por qué decimos
que somos los más inteligentes. A menudo charlamos sobre el significado de la
palabra inteligencia, como ya hemos contado otras veces. Ella insiste en que
nosotros somos más «inteligentes» en el sentido práctico del término, pero la
sociedad de los perros es más avanzada porque son más sabios. Le gusta
distinguir entre ambos términos. A mí, la verdad, no me extrañaría nada que
fuese así, teniendo en cuenta nuestra historia. Somos el único animal capaz de
tropezar no dos, ni tres, sino tres millones de veces en la misma piedra. Y
cuando ya nos molesta y estamos artos, simplemente la quitamos, la rompemos, la
desviamos. Reconstruimos el mapa de valores para que se adapte a nosotros y no
nos importa retorcerlo y desfigurarlo, al contrario que las culturas naturales.
Así el paisaje de valores humanos está
tan cambiado que es muy difícil reconocerle. Los perros sencillamente la
habrían evitado a la segunda y mantendrían intactos sus valores. Y así hacen.
Ella hace causa de todos
nuestros males a la pésima educación que recibimos. En parte no le falta razón.
Ni siquiera los nuevos tiempos, las nuevas tecnologías, las nuevas ideas que
circulan por el mundo, la experiencia de nuestra vida en la tierra nos hace
cambiar y repetimos una y otra vez los mismos errores. Insiste en que nuestros
valores están equivocados; que en la sociedad de los perros no hacen falta
colegios porque toda la sociedad de perros actúa como tal. En fin, es difícil
hacerle entender nuestra variada complejidad.
Me pone como ejemplo los
medios de comunicación. Y me dice que «antes» ―ay, el antes―, los medios de
comunicación tenían unas normas deontológicas muy claras y sencillas. Teniendo
en cuenta el alcance de los medios se aprovechaba para llevar adelante aquellas
tres normas básicas, fundamentales, que nos acercaban a ese idílico paisaje de
la sociedad educadora de los perritos: deleitar, enseñar, instruir. Utopía que
se llevó el tiempo, ese justiciero implacable, como tantas otras cosas.
―Verás Nora, ya conoces
aquella historia tan bonita de la Biblia donde el pueblo de Moisés, errante por
el desierto, cansado de esperar que bajara del monte Sinaí con las tablas y ansioso
de creer en algo, pero a falta de qué, creó ídolos para adorarles. Parece que
necesítanos tener dioses a los que adorar, algo fuerte a lo que agarrarnos, y a
falta también de que baje nuestro Moisés, hemos creados dioses que lo
sustituyan. Se llama Dinero. Todo por la pasta, Nora. Así que los tres viejos
principios que antes aludías, se han perdido en la travesía del desierto de
nuestras vidas, y solo reconocemos al poderoso Dinero. Y para llegar a él hay
una fórmula infalible: deleitar, deleitar y deleitar. Lo de informar e instruir
pasó a la historia. Ya te digo que cuando una piedra nos molesta la quitamos.
Observa, por ejemplo, un
noticiario. Parece que nos venden un producto. Las imágenes venden todo.
Camiones incendiados in situ, guerras en primera línea, desastre a pie de calle,
muertes en primer plano, robos acompañando al ladrón a robar… Y luego para
mayor INRI las preguntas de los avezados periodistas. ¿Qué sintió usted cuando
el cuchillo le atravesó el páncreas? ¿Se quejaba su novia cuando le aplastaba
el cráneo? ¿Qué ruido hacía? ¿De qué color es el cerebro? ¿Es rosa? ¡Qué guay!
¿Sintió usted pena, remordimiento u odio cuando asestaba cuarenta puñaladas a
su víctima?
Hay que impactar al
espectador como sea, porque eso atrae a los públicos y por tanto a las empresas
que quieren anunciarse. Y eso es dinero. Cuanto más impactante sea el programa,
más gente lo verá, más caro y más empresas querrán anunciarse. Y no hay más.
Desde la sonrisa de las guapísimas presentadoras ―condición indispensable, que
no otra― hasta los sonrientes saludos de despedida después de habernos regado
con sangre y mierda el televisor, todo es una venta. Una simple venta.
¿Deleitar e instruir? Ja, que bobada. Pasta. Time is money. TV is money.
Como verás Nora, no solo
no tenemos una sociedad educadora, sino que deseduca, valora cosas
intrascendentes, o aquello que nos hace reventar de facilona emoción una y otra
vez. Estamos cada vez más lejos de vosotros.
¿Y sabes lo peor? Que
estas cosas, que se saben, no tiene ya «sabios» que las denuncien, muchas veces porque los mismos sabios están
empleados en los mismos medios de comunicación, o están ya cansados de luchar.
En su lugar hay una legión de esa especie que se llama periodista, ―los nuevos
sacerdotes― que comentan y sacan jugo a la más mínima noticia como si fuese
algo trascendente. Y lo hacen con una bilis, una exageración y una puesta en
escena tal que pasa por ser algo realmente importante. Y la verdad es que al
cabo del día noticias importantes hay dos o tres, si acaso, y no más. Pero… si
no hay más pues… hay que inventarlas, o elevar a categoría superior a noticias
que no lo son. Hay que sacar material, hay que entretener, y así sacamos punta
a lo que sea, y señores con el título de periodistas hablan y hablan y hablan,
y hablan… de todo. Humano o divino, que no hay personas que sepan más de todo,
oye, poniendo del revés, del derecho, boca arriba, boca abajo, cualquier intrascendencia.
Y a eso hay que ponerle video, palabras, efectos, música… y ¡acción! Cling,
cling, pasta para adentro. La tele es ya como una gigantesca máquina
tragaperras. No importa el tema que traten; lo importante es que la cosa se
ponga tensa y uno llame al otro embustero, y el otro al uno vendido, y tú más…
El «share», sube como la espuma, que es de lo que se trata. El «share» es el
trozo de pastel que se van a comer. A más borde más share. Y claro, ya hay programas
especializados en share, especialistas en producir con sus intervenciones subidas
sustanciosas de share y son contratados para ello.
En fin Nora, aquellos
viejos principios que tú recordabas, son eso, viejos principios. Esa es la
principal diferencia entre nosotros y los demás. Cambiamos con total impunidad
sin importarnos un pimiento lo demás.
Como decía Groucho Marx
en aquella película: “Esos son mis principios, si no le gustan tengo otros.”
Qué forma tan sincera de expresar nuestro cinismo.
O esta otra… “Cuando muera quiero que me incineren y que
el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi representante.” Ya
ves, Nora, Groucho sabía de qué iba la cosa.
Y más: “El secreto del éxito se encuentra en la
sinceridad y la honestidad. Si eres capaz de simular eso, lo tienes hecho”. Es
un magnífico retrato de la tele.
Y la última: " La televisión ha hecho maravillas por mi
cultura. En cuanto alguien enciende la televisión, voy a la biblioteca y me leo
un buen libro."
FIN
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