Se acerca el cole. Ya se ven anuncios de libros y material
escolar. Los padres preparan sus carteras para hacer frente a los gastos, las
idas y venidas, las reuniones del cole… Y los profes apuran su tiempo de vacaciones
con la espada de Damocles sobre la cabeza. Nora, me oye hablar tantas veces
sobre el cole que comprende la lucha agonizante.
―Ya no hay maestros Nora. Decir maestro es una bufonada. Un
maestro era antes una persona sabia. De ahí lo de maestro, pero ahora todo está
cuestionado. Incluso las propias instituciones le arrinconan. Hoy se requiere de
otro personal, con otras cualidades. No sé si una especie de controlador aéreo
o qué, pero por ahí van los tiros. Jaja.
―Yo he tenido un sueño ―dice ella―. A ver qué te parece:
Y comienza a contarme…
“Unos niños entran a clase. En la misma puerta, un lector de
rayos pasa lista. Los alumnos llevan una pulsera con un código de barras. Si
alguno falta, rápidamente el ordenador central del colegio manda un ms a sus
padres/madres/tutores/tutoras avisando del asunto. Si en un breve tiempo ya
concertado de antemano no recibe respuesta, el ordenador se pone en contacto
con los medios de seguridad del estado, informando con su foto, dirección,
teléfonos, nombre de los padres… etc. Quién sabe lo que puede ocurrir.
Pensemos que todo está bien y cada alumno se sienta en su
silla, frente a su mesa, saca su tableta-ordenador, lo conecta al enchufe
correspondiente en la misma mesa y el programa se pone en marcha. Un programa
de reconocimiento facial y otro vocal toman nota de que efectivamente el alumno
sentado es el que corresponde a esa silla y esa mesa en ese lugar de la clase.
El ordenador saluda al niño mediante una cara sonriente que los niños pueden
elegir entre cientos de caras y personajes. Pablito escogió una de Marilyn Monroe
que, con labios ahuecados y sensuales le canta el buenos días míster Pablito
president. A continuación comienza la sesión.
La sesión es individual. Los alumnos se encuentran en la
misma clase, pero cada uno lleva un programa y ritmo diferentes, según su
capacidad y esfuerzo que el ordenador ha sabido captar sutilmente con controles
previos y preguntas ad hoc. Nuestro
Pablito lleva flojas las mates, por eso el ordenador le pregunta si ha repasado
los conceptos que le aconsejó que hiciera para hoy. Pablito puede decir lo que
quiera, pero el ordenador es insistente y le pasa un formulario con preguntas
para saber si de verdad lo ha conseguido. Si es así, pasará a otro tema, pero
si no lo es, volverá a desmenuzarle las cuestiones para que Pablito, al fin,
como un pajarillo engulle una papilla regurgitada de sus padres, acabe por
comprender y utilizar. Cada vez que Pablito no consigue un objetivo mínimo, el
ordenador se replantea la programación personal completamente. Si alcanza los
objetivos toma nota de los pasos que ha debido dar, el tiempo empleado, las
respuestas que ha ido dando… Todo un seguimiento completísimo que se verá
expresado en gráficos para quien lo quiera consultar. Por supuesto que el
propio ordenador lo consulta para dar su ‘opinión evaluativa del alumno’.
Si el alumno se muestra excesivamente torpe o lento en sus
respuestas y ejercicios que el ordenador le propone, pasará automáticamente al
programa de consulta psíquico y vital, sospechando que el alumno no esté en
perfectas condiciones físicas y/o mentales. Tras una serie de test y ejercicios
será evaluado para comprender la causa de ese retraso o esa torpeza.
Nuestro Pablito se acostó muy tarde, vio dos películas en la
tele y estuvo jugando con su ‘Play’. Con las consabidas preguntas y ejercicios,
el ordenador averigua todo esto, toma nota para contárselo a sus padres
mediante ms y propone a Pablito dejar los ejercicios durante un rato y que vaya
a tomar el sol al patio y comerse el bocadillo. Un aviso al monitor de tiempo
libre, mediante ms, le comunica que Pablito va a salir de clase con esas
condiciones.
Luego de esas, Pablito vuelve a clase. El ordenador,
sabiendo que no está del todo recuperado, le propone unos juegos para que
Pablito estimule su capacidad de concentración y mejore sus respuestas. Y
durante 15 minutos, Pablito juega con el ordenador, que se muestra muy
simpático. La sugestiva voz de Marilyn le resulta familiar y atractiva y sus
sugerencias son bien recibidas. Al cabo de un rato, y sin saber cómo, Pablito
se ve envuelto de nuevo en las clases de mates, resolviendo problemas.
Los cambios de clases no existen. Ni tampoco de materia. El
ordenador sabe cuánto tiempo debe dedicar para cada materia a cada alumno en particular,
sin llegar a cansarle. Los pasos a otras materias se hacen pomposamente, con
música y efectos especiales, invitando al alumno a relajarse haciendo otras
actividades. Generalmente el ordenador pasa de una materia complicada a otra
más atractiva para el alumno, que es diferente para cada uno. A Pablito le gusta
pintar, así que durante un rato, el ordenador le explica a Pablito una técnica
nueva para crear sombras en los dibujos. Y con el ratón del ordenador primero y
lápices después, pero siempre bajo la atenta mirada del ordenador y sus
instrucciones, Pablito se relaja pintando sombras a paisajes, edificios,
objetos, caras… Otras veces Pablito compone música juntamente con el ordenador.
Sus melodías están registradas y pasan alegremente a los móviles de los padres
para que se congratulen con los éxitos y gracias de su hijo.
Cada día el ordenador ha recogido muchos datos el alumno. Tiempo
de reacción, grado de dificultad, agilidad mental, memoria, concentración, vocabulario,
habilidades mentales o manuales… Con todo ello va acumulando la “historia
personal del alumno. Al final del curso, será el ordenador quien, con todos los
datos, decida si el alumno ‘pasa de curso’, debe reforzar materias, etc. Lo
hace mediante un completísimo historial mandado, vía internet, a los padres. No
hay apelación posible. Con tantos datos, gráficos y pruebas registrados día a día,
no hay posibilidad de equivocarse. En esos datos está todo. Absolutamente todo.
No existe la posibilidad de entrevistarse con el ordenador,
que es quien dirige, con sus programas, toda la educación escolar del niño y quien
informa permanentemente, día a día a los padres de la marcha del asunto. Y
también les dice, en forma de consejos, lo que deben hacer para solucionar
ciertos problemas de conducta o de esfuerzo. Pero no se contenta con eso. El
ordenador no recibe quejas ni excusas de los padres. Simplemente examina al
niño con las pruebas correspondientes para saber si sus propuestas han surtido
efecto o no. Si no es así, igual que hace con el niño, el ordenador reprograma
su actuación con los padres con objetivos más específicos y fáciles del
alcanzar.
―¿Y los profes, qué hacen? ―pregunto yo.
―Nada. No hay profes. Tan solo vigilantes y monitores que
controlan al personal. Los profes son los ordenadores.
El sistema no falla.
Fin
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