viernes, 2 de agosto de 2013

NORA Y LA BURROCRACIA





Nora ha hecho este verano uno de los grandes descubrimientos de su vida sobre la organización de la sociedad humana. Ella no podía ni imaginar que las cosas fueran así, y que además, los humanos estuviéramos tan indefensos ante estas situaciones. Y menos aún que las provoquen los mismos humanos. Eso es lo que más le asombra de todo.  Insiste una y otra vez que tenemos el mal metido dentro de nosotros. Y seguramente es así. No hace más que repetirme la célebre frase de Plauto: el hombre es un lobo para el hombre. A ella le parece increíble y se afirma en la inferioridad de nuestra condición humana en el planeta. Llega a decir que la humanidad es el cáncer y que nuestros políticos y burócratas la manifestación de la metástasis. Ahí queda eso.
Todo fue por unas historias que pasamos a relatarles a continuación.
Resulta que un vecino, a punto de jubilarse, quiso preguntar en el organismo correspondiente, en la ciudad de Torrevieja que tal le quedaría su pensión de jubilarse ahora o si valía la pena jubilarse un año más tarde. Ya se sabe que la jubilación viene de júbilo, y allá que se fue el hombre, todo jubiloso, en compañía de un familiar que conocía el lugar donde debía ir a preguntar. El edificio era nuevo, imponente, amplísimo, que habrá costado una millonada a las arcas públicas, con ventanales tan grandes que se ve todo el espacio interior, con una entrada que para sí quisiera el faraón Keops en su palacio, y unos jardines que serían la envidia de Nefertiti. Quedaron asombrados del tamaño del edificio en medio de jardines, más como un palacio que como una útil y eficaz oficina solucionadora de problemas. Es un edificio que dice… contra estos impresionantes muros te vas a encontrar… En fin, ya se sabe, obras faraónicas que no falten. Los antiguos egipcios debían quedar igualmente impresionados por la grandiosidad de aquellos palacios y templos, que les hacía a ellos, sencillos humanos del pueblo, parecer tan pequeños, débiles e inútiles, y a los faraones, sus burócratas, sacerdotes y cortesanos en general, tan altos, importantes, divinos y poderosos. Hoy seguimos igual. El pobre vecino decía: “a todos estos los ponía yo en un kiosco de madera en medio de la calle, sin aire acondicionado.”
Desde la entrada, siguió contando, se veían las mesas de los funcionarios, cada una con su ordenador, como mandan los cánones modernos para mayor rapidez y eficacia del sistema. Ante cada mesa había sentado uno o dos ciudadanos que consultaban sus dudas sobre el asunto que fuere. En otros asientos, pegados a las enormes cristaleras había también unas cuantas personas esperando turno, sentados en sillas. No más de ocho o diez. En total, dada la enormidad del edificio, la poca gente y la aparatosidad de ordenadores y tal, la cosa se planteaba rápida y feliz.
Según nuestro vecino, al entrar vieron un mostrador con tres jóvenes mozos, de buena crianza, a juzgar por las risas y la postura relajada y dicharachera entre ellos. También sobre el mostrador una pantalla de ordenador, no un florero. Pues viendo tan sonriente y juvenil panorama, todo contagiado del impulso vital de los tres mosqueteros se dirigió a ellos para preguntar dónde debían ir para hacer la consulta.
Oh, porras. Las risas se tornaron sonrisas, y uno de ellos se dirigió a nuestro vecino y le dijo que no podían venir así, sin más, que había que pedir cita. Oh, porras. Tras las miradas de contrariedad de uno a otro se resignaron al fin a pedir audiencia en aquel palacio de los despropósitos. Pero con la misma sonrisa complaciente el joven les respondió que no, que no podía hacerse así. Que ellos no la podían dar. Oh, porras, pensaron ellos. Tiene que ser por internet. Pues… ¿y por qué no nos lo hace usted que tiene un ordenador? La sonrisa del joven se hizo aún más amplia y les contestó con compasiva voz: No, solo puede hacerse por teléfono. Y fue entonces cuando sacó un papelito y un teléfono escrito en él. Ese era todo su trabajo.
Naturalmente nuestro vecino se hizo mil preguntas, a cual más absurda. Por ejemplo, para qué me dejó hacerle tantas preguntas, para qué un edificio tan enorme, para qué tantos ordenadores, para qué tres señores en la entrada, para qué un ordenador sobre el mostrador… Para qué… para qué… En otras dependencias, como las consultas médicas, tienes la opción de internet, el teléfono o incluso allí mismo en el consultorio, en recepción. ¿Por qué aquí esa exclusividad? Al pobre vecino le vinieron a la cabeza las mil preguntas que nos hacemos todos. Parece que nosotros estemos para servirles a ellos y no al revés. ¿Pero quién inventará esos protocolos de actuación? ¿En quién pensará, en nosotros los usuarios o en ellos…? Quien esté detrás de esto es un enemigo de la humanidad, una célula cancerosa. Y habría que extirparla.
A veces la vida deja de tener sentido, y esta fue para nuestro pobre vecino una de esas ocasiones.
Pero la historia no acaba aquí. Una hija del susodicho fue llamada a trabajar en una alegre atracción infantil en un nuevo multicentro comercial llamado pomposamente “La Zenia Boulevard”. La chica, buena estudiante de inglés, se desenvuelve en ese idioma, además de en francés, motivo por el cual fue llamada para este trabajo, dada la enorme cantidad de extranjeros en estas fechas y en esos lugares. Se le pidió para hacerle el contrato la formalidad de estar apuntada en el paro. Y allá que se fueron, padre e hija a la oficina correspondiente. Pero en esta ocasión sí se permitía el papeleo oficial sin cita previa, aunque la cosa tampoco funcionó porque debía hacerlo en el lugar donde estaba empadronada. Oh, porras. Un viaje relámpago a Alicante, a la oficina de turno. Llegados a Alicante, con la cola habitual, y pensando que allí, como en Torrevieja no haría falta cita previa, pues… resultó que sí, de forma que el viaje fue gratuito. Pérdida de tiempo, gasolina, dinero… Y el dueño de la atracción esperando el dichoso papel. Por fin se puso en contacto con quien diera los turnos (una máquina) por teléfono y cogió día y hora y volvieron a Torrevieja. Naturalmente tuvo que explicar lo sucedido al dueño en cuestión y este, aunque un tanto molesto comprendió lo sucedido.
Días después, cuando llegó el día D y la hora H, nuevo viaje a Alicante. Y allá que va la valiente humanita con la esperanza de obtener el papel que le iba a permitir trabajar un mes y sacarse unas pelillas para los estudios.  Pero… el funcionario de turno le dijo que ese número y ese día no eran correctos, porque no era allí donde había que pedirles. Y le indicó a la acongojada chica que lo hiciera en una máquina que para tal efecto existe allí. Así que al fin con su papel en la mano con día y hora volvieron a Torrevieja. Para entonces el dueño del local estaba ya mosqueado con tanta largura y le dijo que preguntaría a su asesor. El caso es que dos días después, luego de doce días de trabajo, le dijo que había estado observándola y que no le gustaba como trabajaba y la despidió. ¡No le gustaba como trabajaba! Ni que decir tiene que la chica se vino abajo.
El trabajo, explicaba el hombre, consistía en hablar con las personas que contrataban el juego para los niños, y guardarlos al final del día. Nada más. Ni estudios superiores, ni carnet de conducir, ni ninguna habilidad especial, ni experiencia de nada. Nada de nada. La pobre chica se vino abajo dándole un terrible llanto y haciéndose preguntas sobre su supuesta inutilidad. Aclaraba su padre que lleva nota media de notable en la carrera y que ha demostrado ser persona razonable y responsable.
Así que fue el padre quien tuvo que explicar a su hija que aquel mal nacido, con pinta de chulo de playa (pater dixit), le había jugado una mala faena, tal como había hecho días antes con otra compañera. La tienen unos días, les pagan cuatro perrillas y se las quitan de encima con cualquier pretexto ahorrándose así el dinero de la seguridad social. Todo son ganancias. Sin escrúpulos, eso sí. El hombre es un lobo para el hombre, ciertamente.
La pobre Nora, que no acaba de comprender la maldad humana, me hacía luego tantas peguntas y reflexiones que me obligó a hacer un esfuerzo ímprobo para explicar lo inexplicable. Porque son cosas inexplicables. Nadie se explica como el hombre puede odiar tanto al hombre.
En primer lugar a los humanos les atienden humanos, no máquinas. En segundo lugar los borrócratas de ventanilla de turno deben ser acogedores, afectuosos, simpáticos y dispuestos a ayudar en todo a los ciudadanos, a los cuales sirven. Es, o debería ser, una condición indispensable que se estudiara cuando se preparan para hacer estos trabajitos. Nosotros somos los administrados, así que son ellos los que trabajan para nosotros. Ellos sirven a los ciudadanos, y no al revés. Cara al público, siempre, obligatoriamente, simpáticos, sonrientes, dispuestos a ayudar. Siempre. De lo contrario que se dediquen a otra cosa. Pero los trabajos cara al público, y para el público, requieren forzosamente una disposición especial, un trato exquisito y amable. Se trata de una relación de humano a humano. Máquinas, antipáticos, perezosos, amorfos fuera.
En tercer lugar, es perfectamente comprensible que los empresarios tengan en España tan mala fama, y que por lo tanto todo el mundo quiera tener unas oposiciones a lo que sea y nutrirse de las tetas del estado. Es lógico. También los empresarios deben saber que tratan con personas, no con números, ni manos ni pies. Personas. Y a una persona que está haciéndose, y además buena estudiante, no se le puede decir que no le gusta cómo trabaja como pretexto para echarla y no pagar a la seguridad social. No se le puede decir. Eso es una golfada. Debe explicar las cosas mejor. No es pues de extrañar que el susodicho tenga todos sus difuntos mentados y no sea objeto de veneración ni respeto.

La especie humana es única en el reino animal, ya que no hay correspondencia entre su dotación anatómica hereditaria y sus medios de subsistencia y defensa. Somos la especie más peligrosa del mundo no porque tengamos los dientes más grandes, las garras más afiladas, los aguijones más venenosos o la piel más gruesa, sino porque sabemos cómo proveernos de instrumentos y armas mortíferas que cumplen la función de dientes, garras, aguijones y piel con más eficacia que cualquier simple mecanismo anatómico. Nuestra forma principal de adaptación biológica es la cultura, no la anatomía.” Marvin Harris.

 Es una excelente definición de nuestra burrocracia y del trato que los humanos nos damos a nosotros mismos. Lo dicho: Homo hominis lupus est.

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