Dicen los que saben de estas cosas que hay tantos cristos y vírgenes, que al final el
Cristo y la Virgen han desaparecido del relato evangélico diario. Dicen los que saben de estas cosas que Jesús,
el Cristo, no reconocería a su madre entre tanta virgen, con tanto manto, tanta
vela y tanto nombre, y tampoco la Virgen encontraría entre tanto cristo,
enredado en tantas y tantas cosas, con
tantas compañías extrañas, camuflado entre tantos apellidos, a su hijo. Y es
que a las cosas, cuando se le añaden tantos apellidos, tantos perifollos, tanto
altar, tantas velas, tan altos mirares y decires… se retuercen de una forma que
ya no se sabe si van o vienen, si suben o bajan, si es carne, pescado, o coliflor
rebozada. Se convierten en una paella
con más pollo que arroz. Será un pollirróz, mas no paella. O tal vez nada.
Esto es a propósito de la política
española, que está hecha un Cristo. Un Cristo doliente. Todo el mundo habla,
todo el mundo opina, todo el mundo dice lo que debe ser España, todo el mundo
intenta que esto sea un calzado para todos los pies, todas las hormas, todas
las tallas, todos los tiempos, todas las modas, todas las mañas… Así es España.
Un cristo que con tantos apellidos, deseos e intenciones ya no sabe uno lo que realmente
es, lo que piensa, lo que dice, lo que siente, si padece hambre o sed, si sufre
o goza, si canta porque está triste o si llora porque está alegre o…
simplemente calla, atónita ante sus hijos que la aborrecen y maltratan. Esto es un auténtico desmadre, uno más entre
los miles de ayes que los votantes expresan
ante las calamidades. Unos visten al Cristo de rico, otros de pobre,
otros le ponen el nombre de su barrio, unos lo dedican a la vida y otros a la
muerte, unos lo llevan al frente cual heroico mártir y otros le sientan a su
mesa para que sea cómplice de sus desmanes, unos quieren sacarlo de la biblia,
y hacer de él una feria ambulante, y otros callan mudos, para que el Cristo no
hable.
La santa cofradía del gobierno, elegida
por mayoría absoluta, hace bien en estar tranquilo. Nada ocurre, nada pasa.
Todo son palabras, desfiles, procesiones, títulos de portada, fotos a montones,
ruidos a mansalva. El santo cristo catalán no es el mismo que el santo cristo
vasco, y este tampoco es el mismo que… Los otros, que vendrán, y con toda
lógica seguirán, poniéndole nombres y más nombres a este cristo España, que ahora,
como muy bien decía el histórico, ha perdido la intención, la fuerza y la voluntad
y no la conoce ni la madre que la parió aunque fuera maña. Pero el gobierno no dice, no sabe, no se
mueve, no se inmuta, no habla. A eso se le llama temple o… estafa. O quién sabe
si el gobierno también tiene su propio cristo, el Santísimo Cristo de la
Pachorra, y por eso su mandamás, que cada vez manda menos, no hace nada, deja
que la voz cantante la lleven los otros. Y digo voz, y digo cantante, porque
son los que suenan, los que llevan la iniciativa, los que tienen la palabra. Demasiado
templado este gobierno. Está bien que no haga, pero que no pase día sin decir y
recordar, una y otra vez, que llegado el momento, y en su mismo instante, tienen
la santísima obligación, porque la
constitución les obliga a ello, de emplear todos los medios que la misma les
manda, para deshacer tanto despropósito, tanto encallanamiento, tanto descaro,
tanta golfería y tanto mantra. Porque parece
siempre que el que más habla, el que más flores trae, el que más mantos lleva
al cristo, o a la virgen canta es el mejor y más creyente, el que dice la
verdad y más la siente, el que si divide
es porque el cristo, su cristo, asiente y
la madre que la parió ya ni le aguanta.
Propongo pues un nuevo cristo para toda
España, y que su ministro Rajoy, le cante las saetas que le obligan en Semana
Santa, que el Cristo de la Pachorra ya tiene en él su primer devoto, el Hermano
Mayor de la Cofradía de la Desgana.
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