Nació, nació, nació. Julia VI ha nacido después de una tensa
espera, en que no pensaba tanto en el fruto de su vientre como en mi propia
hija, a la que quiero tanto. Como su madre y hermanas, faltaría más. Pero nació
al fin después de la espera, y una excitante risilla de placer nos corrió el
cuerpo a todos cuando supimos que la cosa había ido bien y que madre e hija
estaban ya juntas en el fin del parto.
Madre e hijas juntas. Todas las palabras toman ahora otra trascendencia, tienen
otro tacto
Los hijos y los nietos, lo dicen todos los que han pasado
por la experiencia, son dos amores diferentes. Si el primero tiene la
trascendencia y emoción de crear un ser
nuevo en el que te reflejas, el segundo tiene la calma del goce sereno, sin
estrés, sin agobios, sin estridencias. Es un goce lleno de ternura, que te
llena de paz, de amor sin problemas. Son los padres los que apencan con lo que
come, lo que duerme, lo que les duela… Los abuelos abrazan a los nietos con la
emoción del que se ve a sí mismo a través de ellos, como desde fuera, y comprende, valora y contempla
el hermoso milagro de la vida más allá de su existencia. Que el árbol dé fruto,
y que esos frutos lo vuelvan a dar es una relajante manera de gozar la
perpetuidad de la vida más allá de la urgencia.
¿A quién se le parece? Parece que los ojos son del padre.
Pues la cara, la boca y la nariz son de
la madre. Mira las cejas, igualitas que no sé quién y la boquita como no sé
cuantos…
Lo cierto es que es una persona enteramente nueva. Corazón
nuevo, cara nueva, orejas nuevas,
deditos nuevos, cabeza nueva, pulmones nuevos... Y da verdadero placer
contemplar con serenidad, tanta perfección, tal derroche de líneas y
proporciones siempre tan bellas. ¡Qué delineantes tiene la vida! ¡Qué dibujos
tan preciosos la existencia!
Pero nosotros todos, vemos más con las manos que con los
ojos. Démonos cuenta que cuando nos enseñan algo decimos… “a ver…” y alargamos la mano para cogerlo, tocarlo,
comprobar su peso, sus formas, su temperatura, su contundencia. Vemos con todos
los sentidos, así que cuando realmente vemos a los hijos, o a los nietos, o a
los que amamos, es cuando les abrazamos, o los acogemos, o los sostenemos en brazos,
y sentimos la redondez de su cuerpo, su respirar tranquilo, la longitud de sus
piernas, el peso de su cuerpo, la suave textura de su piel, el color de sus
ojos, de su pelo, la redondez de su cara, la perfección de sus orejas, las
verdadera realidad de su trazo. Es entonces cuando hay que sentarse en una
mecedora, ese gran invento de creador anónimo, recoger a la criatura en los
brazos, cómodos ambos, y en suave balanceo, muy relajado, comenzar a
transmitirle tu bienvenida a este mundo a través del contacto, del movimiento y
del canto. Si la madre se comunica con
la criatura a través de su voz, su olor y mamando, los abuelos podemos experimentar
algo parecido con el plácido dormir en una mecedora seguido del leve murmullo
de un canto. “Dueeerme, duerme niñiiitoooo, que tu abuelo está cantandooo.
Niñitoooo…”
Cuando mecía a mis hijas siempre les cantaba a ritmo de
cantos americanos, acompañados de una imaginaria kena y el rítmico tambor que
en el culete, suavemente, les aplicaba con mis manos. Y entre tanto, el va y
viene de la mecedora, ese invento grande como pocos, que tantos niños ha
dormido y tantas siestas nos ha dado.
Cuando la criatura duerme, se siente una satisfacción
grande. Le has procurado un momento feliz y necesario, el descanso, y le miras
sonriente, complacido en ese acto, y es entonces cuando comprendes la hermosa
plenitud del universo creador de mundos, de vidas, de risas y cantos, de ojos
alegres, de caricias y abrazos, de besos amorosos, de vida sin espantos. Y por
un momento sonríes al creador, y le dices… ahora comprendo, macho, ahora sé por
qué dicen que tú lo hiciste, y por qué dicen que nos quieres tanto. Más que
padre debes ser abuelo, el que nos mece, nos acuna, nos abraza, nos hace reír,
nos da la merienda mientras jugamos…
Si estás ahí, si es cierto que existes, danos fuerzas a
todos los abuelos, para que gocemos de este privilegio de la vida todo el
tiempo que se pueda, teniendo por seguro que amar es el motivo de la existencia
que mejor define a los abuelos humanos. Y ese es a fin de cuentas el mensaje
que dicen que dejaste. Así que… sé consecuente, hermano, y procura que haya más
abuelos… y abuelas, claro.
Nos nació Julia VI, nos llenará de risas, de besos y
abrazos, y sentiremos que la vida ha valido la pena para llegar a este momento,
y verlo y saborearlo. Gracias a la vida, que nos ha dado tanto.
Que bonito, es precioso leerlo, e imaginar a la vez la escena, que delicia de relato...
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