miércoles, 11 de junio de 2014

ABUELEANDO

Nació, nació, nació.  Julia VI ha nacido después de una tensa espera, en que no pensaba tanto en el fruto de su vientre como en mi propia hija, a la que quiero tanto. Como su madre y hermanas, faltaría más. Pero nació al fin después de la espera, y una excitante risilla de placer nos corrió el cuerpo a todos cuando supimos que la cosa había ido bien y que madre e hija estaban  ya juntas en el fin del parto. Madre e hijas juntas. Todas las palabras toman ahora otra trascendencia, tienen otro tacto
Los hijos y los nietos, lo dicen todos los que han pasado por la experiencia, son dos amores diferentes. Si el primero tiene la trascendencia y emoción de  crear un ser nuevo en el que te reflejas, el segundo tiene la calma del goce sereno, sin estrés, sin agobios, sin estridencias. Es un goce lleno de ternura, que te llena de paz, de amor sin problemas. Son los padres los que apencan con lo que come, lo que duerme, lo que les duela… Los abuelos abrazan a los nietos con la emoción del que se ve a sí mismo a través de ellos,  como desde fuera, y comprende, valora y contempla el hermoso milagro de la vida más allá de su existencia. Que el árbol dé fruto, y que esos frutos lo vuelvan a dar es una relajante manera de gozar la perpetuidad de la vida más allá de la urgencia.
¿A quién se le parece? Parece que los ojos son del padre. Pues la cara, la  boca y la nariz son de la madre. Mira las cejas, igualitas que no sé quién y la boquita como no sé cuantos…
Lo cierto es que es una persona enteramente nueva. Corazón nuevo, cara nueva, orejas  nuevas, deditos nuevos, cabeza nueva, pulmones nuevos... Y da verdadero placer contemplar con serenidad, tanta perfección, tal derroche de líneas y proporciones siempre tan bellas. ¡Qué delineantes tiene la vida! ¡Qué dibujos tan preciosos la existencia!
Pero nosotros todos, vemos más con las manos que con los ojos. Démonos cuenta que cuando nos enseñan algo decimos… “a ver…” y  alargamos la mano para cogerlo, tocarlo, comprobar su peso, sus formas, su temperatura, su contundencia. Vemos con todos los sentidos, así que cuando realmente vemos a los hijos, o a los nietos, o a los que amamos, es cuando les abrazamos, o los acogemos, o los sostenemos en brazos, y sentimos la redondez de su cuerpo, su respirar tranquilo, la longitud de sus piernas, el peso de su cuerpo, la suave textura de su piel, el color de sus ojos, de su pelo, la redondez de su cara, la perfección de sus orejas, las verdadera realidad de su trazo. Es entonces cuando hay que sentarse en una mecedora, ese gran invento de creador anónimo, recoger a la criatura en los brazos, cómodos ambos, y en suave balanceo, muy relajado, comenzar a transmitirle tu bienvenida a este mundo a través del contacto, del movimiento y del canto.  Si la madre se comunica con la criatura a través de su voz, su olor y mamando, los abuelos podemos experimentar algo parecido con el plácido dormir en una mecedora seguido del leve murmullo de un canto. “Dueeerme, duerme niñiiitoooo, que tu abuelo está cantandooo. Niñitoooo…”
Cuando mecía a mis hijas siempre les cantaba a ritmo de cantos americanos, acompañados de una imaginaria kena y el rítmico tambor que en el culete, suavemente, les aplicaba con mis manos. Y entre tanto, el va y viene de la mecedora, ese invento grande como pocos, que tantos niños ha dormido y tantas siestas nos ha dado.
Cuando la criatura duerme, se siente una satisfacción grande. Le has procurado un momento feliz y necesario, el descanso, y le miras sonriente, complacido en ese acto, y es entonces cuando comprendes la hermosa plenitud del universo creador de mundos, de vidas, de risas y cantos, de ojos alegres, de caricias y abrazos, de besos amorosos, de vida sin espantos. Y por un momento sonríes al creador, y le dices… ahora comprendo, macho, ahora sé por qué dicen que tú lo hiciste, y por qué dicen que nos quieres tanto. Más que padre debes ser abuelo, el que nos mece, nos acuna, nos abraza, nos hace reír, nos da la merienda mientras jugamos…
Si estás ahí, si es cierto que existes, danos fuerzas a todos los abuelos, para que gocemos de este privilegio de la vida todo el tiempo que se pueda, teniendo por seguro que amar es el motivo de la existencia que mejor define a los abuelos humanos. Y ese es a fin de cuentas el mensaje que dicen que dejaste. Así que… sé consecuente, hermano, y procura que haya más abuelos… y abuelas, claro.

Nos nació Julia VI, nos llenará de risas, de besos y abrazos, y sentiremos que la vida ha valido la pena para llegar a este momento, y verlo y saborearlo. Gracias a la vida, que nos ha dado tanto.

1 comentario:

  1. Que bonito, es precioso leerlo, e imaginar a la vez la escena, que delicia de relato...

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