domingo, 29 de junio de 2014

LA IRRESISTIBLE ATRACCIÓN DEL MAL


Caminando a orillas del mar, no sé por qué a Nora le vienen las ganas de saber y filosofar, a vueltas con los temas de siempre. Nora no acaba de comprender la gran capacidad humana de revolver todo para comenzar una y otra vez, volviendo siempre al principio. Hoy le ha tocado al tema del mal. Y es que llevamos en la Tierra mucho tiempo, pero a pesar de todo, en lo sustancial, seguimos manteniendo aquello que mejor nos define: nuestra ilimitada capacidad para el mal. La pobre no se da cuenta de que la irresistible atracción por el mal es superior, en mucho, a la atracción por el bien. Cosas del ADN.
Le cuento que acabo de ver un interesante programa sobre creadores de videojuegos en Japón, verdadero paraíso del asunto. Explicaba el joven creativo oriental sobre la enorme calidad de los videojuegos actuales, y en el que él había creado, valoraba positivamente la capacidad de interactuar con otros, de tal forma que los personajes del juego, dirigidos por los humanos,  pudieran tocarse, chocar, “sentirse”. El videojuego estaba pensado y creado para transmitir la felicidad dentro de una especie de paisaje idílico, donde los personajes se movían casi como volando, como un cuento de hadas. Todo muy bonito. Pensado para vivir en un mundo feliz un rato. Pero resulta que esa capacidad de tocarse de la que se había procurado a los personajes, dirigidos por los humanos que participan en el juego, y que servía para relacionarse entre ellos en el buen sentido, fue aprovechado en la primera ocasión para “empujar” por “precipicios” localizados en el paisaje del juego, a los otros personajes. Es decir, que lo que estaba pensado para el bien fue transformado por la irresistible atracción del mal. Y además, con esa acción, cambió todo el pensamiento del juego en los otros participantes, de tal forma que ya no fue lo que sus creadores habían pensado que fuera. Fue para ellos una enorme sorpresa y se dieron cuenta del por qué triunfan los juegos donde se mata continuamente a otros, a dragones, a bestias de otros mundos; o luchan a muerte sin sentir ningún tipo de impresión. Contaban luego del aburrimiento de otro creador de juegos clásicos, en que siempre consistía en luchar, luchar, luchar, matar a mansalva a multitud de supuestos enemigos. Decía el pobre que siempre era lo mismo, que su trabajo era aburrido aunque el personaje fuera diferente. El éxito estaba siempre asegurado.
El videojuego era sin duda una representación  de la historia de la creación que se narra en la Biblia u otros libros del mismo carácter. Y nos lleva a la conclusión de que es la condición humana quien revienta los planes del supuesto creador para el bien y transforma la historia en una lucha permanente entre el bien y el mal. La eterna lucha. Lo que pasa es que cuando gana el mal, la catástrofe es inmensa. Entre la primera y segunda guerra mundial, por ejemplo, no sé cuántos cientos de millones de personas murieron y sufrieron horrores por su causa. Cuando se dicen estas cifras y se añade la palabra “horror”, hay que pensar. Una cosa es morir, que es cosa natural, y otra cosa es morir con  sufrimiento, con largas y penosas agonías donde el horror se queda dibujado en la cara del muerto. Es para pensar.
¿De dónde le vendrá al ser humano esa necesidad del mal, esa satisfacción por la muerte o el padecimiento ajeno, o en el mejor de los casos, esa impasibilidad ante la muerte y el dolor? El dominio, el poder, el egoísmo, son los auténticos males que llevamos dentro y motor, demasiadas veces, de la historia.
A veces estudiamos la historia hablando y contando alabanzas de supuestos líderes históricos. Contamos sus conquistas, sus triunfos, su ley y orden e incluso alabamos los avances que trajeron a este u otro sitio. El Derecho Romano. La Pax Romana. El código de tal o cual… Así estudiamos con admiración a  Alejandro Magno, Julio Cesar, Napoleón… y mil más. Sería sorprendente saber cuánto de protagonismo personal, de necesidad de poder, de desaforado egoísmo, de egolatría y tantas otras cosas habría en esos líderes que influyeron en otros con estos mismos elementos de la psiquis humana, arrastrando en cadena a otros muchos bajo sus órdenes y llevando a sus naciones, y a otras, a guerras crueles sin número, con la muerte de millones de personas que entregaron sus vidas por la “causa” o el “líder”. Me vienen a la memoria los kamikazes japoneses que se suicidaban en nombre del emperador. Pero puede haber miles de ejemplos más a lo largo de toda la historia.
Y os llamáis inteligentes —dice Nora.
La verdad es que da un poco de vergüenza admitir que somos un poco… no sé qué decir sin herir a la humanidad.
Todo esto, en menor o mayor grado se da todos los días. Incluso aquellos que lo padecen, en su momento, pueden convertirse en dictadores sin escrúpulos. Porque nos quejamos cuando nos pisan, pero no cuando pisamos. Las palabras mágicas: gracias, perdón, por favor, desaparecieron de nuestra cultura hace tiempo. Recuerda que esta mañana hemos visto a un  niño en edad de preescolar, dándole órdenes a su abuela de forma más que autoritaria, para asombro de su cariñosa abuela, que ha quedado la pobre malamente sorprendida.
Hay algo que falla aquí.
Y se empieza por pequeñas cosas. El intransigente, el violento física o verbalmente con sus cercanos, los que aprovechan el cargo para enriquecerse, los que estafan o engañan… Todo eso son formas de violencia contra los demás. No son espectaculares, quizá no produzcan muertos, pero… quien no tiene principios… no tiene principios, y esto es hoy y mañana otra cosa más. Más grande, claro.
Los líderes políticos, sindicales o religiosos tienen gran peligro porque son los sumos sacerdotes de su propia religión y mueven masas. La masa, como pensaba Ortega, se mueve por interés (agitar las masas, o como decía Zapatero a Gabilondo: “ahora lo que nos interesa es crispar) o por ignorancia, sin olvidar a los ingenuos, que de todo hay. Habría que estudiar cuánto de empeño personal tienen determinadas campañas. Empeño personal que maneja y usa para su propio fin haciendo partícipes a otros pequeños dictadorzuelos, y la suma de todos ellos, más el poder de los medios de comunicación… pueden y hacen estragos en la sociedad. Todos lo hemos vivido y lo vivimos cada día. Terrorismo, nacionalismo y muchos otros “ismos” son el camino elegido por los ególatras para alcanzar sus objetivos. Y detrás de esas banderas, miles o millones de personas convencidas de la bondad del asunto. En la Alemania nazi o la Italia fascista la gente se volcó materialmente en sus líderes, convencidos de la bondad y justicia de sus propósitos. Y pasó lo que pasó. Hoy lo vemos en España en los llamados “líderes emergentes”, que aprovechan el malestar económico, la corrupción y la decadencia política.
¿Tú no dijiste una vez que la sabiduría no es posible más que en la bondad?
Sí. Creo que sí.
Entonces…
Entonces Nora, debemos admitir que somos muy listos pero no sabios. El camino hacia la sabiduría es largo, muy largo. Por lo visto ser sabio no consiste tanto en saber más como en procurar que el mundo no sufra por tu causa. Y cuando digo el mundo, digo el Mundo. Todo él. La vida toda.
Yo veo ahí un asunto casi religioso.
Quien sabe. Sobre Dios, o los dioses, se habla mucho pero no se sabe nada. Es y será siempre un misterio. Pero incluso la idea de dios está manejada por intereses. Recuerda las guerras de religión. Cuántas guerras, cuánto sufrimiento, cuanto horror se ha producido en nombre de Dios. Cualquier Dios. Y Dios, sea el que sea, se preguntará: ¿y cuándo dije yo esto? Y lo mismo con la Libertad. A los ególatras enfermos e insensibles les gusta poner de bandera las ideas que susciten una pronta, grande y férrea adhesión, que provoquen un fuerte revulsivo en las gentes. Afortunadamente nadie ha hecho una guerra por el Amor. Qué cosas.
Vaya disparate.
Así es. Pero sucedió y sucede. Y detrás de esas falsas ideas de dios están los protagonismos vergonzosos a los que aludía antes. Y volvemos a dar la vuelta a la rueda para quedar como al principio.
— ¿Y no hay forma de salir de ese círculo vicioso?
Después de decenas de miles de años… lo dudo. Parece que es nuestro signo de identidad. ¿Te imaginas, con estos mimbres, descubrir un planeta con seres como nosotros pero menos evolucionados tecnológicamente? ¿Qué haríamos con ellos? No quiero ni pensarlo. Pobrecillos.
La única esperanza, larga en el tiempo, pero más segura para modificar este patrón ancestral es la educación, Nora. Los seres humanos andamos con la educación de forma poco sería. Se nos antoja algo que debe servir a no sé qué oscuras causas. Todo lo que  no sea educación para el respeto de la vida es coña marinera. Cuando se habla de educación se han de poner muy altas las miras, muy lejos en el tiempo, y trabajar incansables para modificar la conducta humana hasta que aparezca en el ADN. Todo, absolutamente todo, es una monumental nadería ante el asunto del respeto por la vida ajena. Y con la vida, todo lo que le es propio: las costumbres, la cultura… Los humanos somos diferentes en chorradas étnicas y culturales. Pero todos y cada uno somos un milagro exclusivo en el Universo, con derecho propio por ser único y por tanto a existir; y nadie, absolutamente nadie ni ninguna idea o causa, justifica que esa vida singular e irrepetible se sacrifique en nombre de nada. De nada. No hay bandera, principio, filosofía o dios, que merezca el sacrificio de una vida, aunque sea solo una, vida humana.
Ni de las otras.
Ni de las otras.
Cuando los seres humanos convirtamos la irresistible atracción por el mal en otra igual por el bien, en ese momento la humanidad habrá llegado a su punto más alto de evolución. Entonces sí seremos sabios. Entre tanto nos arrastramos como seres inferiores sumidas en la avaricia, el egoísmo, el ansia de poder…
Hace un viento caliente proveniente del sur. El mar está calmo y hace calor, pero la brisa, aunque cálida, contribuye a suavizar la temperatura y hacer algo más agradable el paseo. El mar, qué grande, qué inmenso, que característica única de nuestro mundo, ese planeta acogedor, esa maravilla azul en la enormidad del espacio. Qué gran escenario para grandes seres.



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