miércoles, 9 de julio de 2014

DE LA INCOHERENCIA

Anda Nora husmeando en viejos libros; algunos, tanto ya, que sus páginas amarillean y a punto están de caer como hojas de otoño. Tal vez valga la pena buscarles sustituto en alguna nueva edición; pero estas son tan entrañables, tan bien cuidadas, tan bien traducidas, tan manejables, tan hechas para leer… Se refiere Nora a la ya veterana colección Austral, que tienen difícil sustitución. Colecciones de bolsillo hay muchas pero como esta…
 Pero lo que más asombra a Nora es la brillantez de las ideas viejas, que de tan buenas, de tan lúcidas, siguen siendo válidas a día de hoy aunque fueran escritas en siglos anteriores. No solamente válidas, sino que parecen escritas para hoy mismo. Parece mentira lo poco que cambiamos los humanos en lo sustancial.
Todo esto fue a propósito de esas conversaciones que Nora y yo tenemos por los paseos a lo largo de la costa, entre calas recónditas, vistas al mar, aire fresco y húmedo y horizontes lejanos, como la clásica película del Oeste. Aunque sólo el horizonte nos acerca al film de Anthony Mann, lo que a nosotros nos gusta es repetir la vieja escuela de los filósofos griegos, como Aristóteles,  que mientras paseaba con sus discípulos les enseñaba «las cosas de la vida». Ni que decir tiene que Aristóteles es ella. Yo asomo la cabeza a su mundo interior como discípulo no muy aplicado, por cierto, porque soy humano y por tanto defectuoso.
En esta ocasión Nora hace una reflexión sobre la «coherencia». Le explico yo el significado que le da la RAE: Relación lógica entre dos cosas o entre las partes o elementos de algo de modo que no se produce contradicción ni oposición entre ellas. Buena la hice, porque se confirmó en su análisis. Porque el caso es que ella anda buscando el origen de nuestra incoherencia, de por qué somos así y a pesar de los avances tecnológicos y tantos inventos provechosos para la humanidad, seguimos teniendo dos almas diferentes en permanente lucha.
Bucea Nora en las fuentes de nuestra cultura y encuentra una incoherencia absoluta ya en lo religioso.
«Si tenemos en cuenta —me dice— que la religión nace con el hombre, y es algo tan viejo que os ha acompañado desde vuestro origen, no es de extrañar que os haya influido en la forma de ser. Por ejemplo, cuenta Voltaire en su ‘Tratado sobre la Tolerancia’, cómo las religiones del libro (judía, cristiana e islámica) han rivalizado entre sí durante siglos, persiguiéndose a muerte si fuere preciso, descalificándose mutuamente y negando cada una de ellas la validez de las otras, teniendo las tres unos personajes comunes en muchos aspectos, reconocidos por su bondad o sabiduría por ellas. De cómo a lo largo de la historia se han negado, perseguido, expulsado, etc. Pero no solamente las religiones del libro, sino las distintas derivaciones o sectas dentro de una misma religión.
Cuenta Voltaire como los Jesuitas fueron expulsados de China, no por la intolerancia del emperador, sino por la intolerancia de los jesuitas, que venían dispuestos a barrer todo y hacer juego nuevo en las creencias, en una cultura milenaria como la China. Todo lo vuestro es malo. Solo lo mío es lo bueno, lo auténtico, lo mejor. La verdad. 
Incluso del Japón, que ya contaba con varias religiones en el país que coexistían sin ningún problema desde hacía siglos, fueron expulsados porque los jesuitas, capuchinos y otras órdenes andaban entre ellos a la greña para afirmarse sobre todos las demás. Ni que decir tiene de las persecuciones, los apaños con el poder para repartírselo, las inquisiciones, las hogueras, torturas, el poder sobre la mente, la vida y la cultura de las gentes desde la cuna hasta la sepultura… Todo esto en religiones que hablan del amor, la caridad, el perdón… 
Como decía mi madre, Nora: Jesús, Jesús, por qué nos has abandonado. O mejor dicho, por qué nos dejaste en manos de esta gente. Es comprensible que muchos entiendan que el infierno lo han vivido aquí.
No es de extrañar pues que esto haya creado escuela y que también los políticos que hablan de opresores y oprimidos, de ricos y pobres, de injusticias y demás, sean los que roban, los que manejan, los que mienten, los que estafan, los que engañan… Nada nuevo hay bajo el sol. Los políticos tienen mucho por lo que pedir perdón, pero las religiones, las tres famosas, también. Cuánta gente ha sufrido y ha muerto por ellas, cuánto padecer en nombre de Dios, cuántos retrocesos en los avances científicos entorpecidos por sus egoísmos e interesadas maneras de ver el mundo para que nadie ni nada se les escape…  El Dios del amor, de la paz, de la ayuda al prójimo, de la caridad, aquello de dar de beber al sediento, posada al peregrino, vestir al desnudo etc. etc.… ¿Dónde quedó todo eso?
Las religiones tienen que hacérselo ver. Tienen que examinarse, pedir perdón por las barbaridades en nombre de dios y reestructurarse en torno a un dios creador, pleno de amor a la humanidad. Del amor solo sale amor. No hay más. Ni envidas, ni rencores, ni ánimo de dominación, ni mentiras, ni torturas, ni excomuniones, ni estafas, ni opresiones…  Ni…  Sólo Amor. Y el amor es  amar al  prójimo como a ti mismo. Aquello tan viejo de si no quieres que te hagan esto, tampoco tú lo hagas a los demás.
Es lógico que haya hoy muchas personas que renieguen de las creencias religiosas, de la religión más bien, que es la forma humana de encauzar, organizar el sentimiento religioso o creencia en dios. Cada vez se cree menos por la sencilla razón de que la creencia no se sustenta en coherencias. ¿Cómo puede alguien que odia a otro, bajo las formas de odio habituales que son la avaricia, el robo, el engaño, etc. decirme que su dios es el verdadero? Qué disparate tan grande. Por eso cada día más hay gente que busca su propio camino entre él y dios, y no acepta intermediarios. Ninguno. El papa Francisco va por buen camino, pero es tan grande  la tarea, tanto lo  que hay que hacer, que si los futuros papas no cogen ese mismo camino, volverá a torcerse la cuestión. Me viene a la memoria ese “príncipe de la Iglesia que gastó millones en arreglar su ático de 300 metros cuadrados en Roma”, habiendo romanos y ciudadanos del mundo que no tienen ni para comer.  Un paseíto por las «favelas» brasileñas le iría bien. Y aún mejor que viviese allí y dedicase su vida a los que necesitan el amor olvidado del mundo.
No es de extrañar que la política copie de las religiones y traten de convertirse en su funcionamiento, en religiones laicas, que lo único que pretenden es la dominación de sus ideas, con todas sus diarias y evidentes incoherencias. Al final, como decía Ortega, los políticos han creado al hombre masa, que sin cabeza ni pies, se ha dejado transformar para satisfacer las necesidades de ordenar el mundo a su antojo. Y del hombre masa, por la propia evolución e interés de la ideología política, hemos pasado al hombre vulgar, ese otro incoherente pero satisfecho de sí mismo, gozosamente inculto, que da por bueno y completo su haber moral e intelectual. Nada menos.
Quien no tenga coherencia que no la pida. Pero hace falta señores. Tan necesaria como el comer, o acabaremos todos como esa forma deficiente de ser hombres: los niños mimados, que creen que son los reyes del mundo y todo y todos están a su disposición cuando quieran y como quieran.
O por el contrario, como decía aquel capitán de barco en la película de Horizontes Lejanos”: nunca debimos abandonar el Mississippi.



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