Anda Nora husmeando en viejos libros;
algunos, tanto ya, que sus páginas amarillean y a punto están de caer como
hojas de otoño. Tal vez valga la pena buscarles sustituto en alguna nueva
edición; pero estas son tan entrañables, tan bien cuidadas, tan bien traducidas,
tan manejables, tan hechas para leer… Se refiere Nora a la ya veterana
colección Austral, que tienen difícil sustitución. Colecciones de bolsillo hay
muchas pero como esta…
Pero lo que más asombra a Nora es la
brillantez de las ideas viejas, que de tan buenas, de tan lúcidas, siguen
siendo válidas a día de hoy aunque fueran escritas en siglos anteriores. No
solamente válidas, sino que parecen escritas para hoy mismo. Parece mentira lo
poco que cambiamos los humanos en lo sustancial.
Todo esto fue a propósito de esas
conversaciones que Nora y yo tenemos por los paseos a lo largo de la costa,
entre calas recónditas, vistas al mar, aire fresco y húmedo y horizontes
lejanos, como la clásica película del Oeste. Aunque sólo el horizonte nos
acerca al film de Anthony Mann, lo que a nosotros nos gusta es repetir la vieja
escuela de los filósofos griegos, como Aristóteles, que mientras paseaba con sus discípulos les
enseñaba «las cosas de la vida». Ni que decir tiene que Aristóteles es ella. Yo
asomo la cabeza a su mundo interior como discípulo no muy aplicado, por cierto,
porque soy humano y por tanto defectuoso.
En esta ocasión Nora hace una
reflexión sobre la «coherencia». Le explico yo el significado que le da la RAE:
Relación lógica entre dos cosas o entre las
partes o elementos de algo de modo que no se produce contradicción ni oposición
entre ellas. Buena la hice, porque se confirmó en su análisis. Porque el
caso es que ella anda buscando el origen de nuestra incoherencia, de por qué
somos así y a pesar de los avances tecnológicos y tantos inventos provechosos
para la humanidad, seguimos teniendo dos almas diferentes en permanente lucha.
Bucea Nora en las
fuentes de nuestra cultura y encuentra una incoherencia absoluta ya en lo
religioso.
«Si tenemos en cuenta
—me dice— que la religión nace con el hombre, y es algo tan viejo que os ha
acompañado desde vuestro origen, no es de extrañar que os haya influido en la
forma de ser. Por ejemplo, cuenta Voltaire en su ‘Tratado sobre la Tolerancia’,
cómo las religiones del libro (judía, cristiana e islámica) han rivalizado
entre sí durante siglos, persiguiéndose a muerte si fuere preciso, descalificándose
mutuamente y negando cada una de ellas la validez de las otras, teniendo las
tres unos personajes comunes en muchos aspectos, reconocidos por su bondad o
sabiduría por ellas. De cómo a lo largo de la historia se han negado,
perseguido, expulsado, etc. Pero no solamente las religiones del libro, sino
las distintas derivaciones o sectas dentro de una misma religión.
Cuenta Voltaire como
los Jesuitas fueron expulsados de China, no por la intolerancia del emperador,
sino por la intolerancia de los jesuitas, que venían dispuestos a barrer todo y
hacer juego nuevo en las creencias, en una cultura milenaria como la China.
Todo lo vuestro es malo. Solo lo mío es lo bueno, lo auténtico, lo mejor. La verdad.
Incluso
del Japón, que ya contaba con varias religiones en el país que coexistían sin
ningún problema desde hacía siglos, fueron expulsados porque los jesuitas,
capuchinos y otras órdenes andaban entre ellos a la greña para afirmarse sobre
todos las demás. Ni que decir tiene de las persecuciones, los apaños con el
poder para repartírselo, las inquisiciones, las hogueras, torturas, el poder
sobre la mente, la vida y la cultura de las gentes desde la cuna hasta la
sepultura… Todo esto en religiones que hablan del amor, la caridad, el perdón…
Como decía mi madre,
Nora: Jesús, Jesús, por qué nos has abandonado. O mejor dicho, por qué nos
dejaste en manos de esta gente. Es comprensible que muchos entiendan que el
infierno lo han vivido aquí.
No es de extrañar
pues que esto haya creado escuela y que también los políticos que hablan de
opresores y oprimidos, de ricos y pobres, de injusticias y demás, sean los que
roban, los que manejan, los que mienten, los que estafan, los que engañan… Nada
nuevo hay bajo el sol. Los políticos tienen mucho por lo que pedir perdón, pero
las religiones, las tres famosas, también. Cuánta gente ha sufrido y ha muerto
por ellas, cuánto padecer en nombre de Dios, cuántos retrocesos en los avances
científicos entorpecidos por sus egoísmos e interesadas maneras de ver el mundo
para que nadie ni nada se les escape… El
Dios del amor, de la paz, de la ayuda al prójimo, de la caridad, aquello de dar
de beber al sediento, posada al peregrino, vestir al desnudo etc. etc.… ¿Dónde
quedó todo eso?
Las religiones tienen
que hacérselo ver. Tienen que examinarse, pedir perdón por las barbaridades en
nombre de dios y reestructurarse en torno a un dios creador, pleno de amor a la
humanidad. Del amor solo sale amor. No hay más. Ni envidas, ni rencores, ni
ánimo de dominación, ni mentiras, ni torturas, ni excomuniones, ni estafas, ni
opresiones… Ni… Sólo Amor. Y el amor es amar al
prójimo como a ti mismo. Aquello tan viejo de si no quieres que te hagan
esto, tampoco tú lo hagas a los demás.
Es lógico que haya
hoy muchas personas que renieguen de las creencias religiosas, de la
religión más bien, que es la forma humana de encauzar, organizar el sentimiento
religioso o creencia en dios. Cada vez se cree menos por la sencilla razón de
que la creencia no se sustenta en coherencias. ¿Cómo puede alguien que odia a
otro, bajo las formas de odio habituales que son la avaricia, el robo, el
engaño, etc. decirme que su dios es el verdadero? Qué disparate tan grande. Por
eso cada día más hay gente que busca su propio camino entre él y dios, y no
acepta intermediarios. Ninguno. El papa Francisco va por buen camino, pero es
tan grande la tarea, tanto lo que hay que hacer, que si los futuros papas
no cogen ese mismo camino, volverá a torcerse la cuestión. Me viene a la
memoria ese “príncipe de la Iglesia que gastó millones en arreglar su ático de
300 metros cuadrados en Roma”, habiendo romanos y ciudadanos del mundo que no
tienen ni para comer. Un paseíto por las
«favelas» brasileñas le iría bien. Y aún mejor que viviese allí y dedicase su
vida a los que necesitan el amor olvidado del mundo.
No es de extrañar que
la política copie de las religiones y traten de convertirse en su
funcionamiento, en religiones laicas, que lo único que pretenden es la dominación
de sus ideas, con todas sus diarias y evidentes incoherencias. Al final, como
decía Ortega, los políticos han creado al hombre masa, que sin cabeza ni pies,
se ha dejado transformar para satisfacer las necesidades de ordenar el mundo a
su antojo. Y del hombre masa, por la propia evolución e interés de la ideología
política, hemos pasado al hombre vulgar, ese otro incoherente pero satisfecho
de sí mismo, gozosamente inculto, que da por bueno y completo su haber moral e
intelectual. Nada menos.
Quien no tenga
coherencia que no la pida. Pero hace falta señores. Tan necesaria como el comer,
o acabaremos todos como esa forma deficiente de ser hombres: los niños mimados,
que creen que son los reyes del mundo y todo y todos están a su disposición
cuando quieran y como quieran.
O por el contrario,
como decía aquel capitán de barco en la película de Horizontes Lejanos”: nunca
debimos abandonar el Mississippi.
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