sábado, 20 de septiembre de 2014

COLEGIO RICO, COLEGIO POBRE



Nuestro viejo amigo el profesor, ya conocido en estas latitudes por otras intervenciones, tiene una hija con titulación superior de música que trabaja en un colegio de Madrid de los de «alto standing». O séase, un colegio de familias muy bien, no solo bien, donde están aparcados muchos hijos de la nobleza de sangre o esa otra que da la economía o la política. Gente muy bien, me dice. El pobre caminaba “cabizbundo y meditabajo” entre las calles. Acababa de hablar con su hija y esta le mostraba su desesperación ante la indolencia, el pasotismo, la rebeldía estúpida de quien lo tiene todo, la falta de valores y no sé cuántas cosas más, nos arrojó a la cara a Nora y a mí. Tan preocupado estaba el hombre, y tan dramáticamente vivía la situación de su hija que no tuve más remedio que invitarle al sosiego en la paz de una terraza, al amparo de la sombra fresca de unos árboles y con un limón granizado como consuelo para su alma herida. Y me contó:
—No sabe cómo entrar a la clase. Pasan absolutamente de todo. Nada les importa. Se preguntan constantemente para qué sirve esta asignatura, o la otra, cuestionan al profesor, son insolentes, muestran un absoluto desprecio por el profesor y sus conocimientos y en clase se muestran ajenos a todo lo que no sea su mundo de comodidades, caprichos, consumo, etc.
Dejé pasar unos minutos para que la sangre le bajara de la cabeza. Entre la fresca sombra del árbol y el granizado de limón, le fue cayendo la preocupante historia de su hija hasta que asomó una leve sonrisa por la boca, agradecido más al sabroso jugo que a mí, naturalmente. Nada como un delicioso helado para refrescar los ánimos. Ya quisieran los psicólogos haber descubierto esta receta.
—Esto que vive tu hija y que a ti te preocupa, como es natural, no es más que la consecuencia de lo que tantas veces hemos hablado. La ausencia de valores. Empezando por la familia. Es extraordinario lo que me dices porque esos extremos no se ven en los colegios más «normalitos», o más humildes, aquellos que llamamos «públicos» o «concertados». Existe en todas partes gente ruin y follonera, como diría Don Quijote, pero en el colegio de tu hija existe el agravante que todo eso se abandera, además, con la arrogancia, la petulancia y la omnipotencia de la familia con mucha pasta. Los perjudicados son ellos mismos, sobre todo. Y de paso también los profesores que quieren enseñar, como tu hija, y que cada día tienen que soportar esa prueba de fuego para dignificarse como profesional y persona. Sobrevivir con dignidad en esa situación es penoso, difícil, a veces heroico. Cuántas vocaciones se habrán roto en semejante situación.  Además está la incomprensión de los directivos del colegio, a los que le importas menos que una hormiga en el hormiguero. Eres una pieza recambiable en el negocio. Poco más o menos que un repartidor de pizzas. En alguna ocasión me han contado que los alumnos han llegado a decir aquello de… «Me tienes que aprobar porque mi padre da mucho dinero al colegio». Y es que esta gente se lo compra todo. Algunos incluso la plaza en el cielo. De modo que los chicos han aprendido desde pequeños a sacar utilidad a la vida sin dar un palo al agua.  Es difícil la situación, desde luego. Además hoy la sufre ella, pero mañana la sociedad entera, donde estos individuos medrarán a sus anchas, con el único propósito de forrarse sin mayores escrúpulos. De eso los españoles sabemos bastante.
Hay que tener en cuenta que los padres son los que mantienen con su dinero ese colegio, y otros como él. Y nadie quiere que le molesten porque su hijo es un gilirebelde sin causa. Porque claro, los padres son clientes, y el colegio es un negocio. De modo que los profes son empleados. Cualquier otro signo de vocación, de servicio a la sociedad, de transmisión de valores queda en un segundo, tercer plano o simplemente muerto en combate porque la pela es la pela, según la popular frase del mundillo catalán.  A mi modesto entender, el colegio basado en el negocio es un fraude social. O ese colegio transmite valores necesarios para la convivencia, empezando por el respeto a los profesores y demás compañeros, amén de esfuerzos, disciplina, sacrificio, voluntad, etc., o ese colegio es una estafa social. Los dueños deberían dedicarse a fabricar otra cosa, que no golfos descarados ajenos a cualquier cosa que no sea su capricho. Estamos criando cuervos que el día de mañana nos sacarán los ojos. Ahí están los periódicos de cada día, hartos de contárnoslo ya.

Los colegios… menos altos… tienen miras más altas y dignificantes para ellos mismos y para la sociedad entera. A veces no es oro todo lo que reluce, y puesto que vivimos en sociedad, hay que fomentar lo socialmente sano. Lo demás es pura enfermedad. Pus para limpiar.

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