jueves, 4 de septiembre de 2014

LA VIDA COMO NEGOCIO

Le sorprende a la buena Nora que la vida toda sea un negocio. Los humanos la entendemos  así después de una larga reducción de principios y valores que eran naturales;  entre ellos algunos tan esenciales como el bien y el mal. Y eso, a ella, que todavía se relaciona con la naturaleza como los antepasados,  donde los principios vitales eran otros, le resulta particularmente aberrante. Cuanto más nos conoce más se sorprende de que hayamos llegado tan lejos. A veces se pone en plan profesora-adivina-apocalíptica y suelta aquello de… “el mismo germen que os hizo progresar será el que os destruya”. Y no me extraña que lleve razón. A veces pienso que relacionarnos entre nosotros, y con la naturaleza, de esta forma economicista, nos llevará al caos, porque perderemos el sentido primigenio de la vida, lo que nos ha distinguido de los demás; esa capacidad de pensar más allá de las fronteras de nuestro propio cuerpo, y sobre todo la capacidad de amar. Ya es normal que los matrimonios modernos hagan una separación de bienes al casarse. Todo está bien, nos queremos mucho, pero lo mío es mío. Como dicen los catalanes “la pela es la pela”. O como dicen los gallegos” amiguiños sí, pero la burra por lo que vale”. Es decir, la economía rige nuestra vida incluso por delante de la amistad o el amor.
Que la vida la pensamos en plan economía es cierto. Todo es economía. Incluso las actuales  y futuras herramientas tecnológicas van encaminadas a que cada vez haya menos gente trabajando y más máquinas haciendo el trabajo de las personas. Es indignante salir de una autopista y encontrar que nada más hay una persona o dos, para atender a 10 cabinas donde pagar. Con las colas consiguientes. Donde hay una persona todo es natural, rápido, fluido. Lo que el hombre hace con mayor rapidez y eficacia las máquinas nos entretienen, cuando no se estropean o dejan de funcionar o se equivocan. Pero con las máquinas, deben pensar quienes las diseñan, no se pierde el tiempo. Claro, tampoco hay sonrisa, ni buenos días, ni que tal el trabajo. Esas cosas tan propias de la cultura antigua. Ahora todo es money, money, money.  A la empresa  que explota el servicio esas cosas no le importan, evidentemente; tan solo que se ahorra un montón en mano de obra. Los humanos sobramos ya en el mundo. El futuro es de las máquinas. En Japón, tan adelantados ellos en estas chorradinas, ya hay camareros-robots que sirven las mesas. Por lo menos ya no habrá que dejar propinas…
Los nuevos contadores de energía eléctrica de las casas ya mandan a las oficinas, directamente, el consumo eléctrico de cada hogar. Adiós a los trabajadores que se desplazaban para mirar el contador. Y cosas así podemos contar todos a cientos. Los más sabios dicen que en 30 ó 40 años, habrán desaparecido la mayoría de oficios que hoy conocemos. Y desde este blog, pero con sorna, ya se contó una vez cómo funcionará la escuela en el futuro. Sin profes, claro. Lo pueden leer en este mismo blog en la entrada del domingo, 25 de agosto de 2013 ¡¡ESCUELA... AL FIN LA SOLUCIÓN!!
Además de tener que ver con el dinero todos y cada uno de nuestros actos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, incluyendo ambos procesos, son otras cosas las que desaparecen de nuestra vida, haciéndonos cada vez seres más extraños al planeta y a nosotros mismos. Somos como huéspedes que no conocemos la casa y sus gentes, con sus normas, sus costumbres, sus principios, y destruyéramos la paz y concordia que las relaciones naturales se dan en la familia. Nuestra casa es la Tierra y nuestra familia somos todos los demás. Hoy en día la naturaleza y la humanidad estamos en polos opuestos, sin darnos cuenta de que es nuestra casa, y no hay otra. Y que su destrucción llevará a la nuestra. ¡Qué grandes palabras aquellas tan conocidas del gran jefe siux Seattle: «La tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra». Como buena criatura natural, todavía conservaba los viejos principios de la madre naturaleza. Se pedía perdón por cazar un ser vivo. Se cazaba para vivir y no más, porque la naturaleza necesita reponerse y renovarse. En la Tierra nada es infinito.
Con este historial pues, no es de extrañar que hoy el mundo físico haya ganado la partida al mundo espiritual. Nos inundan los concursos de belleza, los programas televisivos donde pollos quieren ligar con gallinas, las dietas saludables, los ejercicios físicos que nos van a dejar un cuerpo de impresión, las pastillas mágicas, los yogures maravillosos, la fuente de la eterna juventud en casa por un módico precio, los venenos que nos estiran la piel… Veinte mil cosas para que el envoltorio físico permanezca en estado de revista permanente, con una actitud siempre adolescente, estancados ahí de por vida. No hay anuncios ni propuestas que vayan encaminadas al espíritu, sean o no religiosas. Los programas sobre pensamiento y actitud ante la vida no existen. Solo el envoltorio nos preocupa. O mejor dicho: les preocupa, porque es ahí donde está el negocio. Del «pienso luego existo» de Descartes, como expresión viva del racionalismo, hemos pasado en varios siglos al «consumo luego existo», expresión viva del materialismo consumista. No hay frase que mejor exprese nuestra “evolución”. Quisimos abandonar el misterio, la casualidad, el mundo espiritual y mágico y analizarlo y racionalizarlo todo. No estuvo mal, ganar algo de razón y dejar atrás misterios que no lo eran tanto. Pero… tanto va el cántaro a la fuente… tanto hemos tirado por la borda que poco a poco nos quedamos hasta sin barco.
No es que nuestra escala de valores haya cambiado. Es que nos han quitado la escala de valores. Ya no hay. Si se gana dinero es  bueno, y si no… ¿para qué sirve nada?
De modo que Nora no sale de su asombro al ver la rapidez con que cambia todo y se instala en nuestras arterias, transformando el ADN. Y así pasamos con resuelta facilidad de seres naturales, espirituales, trascendentes, con tradiciones y culturas a seres intrascendentes, superfluos, donde se exaltan las pasiones más torpes y las ambiciones más egoístas. No nos extrañemos pues que en nuestro país, antes España, haya tanto sinvergüenza por metro cuadrado. Todo por la pasta. Sin escrúpulos. Se fueron con el tiempo, según nos alejábamos de los viejos principios naturales.
Aún tenemos que comprender que la libertad, ese valor sagrado hoy, no es posible si no aprendemos que bebe ser el instrumento que nos ayude a distinguir el bien y el mal. Como antaño los hombres hacían, cuando los seres humanos eran humanos con cuerpo, alma o espíritu.




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