Por fin acabaron las elecciones. Con todo el
torrente de imágenes, palabras, promesas, datos, mensajes, porcentajes y toda
la parafernalia que lleva consigo la situación, uno viene a concluir lo pésimos
comunicadores que son, en general, los políticos españoles. Algunos, sobre
todo. Otros, con voces de sirena, han sabido pescar en el mar revuelto de la
crisis para sacar provecho en ese caladero generoso, formado como siempre por
gente con la poca sustancia para entender el proceso y que se dejan llevar fácilmente
por la bilis, siendo presa fácil del descontento y toda la mala leche acumulada
en estos años. Son más las ganas de convencerse que la capacidad de convencer. Entre
crisis económica y crisis de valores humanos (la gran crisis), hay mucha gente
que le tiene ganas a mucha otra, de distintos partidos tradicionales, de izquierda
o derecha, aunque en estas cuestiones, desde luego, la izquierda tiene
muchísima más tradición, facilidad y gancho.
De modo que, de entre todos, y a mi parecer,
los más lamentables son los de la derecha. La derecha todavía no sabe, no
entiende o no puede entender qué es la política. Al final venimos a creer que
no gana elecciones sino que las pierde la izquierda.
La política, y eso lo sabe muy bien la
izquierda, es comunicación, y los partidos de derecha no consiguen, porque no
pueden o no saben, comunicar con los ciudadanos. Quienes les votan es porque
simplemente no quieren votar a la izquierda, pero no porque el partido del
gobierno (todavía) les sea atractivo. No conocemos las ideas del gobierno
prácticamente en nada relacionado con la vida de la ciudadanía… Y lo que se supo no se cumplió. No sabemos qué
quieren hacer y para qué con la educación, con la agricultura, con el turismo,
la industria, la sanidad… No explican el
por qué y para qué de sus políticas. No sabemos qué quieren en nada, porque
ellos tampoco lo saben. No sabemos qué modelo de sociedad quieren desarrollar.
Parece que solo les preocupa la economía, dejando el terreno de la política a
sus adversarios, y ahí se las dan todas.
En
España, votar derecha es huir de la izquierda, y eso es una decisión personal
de los votantes de la derecha. Naturalmente también votar izquierda es huir de
la derecha, y también es una decisión de la ciudadanía; pero además es una
convicción inducida por los políticos de izquierda, que en eso de comunicar, ya
digo, supera ampliamente a la derecha, a pesar de que también en la izquierda
la comunicación ha estado muy floja. Comienzan a dar pena y sus votantes son
fácil presa de las nuevas generaciones de políticos, con poco complejo, sin
historia reciente, mucho más demagogos porque no han tenido experiencia de
gobierno y hoy por hoy están «libres de pecado» En fin, que ya no hay políticos
con verbo y emoción, como lo fueron Felipe González o Manuel Fraga, por
ejemplo. Los políticos españoles
actuales son en general muy malos comunicadores pero especialmente malos los de
la derecha, empezando por su jefe político. Qué mal comunicador es el
presidente Rajoy. Aunque se le escuche una hora hablando, uno tiene la
sensación de que no ha dicho nada. Los antiguos vendedores de mantas lo hacían
muchísimo mejor con su verbo encendido.
Ya hemos comentado en este blog que para estar
en política, hay que hacer política, ser hombre político y tener ideas
políticas. Por tanto debemos saber de dónde partimos y a dónde vamos, y así
tendrá sentido el camino que queramos recorrer. Hay que tener una ideología,
aunque sea pequeñita, suave y tímida, Pero los ciudadanos queremos saber cuáles
son las fuentes en las que se bebe culturalmente, porque será más comprensible
saber cuál es la propuesta a la que se
nos quiere llevar. Es entonces cuando la política tiene sentido y el
lenguaje se hace claro; es cuando la política se descubre sin cartas escondidas
en la manga, y el mundo de las ideas, y por tanto de las palabras, la oratoria,
los gestos tienen su sentido. Salir en público, sin papeles, emocionarse con el
discurso, convencer con la emoción, de pronto una subida de tono de voz, un
gesto de firmeza, o de rechazo, luego un silencio para que las palabras calen
en las almas y de nuevo un tono suave que recoge la idea principal y la eleva a
la razón. Para ser político hay que querer y aprender a hablar con la gente, y
la gente, toda, es emoción. Nos gusta emocionarnos. Qué sería de una novela,
una película, una música, un teatro, una pintura, una poesía, sin que nos
transmitiera emociones. Ese es precisamente su éxito. Si no fuera así… sería
pura nada. La vida toda es emoción. Sin emociones no hay buena comprensión, y
sí apatía y desinterés, como la política que transmite la derecha. Da pena ver
hablar al presidente Rajoy, con esa monotonía de voz, sin apenas gestos, sin
más emoción que los fríos datos de la economía, con ese molesto y permanente
tono agudo. Me recuerda lo que aquel director decía del joven Clint Estwood: «tiene
dos expresiones, con sombrero y sin sombrero».
La política, como todo lo referente al ser
humano, no es toda razón, no es sólo economía. Somos también, y sobre todo, emoción y sentimientos.
Ya lo recordaba Cervantes en el Quijote: «el corazón tiene razones que la razón
no entiende».
Por eso para ser político uno debe prepararse,
llenarse de razones, pero también de emociones y sentimientos. Tiene uno que
leer, y no poco, porque se trata de alimentar la emoción de las ideas, del
proyecto político, de los sentimientos, claro está. A dios rogando y con el
mazo, dando, dice el refrán, pero cualquier persona que se dedique a la
política debiera tener un cierto bagaje cultural en el que la oratoria y la
sabia transmisión de emociones y sentimientos formara parte ineludible. La
política no es solo economía, la política es la vida de la gente, y la gente somos
sentimientos.
Un político debe hablar con la gente, toda
clase de gente, y contarle sus ideales de vida resumidos en el programa que presenta a la
sociedad y que le dan sentido. Un político tiene que convencer a la gente, por
eso debe hablar, constantemente, salir del palacio y frecuentar las calles, las
bibliotecas, los bares, lo teatros, todo aquello donde late el pulso vital de
la ciudadanía. Visitar la bolsa y las fábricas, los colegios y hospitales…
Tiene que dar la sensación de que todo aquello lo tiene presente en su cabeza y
que desea reflejarlo en su programa y su esfuerzo. Y hay que convencer, y explicarse.
Constantemente. Sin bajar la guardia. Porque cada vez que tú no lo haces, lo
hará el otro y en sentido contrario al que tú deseas.
Y eso sabiendo que somos un país con una
acusada tendencia anárquica. Ya recordaba Marañón que hemos sido el único país
con un partido organizado de anarquistas. Y si
hay algo más irracional, más
fuera de un ser humano social como nosotros, cuyo éxito en la lucha por la
supervivencia frente a otras especies ha
sido precisamente la conjunción social,
es el anarquismo. Es fácil pues manejar a esta grey si les hablas del fascismo
controlador de las derechas, de los explotadores y explotados, de ricos y
pobres, de opresores y oprimidos, de
buenos y malos, de represión y dictadura, de corrupciones (no las de
ellos, claro), de barcos hundidos, de… todas esas cosas que salen de la boca
sin empacho alguno, por más hiriente, falso e irracional que resulte. La
izquierda sabe que los motores de la historia también lo forman la envidia, el
odio, la soberbia, la vanidad, el ánimo de venganza… Estos son los auténticos
protagonistas de los movimientos sociales. Pero… ya se ve que son pura emoción,
puro sentimiento. La izquierda lo aprendió ya en su origen, hace mucho tiempo,
y lo usa con profusión. No le ha fallado jamás. Y las más de las veces es su
única arma de pedagogía política y electoral.
Y la derecha gobernante actual, que no tiene
arma ideológica alguna, no sabe responder, no tiene pedagogía con la que
contrarrestar ese bombardeo continuo de todos los apesebrados de la izquierda
(también los hay en la derecha, pero muchos menos), que son legión, y
ocupan sindicatos, prensa, radio,
televisión… Y podemos continuar con los artistas subvencionados… La pedagogía nace del convencimiento interior
y es hija de la ideología. Algo hay que tener, alguna idea sobre la que
edificar.
El bueno de Chesterton decía: «el mundo se ha
polarizado entre progresistas y conservadores. Los primero juegan a cometer
errores, y los segundos a no corregirlos».
Y es justamente lo que sucede, entre una izquierda
demagógica en extremo, y una derecha acomplejada también en extremo. Incluso
muchas veces, copiando políticas de la izquierda. Pero a la izquierda no le importa
que sea su política. No la va a aplaudir por eso. La POLÍTICA, con mayúsculas, solo la hacen ellos. No vale
que otros la hagan igual. Que les copien el programa. Da lo mismo. La izquierda
quiere el poder, porque le pertenece por ley divina, y rechazará a la derecha
siempre, siempre, siempre. Y estamos hablando de izquierda y derecha española,
que no tienen igual en ningún otro país de Europa. Porque una izquierda que se
alía con la derecha más extrema, que es la nacionalista, con el fin de no darle
ni agua a la otra derecha que representa a tantos millones de españoles… no
tiene explicación alguna racional. Hacen bueno aquello de… «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Véanse, si no, los planes para un «cinturón sanitario» para excluir a PP, no pensando que es un
partido tan democrático como el que más y que representa a millones de
españoles. Semejante irracionalidad, en una democracia, no tiene nombre. ¿En
qué país se establece un cinturón sanitario contra otro partido político?
Y entre unos y otros, todos tan singulares
ellos, estamos nosotros, viendo encantados a la princesa del pueblo.
En fin, somos un país extraño que hace mucho
cruzó la barrera de la incultura para retroceder hasta la insensatez.
O como decía Groucho Marx: «salí de la nada y
he llegado a las más altas cotas de la miseria».
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