domingo, 7 de junio de 2015

PEDAGOGÍA POLÍTICA


Por fin acabaron las elecciones. Con todo el torrente de imágenes, palabras, promesas, datos, mensajes, porcentajes y toda la parafernalia que lleva consigo la situación, uno viene a concluir lo pésimos comunicadores que son, en general, los políticos españoles. Algunos, sobre todo. Otros, con voces de sirena, han sabido pescar en el mar revuelto de la crisis para sacar provecho en ese caladero generoso, formado como siempre por gente con la poca sustancia para entender el proceso y que se dejan llevar fácilmente por la bilis, siendo presa fácil del descontento y toda la mala leche acumulada en estos años. Son más las ganas de convencerse que la capacidad de convencer. Entre crisis económica y crisis de valores humanos (la gran crisis), hay mucha gente que le tiene ganas a mucha otra, de distintos partidos tradicionales, de izquierda o derecha, aunque en estas cuestiones, desde luego, la izquierda tiene muchísima más tradición, facilidad y gancho.

De modo que, de entre todos, y a mi parecer, los más lamentables son los de la derecha. La derecha todavía no sabe, no entiende o no puede entender qué es la política. Al final venimos a creer que no gana elecciones sino que las pierde la izquierda.

La política, y eso lo sabe muy bien la izquierda, es comunicación, y los partidos de derecha no consiguen, porque no pueden o no saben, comunicar con los ciudadanos. Quienes les votan es porque simplemente no quieren votar a la izquierda, pero no porque el partido del gobierno (todavía) les sea atractivo. No conocemos las ideas del gobierno prácticamente en nada relacionado con la vida de la ciudadanía…  Y lo que se supo no se cumplió. No sabemos qué quieren hacer y para qué con la educación, con la agricultura, con el turismo, la industria, la sanidad…  No explican el por qué y para qué de sus políticas. No sabemos qué quieren en nada, porque ellos tampoco lo saben. No sabemos qué modelo de sociedad quieren desarrollar. Parece que solo les preocupa la economía, dejando el terreno de la política a sus adversarios, y ahí se las dan todas.

En España, votar derecha es huir de la izquierda, y eso es una decisión personal de los votantes de la derecha. Naturalmente también votar izquierda es huir de la derecha, y también es una decisión de la ciudadanía; pero además es una convicción inducida por los políticos de izquierda, que en eso de comunicar, ya digo, supera ampliamente a la derecha, a pesar de que también en la izquierda la comunicación ha estado muy floja. Comienzan a dar pena y sus votantes son fácil presa de las nuevas generaciones de políticos, con poco complejo, sin historia reciente, mucho más demagogos porque no han tenido experiencia de gobierno y hoy por hoy están «libres de pecado» En fin, que ya no hay políticos con verbo y emoción, como lo fueron Felipe González o Manuel Fraga, por ejemplo.  Los políticos españoles actuales son en general muy malos comunicadores pero especialmente malos los de la derecha, empezando por su jefe político. Qué mal comunicador es el presidente Rajoy. Aunque se le escuche una hora hablando, uno tiene la sensación de que no ha dicho nada. Los antiguos vendedores de mantas lo hacían muchísimo mejor con su verbo encendido.

Ya hemos comentado en este blog que para estar en política, hay que hacer política, ser hombre político y tener ideas políticas. Por tanto debemos saber de dónde partimos y a dónde vamos, y así tendrá sentido el camino que queramos recorrer. Hay que tener una ideología, aunque sea pequeñita, suave y tímida, Pero los ciudadanos queremos saber cuáles son las fuentes en las que se bebe culturalmente, porque será más comprensible saber cuál es la propuesta a la que se  nos quiere llevar. Es entonces cuando la política tiene sentido y el lenguaje se hace claro; es cuando la política se descubre sin cartas escondidas en la manga, y el mundo de las ideas, y por tanto de las palabras, la oratoria, los gestos tienen su sentido. Salir en público, sin papeles, emocionarse con el discurso, convencer con la emoción, de pronto una subida de tono de voz, un gesto de firmeza, o de rechazo, luego un silencio para que las palabras calen en las almas y de nuevo un tono suave que recoge la idea principal y la eleva a la razón. Para ser político hay que querer y aprender a hablar con la gente, y la gente, toda, es emoción. Nos gusta emocionarnos. Qué sería de una novela, una película, una música, un teatro, una pintura, una poesía, sin que nos transmitiera emociones. Ese es precisamente su éxito. Si no fuera así… sería pura nada. La vida toda es emoción. Sin emociones no hay buena comprensión, y sí apatía y desinterés, como la política que transmite la derecha. Da pena ver hablar al presidente Rajoy, con esa monotonía de voz, sin apenas gestos, sin más emoción que los fríos datos de la economía, con ese molesto y permanente tono agudo. Me recuerda lo que aquel director decía del joven Clint Estwood: «tiene dos expresiones, con sombrero y sin sombrero».

La política, como todo lo referente al ser humano, no es toda razón, no es sólo economía.  Somos también, y sobre todo, emoción y sentimientos. Ya lo recordaba Cervantes en el Quijote: «el corazón tiene razones que la razón no entiende».

Por eso para ser político uno debe prepararse, llenarse de razones, pero también de emociones y sentimientos. Tiene uno que leer, y no poco, porque se trata de alimentar la emoción de las ideas, del proyecto político, de los sentimientos, claro está. A dios rogando y con el mazo, dando, dice el refrán, pero cualquier persona que se dedique a la política debiera tener un cierto bagaje cultural en el que la oratoria y la sabia transmisión de emociones y sentimientos formara parte ineludible. La política no es solo economía, la política es la vida de la gente, y la gente somos sentimientos.

Un político debe hablar con la gente, toda clase de gente, y contarle sus ideales de vida  resumidos en el programa que presenta a la sociedad y que le dan sentido. Un político tiene que convencer a la gente, por eso debe hablar, constantemente, salir del palacio y frecuentar las calles, las bibliotecas, los bares, lo teatros, todo aquello donde late el pulso vital de la ciudadanía. Visitar la bolsa y las fábricas, los colegios y hospitales… Tiene que dar la sensación de que todo aquello lo tiene presente en su cabeza y que desea reflejarlo en su programa y su esfuerzo.  Y hay que convencer, y explicarse. Constantemente. Sin bajar la guardia. Porque cada vez que tú no lo haces, lo hará el otro y en sentido contrario al que tú deseas.

Y eso sabiendo que somos un país con una acusada tendencia anárquica. Ya recordaba Marañón que hemos sido el único país con un partido organizado de anarquistas. Y si  hay algo más  irracional, más fuera de un ser humano social como nosotros, cuyo éxito en la lucha por la supervivencia frente a  otras especies ha sido precisamente  la conjunción social, es el anarquismo. Es fácil pues manejar a esta grey si les hablas del fascismo controlador de las derechas, de los explotadores y explotados, de ricos y pobres, de opresores y oprimidos, de  buenos y malos, de represión y dictadura, de corrupciones (no las de ellos, claro), de barcos hundidos, de… todas esas cosas que salen de la boca sin empacho alguno, por más hiriente, falso e irracional que resulte. La izquierda sabe que los motores de la historia también lo forman la envidia, el odio, la soberbia, la vanidad, el ánimo de venganza… Estos son los auténticos protagonistas de los movimientos sociales. Pero… ya se ve que son pura emoción, puro sentimiento. La izquierda lo aprendió ya en su origen, hace mucho tiempo, y lo usa con profusión. No le ha fallado jamás. Y las más de las veces es su única arma de pedagogía política y electoral.

Y la derecha gobernante actual, que no tiene arma ideológica alguna, no sabe responder, no tiene pedagogía con la que contrarrestar ese bombardeo continuo de todos los apesebrados de la izquierda (también los hay en la derecha, pero muchos menos), que son legión, y ocupan  sindicatos, prensa, radio, televisión… Y podemos continuar con los artistas subvencionados…  La pedagogía nace del convencimiento interior y es hija de la ideología. Algo hay que tener, alguna idea sobre la que edificar.

El bueno de Chesterton decía: «el mundo se ha polarizado entre progresistas y conservadores. Los primero juegan a cometer errores, y los segundos a no corregirlos».

Y es justamente lo que sucede, entre una izquierda demagógica en extremo, y una derecha acomplejada también en extremo. Incluso muchas veces, copiando políticas de la izquierda. Pero a la izquierda no le importa que sea su política. No la va a aplaudir por eso. La POLÍTICA,  con mayúsculas, solo la hacen ellos. No vale que otros la hagan igual. Que les copien el programa. Da lo mismo. La izquierda quiere el poder, porque le pertenece por ley divina, y rechazará a la derecha siempre, siempre, siempre. Y estamos hablando de izquierda y derecha española, que no tienen igual en ningún otro país de Europa. Porque una izquierda que se alía con la derecha más extrema, que es la nacionalista, con el fin de no darle ni agua a la otra derecha que representa a tantos millones de españoles… no tiene explicación alguna racional. Hacen bueno aquello de… «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Véanse, si no, los planes para un «cinturón sanitario» para excluir a PP, no pensando que es un partido tan democrático como el que más y que representa a millones de españoles. Semejante irracionalidad, en una democracia, no tiene nombre. ¿En qué país se establece un cinturón sanitario contra otro partido político?

Y entre unos y otros, todos tan singulares ellos, estamos nosotros, viendo encantados a la princesa del pueblo.

En fin, somos un país extraño que hace mucho cruzó la barrera de la incultura para retroceder hasta la insensatez.

O como decía Groucho Marx: «salí de la nada y he llegado a las más altas cotas de la miseria».

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