domingo, 21 de junio de 2015

RELAJÉMONOS Y GOCEMOS DE LA POLÍTICA PRESENTE


 No hago más que ver en la TV las caras, los gestos, las declaraciones de los nuevos llegados al poder a través de la política, y me hago cruces del tiempo que nos espera, en el que cada día nos sorprenderán con una nueva idea, un nuevo descaro, o un gesto soberbio de estar por encima del bien y del mal.  Nos esperan tiempos maravillosos, donde los aburridos telediarios se van a convertir en el mejor sainete de la vida política española. Vamos a sentarnos, ver la función, disfrutar y esperar a ver como los mejillones se cuecen en su propio jugo.
Y es que la soberbia es un mal endémico en la izquierda en general y de la española con perdón, en particular, como la cobardía lo es en la derecha. Desde el siglo XIX, de donde mamó y se ancló nuestra izquierda, se siente la única fuerza moral capaz de poner orden en este mundo. Su orden. Pero no les basta con poner orden. El odio al mundo establecido es tan potente en alguno de sus miembros que su deseo es hacer borrón y cuenta nueva. Y lo repiten continuamente en su locura de no aceptar el paso del tiempo. Lo ideal para ellos  es derribarlo todo, destruirlo todo, prenderle fuego, y con sus manos creadoras  hacer otro mundo puro, igualitario, equitativo, justo y bueno. Se sabe muy bien de donde viene esa emulación del mito de la creación divina. Ellos se adjudican el papel de dios creador. La izquierda no es que sea atea, es que es dios mismo. A ver quién es ese dios, o dioses de pacotilla que sin título universitario alguno, sin haber estudiado ciencias políticas, sin haber leído a Marx ni a Engels, sin haber asaltado pisos o entrado desnudo en una iglesia, se adjudican  la creación del mundo, y además este mundo tan nefasto y cruel. Solo de un dios maligno y torpe puede salir un mundo tan perverso. Por eso, desde las fuentes del XIX —donde todavía viven—, ellos se sienten la única fuerza moral en toda la faz de la tierra capaz de convertir, ahora y aquí, este infierno en un cielo. Solo ellos.

El camino recorrido hasta aquí ha sido largo, pero el relevo cultural e ideológico se ha cumplido fielmente. La izquierda, por abandono de la apática y asustadiza derecha, ha ocupado todos los estamentos culturales de la sociedad. Casi desde la escuela primaria. Más todavía en el instituto. Y mucho más todavía en la universidad. Las universidades públicas españolas están en manos de estos iluminados, estos talibanes de lo político, que se ven a sí mismo como los elegidos para tan alta misión. Lo suyo, ya se sabe, es una religión laica, una religión sin dios. Pero religión. Luego, ya sabemos lo que pasa, escarbas un poco y, como todos somos hijos de Eva, a poco te encuentras con miserias comunes que les harían descabalgar del carro de los héroes  donde están subidos, pero no hay nadie que les susurre al oído aquello que se decía a los generales romanos en la fiesta de los héroes… “recuerda que eres mortal”. Muy al contrario, es una carrera a ver quién es más. El más izquierdoso, el que más iglesias asalte, el que más pisos ocupe, el que más pancartas asome, el que más reuniones reviente, el que más vocifere, ese es más «izquierdosamente angelical». Más revolucionario. Más espíritu puro es. Y así, muchos de ellos, desde el instituto han pasado a la mamandurria política por ser gritón/a y chocarrero. Pero si luego pasas a la universidad y allí te dan el título de revolucionario oficial, entonces es ya el acabose. Qué orgásmica sensación de haber llegado a tocarle los cataplines al poder divino. Y al humano. Con licencia para matar.

Es una enfermedad por lo visto incurable. El PSOE pareció emprender el buen camino, el paso de izquierda revolucionaria a socialdemocracia, la despedida definitiva de la revolución y el caos del XIX y principios del XX, proclamando su separación del marxismo. Pero las fuerzas de base, el relevo generacional, se alimenta exclusivamente de las semillas del odio, el rencor, la venganza y la envidia y han seguido tal cual hasta ahora, esperando su oportunidad. Y ha bastado la corrupción política de unos y otros para que la soberbia latente despertara de nuevo a la bestia, que no había desaparecido a pesar del tiempo, sino que dormía. Y ahí les tenemos. Comunistas, anarquistas, revolucionarios de pacotilla…  En el fondo ansiosos de buen sueldo, poder y coche oficial. Todo muy humano y prosaico.

Ya sabemos que el Darwinismo explica la cosa de la evolución, que resulta que no es más que una adaptación al mundo que nos rodea. Y estos, con la boca llena de revoluciones, en cuanto comiencen a saborear los placeres del poder y por sus manos corra el dinero fácil de lo público, siempre tan misterioso él, pues… ya se sabe. Hay que darles tiempo. Porque la mejor manera de quitar el hambre es dando de comer. Tiempo al tiempo. Entre tanto disfrutemos del espectáculo y aprendamos la lección. Gocemos con qué descaro, con qué desparpajo, con que firme creencia en sus ideales —o eso parece— tratan con desprecio altanero a la derecha que representa a millones de españoles, y, sobre todo, manejan al PSOE… y por consiguiente a sus votantes. Lo tienen cogido por las pelotas. 
Para el PSOE ha sido una marcha atrás. Dejaron la revolución y vuelven ahora, desmañados, como muñecos rotos, sin horizontes, a los viejos revolucionarios pero con caras nuevas. Un paso adelante y dos atrás, esa es la triste historia de un  PSOE incapaz de entrar en el XXI por la puerta grande de la concordia, la paz, la libertad, la justicia y el orden necesarios.

En los tiempos del profeta  González y los compañeros que con él hicieron la transición, también hablaban con una altanería, una soberbia, un orgullo, una sensación de autoridad moral que desbordó a la derecha acomplejada y cobarde. Luego ya sabemos lo que pasó. Es historia. No ha habido en la derecha un líder que hable con claridad y diga que ellos no son los hombres del saco que se comen a los niños. Nadie lo ha dicho. Ni ha tenido eco suficiente en los medios, como lo tienen hasta los puntos y comas de la izquierda. Es más, para tener marchamo de modernos y demócratas, muchas veces han copiado o bendecido políticas de izquierda. No es que no tengan que coincidir en cuestiones elementales sería estupendo, pero no entregándose sin más aconsejado por su propio miedo a no ser vistos como modernos y demócratas. Si lo son, ¿a qué tener miedo?

Así que si el gran pecado de la derecha es la cobardía y el complejo, el de la izquierda es la soberbia y la superioridad.

«Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda», decía Martin Lutero. Desde el XIX la nuestra no ha cicatrizado. Todavía.

La izquierda, que ha gozado estos años del tiempo suficiente para hacer el cambio del XIX al XX, e incluso al XXI persiste en el error. Siempre hay una reserva de gente a la espera, dispuesta a medrar en ese mundo de influencias, de lecturas y filosofías de revoluciones autoritarias tan usuales en la universidad española a estas alturas.
Nadie les ha dicho nunca que las personas no están jamás tan cerca de la estupidez como cuando se creen sabias.
De modo que relajémonos, veamos el espectáculo, y comprobemos una vez más aquello que decía nuestro español Quevedo: 
«La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió».

Sean Connery, en su papel de comandante del submarino Octubre Rojo, le dice al agente de la Cía Jack Ryan (Alec Baldwin):

"Espero que de todo esto salga algo positivo. Una pequeña revolución, de cuando en cuando, es algo saludable."





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