martes, 23 de abril de 2013

NORA Y EL COLEGIO DE LAS HORMIGAS





Muchas veces, en nuestras conversaciones al amor de la luz del flexo, ya que no de la chimenea porque no tenemos, pero que debiera haber en todas las casas porque ayudan mucho a pensar (cuando yo sea jefe de estado la chimenea será obligatoria en todas las casas),   hablamos de los problemas que tenemos hoy en España. Ya saben, crisis y demás.  Pues bien, nuestro análisis sigue como siempre. Baja la prima de riesgo, suben los impuestos, sigue aumentando el paro, pero exportamos más que nunca, vienen muchos turistas, sigue habiendo mucho ladrón y gente sin escrúpulos en todas las capas sociales, hay banqueros que estafan, políticos que mienten, gente que roba a manos llenas, valores sociales necesarios desaparecidos en este río revuelto de intereses de partidos, gente que se aprovecha del poder para enriquecerse y luego tienen la desfachatez de decir que si ricos y pobres. República no, Monarquía tampoco. Desorden y desconcierto sí. Y demagogia a manos llenas… mucho. Palabras. Como decía la antigua canción italiana cantada por Mina: parole, parole parole…
A pesar de las razones económicas la crisis es una cuestión profunda porque afecta a un pilar esencial de la sociedad: la educación. Como los viejos edificios padecen de aluminosis y se rajan por todas partes, nuestra sociedad sufre de "educacionosis".  Y se resquebraja por todas sus costuras. Y es que sin educación, sin una buena educación,  no hay sociedad, sino panda de borregos. Repetimos siempre ella y yo la palabra mágica: E S E N C I A L. La educación es esencial. Entendiendo por educación todo. Todo es educar. El sentido de la justicia es educar. El sentido de la propiedad privada es educar. La honradez es educar.  No robar es educar. No despilfarrar es educar. No esperar que te lo den todo es educar. El esfuerzo, el placer del trabajo bien hecho es educar. Entender que en la vida hay que esforzarse para todo es educar. Que no hay que gastar más de lo que se tiene es educar. Atender en clase, escuchar al profesor, obedecer los hijos a los padres y no al revés es educar. En fin, tantas y tantas cosas que podíamos añadir a esta lista que sería larguísima y que llevamos años, lustros, decenios, borrando todo de ella. Hay muchas generaciones torcidas. Luego removemos cielos y tierra buscando culpables, haciendo equilibrios malabares con los ajustes económicos, enjuiciando y denunciando a estafadores de todo tipo… Pero el problema sigue ahí, latente. La sociedad, Nora, está enferma porque está mal educada. Educacionosis. Se le quitaron, gozosamente además,  los viejos valores con el pretexto de que eran viejos, osea, caducos, o mejor aún franquistas, y no se han sustituido por ninguno. Nos levantaron las faldas, nos quitaron la ropa interior con la promesa de un mundo diferente y lo que sucede es que no nos han devuelto ni siquiera la ropa y estamos en pelotillas desde hace mucho tiempo. No hay fundamentos, es decir, cimientos para construir una sociedad con los valores suficientes e indispensables para formar un mundo racional, lógico, ordenado en lo ordenable, animoso, innovador,  coherente, emprendedor…
― ¿Y en el colegio qué hacen los profes? Inquiere Nora.
La pobre busca racionalmente culpables, y puesto que le hablo de educación ella acude al inicio de la cosa, la escuela.
―Uy, Nora. Primero te diré que la primera escuela, y la que sirve para toda la vida es la casa. Los padres son los educadores máximos, y es allí donde se abonan los principios fundamentales de honradez contigo mismo y con los demás. Pero claro, los padres no son ajenos a la desgracia general, y andan también desnortados y descentrados. Y en cuanto a los profes en la escuela… te diré que han cambiado mucho. Y mal, claro. Los profes ya no son dueños de su tiempo, ni de su forma de trabajar. Antes cada “maestrillo tenía su librillo,” pero ahora menos que nunca los profes son libres para ejercer con sentido profesional, artístico y vocacional su labor. Las vocaciones son ahora contraproducentes. Es mejor la obediencia. Se busca al profe obediente. Los profes, ya lo sabes tú de otras ocasiones, están sometidos a un marcaje estrecho, un sistema rígido del que no pueden salir y ni siquiera moverse. Le llaman calidad. Sí, ya sé que es una “parajoda”, que diría Marujita Díaz. Pero todo concuerda. Imagínate que alguien quisiera que la sociedad funcionara como lo hace, es decir, con gente sin valores que relativiza todo, incluyendo la propia vida. Pues hace falta que eso se vaya haciendo desde pequeñitos. Y para eso hace falta que los maestros no puedan salirse del sistema, no fuera que alguno, rebelde, consiga formar gente capaz, pensante, decidida, responsable, trabajadora, honrada, noble y eficaz. Sería el empezose del acabose, Mafalda dixit.
― ¿Y cómo hacen eso?
―Pues ya te digo, metiendo al maestro en una cadena de montaje que se llama calidad de la gestión escolar. Incluso le ponen normas. 9001. Jaja. Industrial a tope. Ya no hay padres y alumnos, hay “clientes”. ¿Podrán hacer los coles la semana fantástica? Jaja.
― ¡No xodas!
―Así es. Como si fuesen una inspección de ITV, un taller de repuestos, un supermercado… Qué sé yo. Ya sabes mi opinión: de artista maestro a obrero industrial. Antes cantábamos con cachondeo aquel pasodoble torero emulando la banda de música en la plaza: de torero me meto albañil… chinta, chinta chinta chin. Pues bien, ahora es: de maestro me meto a industrial, chinta, chinta, chinta, juaaaa.
Nora se parte de risa ante mi sorna, aunque pronto cambia por una expresión tristona porque sabe el tono amargo con que lo digo.
―Y los profes, Nora, para estar bien controlados en esta misión suicida, pasan cada año ¡¡dos auditorías!!
― ¡No xodas!
―Así es. Dios nos podrá juzgar una vez, pero los auditores juzgan dos veces cada año a los profes. Más que Dios. Imagina a un señor/a que te hace traer tres mil folios llenos de datos, registros de todo tipo, programaciones, actividades, calificaciones y mil etc. más. Algunos llevan carritos de la compra para poder llevar todos los papeles. Y entonces viene ese vigilante de la pureza del sistema corruptor y te dice:
----- Entonces… ¿cómo ha desarrollado este objetivo, qué actividades ha desplegado en la clase y con qué tipo de preguntas ha evaluado usted su consecución? Y los profes se quedan a cuadros. Pero luego les piden los registros de faltas, las reuniones de padres, y las otras, los acuerdos, como controla la información de los padres que no acudieron, etc. etc. etc. Vamos, ni la Gestapo pregunta tanto y tan finamente cuestiones tan importantes. Esto sumerge a los profes en un mar de papeleos del que no levantan cabeza. No hay tiempo ni de enseñar. Jaja.
Y entre tanto papeleo, Nora, los niños ni saben más ni mejor. Es decir menos y peor. Y ahí están las pruebas de exámenes que se recogen en los informes internacionales. Pero sobre todo, Nora, ahí está la sociedad. Es un efecto lógico.
Imagina por un momento Nora, que la inspectora jefa de las hormigas, visita un hormiguero, y ve a una esforzada hormiguita que trae afanosamente una pajita, con la sana intención de ayudar en la despensa invernal. Y de pronto la jefa inspectora le dice: Sí, ya veo que trae usted una pajita con esfuerzo al hormiguero, pero supongo que usted me podrá decir, por dónde ha venido, qué camino ha recorrido, qué charcos ha rodeado, qué piedras ha subido, qué peligros ha evitado, de cuántas pisadas humanas ha huido, cuántos pájaros ha evitado, cuantas veces se detuvo a charlar por el camino, cuantas otras briznas de pajas dejó caer, qué parte se comió usted, cuánto tiempo perdió en recorrer la distancia… Imagino que usted lo tendrá todo registrado en un… diario de a bordo.
Piensa por un momento, Nora, la cara de esa hormiguita, que con tanto esfuerzo y evitando tantos peligros ha logrado llegar al hormiguero aportando una pajita.
―Que se le quitan las ganas de volver a por más.
―Efectivamente, Nora. Menos mal que no tiene semejantes auditores y en el colegio de las hormigas las profes no pierden el tiempo, las ganas y la ilusión,  y así instruyen bien a las hormiguitas a orientarse por el sol, por la olor de sus compañeras de hormiguero, por el rastro en el suelo,  les enseñan a ser valientes, a distinguir entre pajitas buenas y malas, a buscar los lugares mejores donde pueden encontrar comida, a resolver el problema del agua de la lluvia que intenta meterse en el hormiguero, a tenerlo siempre limpio, ventilado, útil. Les educan para ser eficaces en su sociedad. Todas son una familia y viven de unos valores sociales sólidos.
―Entiendo.
―Pues ya ves, Nora, hasta una hormiga sabría hacer las cosas bien. Y nosotros, ¿por qué no?
―Me parece que me lo pones en la boca. Ellas tienen la generosidad de servir a su sociedad, la sana alegría de sentirse útiles, la grandeza de aprender cuanto les enseñan sus profes… la falta absoluta de demagogia…
―Así es. Los enseñantes son por naturaleza gente generosa. El arte de enseñar es un acto de generosidad constante por parte de todos. La pasión de aprender y la pasión de enseñar se honran mutuamente. No se puede enseñar sin esa cualidad que se transmite por la propia sociedad, porque es un valor esencial en ella, que está en el aire y que todo el mundo respira. Igual que en el hormiguero se premia la laboriosidad. Por eso los alumnos (la sociedad, a fin de cuentas) lo adquieren como modelo y en las sociedades avanzadas no se da tanto la vagancia, la mangancia, la delincuencia, la desidia, la demagogia, la…
Saber vivir es un arte, Nora.  Y para saber vivir el arte de la vida con la pasión, generosidad y vergüenza necesarias hay que estar bien enseñados, bien educados. No perder el tiempo en burrocracias inútiles que malgastan tiempo, esfuerzo y dinero. Y estafan a la sociedad que dicen servir.
― ¡Como en la escuela de las hormigas!
― Efectiviwonder, Nora.

1 comentario:

  1. Lo peor de todo este escrito es que es tan real... no es una sociedad ficticia no, es la que estamos creando, sin pasión, sin ilusión....

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