jueves, 4 de abril de 2013

NORA Y LA BIBLIA








Se sea creyente o no, no está mal, de vez en cuando, bucear en ese “Libro de los Libros” que es la Biblia. Aunque solo sea para recordar que su influencia en la sociedad es fundamental, y es por tanto necesaria para comprender el mundo en que vivimos. Así que, el que tenga curiosidad de un estudio sociológico, de saber qué nos pasa, qué perdemos o qué ganamos en los cambios vertiginosos que se producen, de entender el mundo, la Biblia es inigualable. Hay otros libros, claro, pero ninguno como este. Este es el libro más influente en la historia de la humanidad. En todas las casas debiera haber unos cuantos libros indispensables. Son el depósito de nuestro pasado y el augurio de nuestro futuro. Son los que han ayudado a dar forma a nuestra sociedad. Saber de dónde venimos culturalmente, cómo somos y por qué, de comprender los cambios que se producen y a dónde nos llevan, es algo fundamental. Entre ellos pondría un Quijote, y por supuesto una Biblia. Luego se puede tener lo que uno quiera y le guste, sin olvidar a los clásicos, otra fuente de información.  Y ya digo que a la Biblia se la puede leer con cualquier ojo, se sea creyente o no, porque se le puede leer con una curiosidad sociológica, una curiosidad científica, una curiosidad literaria, una curiosidad… Mil curiosidades. La Biblia lo aguanta todo, lo admite todo. Es como ir al camino de Santiago. Unos lo toman con la fe del creyente, otros con ánimo estrictamente cultural, otros como deporte, otros como disfrute gastronómico, otros… De todo hay en el camino y cualquier pretexto es bueno para conocer y alimentar las ganas de saber. Pues igual sucede con esto. Y lo mismo digo del Quijote, que es todo un estudio sociológico de la sociedad española que llega hasta hoy. Ninguno de los dos pierde,  ni creo que lo hagan jamás, su vigencia.
Así pues, Nora me vio una tarde sacar un libro de mi pequeña biblioteca. Uno grueso y de tapas rojas. Tenía yo en la mano un papel y un lápiz y de vez en cuando ojeaba y anotaba algo en el papel. A  Nora esta actitud le chocó y me preguntó si es que copiaba el libro. Jaja. No, Nora, tomo notas. De vez en cuando, las cosas que ocurren en el mundo me llevan pensar y a buscar su origen y eso me lleva a su vez a consultar este libro precioso. En él se encuentran las claves de muchas cosas que ocurren. Pero hay que leerlo sin prejuicios y con el espíritu muy abierto.
―¿Por ejemplo? Me pregunta.
―Pues por ejemplo esta crisis de honradez que sufrimos los españoles, me hace pensar. ¿Qué ha favorecido esta aparición de ladrones, sinvergüenzas, gentes sin moral alguna capaces de robarnos hasta el aire que respiramos? ¿Por qué no ocurre eso en otros países u otras culturas? ¿Dónde está la raíz de nuestro mal? ¿Cuándo empezó todo esto? Chorizos hay en todas partes, pero que proliferen como aquí… no sé yo. En el mundo protestante, por ejemplo, no siendo tampoco perfectos, la moral social es diferente. La cosa pública es seria. Aquí lo público lo entendemos como lo que no es de nadie, lo que no tiene dueño. Allí lo entienden como lo que es de todos. Y claro, eso hace que desde pequeñitos las cosas se aprendan de otro modo. No hay gente que desprecie el mobiliario público, ni pinten las paredes… Es fama que en muchos países te dejas un bolso en el asiento del bar y si vuelves tres horas después, allí está, nadie lo toca. Todo el mundo entiende que alguien lo olvidó y volverá a  buscarlo. Nosotros no.
Nora pone esa cara de interrogante que tanta gracia me hace. Inclina la cabeza a un lado, arruga el morrito negro y uno de los belfitos le cuelga hacia ese lado, descubriendo ligeramente las rosadas carnes de su interior.
Verás Nora. Debe haber una causa que justifique esta forma de ser y la aparición de tanto chorizo. No es normal. Pero estoy en la creencia de que esto se conoce de la gestión pública, pero a otros niveles menos llamativos y más particulares también ocurre. Es decir, creo que eso está dentro de nosotros, ha crecido con nosotros, solo que la situación ha hecho que aflore de manera exagerada. Se han dado las condiciones ideales para que proliferen. Ha sido la tormenta perfecta.
Y además no nos vemos la culpa en nosotros, sino que la echamos a los demás. Todos solemos decir aquella expresión… “Es que la gente es…” La gente. Como si nosotros no fuésemos parte de la gente. Todos somos la gente.
―No sé a dónde quieres ir ―me dice Nora.
―Pues que creo que esto es un mal cultural. Y como la Biblia, pero no solo ella, forma parte de nuestra cultura, nos ha conformado culturalmente, busco en ella a ver si me ayuda a comprender el origen de todo esto.
―¿Y encuentras algo?
―Pues sí, aunque es complejo y no quisiera aburrirte.
Nora se acuesta en la alfombra, y como alumna atenta que es, cruza las patas delanteras, apoya en ellas su cabeza y se dispone a escuchar.
―Verás Nora. La Biblia es un libro terrible y hermoso a la vez. Es un muestrario de las maldades humanas, y a veces hasta de las divinas. Hay asesinatos, odios, guerras, envidias, violaciones, sexo a montón, sadismos, robos… Todos los instintos más negativos se exhiben aquí, y muchas veces, paradójicamente, haciendo a Dios protagonista de ellos. Desde luego los autores se quedaron a gusto con los relatos. Pero queriéndolo, o sin querer, hicieron la narración perfecta de los vicios de la humanidad.
También, claro está, se dan en la Biblia narraciones del otro extremo. Llenas de amor, lirismo, comprensión, justicia, paz…
La cosa es… ¿por qué nos han transmitido más unos valores que otros? ¿Por qué nos han trasmitido la maldad y suciedad del sexo y no  nos han transmitido la maldad y suciedad de la falta de honradez? ¿Por qué nos han transmitido más que la vida es un penar, y que cuanto más penas pases, más cerca estarás de dios en el cielo, en la otra vida, y no  nos han transmitido que el trabajo no es un mal, sino la oportunidad de hacer un bien social, el gusto por el trabajo bien hecho que nos ayuda a realizarnos como personas? ¿Por qué nos han transmitido que no vale la pena afanarse en este mundo porque solo hay que pensar en el otro, que es donde debemos atesorar las mayores riquezas, en vez de decirnos que el progreso es bueno, que hay que inventar cosas que nos ayuden a vivir mejor: medicinas, aparatos, etc, etc?
Como ves Nora, el llamado “magisterio de la iglesia” ha funcionado de manera muy particular. A la iglesia, por ejemplo, siempre le ha interesado que tuviésemos complejo de culpa. Se ha sostenido sobre ese complejo. Ha sido la forma de fidelizarnos y que ella dominara el mundo de la cultura.  La idea de que somos pecadores, hijos del pecado, herederos de un pecado “original”. Hay que joderse, nacer ya con una carga mental, un peso sobre tu espalda. “Yo pecador, me confieso a Dios…“ Por tanto han creado en nosotros la necesidad de la salvación y la consiguiente limpieza del pecado, de lo cual se encargan ellos, claro. No es mala estrategia, no, infundir una culpa, hacerla interiorizar, y administrarla tú de por vida. Y así a cada ser que nace. Ah, si los confesionarios hablaran…
Así pues estamos mucho más familiarizados con el pecado que con la virtud, Nora. Porque ya nacemos con uno. Quién diría que un bebé, con todo su candor, ya nace con su crucecita que debe arrastrar toda la vida. Pobre.
Podríamos seguir así, Nora, mucho más. La cosa pues es saber por qué se eligen unas cosas y no otras. Por qué se trasmite una idea de la religión y no otra. Porque lo cierto es que, con la misma Biblia, unos pueblos han desarrollado unas actitudes y otros no. En la elección de los mensajes, está la primera manipulación que hemos sufrido culturalmente.
Tal vez el problema, una vez más esté en los intermediarios ―iglesia―, y la relación entre los intereses de esos intermediarios y las necesidades de los gobernantes. Un pueblo sumiso, que acepte la miseria cultural y la otra, que acepte que es el culpable de la miseria de su alma desde el nacimiento, y que encima es un don que te sirve de excusa para la expiación y flagelo, y que eso te va a proporcionar una entrada de palco en el cielo si usas su mediación, sea una explicación suficiente. A eso se le llama hacer una pinza.
Pero si bien es esta una causa de nuestra peculiaridad, no es la única. La otra causa es más reciente, pero también muy intensa. Me refiero a los intereses políticos de la izquierda y la derecha.
La izquierda actúa como una nueva religión. Quiere sustituir la religión. Desde que Marx dijo aquello de que la religión es el opio del pueblo, el socialismo se planteó la sustitución de la religión y sus valores, por una nueva religión con los suyos propios usando las mismas armas: la manipulación de los sentimientos. Es la primera avanzadilla de la “inteligencia emocional”, que llamamos ahora. Así, de esta forma, aprovechando la necesidad de “creer” en algo, los valores morales (tan mal transmitidos) se fueron convirtiendo en otros llamándoles éticos. Pero no se insistió en el trabajo, el esfuerzo, la honradez, la defensa de la vida… Se cambiaron por otros más acordes a los nuevos tiempos, otros que no estuvieran tan raídos por la historia. Aparece la libertad, la democracia, la justicia, etc. etc. Al mismo tiempo se hicieron dueños absolutos de estos valores, dándoles el sentido que ellos querían y negándoselos categóricamente a la derecha.  El maniqueísmo les ha funcionado muy bien porque es muy simple y para gentes sencillas.  Buenos y malos, ricos y pobres, vencedores y vencidos, amos y esclavos, izquierda y derecha… Lo que sucede es que como debajo de esos valores, no había un sustento cultural auténtico, ni la coherencia necesaria, esos valores quedaron en palabras. Solo palabras. Resultó ser el mismo fin pero con distintos medios.
Si a la iglesia le ha convenido mantenernos como pecadores, que deben pasar por “su celo  interventor” para salvarnos, a la izquierda le ha convenido, por puro marketing todo lo contrario. Decirnos que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien le corrompe. ¿Quién no se deja convencer por esa nueva visión que nos exculpa? ¿Quién no quiere sentirse liberado de una carga de por vida? La culpa ya no es nuestra, sino de los demás. Del sistema capitalista, que es egoísta y ruin. Es una religión tan liberadora, agradable y feliz que no es de extrañar que un pueblo tan cargado de penas y culpas durante siglos, se haya lanzado a ella con la alegría del hombre nuevo que busca desesperadamente la felicidad. Y es que sumidos en la negrura de nuestros pecados durante tanto tiempo, cualquier resquicio liberador es bien recibido. Aire fresco. Luz, más luz, decimos como Goethe en su agonía final
Lo cierto Nora es que, a mi parecer, ambas posturas son, cuanto menos, demagógicas, por no decir directamente falsas.  En la vida, ha habido, hay y habrá, gente buena y gente mala, como hay altos y bajos, rubios o morenos. No es una condición general de la humanidad, sino personal. Generalizar, ha sido la trampa.
Con los valores, Nora, sucede como en la Bolsa. Los hay al alza y a la baja. Los aires liberadores de la gran culpa  (mea culpa, mea culpa, mea grandísima culpa) son muy bien recibidos. La libertad, la espontaneidad, la felicidad, la diversión son valores al alza. Los otros, están a la baja. Una madre se acerca a su hijo que va a entrar en clase y le dice… “!pásatelo bien…! No le dice estudia, trabaja, sé responsable, estate atento… Naturalmente la madre, que ha sido educada `por “unos y otros”, no hace más que transmitir lo que ella ha interiorizado desde su niñez.
Y que conste que la felicidad es maravillosa. Que la libertad responsable es necesaria. Hay que ser feliz aquí y ya. Y no dejarlo para el cielo. En el cielo más. Pero aquí también. Y para todos.
¿Y la derecha? ¿Cómo ha influido la derecha? Pues exactamente como decíamos al principio. Unida a la iglesia, muchas veces, todo ha consistido en transmitir a las gentes el gran valor del sufrimiento, la maravilla de la penalidad, la sabiduría de la resignación, la exaltación de la pobreza…  La Semana Santa, por ejemplo, es la culminación de esa forma de entender la vida que interesadamente ha favorecido la derecha. Los cristos desgarrados, crucificados, cosidos a latigazos, las caras desencajadas, las heridas abiertas, la contemplación de la sangre… no es más que el mensaje en imágenes de lo que se pide a la gente. Y paradójicamente, lo más importante de la semana Santa, no es la pasión y muerte, sino la resurrección. Porque la resurrección es la esperanza. Pero se pasa sobre ella como una cosa menor, una fiestecilla llena de alegría caramelera sin más.
Todo esto ha hecho que el ciudadano español haya crecido torcido, trastocado, con complejos de culpa de una parte y el ánimo de la redención y libertad  aquí y ahora por otra, entre la angustia del infierno y la alegría de vivir del paraíso subencionado. Un ser que ha crecido con moral rota, con ética difusa, sin un claro norte que seguir. Y ya se sabe que a río revuelto…  Estos males, Nora, estaban ahí, hasta que se ha dado esto de la tormenta perfecta. En la gran oportunidad. Así pues han salido todos los resabios, los recelos, la desesperanza, la incultura social, la envidia, el egoísmo, la sospecha del enriquecimiento de los otros, el deseo desaforado que aplasta cualquier prejuicio, la sensación de que quien más se lleve es más listo, la falta de solidaridad etc. en lugar de otros valores como la honradez, el trabajo, el orden,… Todo eso no es más que el producto de la cultura que hemos recibido, y la respuesta consiguiente. Acción y reacción.
Tres, son pues, Nora, las causas históricas de nuestra desdicha como pueblo, y todavía tenemos que esperar que alguien venga a cambiar esa mentalidad. Pero son tantos, tantos, tantos, los intereses de unos y otros, y la falta de juicio como pueblo aborregado por unos y otros, que va a ser muy difícil que comencemos a ver la vida de otro modo. Lo nuestro pasa por una revolución cultural. Y eso ya es imposible.  Al final Nora, somos hijos de la historia, y la historia no se puede cambiar.
Después de un silencio, Nora da un suspiro, se levanta, viene a mí, me lame la mano  como reconfortándome,  y va a su cama, que siempre tiene cerca. Y con la cabeza llena de ideas, se acuesta, suspira, cierra los ojos y comienza a roncar. Ella no tiene que expiar pecados de por vida, y tampoco necesita que la salven de nada.

Fin

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