martes, 9 de abril de 2013

NORA Y LA REBELIÓN DE LOS CABLES



Nora intentó venir a mí, como cada mañana al despertarse, dispuesta a darme los buenos días con los lametones de rigor, pero enredó las patas traseras en los cables del ordenador, mezclado con los aún presentes de la difunta impresora, más los cables del teléfono, más los cables del flexo, más los cables de los cargadores del móvil, más los cables  del disco duro externo, más los cables de la televisión, más los cables de otra lámpara de pie, más los de otro segundo flexo, más los de la radio, más los de…
Enredada como mosca en tela de araña, incapaz de salir de allí y de entender por qué demonios los humanos estamos rodeados de cables, de tantos cables, se debatía la pobre levantando las patas, unas y otras a ver si la suerte le desenredaba pero conseguía todo lo contrario. Lo que en principio me causaba risa, poco a poco, viendo el sufrimiento de la perra, me produjo inquietud. La pobre me miraba con esa carita de pena que pone a veces, cuando espera que yo sea la solución a sus problemas. Los cables parecían tener vida propia. El lío fue tan grande que tuve que tomar parte en el asunto, y comenzar a desliar por un lado intentando saber de donde era cada cable. Eso sí, acordándome de las madres de los cables en cuestión.
Cogía un cable, que partía de un sitio, y lo seguía con la mano deslizándola por él hasta que al llegar a un cruce de cuarenta cables, era incapaz de encontrar donde seguía el que tenia de origen. Y vuelta a lo mismo, pero con otro cable. Tal vez si encontrara uno fácil… Todo es cuestión de paciencia, de ir uno por uno. Roma no se hizo en un día, así que un lío era solo cuestión de paciencia.
Y entre taco y taco, los pu…os cables y esas cosas, me recordaba aquello mis días de pescador, cuando en una barca parada, a merced del sube y baja de las olas, estuve intentando deshacer un enredo de hilos de pescar. El resultado fue que el estómago primero, y la cabeza después comenzaron también un sube y baja, un revoltijo de tripas y un mareo de tres pares de nísperos seguidos de una vomitona. El lio quedó allí, pues la persona que iba conmigo acudió en mi ayuda con una tijera, cortó el hilo y así pude deshacerme de él pues ya el enredo me comía hasta la cabeza.
Pero esto no se puede hacer con los cables eléctricos. Está claro. Así que estaba en esas otra vez pero con la única arma de la paciencia.
Y como si tuvieran vida propia no la dejaban salir. Ella, que solo quería llegar hasta mi para darme los buenos días. Pobre victima de sus sentimientos.
Intenté desenchufar todos los cables. Todos, dejando todo apagado, para poder tocar los cables sin miedo a romper nada o a que me dieran un calambrazo. Durante un rato estuve deshaciendo líos, lazos, nudos, pasando por delante y por detrás, ahora por aquí, y este lo saco por allá, y este otro lo vuelvo atrás, y este lo saco por delante, y ahora… ¡Al fin!... ¡Uno libre!
Hasta Nora movió el rabo viendo que aquello, aunque lento, iba desenredándose. Así estuvimos largos minutos, volviendo y revolviendo, siguiendo caminos confusos que nos hacían volver atrás una y otra vez.
La impaciente paciencia, unida al azar nos llevó a desenredar otro. Y así cada vez que uno salía del enredo lo celebrábamos con un alborozado grito de euforia y un taco contra los malditos cables.
Nora pudo salir al fin, y vino a mí, mansurrona, lamiéndome las manos hasta dejármelas todas mojadas y chorreantes.
Luego, cada vez que pasaba por el montón de cables, los rodeaba, temerosa de volver a caer en la trampa de aquella viuda negra que semejaba el nudo de cables.
Pasó la tarde y llegó la noche. La cama nos acogió en santa bendición de paz y cerré los ojos cuando ya Nora roncaba.
Al rato sentí un roce en mi escaso pelo, como una ráfaga de aire               que de pronto te hace estremecer el cabello. Supuse que habíamos dejado la ventana abierta y asomé los ojos pesadamente por encima del nórdico para mirar la ventana. Y de pronto, sobre mi frente, un latigazo.  Dioses, qué dolor. Creí que algo me había caído encima. Pero ¿el qué? Sobre mí no hay nada ―me dije. ¿El techo tal vez? Asomé los ojos aterrorizado, mirando el techo, no vi nada anormal, así que intenté sacar más la cabeza para descubrir qué diantres estaba ocurriendo allí. Y de pronto, junto a mi oreja, ¡zas! Otro terrible latigazo.
Joder, esto ya es algo más que raro. Está claro que allí había alguien que me hacía estas cosas. Pero lo extraño es que Nora no lo descubriera.  Comencé pues a inquietarme, y nervioso, retador, intentado coger el toro por los cuernos y enfrentarme a lo que fuera, saqué el rostro completamente fuera, en un arrebato de coraje. Cuando dos poderosos latigazos, uno en cada parte de la cara me la cruzó con gran dolor. Me oculté bajo el edredón, quejándome del daño.
Estaba “acongojadito”, ya saben. Era evidente que alguien había allí, y tal vez no uno, sino dos. Y de pronto, cuando estaba metido dentro del grueso edredón, con la cara dolorosamente cruzada por aquellos latigazos, voló el edredón por los aires cogido por unos extraños seres, largos y negros, como… como… como ¡cables eléctricos!
Parecían culebras, horribles, delgadas, flexibles serpientes negras que enredaban las esquinas del edredón y lo levantaban. Y nada más levantarlo cayeron sobre mí, a latigazo limpio. Yo intentaba cubrirme la cara con las manos, pero incluso las manos dolían ante los latigazos, y luego todo el cuerpo.
Huyendo desesperado de aquello, me levanté y corrí al salón, todo agitado, nervioso, asustado, sin comprender nada. No tuve tiempo de ver a Nora. No decía ni hacía nada. ¿Estaría muerta? ¿La habrían matado ellos?
Otra lluvia de latigazos cayó sobre mí, golpeándome por todas partes, y eran tan dolorosos que en cada uno de ellos aullaba como una bestia. Y aunque me tapara la cara y la cabeza me llovían por todas partes. La flagelación duró unos instantes inacabables, en los que yo, a trancas y barrancas, entre ayes y restallidos  de látigos logré zafarme de ellos; corrí al aseo cercano y me escondí dentro, cerrando la puerta. Me vi en el espejo. Estaba blanco, asustado, y sudaba. La cara la tenía llena de surcos rojos, ensangrentados, y sobre el cuerpo, a pesar del pijama, se veían igualmente regueros de sangre y moratones. Me dolía todo y temblaba de miedo.
Si mis ojos no daban crédito a lo que veían, mi cerebro era incapaz de entender nada. Y esa incapacidad de comprender era lo que más horror me producía en aquella ya de por sí aterradora situación.
Al momento oí golpes en la puerta del aseo. Los latigazos sobre la puerta eran tan furibundos que comprendí que la situación se ponía cada vez más peligrosa para mi vida. Comprendí que estaba atrapado y que estaban intentando romper la puerta a trallazos, para luego romperme a mí de la misma manera.
Angustiado miré por todas partes. Ya no intentaba comprender, sino huir. El ruido de los golpes era ensordecedor. Miré la ventana, y aunque la altura no era aconsejable me dije a mi mismo que más valía romperse algo que morir desollado a latigazos. Más cuando mis manos comenzaban a subir la persiana restallaron las varillas de plástico bajo fortísimos latigazos. Estaban también allí. Estaba rodeado.
Ahora sí, mi cabeza, ante una muerte segura intentaba, ya que no había escapatoria, encontrar una explicación, pero no la había, nada de aquello tenía lógica.
Comencé a escuchar ruido extraños por el interior de los sanitarios. El lavado hervía en su interior, la taza del váter… Me dije a mi mismo que era imposible, que no podía ser cierto, que no era una realidad. Pero cuando la tapadera del váter se levantó de golpe, con una furia increíble, como si fuese desplazada por la furia de un puñetazo y se rompió, y salieron por el váter multitud de aquellos largos y negros látigos, que comenzaron a fustigarme por todas partes… vi el final. La cara me estallaba en cada uno de los golpes, y el espejo, en la huida de una mirada lo encontré salpicado de sangre. Y el suelo, y las paredes…
Supe que iba a morir. En la puerta sonaban los latigazos cada vez más fuertes, y cuando se abrió a base de golpes fortísimos, uno de aquellos látigos negros se enredó en mi cuello. Yo intenté zafarme de él, pero a cada movimiento de defensa una lluvia de latigazos caía sobre todo mi cuerpo, y no tenia manos para defenderme, y las fuerzsa me abandonaban y la voluntad se me iba por momentos…
Grité, grité, grité ¡¡Socorroooooo…!!
En la desesperación logré abrir los ojos, llenos de sangre… Y me encontré a Nora, encima de mí, dándome besos en la cara, en las manos…
Mi corazón, a punto del infarto, mi cuerpo enfebrecido, el sudor recorriendo todo mi cuerpo, la respiración agitada…
Miré a mi alrededor, aún confuso, y no había nada. Un sueño, una pesadilla. Nora, asustada al oír mis gritos y convulsiones se había despertado y me ofrecía la paz y el sosiego de su cariño, que fue lo que me devolvió a la vida.
Cables, cables, cables… Cada aparato lleva uno o varios, y cada vez tenemos más y más… Quién sabe si algún día tendremos la “Rebelión de los cables”.

                                                   FIN

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