martes, 2 de abril de 2013

NORA Y LA EDUCACIÓN










Paseábamos una tarde haciendo la “Ruta de la Seda” (ir, chinochano, de chino en chino) cuando nos vinieron de frente tres capullitos en flor en forma de tres niños. Edades de tercero o cuarto de primaria, no más. Venían tonteando entre ellos, y, al pasar nosotros, se dirigieron al que esto escribe pidiendo marihuana, cocaína, y todas las anas e inas que en el mundo pueda haber. Desde luego sabían mucho de eso. Yo me limité a decir que no, sin añadir nada más, pero se ve que aquella displicencia por mi parte molestó a los “mocos de escuadra” ( sin ç, por favor) y comenzaron a insultar según nos alejábamos. Naturalmente que seguimos sin volver la vista atrás. Ninguno tenía lo que se dice ni una cuartilla de hostia, pero, juntos, estaban envalentonados e iban creciéndose a medida que nos alejábamos haciendo suyo aquel famoso lema de los tres mosqueteros: todos para uno y…  Por supuesto dijeron de todo, porque niños que saben tanto de drogas saben de todo y mucho. Y aquello nos dio que pensar.
-En los tiempos antiguos, cuando yo era pequeño, Nora, y a la edad de estos niños andaba aún jugando con indios. Ya se ven pocos niños así. En el cole, son pocos los niños que llevan en la cartera muñequitos para jugar.  Algunas niñas, tal vez. Pero quiero decirte Nora, la candidez de la que partimos y la ultrarequetepaupérrima educación que existe ahora. Porque esto ya no es solo mala educación, es un comportamiento directamente gamberro rayando en la delincuencia, en la que seguro que habrán entrado en alguna ocasión.  Qué gran fracaso de la escuela. Pero lo peor de todo, Nora es que cuando fracasa la escuela fracasa la sociedad. Porque a fin de cuentas la escuela es el espejo de la sociedad, es el preparatorio para vivir en ella. Imagínate lo que viene.
Nora, la pobre, tan metida en descubrir el ser humano, tan maravillada a veces de nuestros logros, se queda en otras ocasiones visiblemente dolorida por la bajeza de tanta gente. Ese mundo tan dispar, a veces la desconcierta. Y no es para menos.
-¿Es un problema de educación? –Me pregunta.
-Evidentemente, Nora. Es el gran fracaso de nuestra sociedad. Y eso explica en buena medida las crisis que estamos pasando. Que no solo es económica.
-Háblame de eso.
-Verás Nora, los padres de esos niños, por su edad, son padres criados en la EGB. En aquellos tiempos, la progresía comenzó a florecer en toda Europa y en lo que llamamos “Occidente”, en general. Aquella ley, se dejó morir cortándole los recursos, solamente porque no era una ley suficientemente progresista. Pero sí lo era, lo que sucede es que los que la hicieron no usaban la etiqueta. Ya sabes, problemas de marcas. A los que se llaman a sí mismos progresistas no les gusta nada que no salga de ellos mismos. Progresista es marca registrada. No quieren ni agua, si no sale de sus manos (véase plan hidrológico) Pues te digo que era ya una ley progresista, a la que de buena gana se sumaron muchos progresistas del reino, nuevos y/o convencidos. Y entre todos, los progresistas auténticos, más los nuevos progresistas que huían como alma que lleva el diablo de todo lo que oliera a franquismo (marica el último) con el pretexto de la renovación, comenzaron a destruir todo, incluso lo bueno que pudiera haber. Porque se partía de la base, de que del viejo régimen, nada bueno pudiera haber. Nada. Tú ya sabes del maniqueísmo.
Así pues, desde la escuela, institutos y universidades se fue desmontando lo que se llamó el “franquismo sociológico”, eufemismo con el que se ocultaba aquello de… esto es malo de toda maldad, porque no lo he hecho yo, que soy el paladín de la libertad, la cultura y la democracia, y que como Dios, todo lo que hago es perfecto y armonioso. Yo soy la verdad y la vida, y el que cree en mi…. etc.
Comenzaron pues a derribar el edificio sociológico-cultural que vivía la España de entonces, sustituyéndolo por otros valores, que ya ves a donde llegan. Así por ejemplo se comenzó a pensar que los niños no tenían por qué saberse los nombres de los ríos (cosa que siguen pensando, según las últimas declaraciones de una progresista), porque para eso están las enciclopedias. Así que nada de saber, nada de conocimientos, todo es pura razón. Hay que razonar, enseñar a razonar, nada de memoria… Como si la memoria fuese una enfermedad, se la negó en la escuela. Lo que en verdad querían es quitar de la memoria todo lo que oliese a España, porque España = a Franco, y este = maldad absoluta.
Semejante disparate fue introducido en el sistema sanguíneo de la sociedad, directamente, de un jeringuillazo. Y al mismo tiempo se comenzó a desmontar el papel del maestro/profesor. Se les quitó la tarima donde vigilaban a los alumnos, porque estando más alto les veía mejor, con el progresista concepto de que no conviene que el alumno idealice al profesor, ni que el profesor vaya a creerse que es un ser superior al alumno. Fuera tarimas, fuera barreras. Hoy es el profesor el que está abajo, como un coleguilla más, y los alumnos subidos arriba en la tarima de sus derechos. Hoy ellos miran abajo, y el maestro para arriba.
Todo esto se fue preparando en las escuelas de magisterio, donde ya ponían en duda todo e iban introduciéndonos en la nueva mentalidad. ¿Por qué poner a unos niños un problema de sumar y restar? ¿No es una dificultad que agrede a su estado de felicidad natural, según Rousseau? Así pues al niño se le pone el problema, pero se le advierte que hay dos operaciones. Por ejemplo. Luego esto se fue corrompiendo y haciéndoselo cada vez más fácil. Completa; (se decía) Sumar es jun….r  num…r...s para formar  un…  solo. Y como este, un millón de ejemplos. Daría risa sino fuera por lo que ha venido después.
O aquel problema de matemáticas en el que había que calcular tantos por cientos y ver qué precios había que poner a las patatas para tener una ganancia del tanto por ciento superior… Uuuffff…. Acabó convirtiéndose en dibujos de sacos y patatas. A colores, eso sí. Y todo con la ayuda de la matemáticas de conjuntos, disparate progresista venido del paraíso del proletariado progresista, y que intentaba inocular en la sangre el esquema mental de que el individuo no existe, es malo, solo es buena la sociedad, el conjunto.  ¡Abajo el individuo! ¡Viva el hormiguero!
Todos caímos en esa filosofía como conejillos ingenuos atraídos por la zanahoria de la modernidad y el progreso. En los patios de recreo, en las aulas, en el deporte, los maestros y maestras repetían convencidos a los niños los sagrados mantras progresistas… “Competir es malo…” “No hay que fomentar la competitividad…” Hay que enseñar a razonar, educar para la vida, educar para la felicidad, educar para… Nada. Romances. No hay educación ni cultura.
El resultado de todo esto es una incultura insalvable y una educación que brilla por su ausencia. Los niños españoles no saben nada de España, salvo lo que la ley progresista quiere que se sepa. Naturalmente contra la propia España. Así además de ignorarla, hemos aprendido a odiarla. No se puede pedir más éxito en una misión. Desmontar todo. Ya lo decía uno de nuestros bien amados próceres… “ A España no la va a conocer ni la madre que la parió.” Y así es. Chapó. Ahí tienes la contestación de por qué los padres de esos niños han criado a esos pequeños monstruitos. Aquellos niños son los padres de estos. Imagínate a los hijos de estos…
Y lo mismo tenemos en la educación y normas que antes considerábamos normales de convivencia. Se fuera agricultor, médico o correveidile. Recuerdo cuando ir en autobús, o estar sentados en un sitio, la gente se levantaba para dejar sentar a los mayores. Bueno, risa me da comentarlo. O bajarse de las aceras estrechas cuando pasaba una persona mayor.  En las casas podía haber más o menos cultura, en muchas ninguna, pero saber estar, ser ciudadano con respeto a los demás era algo que incluso se llevaba con orgullo hasta en las familias más humildes.
El gran Goethe, Nora, dijo una vez…” Podrían engendrarse hijos educados si lo estuvieran los padres.” Así que como ves esto es un problema ya viejo, que generacionalmente se va corrompiendo cada vez más, a medida que el hombre va teniendo prisa por encontrar la felicidad a toda costa. Hay que correr hacia ella aunque por el camino lo perdamos todo. Hasta los pantalones.
Pero además, esta forma de pensar ha llegado a la política y ha sentado cátedra, con lo cual, el sacrificio de la sociedad en el altar de la progresía queda ya etiquetado, empaquetado y listo para el viaje.  Tal vez por eso don Goethe decía también:  “Nada hay más terrible que una ignorancia activa.” Pues ahí están Nora, dirigiendo la sociedad, todos estos incultos que pregonan la incultura como el bien necesario para ser felices. Y no les falta razón. Y una vez más con el amigo Goethe: “Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano.”


FIN

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